CAPITULO V
VELASCO ALVARADO FIJA EL “DIA D” Y MORALES BERMUDEZ LO
DESACTIVA
Que la lección escrita
por los héroes de Tarapacá y los mártires de Arica no sea estéril. Si el
adversario de ayer nos adelantó un golpe artero, que no se repita ahora... que
no nos sorprenda, pues mientras haya un invasor, lucharemos. ¡Ahí está la
Quebrada de Tarapacá como tumba de invasores y ahí está el Morro de Arica como
un puño retador!".
Esta arenga, pronunciada a fines de 1974 por el coronel Hugo
Sotillo Monasterio, jefe del Estado Mayor de la III División Mecanizada, con
asiento en Arequipa, retumbaba en los oídos de los mandos peruanos que en el
verano de 1975 tenían en sus manos la orden de batalla para invadir Chile. La
decisión política estaba tomada y Velasco sólo esperaba la coyuntura adecuada
para fijar un nuevo Día D.
En Chile se trabajaba en dos frentes. La amenaza bélica
obligó al gobierno a seguir comprando armamento para equilibrar en algo el
poderío peruano. De hecho, el gasto militar se elevó de un 3.3% del PGB al 53%
en 1974 y al 5.7% en 1975. Pinochet siguió buscando un entendimiento con Bolivia
con el fin de evitar que se consumara la histórica alianza Lima-La Paz. En
enero del 75 las conversaciones con Banzer iban bien encaminadas cuando un
hecho imprevisto precipitó los pasos diplomáticos: el propio Banzer llamó a su
colega chileno solicitándole que le tendiera la mano ya que su gobierno estaba
sufriendo el acoso de la extrema izquierda y un gesto concreto de Chile en torno
al tema de la mediterraneidad podía evitar su caída. Pinochet no dudó en
socorrerlo, dada la gran afinidad ideológica y respeto que existía entre ambos.
Al mediodía del 8 de febrero se materializó un inédito encuentro de ambos en
Charaña, que acercaba posiciones.
La audaz ofensiva diplomática chilena cayó como bomba en
Lima. Este hecho ocurrió en momentos en que el Gobierno Revolucionario del Perú
atravesaba una de sus peores crisis internas. El gasto militar se había hecho
socialmente insoportable y la unidad de las Fuerzas Armadas se resquebrajaba a
medida que crecía la infiltración soviético-cubana en sus filas. El peligro de
una guerra civil estaba ad portas: días antes de Charaña, el 5 de febrero, se
había insubordinado la policía e incidentes en la capital peruana habían dejado
un saldo de 86 muertos y 1.800 detenidos. Todo esto significaba un duro traspié
para Velasco. Atacar Chile pronto no sólo desactivaría una eventual guerra
civil, sino que le permitiría cumplir el sueño de su vida: ver izada la bandera
peruana en el Morro.
Apoyado por sus "halcones", Velasco activó entonces
el plan de guerra fijando día y hora para el ataque: 6 de agosto de 1975 a las
06.00 hrs. El Cuartel General Conjunto se estableció en Arequipa al mando del
general Gonzalo Briceño, quien junto con los comandantes de la Fuerza Naval
Operativa del Pacífico Sur y de la Fuerza Aérea, constituyeron el Comando
General de Operaciones, que se instaló en el cuartel Albarracín de Tacna, y el
de Reserva en Moquegua. En éstos se incluyó a los jefes de la Guardia Civil,
entre ellos al coronel Aguilar, quien sería nombrado gobernador de Arica en la
ocupación.
A partir de marzo, la flota —con los cruceros Grau y
Bolognesi y las fragatas Palacios, Ferré y Gálvez más otras unidades menores—
fondeó en los puertos de Mollendo y Matarani, preparándose para hostigar y
bloquear Arica y Pisagua. Los paracaidistas se encontraban en Arequipa bajo el
mando del coronel de comandos Domingo Pérez Santa María. Ellos serían los
encargados de iniciar el ataque con un salto masivo sobre la quebrada de
Camarones, a 80 kilómetros al sur de la frontera. Ellos calcularon que sus bajas
bordearían el 50%, pero tendrían éxito en la difícil misión de evitar que la
guarnición de Arica fuera auxiliada por las fuerzas de Iquique y Antofagasta.
Velasco se había reservado para sí la conducción directa de la guerra, pero un
hecho imprevisto —un fuerte stress y una grave recaída que lo tuvo al borde de
la muerte— lo mantuvo alejado de estos preparativos entre marzo y mayo de 1975.
Al tanto de los movimientos del adversario, Chile acentuó sus preparativos
defensivos. Según la apreciación del alto mando, las probabilidades de guerra
con Perú eran del 70%. El Teatro de Operaciones Norte (Arica-Copiapó) siguió al
mando del general Forestier, mientras el coronel Jorge Dowling sucedió en el
regimiento Rancagua a Odlanier Mena, destinado a la Dirección de Inteligencia.
El general Julio Canessa, a cargo del refuerzo, organizó el traslado de todo el
material pesado del Ejército y su munición a sus lugares de empleo y logró
conformar una masa de unos 40.000 hombres preparados para partir en cualquier
momento a la zona del conflicto. A fines de julio, Velasco se apersonó al
"Pentagonito" —sede del Comando de las Fuerzas Armadas— revisó los
planes, analizó los mapas desplegados y entregó sus últimas instrucciones.
Luego partió a Arequipa con el fin de arengar personalmente a las tropas:
"¡Soldados! —señaló emocionado— En ustedes recaerá para la historia el
escribir la página más brillante del ejército moderno, cuando sus botas pisen
nuestro suelo santo de Arica, recién entonces podremos decir: ¡Bolognesi, puede
usted, mi coronel descansar en paz!".
PERU DECLARA PERSONA NON GRATA AL EMBAJADOR BULNES
Durante el curso de 1976, Chile no descartó la posibilidad de
que la Unión Soviética utilizara al Perú para que —en conjunto con Cuba— iniciaran
una "guerra de liberación" contra Chile y su régimen político. Ese
año la revista Aviation Week publicó un reportaje sobre La Joya, señalando la
activa presencia en ella de aviadores y técnicos soviéticos. Por su parte, el
Defense and Foreign Affairs Daily comentaba que 3.500 soldados cubanos estaban
estacionados en Panamá a la espera de ser enviados secretamente al Perú.
A fines de 1976, Perú activó nuevamente su aparato militar
luego de fijar oficialmente su posición contraria a la idea chilena de un
corredor marítimo para Bolivia. A partir de noviembre se hicieron sentir una
serie de manifestaciones hostiles contra Chile, intensificándose la campaña
psicológica sobre la población. Se buscaba convertir en un casus belli el
rechazo de Chile a la internacionalización de Arica que había propuesto Lima.
La situación se hizo crítica cuando se detuvo a un teniente
coronel de Carabineros y a su señora que estaban de paseo en Tacna. Los alumnos
de los colegios salían a la calle luciendo insignias de unidades militares y a
los del último año se les invitaba a recibir entrenamiento de paracaidistas. En
diciembre, los servicios de inteligencia chilenos advirtieron el regreso de 50
oficiales peruanos procedentes de la URSS tras recibir instrucción en material blindado
y se enteraron de la instalación de una unidad de inteligencia encubierta como
oficina de información turística en el complejo fronterizo Santa Rosa.
También se tuvo conocimiento del desembarco nocturno en Pisco
de 37 carros anfibios y cajones de munición, identificados con una estrella
roja. La carga fue llevada en camiones civiles manejados por militares hasta
Arequipa y varios helicópteros efectuaron ejercicios de desembarco de tropas en
esa ciudad y en Puno. En Arequipa se había creado la III División de Servicios,
gran unidad destinada a apoyar al ejército de operaciones, lo que significaba
en suma que la movilización peruana se había cumplido en todas sus fases. En
ese contexto, el ministro boliviano de Integración declaró que estimaba inevitable
un enfrentamiento armado entre Chile y Perú.
La inminencia del conflicto motivó que el 13 de diciembre de
1976, a solicitud del ministro de Defensa, general Hermán Brady, se reuniera la
Junta de Comandantes en Jefe. Allí se acordó poner en ejecución el Plan de
Protección de la Zona Interior "Patria Libre", señalándose la lista
de tropas que cumplirían las misiones allí asignadas. En el Ejército, el peso
recaía sobre las VI y I División, con un núcleo de refuerzo y una reserva para
el comandante en jefe, integrado por una unidad de paracaidistas. El 70% de la
capacidad operativa del ejército quedó asignado al Teatro de Operaciones Norte.
Para la Armada, la mayor amenaza la representaban los ocho submarinos peruanos,
que podían atacar nuestra Escuadra en puerto sin previa declaración de guerra y
cortar las comunicaciones marítimas.
La Fuerza Aérea había logrado reconvertir una aviación de
transporte y entrenamiento en una de combate y, aunque estaba lejos de competir
con la peruana, estimaba que podía sostener 15 días de operaciones. La
conclusión de aquella reunión fue que "la curva de tensión sigue
aumentando de nivel día a día y en forma pronunciada, no sólo porque el
adversario del norte así lo desea y busca, sino porque la URSS y sus satélites
indirectamente así lo imponen. Por lo tanto, cada día con mayor certeza se
aproxima inexorablemente el conflicto que tendrá que enfrentar nuestro país con
Perú.
En todo caso, la guerra durará hasta que no existan
adversarios ocupando territorio propio y se desarrollará en cualquiera de sus
formas".
La salida de los "halcones" del gobierno de Morales
Bermúdez y la necesidad de éste de centrar su atención en el frente interno
volvieron a postergar las ambiciones peruanas. La guerra constituía una
aventura muy cara para el nuevo Presidente, quien pese a ser muy amigo de Fidel
Castro, era un militar mucho más frío y mesurado que Velasco y consciente de
que la creciente fortaleza económica y militar de Chile podía jugar en su
contra. Chile por su parte, sólo deseaba la paz con su vecino del norte. El
escenario había cambiado. Los lazos de amistad con Bolivia se habían roto y el
conflicto con Argentina por el tema del Beagle estaba llegando a su climax. En
este contexto, el 20 de diciembre, cuando las escuadras de Chile y Argentina
estaban a horas de enfrentarse en los mares del sur, el semanario El Tiempo de
Lima destapó una noticia que exacerbó los ánimos de los peruanos contra Chile:
dos oficiales de la Marina chilena —el capitán de fragata Sergio Jarpa G. y el
teniente Alfredo Andohasegui— habían sido expulsados del país al
sorprendérseles sacando fotografías de la base aérea "El Pato",
ubicada muy cerca del puerto de Talara, donde el petrolero "Beagle"
de nuestra Armada había recalado días antes. El caso era de película: la
camioneta celeste en que circulaban los oficiales chilenos había sido enviada
por el agregado naval de nuestra embajada, el capitán de navío Jorge Contreras,
hermano del ex director de la Dina, y fue interceptada abruptamente en plena
carretera Panamericana por los servicios de inteligencia peruanos que seguían
todos los pasos de los chilenos. Para Francisco Bulnes Sanfuentes, nuestro
embajador en el Perú, la situación no podía ser más desafortunada. Sólo dos
meses antes, en octubre, los mismos servicios de inteligencia habían detectado
que un ex suboficial de la aviación peruana, Vargas Garayar estaba vendiendo
información clasificada al personal militar de la embajada chilena. Se trataba,
entre otras cosas, de la ubicación de La Joya y de planos de otras
instalaciones militares.
Luego de complicadas negociaciones, Bulnes logró que los
cuatro militares chilenos presuntamente involucrados con Vargas Garayar fueran
enviados a Chile, en el entendido que aquí serían sumariados. En tanto, el ex
suboficial peruano, de sólo 26 años y con problemas siquiátricos, fue sometido
a un rápido juicio por un tribunal militar, siendo condenado a muerte por
traición a la patria y al pago de una indemnización a favor del Ministerio de
Aeronáutica de 500 dólares. El 20 de enero, luego que el consejo de ministros
le negó el indulto, la sentencia fue cumplida. Ese mismo día, y conscientes que
alguien debía calmar a una población peruana indignada por la información que
venía conociendo, el embajador Bulnes fue declarado persona non grata. La
expulsión de nuestro embajador fue el último episodio de una década plagada de
tensiones. Todo el esfuerzo realizado por miles de soldados anónimos para
proteger el norte había tenido éxito. Fue la capacidad de disuasión de Chile,
forjada en un período extremadamente difícil, la que en definitiva garantizó la
paz.
ANEXOS CAPITULO V
LA CIA: ¿DONDE ESTAN LOS TANQUES PERUANOS?
Todo estaba listo cuando —a última hora— se detuvo la
invasión. Los tanques peruanos habían iniciado su desplazamiento cuando fueron
detectados por un satélite norteamericano. En una entrevista de mayo de 1996,
el general Vernon Walters, por entonces subdirector de la CÍA, afirmó que
"de vez en cuando hacíamos pasar un satélite sobre Perú para ver dónde
estaban sus tanques...
Una vez no los vimos más y yo dije: estoy seguro que están en
la frontera con Chile. ¿Han mirado la frontera con Chile? Me dijeron no podemos
saber por la trayectoria de los satélites... Fue uno de los momentos en mi vida
en que sentí poder y ordené: ¡desplacen los satélites! Y allí estaban los
tanques".
Todo hace pensar que para evitar un conflicto armado en su
patio trasero, el gobierno norteamericano haya frenado a Velasco. Veinte años
más tarde Zimmermann, el jefe de prensa del general peruano, dio luces de otra
posible explicación: "El ejército peruano debió cruzar la frontera y
recuperar Arica ese 6 de agosto de 1975. ¿Por qué no lo hizo? El general
Morales Bermúdez, por entonces comandante general del ejército, es quien debe
responder esa pregunta. El debe explicar por qué fue a La Paz y en reunión con
Banzer paralizó la reconquista de Arica".
Morales estuvo efectivamente en Bolivia por estos días,
encabezando la delegación peruana para la conmemoración de la independencia del
país altiplánico. En esa oportunidad, por parte de Chile viajó el general
Sergio Arellano, el coronel Odnalier Mena y Mario Silva Concha, jefe de
protocolo de la Cancillería. Cuenta Mena que en el salón de honor del palacio
legislativo habló Banzer, tocando tangencialmente y en términos muy mesurados
el tema marítimo. Pero luego lo hizo Carlos Andrés Pérez, Presidente de
Venezuela, quien en un tono cargado de odiosidad contra Chile dijo que
"éramos un pueblo de conquistadores que aprovechando nuestra superioridad
le había arrebatado a Bolivia su extenso litoral, quitando valiosos territorios
al Perú". Los oficiales chilenos —que vestían uniforme— se sintieron tremendamente
incómodos con el exabrupto, pero a la salida, Morales Bermúdez, en un gesto
sorprendente, les pidió que en vez de asistir a la recepción oficial se fueran
a tomar una copa con él a su suite en el hotel. Allí les dijo que por sobre
toda otra consideración, él apreciaba la amistad chileno-peruana y que había
que trabajar por ella. Tres semanas más tarde derrocó a Velasco y desde Tacna
—a través del general Artemio García— llamó a Mena para decirle que los
movimientos de tropas no estaban dirigidos contra Chile, sino que para
solucionar problemas internos.
De hecho, Morales reorientó la gestión del gobierno peruano y
como Presidente se inclinó por cerrar el ciclo revolucionario iniciado en 1968.
La guerra contra Chile quedaba así postergada hasta lograr recomponer la unidad
interna del país. Durante unos meses la tensión entre ambos países disminuyó
ostensiblemente, pero no desapareció.
VERNON WALTERS
PINOCHET – KISSINGER : UN DIALOGO CRUDO
Pinochet aprovechó la presencia de Henry Kissinger en la
Asamblea General de la OEA que se realizaba en Santiago para buscar un
acercamiento con Estados Unidos. La reunión entre Pinochet y Kissinger tuvo
lugar al mediodía del 8 de junio de 1976.
Pinochet: Perú se está armando. Está
tratando de comprar un portaaviones británico por 160 millones de dólares y ha
encargado cuatro lanchas torpederas en Italia, rompiendo el equilibrio de armas
en el Pacífico Sur. Además tiene 600 tanques rusos. Nosotros estamos haciendo
lo que podemos para mantenernos en pie en caso de una urgencia.
Kissinger: ¿Y dónde consiguen armas ustedes?
Pinochet: Modificando lo antiguo. El hambre agudiza el
ingenio. Estamos recuperando carros antiguos y elementos de artillería. Nuestro
pueblo es de gran empuje y no tiene problemas con los indios. Ellos tienen
muchos elementos indígenas.
Kissinger: Ustedes, en el pasado han ganado sus guerras.
Pinochet: Nunca hemos perdido una guerra. Estamos orgullosos
de ello. Y si aquí pasa algo, ¿cuál será la actitud de los Estados Unidos?
Kissinger: Dependería de quién fuera el agresor en la guerra.
Pinochet: Es cuestión de ver lo que está pasando, y usted lo
sabe por satélites.
Kissinger: Si ustedes ocupan Lima, van a contar con poco
apoyo en la opinión americana.
Pinochet: Eso es imposible. No tenemos medios. Kissinger: Si
Perú actúa o ataca sería muy grave porque posee armas soviéticas y cuenta con
instructores cubanos.
(Largo silencio).
Kissinger: Mientras yo sea Secretario de Estado, nosotros nos
opondríamos por medios diplomáticos. No sería fácil producir una actuación o
apoyo norteamericano, dependeríamos de los mecanismos de la OEA.
Pinochet: Tendríamos que luchar entonces con nuestras propias
armas.
(Silencio largo).
Kissinger: Estoy tratando de hacer una distinción entre
preferencias y probabilidades. Depende de cómo ocurra.
Si es un acto abierto de agresión, tendríamos mayores medios
de resistencia.
Pinochet: No nos pongamos en el mejor caso.
Kissinger: ¿Cuál sería este?
Pinochet: Un ataque chileno simulado por los peruanos, con el
contraataque de ellos. Aparecería como que se estan defendiendo de nosotros. ;
Kissinger: Yo creo que eso no es tan fácil pretenderlo. ¡Lo
sabríamos a través de nuestros servicios de inteligencia!. Si ustedes no son
los agresores se puede recurrir a los mecanismos del sistema interamericano y
no permitir que la agresión se convierta en un medio de resolver disputas
internacionales.
Carvajal: El problema de las relaciones con Perú se complica
por la influencia cubana. Nos preocupa que los cubanos que se retiran de Angola
puedan llegar a un país sudamericano.
Kissinger: Si las tropas cubanas aparecen en Perú, ustedes
pueden estar seguros de que contarán con apoyo norteamericano. Estados Unidos
no permitirá otra Angola en este hemisferio.
Pinochet: En Perú hay actualmente entre cuatro y cinco mil
cubanos.
Kissinger: En ningún caso toleraremos una intervención de
Cuba o que haya otra aventura militar como la de Angola.
EL FARO DEL MORRO
La población de Arica observaba con atención una especie de
faro instalado en la cima del Morro, cuya luz amarilla significaba
"alerta'1 y la roja "peligro inminente". Aquella luz roja
movilizó a los ariqueños varias veces, tanto porque los peruanos se movían
sospechosamente, como porque se efectuaban ejercicios para comprobar el grado
de alistamiento. En los cines, sin previo aviso, mientras se exhibía una
película, de repente aparecía en pantalla una citación a los miembros del club
deportivo San Martín —comandante del 4° de Línea caído en el asalto al Morro en
1880— lo que significaba que los reservistas se presentaran de inmediato al
regimiento.
EL COMBATE DEL MARGA – MARGA
La Marina detectó en febrero de 1976 un submarino que por sus
características podía ser peruano o soviético. Hubo movimiento en la Escuadra —en
Valparaíso— y muchos testigos civiles —entre ellos el historiador Cristian
Gazmuri-— sintieron el remezón de las explosiones y escucharon claramente el
sonido de las cargas de profundidad y las columnas de agua que se levantaron
cerca de Reñaca. Hasta hoy este episodio, que en la jerga naval es conocido con
el nombre del "combate de Marga-Marga", está envuelto en un manto de
misterio. Circulan versiones que el submarino era peruano tomando como
antecedente que el anuario Jane's publicó escuetamente: "Rimac:
lost."
Fuente:
Patricia Arancibia clavel, La Segunda de Chile. Serie histórica. Patricia
Arancibia Clavel. Chile-Perú. Una década en tensión. 1970-1979.
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