Frente a él la historia pondría a otro hombre, otro militar. La fuerte voluntad de Velasco se vería enfrentada con la de un uniformado de derecha, que también dirigía con mano férrea los destinos de la nación vecina. Su retrato --de anteojos oscuros y larga capa militar— había dado la vuelta al mundo pocos meses atrás al derrocar al gobierno de Salvador Allende. Y aunque dentro de las prioridades del general Augusto Pinochet no figuraba un enfrentamiento bélico, desde el amanecer del 11 de setiembre de 1973, sus ojos estuvieron puestos en la frontera peruana, extremando la vigilancia. La propia experiencia militar de Pinochet, que había hecho la mayor parte de su carrera profesional; en el norte, sería vital para los difíciles primeros años de su gobierno, cuando el fantasma de la guerra estaría siempre presente con Perú.
La estrecha frontera de 30 kilómetros que separa a ambos países se convertiría en una de las zonas más militarizadas del continente, y Chile -en forma absolutamente secreta- se prepararía para la guerra. La larga y extenuante crisis sería la más grave en la historia de ambos países, desde que a fines del siglo pasado terminara la Guerra del Pacífico. Si viviría una virtual situación prebélica, y, mientras la prensa internacional denunciaba el inminente peligro de guerra en Sudamérica, “ambas naciones se envolvieron en una monumental carrera armamentista".
La revancha
Inserto dentro de un fenómeno continental de militarismo progresista —que en esos años incluía a Omar Torrijos, en Panamá, y Juan José Torres, en Bolivia—, Velasco fue la cabeza visible de un movimiento que ya llevaba varias décadas incubándose en los regimientos peruanos. Inspirados por un ardiente nacionalismo y una tendencia socialista, fue en el CAEM —Centro de Altos Estudios Militares—donde desde los años 50 se comenzó a formar aquella elite progresista que se tomaría el poder, y que durante siete años gobernaría. Inspirados en la teología de la liberación y en autores socialistas, nacionalistas y nostálgicos del imperio incaico, este grupo estaba convencido que sólo un gobierno de las Fuerzas Armadas de larga duración era capaz de realizar los enormes cambios estructurales que necesitaba la nación.
Juan Velasco Alvarado, entonces Comandante en Jefe del Ejército, sería el paladín del nuevo movimiento que alardeaba erradicar la injusticia en el Perú. Pero también era el hombre que quería reconstruir la integridad nacional, con un país fuerte y seguro. Para esto último se apoyaba en un nacionalismo basado en el patriotismo militar.
Desde el primer momento, se mezcló la ambición de cambiar la estructura social del país con la de construir un poder militar tan enorme, que —de darse la ocasión— se pudieran reconquistar los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico, fuente de gran trauma nacional".
Los halcones
Los datos revelaban que no sólo Velasco Alvarado era un actor peligroso para Chile. También alrededor de él había un puñado de hombres claves, particularmente antichilenos. Destacaban el general Mercado Jarrín, ministro de Guerra, Primer Ministro y Comandante en Jefe del Ejército; el general De la Flor, ministro de Relaciones Exteriores, y especialmente el general Fernández Maldonado. Este último, uno de los coroneles conspiradores del 68, era un experto en inteligencia, se vanagloriaba de su amistad con Fidel Castro, y había escrito un folleto ideológico que en esos años fue descrito como "una confusa amalgama... del tipo de nuestros mapuchistas". El sería catalogado —según un informe de la Cancillería— como el que "más destacaba en su posición contra Chile".
Mientras ambos países preparaban su maquinaria bélica, en marzo de 1974 Velasco Alvarado haría declaraciones que rápidamente llegaron al corazón del gobierno chileno, y alcanzaron a filtrarse en la prensa nacional. En una entrevista al diario francés Le Monde, el general peruano habló de la inminencia de una guerra con Chile. En la misma época, la revista inglesa The Economist recogería la tensión que vivían ambos países, informando que Perú montaba bases .de submarinos y cohetes soviéticos, preparándose para la guerra con Chile. Desde Brasil, los diarios O Estado de S. Paulo y Jornal do Brasil recogían la misma noticia.
Todo parecía dado para el conflicto. Nada indicaba, que el general Velasco Alvarado se detendría en sus ambiciones. Y en julio de 1975 una gigantesca alerta general pondría a las tres armas peruanas en pie de guerra. Varios contingentes especiales serían enviados hacia la frontera sur. Pero el hombre que quería la guerra con Chile se vería enfrentado durante casi dos años a un elaborado plan de la defensa chilena. Y, finalmente, sería ese plan estratégico una de las grandes causas que impedirían que Juan Velasco Alvarado concretara aquel viejo y deseado anhelo.
En sus manos, que ahora temblaban por la enfermedad, se había acumulado todo el poder con que un hombre pudiera soñar. En su voluntad, que ya flaqueaba, se concentraba el destino de un gigantesco poder militar recién construido. Y en su corazón, aún anidaba aquel viejo deseo de recuperar los territorios perdidos por Perú en la Guerra del Pacífico. Juan Velasco Alvarado, el soldado raso que había llegado a Presidente, continuaba siendo para muchos, y a pesar de su malograda salud, el hombre que quería la guerra con Chile.
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