Vargas Llosa dijo en referencia al informe que “la verdad se ha abierto paso en torno a un hecho cuyo esclarecimiento reclamaba con urgencia la conciencia del país entero”, y pidió que se extraigan del informe las conclusiones apropiadas “para evitar en el futuro otra catástrofe de este tipo”. Enfatizando que el “primerísimo responsable” de la violencia en Ayacucho es “Sendero Luminoso”, Vargas Llosa criticó al gobierno “por no haber reaccionado de una manera enérgica desde el principio”. También expresó su preocupación por el “peligro” del incremento de rivalidades étnicas en la sierra central a causa de la presencia de “Sendero” y de las fuerzas del orden, y desarrolló algunas conclusiones del informe, que sin duda darán al lector una perspectiva más adecuada del mismo. Extractos del reportaje:
¿Qué experiencia le ha dejado su participación en la Comisión Investigadora?
-Todavía no tengo suficiente distancia como para poder apreciarla. Ha sido un mes muy intenso, de mucho trabajo y también de una enorme preocupación. Tengo la impresión de haber trabajado en esto 24 horas al día, y en un sentido creo que es verdad porque pasamos muchas horas entrevistando gente, revisando documentos o cambiando ideas entre nosotros -Guzmán Figueroa, Mario Castro y yo- y luego buena parte de la noche a mí se me iba tratando de organizar mentalmente todo lo que había visto y oído.
Al mismo tiempo, he vivido con una enorme angustia no tanto a causa de los hechos que íbamos descubriendo sino por la necesidad de jerarquizar estos hechos; eso me parece, en el caso del informe, algo tan importante como los hechos mismos que se tratan de esclarecer. Estoy seguro que a la distancia todo esto va a ser una experiencia muy importante en mi vida, pero todavía no tengo distancia suficiente como para poder juzgarla.
Al comienzo del informe se destaca el hecho de que salvo contadas excepciones -tres- gran cantidad de gente acudió a testimoniar ante la Comisión, a pesar de que ésta no tenía poder coercitivo. ¿Pero hubo la misma voluntad de esclarecimiento en todas las personas que ustedes interrogaron?
—Si usted lo que me pregunta es si los datos que nos proporcionaban las personas tenían todos la misma credibilidad, pues no. Había personas que actuaban de buena fe; otras que iban a declarar con un propósito determinado y algunas que tenían la voluntad muy evidente de ocultar ciertos datos o incluso distorsionarlos.
Por eso creo que el trabajo de evaluación de la credibilidad de los testimonios ha sido importantísimo. Y algo que quisiera destacar es el hecho que una Comisión cuya función fue meramente informativa haya podido trabajar con la cooperación de un gran número de personas —militares, políticos del gobierno y de la oposición, ciudadanos independientes— y creo que eso sólo es posible dentro de un régimen democrático. En una dictadura, en un régimen autoritario o totalitario, no habría podido funcionar una comisión de este tipo y esa es una de las cosas positivas en todo este desgraciado asunto.
Una de las razones por las que acepté este encargo —que evidentemente no tenía ningún incentivo sino el de futuros dolores de cabeza— era porque me pareció que una de las cosas para la que sirve ésta democracia que a ratos nos parece defectuosa e ineficiente, es que en ella es posible esclarecer la verdad, aunque resulte incómoda, porque existen mecanismos que permiten que esa verdad trasluzca. Y creo que en este caso la Comisión ha podido demostrar que, en el imperfecto y sistema democrático que está resucitando el Perú, la verdad se ha abierto paso en torno a un hecho cuyo esclarecimiento reclamaba con urgencia la conciencia del país entero.
La Comisión recibió varias críticas desde el momento mismo de su creación. Hubo quienes pusieron en tela de juicio su independencia, ya que fue nombrada por el Ejecutivo; otros, dijeron que interfería en la labor del Poder Judicial.
—Hay que recalcar la absoluta independencia con la que trabajamos. El gobierno nos dio facilidades logísticas, pero no hemos recibido la más mínima interferencia en nuestro trabajo; ni la más mínima presión, que ninguno de los tres miembros de la Comisión, por otra parte, hubiéramos aceptado.
De otro lado, me parece una preocupación más bien bizantina el si esta Comisión pudiera perturbar la instructiva judicial. La función de la Comisión fue informativa, en lo esencial igual a la que podría llevar adelante cualquier órgano de prensa, estación de radio o televisión que trata de esclarecer la verdad y darla a conocer al público. Esto de hecho lo hacen comúnmente los medios de información —algunos con buenas y otros con malas intenciones— y no se considera una obstrucción en la labor del Poder Judicial.
El problema es que lo ocurrido en Uchuraccay provocó una gran conmoción nacional y además mucha inquietud internacional respecto a lo que sucede en el Perú. El Poder Judicial tiene plazos determinados para realizar la instructiva, de tal manera que hasta que culmine el proceso, si es que llega a culminar, van a pasar muchos meses, tal vez años. Y hasta entonces, era importante que la preocupación de la opinión pública quedara de alguna manera satisfecha. Por otra parte, la Comisión Investigadora nació inmediatamente después de un acuerdo de la célula parlamentaria aprista, institución que lanzó la idea y se la propuso al gobierno, que aceptó la sugerencia. De esta forma, Legislativo y Ejecutivo, gobierno y oposición, coincidieron en la creación de la Comisión. Por ello, me parece aventurado y exagerado rizar el rizo, como dicen en España, y pensar que se pretendió violar la Constitución u obstruir el trabajo del Poder Judicial. El problema aquí, como muy bien lo planteó OIGA en un editorial, es básicamente moral. Por encima de los cuestionamientos jurídicos hay una justificación de tipo ético en la creación de esta Comisión y ese es, justamente, el motivo principal que me llevó a aceptar este trabajo.
¿No cree usted que el informe, por la diversidad de sus conclusiones, se presta a ser utilizado como argumento tanto a favor como en contra del gobierno?
—El informe ha sido hecho con el objetivo de esclarecer la verdad y para esto se prescindió de toda consideración política. No era nuestra misión pensar a quien puede servir el informe o quien puede sacarle mayor provecho. Se trataba de averiguar qué había ocurrido, cómo había ocurrido y por qué. Entonces, nos hemos enfrentado a una realidad compleja, en la que hay responsabilidades diversas compartidas por distintas personas e instituciones. Quien vea en el informe un servicio hecho al gobierno o a los críticos del gobierno está malinterpretándolo.
Creo que el informe establece con mucho cuidado una jerarquización de las distintas responsabilidades y que eso está matizado con bastante rigor. Ahora, que haya una utilización en algunos casos tergiversada del informe es inevitable. Pero mi esperanza es que el grueso de la opinión pública vea en el informe lo que nosotros hemos querido poner.
Sin embargo, una encuesta realizada por Gallup a pedido de OIGA, y que es publicada en la misma edición que aparece este reportaje, arroja un resultado sorprendente: el 21 por ciento de los encuestados considera que el gobierno es el principal responsable de lo que le ocurrió a los periodistas.
—Eso indica justamente el gran desconcierto y la falta de información del grueso de la opinión pública frente a este asunto. Y eso es comprensible, porque quizás lo más escalofriante del informe es que ni siquiera los protagonistas —víctimas o autores— de la tragedia han sido totalmente conscientes de lo que estaba ocurriendo. El malentendido atroz del que resulta la muerte de los ocho periodistas parte de un mutuo desconocimiento: los campesinos de Uchuraccay creen que los inofensivos periodistas que llegan a la comunidad son terroristas que van a atacarlos; y es muy posible que los propios periodistas no hayan llegado a saber por qué morían, ni quienes los mataban. No está descartado que ellos hayan creído ser atacados, por ejemplo, por senderistas, o incluso por Sinchis disfrazados de campesinos. Hay una serie de desconocimientos mutuos en toda esta historia, detrás de los cuales aparece una problemática nacional: las enormes distancias que separan a los peruanos de diferentes regiones, clases sociales y culturas.
Ojala que el informe, además de haber esclarecido hechos concretos, sirva para recordar la existencia de esa problemática. Recordarnos que los hombres que viven, por ejemplo, en las alturas de Huanta, tienen usos, costumbres, sistemas de vida y jurídico que tiene muy poco que ver, por no decir que no tiene nada que ver, con el estilo de vida de Lima. Creo que es muy importante recordar esto para evitar que en el futuro sucedan catástrofes como la de Uchuraccay.
¿Quiénes son los responsables de esa incomprensión a la que usted alude?
—Creo que de esa incomprensión es parte responsable el gobierno, como lo es la oposición, como lo son los senderistas, que también se han llevado una mayúscula sorpresa con lo que le está ocurriendo en las comunidades iquichanas.
Estoy seguro que los senderistas jamás sospecharon que podía haber una movilización tan decidida, tan enérgica, tan feroz incluso, contra sus destacamentos. Y la sorpresa se la llevaron porque no conocían a esas comunidades iquichanas, no habían estudiado lo suficiente su tradición, sus problemas sus complicadísimas relaciones con la otras comunidades de los valles. No me extraña que las encuestas de Gallup den ese tipo de resultados. Hay un desconocimiento de lo que se juzga, entonces, nos basamos en el instinto o en simples fantasías.
¿En cierta medida la conclusión final del informe es que todos somos moral e históricamente, responsable de lo ocurrido?
—Sí, por supuesto, creo que hay un, responsabilidad compartida. La confusión de los hombres de Uchuraccay ni es casual, tiene que ver con unas condiciones de vida, con una situación de abandono, de desamparo, de la cual es responsable el Perú oficial.
¿Qué quiere decir cuando se refiere al “Perú oficial”?
—Hablar de un Perú oficial es habla de una gran mayoría de peruanos que ha ignorado y sigue ignorando y desdeñando a los peruanos de lo que Basadre llamaba el Perú profundo. Ahora, esto no quiere decir que el informe trate de disolver la responsabilidad dentro de una masa anónima de personas, no, no en absoluto. Creo que también hay una jerarquización muy clara, hay causas mediatas e inmediatas.
¿Podría extenderse sobre esas causas mediatas e inmediatas?
—Dentro de las causas inmediata hay, primerísimamente, la responsabilidad de “Sendero Luminoso”, que ha declarado una guerra y ha estableció reglas de juego para esa guerra. Y ha declarado la guerra a un sistema que estaba saliendo de una dictadura e iniciando una vida democrática, ha precipitado a este sistema a una guerra que no es sólo sucia sino efectivamente inmunda. Y los efectos de la inmundicia que hay detrás de este tipo de guerra están también detrás la confusión en la que murieron los periodistas.
Pero hay quienes opinan que se ha generado una violencia contrainsurgente peligrosa...
—Por supuesto, porque en el Perú las instituciones son defectuosas. Si el Parlamento funciona a veces de una manera que nos da lástima; si los partidos políticos incumplen sus deberes democráticos; si en el Poder Judicial vemos que constantemente tiene equivocaciones, indicios de corrupción e ineficiencia; ¿por qué las fuerzas armadas y policiales serían instituciones intachables y ejemplares? Padecen de los mismos vicios del subdesarrollo y de la falta de una tradición democrática.
Y cuando “Sendero Luminoso” declara la guerra a esas fuerzas policiales sabe muy bien que no se va a enfrentar a los guardias suizos ni a la policía sueca. Se va a enfrentar a los Sinchis, se va a enfrentar a una institución muy primitiva, que además tiene graves problemas de incomunicación con el mundo en el que opera, que está exacerbada y exasperada por los asesinatos sistemáticos de sus miembros que emprende “Sendero”. Y entonces eso ha causado, por supuesto, abusos, atropellos, indisciplina. Lo más terrible es que probablemente entre los cálculos de los senderistas estuviera ese tipo de violencia, para que esa violencia fuera arrojando hacia la insurrección a sectores importantes de la población campesina. Ese era un cálculo muy frío y muy cruel porque partía del sacrificio de inocentes para los fines de una causa política.
Todo esto está detrás de la muerte de los ocho periodistas y eso es importante que se discuta y se saquen las conclusiones lógicas del caso. Yo creo que el informe no trata de exonerar la cuota de responsabilidad del gobierno.
¿Cuál es esa cuota?
—Esa cuota de responsabilidad tiene que ver, en primer lugar, con no haber reaccionado de una manera enérgica desde el principio, cuando estalla la rebelión. Una de las obligaciones de un gobierno democrático es defender la democracia. Y la deserción sistemática que se produce en todas las comisarías del valle de Huanta; el hecho que se cierren las comisarías de los lugares donde hay atentados, que esa población quede desamparada y entregada prácticamente a la influencia de “Sendero”, porque está lejos, porque es remota, porque al gobierno no le interesaba en ese momento reconocer que había subversión, esa es una responsabilidad muy grande del gobierno.
Hay también responsabilidad por no haber contraatacado en el plano económico y social en una región donde hay problemas económicos y sociales terribles, donde hay una pobreza espantosa que es indudable caldo de cultivo para la propaganda terrorista.
Pero estas responsabilidades no están en el mismo nivel que las responsabilidades de quienes han declarado la guerra y están aplicando el terrorismo, que se consideran con derecho a matar en nombre de una utopía, y esa es la responsabilidad de “Sendero Luminoso”.
Tampoco hay en el informe un intento de exonerar a los campesinos de Uchuraccay porque son primitivos. No, se señala muy claramente su responsabilidad. Lo único que pide el informe es que la actuación y el comportamiento de esos campesinos se encuadre dentro del contexto en que ha tenido lugar. Esos hombres han sido profundamente perturbados en su vida diaria por las acciones senderistas, esos hombres viven en condiciones muy precarias. Y entonces tener que dar sus animales o sus habas o sus papas a gente que les habla en un lenguaje difícil, porque las teorías de Mao o del propio Mariátegui para los comuneros de Uchuraccay son literalmente esotéricas, significa para ellos pura y simplemente la intromisión y la prepotencia. Ha sido una perturbación muy profunda. Y esa gente ha reaccionado como tradicionalmente lo ha hecho cuando ha sentido que su vida íntima era agredida e invadida. Si además de eso hay otra presencia, la de la única autoridad que ha llegado alguna vez allí, que les dice que deben actuar de una manera enérgica... pues han actuado así. Entonces esa culpa está condicionada por todos esos factores, que hay que tener en cuenta a la hora de señalar responsabilidades.
¿Cómo es que la Comisión tiene la “convicción absoluta” de que los Sinchis “no han instigado sistemáticamente el asesinato como medida de defensa” y en cambio su convicción es “relativa” en lo que concierne al caso concreto de Uchuraccay?
—La Comisión no tiene la menor duda de que no ha habido ni hay una planificación destinada a azuzar a las comunidades a matar forasteros. Las declaraciones tanto de las autoridades militares, como las declaraciones de los campesinos y de distintos informantes indican que no existe tal política sistemática. Creo que ni siquiera tienen las fuerzas del orden que luchan contra “Sendero” en Ayacucho la infraestructura mínima para aplicar una política de esas características, ni tienen la comunicación suficiente con las comunidades como para poder aplicar esta política.
En lo que a Uchuraccay respecta, nosotros creemos la versión que dan los comuneros, de que cuando pidieron protección a los Sinchis contra los senderistas, los Sinchis les dijeron “defiéndanse ustedes y mátenlos”. En lo que respecta a “otras comunidades, esa investigación no estaba dentro de nuestra competencia, por lo que no podemos decir que ha ocurrido así con otras comunidades. Es por eso que hablamos de convicción relativa.
¿Pero queda descartada la posibilidad de que las fuerzas del orden hayan infiltrado las comunidades indígenas para “motivarlos” en una dirección o en otra?
—Mire, creo que si las fuerzas del orden estuvieran en condiciones de hacerlo, probablemente lo harían. No veo nada ilegítimo en que se convenza a los campesinos a cerrar filas contra “Sendero”; lo que sí sería negativo es la utilización de métodos antidemocráticos. Pero en la práctica, esa infiltración me parece muy difícil. La zona de emergencia tiene 120 mil kilómetros cuadrados y yo calculo que las fuerzas del orden no pasan de los 1,200 hombres, lo que hace más o menos 1 soldado o guardia por cada 100 kilómetros cuadrados. Y sólo tienen ocho helicópteros con capacidad cada uno para seis personas. De tal manera que es ingenuo pensar que esa fuerza minúscula está en condiciones de infiltrar a los cientos de miles de campesinos que viven separados por distancias enormes y en zonas abruptas. No entiendo cómo podría ser posible, aún si todo el Ejército peruano estuviera allí, llevar a cabo esa política de infiltración que denuncian ciertos órganos de prensa.
¿Entonces la reacción de las comunidades contra “Sendero” es más espontánea que inducida?
—Básicamente espontánea, sin ninguna duda, creo que eso es clarísimo en el informe y en el caso de los iquichanos no hay ninguna duda. Si los “Sinchis” no los hubieran visitado, la gente de Uchuraccay hubiera peleado lo mismo. Pensar que una frase de los Sinchis —“defiéndanse, mátenles”— haya sido el factor desencadenante de la movilización contra “Sendero” es tener una visión errónea de las comunidades campesinas, que son mucho más astutas respecto a la defensa de sus intereses de lo que creen quienes les atribuyen determinadas actitudes.
Ahora, como lo plantea el informe, hay un problema ético y moral: ¿hasta dónde puede llegar una democracia para defenderse?
—Ese es el gran problema para mí.
Y la Comisión reconoce, por otra parte, que las fuerzas del orden no pueden cruzarse de brazos ni ponerse a repartir caramelos...
—Mire, ese es el gran problema, exactamente. Yo quiero que sobreviva el sistema democrático en el Perú, porque estoy convencido de que con todas sus limitaciones y defectos es preferible a una dictadura tipo Pinochet o a un sistema totalitario como sería “Sendero Luminoso” en el poder. Y creo que si la democracia es atacada tiene que defenderse, y si la obligan a luchar, pues tiene que librar esa guerra. Pero hay un límite que no debe ser transgredido porque sino la democracia deja de ser democracia, se niega a sí misma. Que se produzcan violaciones es inevitable, por el tipo de guerra que se está librando, pero la democracia está obligada a una vigilancia sistemática —a través de la prensa, el Parlamento, los partidos políticos, el Poder Judicial— para impedir los excesos. Y como la Comisión señala en el informe, desde que las fuerzas armadas han tomado el control de las operaciones en la zona de emergencia, los excesos han disminuido considerablemente. Los informantes que en Huanta y en Tambo acusaban muy severamente a los Sinchis nos han dicho que con la llegada de los infantes de Marina ha habido un cambio positivo en las relaciones con la población. Pero no creo, de otro lado, que se pueda derrotar a “Sendero” sólo en términos militares; la única forma de erradicar totalmente a los senderistas de Ayacucho es mediante una ofensiva social y económica que mejore las condiciones de vida de la población.
Hay quienes creen que la utilización de las comunidades campesinas que se oponen a “Sendero” contra aquellas que por convicción o por presión terrorista apoyan a los senderistas termino sembrando la semilla de una guerra civil y que incluso si “Sendero” es erradicado, quedaría en Ayacucho latente una bomba de tiempo...
—Este es un peligro absolutamente real, un peligro que además hoy día ya es una realidad en muchos sentidos. El mundo andino no es homogéneo, es un mundo heterogéneo, lleno de rivalidades étnicas y regionales. Una guerra civil, como en cierta forma es esta guerra contra “Sendero” en el Departamento de Ayacucho, provee una especie de cobertura para que esa violencia —latente, con rivalidades étnicas o regionales— se incremente y adquiera unas proporciones terribles.
¿Se está abriendo entonces una peligrosa caja de Pandora?
—Muy peligrosa caja de Pandora. Sumamente peligrosa, de eso no hay ninguna duda. La Comisión lo dice: antes de la muerte le los periodistas nadie —porque me he tomado el trabajo de revisar todas las publicaciones— ni del gobierno ni de la oposición planteó el problema que representa para la democracia el que los campesinos empiecen a hacer justicia por sus propias manos. La oposición de extrema izquierda tampoco, pues a lo único que se limitó es a dudar de que los campesinos hubieran matado a los senderistas y a sugerir que fueron Sinchis disfrazados. El problema sólo se ha planteado una vez que se produjo la muerte de los periodistas. Por eso me parece fariseo responsabilizar exclusivamente al gobierno. Esa es una responsabilidad que compartimos todos. Cuando han aparecido los ocho cadáveres de los periodistas nos dimos cuenta que efectivamente es muy grave abrir una caja de Pandora.
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