Almirante Patricio Lynch Solo de
Zaldívar
Juan Agustín Rodríguez S.
Parte I
Patricio Lynch Solo de Zaldívar nació en Santiago el 1.º de
diciembre de 1824. Fue su padre don Estanislao Lynch Roo, hijo de irlandeses
nacido en Buenos Aires, y su madre doña Carmen Solo de Zaldívar y Rivera,
nacida en España de padres chilenos.
Don Estanislao, fundador de la familia Lynch en nuestro país,
vino a Chile poco después del zarpe de la Expedición Libertadora del Perú en
1820, a insinuación del general José de San Martín. Se estableció primeramente
en Santiago donde contrajo matrimonio, cambiando después su residencia a
Valparaíso para dedicarse a los negocios y trabajos marítimos para los cuales
tenía especiales conocimientos.
Es así como transporta personalmente elementos militares al
Perú como lo comprueba una carta del Director Supremo General Bernardo
O'Higgins al General San Martín, cuando era Protector de aquel país. En esa
comunicación de fecha 6 de agosto de 1821 le informaba lo siguiente:
«Don Estanislao Lynch conduce él mismo uno de los buques que
hacen viajes a esas costas, ocho mil fusiles».
El segundo hijo del matrimonio Lynch Solo de Zaldívar era
Patricio, que sobresalía de sus hermanos por su carácter voluntarioso y
travieso. Aprendió sus primeras letras en el Colegio Argentino de los hermanos
Zapata, en la capital.
En esa escuela, donde se educaron muchos niños santiaguinos,
fue compañero de Aníbal Pinto y Manuel Baquedano, quienes muchos años después,
y como veremos más adelante, sirvieron juntos en altos cargos de la nación.
Patricio impulsado por una verdadera vocación naval, cuando
tenía 12 años y 3 meses ingresó a la Academia Militar, establecimiento con sede
en Santiago, donde se formaban juntos los oficiales del Ejército y la Armada.
Fue nombrado cadete el 2 de marzo de 1837, cursando
rápidamente sus estudios, a causa de encontrarse el país en una guerra contra
la Confederación Perú-Boliviana. Obtuvo su promoción a guardiamarina el 21 de
febrero de 1838, a los 13 años, comenzando a temprana edad a participar
efectivamente en los conflictos exteriores de la nación. Fue embarcado en la
corbeta Libertad, que venía llegando del Callao al mando del capitán de navío
Roberto Simpson, después de notificar al Presidente de la Confederación
Mariscal Andrés de Santa Cruz, que Chile rechazaba el Tratado de Paucarpata,
firmado por el almirante Manuel Blanco Encalada, jefe de la expedición chilena.
Antes de continuar, brevemente explicaremos que el conflicto
contra la Confederación tuvo su origen en una expedición de carácter sedicioso
que instigó enviar a Chile el general Santa Cruz, que estaba formando la
Confederación en 1836, con apoyo del general peruano José Luis Orbegoso y sus
partidarios.
La expedición venía al mando del general Ramón Freire,
emigrado en el Perú, y su objetivo era derrocar el gobierno del presidente
general José Joaquín Prieto. Freire fracasó en su intento, quedando apresado
con sus buques y tropas (agosto de 1836). El presidente Prieto y el ministro
Diego Portales consideraron que era un peligro para el país la unificación de
dos naciones vecinas, que con mayores medios militares, gravitarían sobre el
Estado chileno. Por esta razón y otros antecedentes que comprobaban las
ambiciones de Santa Cruz, decidieron enviar al Callao los bergantines de guerra
Aquiles y Colocolo a cargo del coronel Victorino Garrido y con la misión de
capturar las naves de la Confederación; acto que ejecutó el comandante del
Aquiles, capitán de fragata Pedro Angulo, con oficiales, soldados y marineros a
sus órdenes.
Garrido, cumpliendo instrucciones del gobierno, desarrolló
algunas gestiones diplomáticas en el Perú, las que al no dar resultado hicieron
que fuese reemplazado por el destacado político don Mariano Egaña, quien, como
primera providencia, solicitó en nombre de Chile se disolviese la
Confederación. Como no hubo respuesta favorable, el gobierno le declaró la
guerra en noviembre de 1836 y para hacerla efectiva preparó una expedición
militar que entregó al mando del vicealmirante y teniente general Manuel Blanco
Encalada.
La expedición llevaba un ejército pequeño mal calculado de
1.500 soldados, porque se estimó que ayudarían a la acción chilena los peruanos
enemigos de Santa Cruz, lo que no sucedió.
Blanco desembarcó en el puerto de Quilca y se internó hacia
Arequipa, donde se encontraba Santa Cruz con fuerzas superiores. El jefe
chileno resolvió no presentar batalla, por no tener probabilidades de éxito, y
firmó el Tratado de Paucarpata en noviembre de 1837, nombre que se debe al
pueblo cercano de Arequipa donde se firmó el documento. Blanco reconoció por el
Tratado la Confederación, quedando obligado a abandonar el territorio.
El convenio fue considerado como erróneo; sin embargo fue una
estratagema de guerra que permitió a Blanco retirarse honrosamente con su
ejército. El gobierno rechazó el Tratado y preparó una nueva expedición para combatir
a Santa Cruz, a las órdenes del general Manuel Bulnes, disponiéndose también el
bloqueo del Callao.
A este objeto zarpó a ese puerto la primera división de la
escuadra al mando del capitán de navío Carlos García del Postigo y compuesta de
los buques Libertad, Arequipeño, Valparaíso y Colocolo.
En la corbeta Libertad iba embarcado el guardiamarina
Patricio Lynch, iniciando en dicha nave, que llevaba una importante misión, su
vida de guerrero de mar y tierra.
La división naval fondeó en el puerto de Pisco, arribando
después al Callao (mayo de 1838). Allí el jefe fue informado que estaban bajo
la defensa de las baterías la corbeta Socabaya y los bergantines Fundador y
Junín. El 17 de agosto los buques chilenos se acercaron a prudente distancia de
los cañones de los fuertes a fin de reconocer las naves enemigas, las que
rompieron el fuego contra la división de García del Postigo. A continuación
dicho jefe dispuso un ataque nocturno contra el enemigo, tal como el efectuado
por el almirante Cochrane en noviembre de 1820 para tomarse la fragata española
Esmeralda.
Para ello se prepararon lanchas cañoneras con tropas de
desembarco que eran maniobradas por el comandante del Colocolo capitán Leoncio
Señoret. En una de esas lanchas que llegó al costado de la Socabaya estaba el
guardiamarina Lynch, que por ser un niño fue ayudado a saltar por sobre la
borda a la cubierta de la corbeta, donde se desarrollaba un combate cuerpo a
cuerpo que duró dos horas...
En la acción, el guardiamarina Lynch se comportó tan valiente
y posesionado de su deber como el más viejo de los asaltantes; pudiendo decirse
que en aquel abordaje tuvo su bautismo de fuego.
Después de ser tomada la Socabaya, fue llevada a remolque a
las proximidades de la Libertad, pasando a tomar parte de la escuadra chilena.
Lynch fue transbordado al nuevo barco nacional, que quedó a las órdenes del
teniente Ramón Cabieses. Lynch después pasó a formar parte de la dotación de
oficiales de la corbeta Valparaíso, mandada por el capitán Roberto Hensen.
Continuando con la relación de las campañas contra la
Confederación, en julio de 1838 había zarpado de Valparaíso con destino a
puertos peruanos, la segunda expedición militar del general Bulnes, compuesta
de 5.000 hombres, embarcados en transportes escoltados por la segunda división
de la escuadra al mando del capitán de navío Roberto Simpson. Los buques
fondearon en el puerto de Ancón al norte del Callao, desembarcando el ejército,
que fue apoyado por los peruanos partidarios del general Agustín Gamarra,
enemigo de Santa Cruz.
La división naval de Simpson se hizo a la mar y tomó la
ofensiva contra la escuadra aliada que mandaba el capitán Blanchet. Las
escuadras se encuentran en bahía Casma, librándose en ella, el 12 de enero de
1839, el combate naval de este nombre, con el triunfo de los chilenos.
Entre tanto, Bulnes, desde Ancón, se dirigió con su ejército
a Lima, continuando después al norte en demanda de Santa Cruz, consiguiéndolo
derrotar en las márgenes del río Santa, cerca del pueblo de Yungay, el 20 de
enero.
Con esta victoria decisiva, Chile conseguía romper la
Confederación Perú-Boliviana, que se había erguido amenazante en esta región
americana, ganando un gran prestigio entre las naciones del continente. El
general Bulnes entregó la presidencia del Perú al general Gamarra.
El guardiamarina Patricio Lynch durante su estada en el
Callao tuvo ocasión de socorrer al jefe de la escuadra inglesa del Pacífico,
contraalmirante C. B. Hodson Ross, en una agresión de que fue objeto1. El
almirante lo invitó a su buque insignia, la corbeta Electra, para agradecerle
su oportuna intervención. Después, cuando estuvo en Valparaíso, visitó la
familia del guardiamarina, solicitando autorización de sus padres para llevarlo
en su escuadra para ampliar sus conocimientos. Con la afirmativa contestación,
pidió el permiso correspondiente a la Comandancia de la Marina y al gobierno.
Éste fue el punto de partida que tuvo Patricio Lynch para
servir en aquella gran armada. A bordo de la nave Electra se inició en un
crucero a Panamá en febrero de 1840, cuando tenía sólo 15 años recién
cumplidos. En junio fue transbordado a la fragata Calliope, mandada por el
capitán de navío Thomas Herbert; dirigiéndose en este buque a los mares del
oriente, pues se había iniciado un conflicto entre Inglaterra y China, debido
al atropello de las autoridades chinas del puerto de Cantón al hacer botar al
agua un cargamento de opio, con el apresamiento del cónsul y algunos súbditos
ingleses. Esta guerra fue la llamada «guerra del opio».
En la navegación a través del Pacífico, en barco a velas, el
guardiamarina Lynch conoció y participó en las arduas maniobras durante un gran
tifón, que casi hizo zozobrar al Calliope, por lo que tuvo que arribar a
repararse en las islas Filipinas.
En aquel largo viaje el joven chileno adquirió una enorme
experiencia marinera que le fue de mucha utilidad en su carrera naval. Al
llegar el Calliope al mar de la China, Herbert, que era un valeroso capitán,
fondeó con su buque en la boca del río Cantón, con el objetivo de bloquear el puerto
colocado más al interior, operación que efectúa el 10 de octubre de 1840. El 7
de enero de 1841, Herbert atacó las fortificaciones de la boca del río llamada
«boca-tigris», y el 23 de febrero el fuerte Anumbay, silenciando 20 cañones de
su defensa. En el ataque al «boca-tigris», los ingleses hicieron un desembarco
con marinería armada al mando del propio Herbert, que llevaba marchando a su
lado, con el estandarte inglés, al guardiamarina Lynch.
Después fueron atacados dos vapores, cuatro fragatas enemigas
y las fortalezas de Whampoo, defendidas por 98 cañones. El 13 de marzo el
Calliopeentraba al fondeadero de los pequeños buques defensores de Cantón.
Poco después la ciudad de Cantón era ocupada por 13 mil
soldados y marineros al mando del general Cough, bastión que en el comienzo era
defendido por 80.000 chinos.
En todas las acciones el guardiamarina Lynch demostró
extraordinario valor, especialmente en Whampoo, por lo que fue citado en la
orden del día, recibiendo una condecoración con la efigie de la Reina Victoria,
que siempre llevó prendida en su uniforme de parada.
Por ese tiempo falleció el almirante sir Flemy Seanhause,
comandante en jefe de la escuadra del oriente, sucediéndole en el mando el
capitán Herbert, que pasó a comandar el navío insignia Blenheim, al cual llevó
transbordado a Lynch, reconociendo su leal colaboración. En este nuevo buque,
Herbert continuó sus hazañas, tomando por asalto las fortalezas de Amoy,
Chussan y Chinghae. En esta última acción penetró a la cabeza de 700 marineros,
llevando a su lado al impertérrito oficial chileno, que había ascendido a
teniente de la Armada inglesa, en octubre de 1841.
Después Herbert vuelve al río Cantón, encontrándose allí al
término de las hostilidades, firmándose el Tratado de Nanquín (agosto de 1842).
El Blenheim regresó a Europa, después del término de la
guerra, por la ruta del cabo de Buena Esperanza, pasando por Batavia, Singapur,
Calcuta, isla Santa Helena; entrando finalmente en el puerto de Portsmouth, en
el sur de Inglaterra, en abril de 1843.
El teniente Lynch pudo conocer en aquella larga navegación
países lejanos de diferentes zonas de la tierra para llegar a la gran nación a
la que le había prestado importantes servicios.
A poco de estar en Portsmouth, fue transbordado a la fragata Tyne,
mandada por el capitán de navío Guillermo Nugent Glascock, que había servido a
las órdenes del almirante Nelson. En ese buque llegó Lynch al Mediterráneo,
embarcándose en el vapor Gueyssen, en el que navega todo ese mar. Tuvo ocasión
de conocer las costas de España, Francia, Italia, Grecia, Turquía, Asia Menor,
Egipto y África Norte, regresando después a Inglaterra.
En septiembre de 1846, el teniente Lynch fue destinado al
navío Queen, que mandaba el capitán de navío Henry Leach. Era buque insignia de
una poderosa escuadra en el Atlántico compuesta de 18 navíos, 8 bergantines y 8
vapores.
A comienzos de 1847, el gobierno de Chile hizo gestiones por
intermedio del ministro Rosales, ante el primer ministro inglés, Lord
Palmerston, a fin de que el teniente Lynch se restituyera al país.
Aceptada la solicitud chilena, el teniente regresa en un
vapor mercante y se reincorpora a la Armada con el grado de teniente 1.º, que
era el que le correspondía por su antigüedad y equivalencia de grado, con el
alcanzado en Inglaterra, donde estuvo prestando servicios por espacio de 7
años, caso extraño y único que se registra en la institución naval.
El teniente Lynch al presentarse a la Comandancia General de
Marina, en octubre de 1847, fue destinado a comandar el bergantín Cóndor que
debía zarpar a la Colonia de Magallanes, como se le llamaba en la época. El
Cóndor era un pequeño buque a velas de 200 toneladas armado con 2 cañones de 9
libras.
El Cóndor arribó en abril de 1848 a Bahía Felipe o Puerto del
Hambre donde estaba ubicada la Colonia. Allí embarcó una pequeña fuerza del
ejército que debía relevarse y la llevó a Ancud, demorando en ese viaje más de
un mes. Es interesante reproducir partes del oficio del joven teniente Lynch
enviado al Comandante General de Marina y que tiene fecha 14 de julio de 1848.
Comienza:
«Tengo el honor de dar parte a U. S. de mi regreso a este
punto por orden del gobernador de la Colonia; mi viaje redondo ha sido de
treinta i siete días sin novedad alguna; toda mi oficialidad i tripulación buena».
Termina expresando su deber patriótico de servir a la nación
con las siguientes palabras que demostraban el valer de aquel oficial:
«He quedado en acuerdo con el señor Gobernador de la Colonia
que en mi regreso a esa tendrá un cargamento de trozos de madera que serán
transportados en este buque a las Malvinas para cambiar por ganado vacuno. Esto
Pareciéndome bien, no sólo para el adelanto de la Colonia sino para mí i
oficialidad que como U. S. sabe, somos jóvenes i que con la práctica de navegar
siempre en climas tan rígidos y borrascosos, podemos de este modo, algún día
ser útiles a nuestra Patria».
«Dios guarde a U. S.: Patricio Lynch».
El Cóndor regresó después a Magallanes efectuando otros
viajes a Ancud a fin de traer víveres a la apartada Colonia, cuyo jefe el
Teniente Coronel José Santos Mardones, al recorrer la costa tuvo la idea de
llevar la Colonia a Punta Arenas, que era un punto del Estrecho de Magallanes
más abrigado y con más vegetación que bahía Felipe.
Mardones consiguió para este objeto la promulgación de una
ley que fue firmada el 30 de agosto de 1848. Para su cambio que se efectuó a
fines de ese año y principios de 1849 el Cóndor realizó una eficaz labor al
mando de su comandante teniente Lynch y que ha sido elogiosamente comentada en
la historia de Punta Arenas.
En abril del 49, Lynch regresa al norte consiguiendo
autorización para salir al extranjero por un año. Se dirigió a California como
muchos chilenos de la época, que iban a la explotación del oro, para lo cual se
embarcó de capitán del barco mercante Diana.
Volvió al año siguiente como capitán del vapor Infatigable,
que adquirido por el gobierno se hundió en Valparaíso a consecuencias de una
explosión en la Santa Bárbara en agosto de 1851.
Cumplido el permiso, Lynch fue nombrado oficial del bergantín
Meteroro y en marzo del 51 pasó a comandar el bergantín Janequeo, realizando
diferentes viajes en el litoral, para desembarcarse en junio de ese año al
puesto de Ayudante del Comandante General de Marina. Meses después, el 5 de
septiembre, ascendió a capitán de corbeta.
En ese tiempo existía en el país una situación revolucionaria
que se agravó al recibirse de la Presidencia de la República don Manuel Montt
el 18 de septiembre de 1851.
El capitán Lynch durante aquella difícil situación que se
había extendido a Valparaíso, se mantuvo rectamente en el puesto de confianza
al lado de su jefe el comandante general vicealmirante Blanco Encalada, quien
impartió severas órdenes para hacer respetar la autoridad constituida.
La línea constitucional mantenida por el Ejército y la Armada
sirvió al presidente Montt para mantener el orden interno del país. En los
desórdenes callejeros del 28 de octubre de 1851 que se desarrollaron en el
puerto, Lynch, acompañando al almirante; impertérrito recorrió las calles en
medio de las balas recibiendo una herida. El joven oficial apoyó con lealtad el
respeto a las leyes del Estado, principios que los mantuvo en toda su carrera
militar.
Ascendió a capitán de fragata graduado el 10 de febrero de
1852. Anotaremos que «graduado» era un título provisional que recibían los
oficiales de las instituciones armadas, sin derecho a mayor sueldo y con
derecho al uniforme y prerrogativas del grado.
A continuación fue designado para comandar el Janequeo,
demostrando en su puesto aversión a las luchas políticas. En 1853 se hizo cargo
de la capitanía de Constitución y en 1854 solicitó su retiro de la Armada para
dedicarse a trabajo agrícola.
Diez años después, en 1864 se produce un hecho sensacional en
la historia de América; la ocupación de las islas Chinchas del Perú por una
escuadra española al mando del almirante Pinzón.
Aquella acción produjo en el país grandes protestas. En
reuniones públicas se pedía el envío de combatientes al Perú. Patricio Lynch
que estaba en retiro, quiso ser uno de los primeros en acudir a la nación del
norte, embarcándose en el buque de comercio Dart con 100 voluntarios con
destino al Callao (1864).
Los peruanos no quisieron admitir la ayuda de los chilenos,
los que tuvieron que regresar a excepción de Lynch, a quien nombró su edecán el
presidente general Juan Antonio Pezet, a fin de aminorar el desaire de que
había sido objeto.
En Chile se habían agravado aún más las relaciones con
España, pues habían prosperado las manifestaciones públicas con exagerado
espíritu americanista. El gobierno solicitó a los países sudamericanos apoyar
al Perú, atendiendo al llamado sólo Ecuador y Bolivia.
El Presidente don Joaquín Pérez formó un nuevo ministerio más
enérgico como lo pedía la opinión pública, el que decretó contrabando de guerra
el carbón destinado a la escuadra española.
Continuando con los acontecimientos, el 17 de septiembre de
1865, llegó a Valparaíso la poderosa fragata Villa de Madrid, que traía a su
bordo al nuevo jefe de la escuadra almirante José Manuel Pareja, hijo del
general que invadió Chile en 1813.
El almirante era portador de un ultimátum que entregó
inoportunamente al gobierno la víspera del aniversario de la Independencia.
Dicho documento, por sus exageradas exigencias, no fue aceptado por el
presidente, ministerio y congreso reunidos, originando la declaración de guerra
a España el 24 de septiembre.
Pareja dispuso entonces el inmediato bloqueo de las costas y
puertos de Chile.
El capitán de fragata Patricio Lynch, ansioso de servir a su
patria, solicitó la reincorporación al servicio activo, decretada en diciembre
de 1865. El impetuoso jefe intervino en una arriesgada acción contra la
escuadra bloqueadora, preparando un bote torpedo para echar a pique las naves
enemigas. En esas experiencias sufrió una seria enfermedad que lo tuvo postrado
un buen tiempo, como puede comprobarse en un escrito de Lynch que textualmente
decía:
«Fui comisionado para arreglar el Fósforo como bote torpedo y
listo esto se mandó suspender la tentativa que pensábamos acompañado de mi
inseparable Souper, Adolfo Blanco, Jiménez y otros.
Bloqueado Valparaíso, traje el bote cigarro de Fósforo a
Quintero i pasé dos días debajo del agua que me tuvo cerca de dos años
moribundo i nombrado capitán de bandera del almirante Blanco, no pude hacerme
cargo de mi destino».
(Reproducción de la biografía de J. T. Medina, sobre Lynch).
Volviendo a la llegada de la Villa de Madrid a Valparaíso, se
recordará que en el puerto estaba la corbeta Esmeralda que se puso en son de
combate al conocerse el ultimátum de Pareja.
Esta nave y el transporte Maipú eran los únicos barcos de la
Armada, haciendo la salvedad que el Maipú no tenía valor militar.
Chile había llegado a este estado, por haber desarmado su
escuadra después de la guerra contra la Confederación y no haber recuperado su
poder naval que le era indispensable para su seguridad. Había que afrontar con
escasos elementos la guerra ya declarada y en un conflicto de carácter marítimo
por la posición de los contendores. Se alistó el ejército para rechazar
cualquier desembarque y ataque al territorio.
La Esmeralda al mando del capitán de fragata Juan Williams
Rebolledo sin tener posibilidades de éxito en un combate con la Villa de
Madrid, zarpó del puerto lista para una acción y se dirigió a los mares
próximos a Chiloé hacia una base defendida por los accidentes de las costas.
Después navegó al Perú a reunirse con la escuadra aliada de
esa nación, lo que no pudo verificarse a causa del estado revolucionario allí
existente y que había estallado contra el presidente Pezet, que fue depuesto
por el coronel Ignacio Prado. La revolución triunfante activó la alianza con
Chile.
Williams volvió a las costas del país, tomó carbón en Lota y
recaló en las vecindades de Coquimbo, donde tuvo conocimiento que la cañonera
españolaCovadonga zarparía al sur.
Ante esta información la Esmeralda tomó también rumbo al sur
y a la altura de Quintero viró al norte. Pronto, el 26 de noviembre en la
mañana, en las proximidades del puerto de Papudo, avistó a la cañonera, a la
que se acercó con bandera inglesa, desplegando la nacional al estar a tiro de
cañón. Después de corto combate la Covadonga fue apresada y llevada a Papudo
bajo el mando del teniente Manuel Thompson, de la Esmeralda.
El almirante Pareja al conocer el desastre del combate de
Papudo, se suicidó, sucediéndole en el mando de la escuadra el capitán de navío
Casto Méndez Núñez, comandante de la fragata blindada Numancia, que se
encontraba en las costas peruanas.
La división chilena compuesta por la Esmeralda y Covadonga se
dirigió a la ensenada de Abtao, cercana a Chiloé. En los primeros días de
febrero llegaba a este fondeadero la división peruana al mando del capitán de
navío Manuel Villar, con su insignia en la fragata Apurimac. Completaban esa
división las corbetas Unión y América. La otra corbeta, Amazonas no pudo llegar
por haber varado en un bajo de la región.
El 7 de febrero de 1866, a las 8 de la mañana, los vigías
anunciaron el acercamiento de las fragatas españolas Villa de Madrid y Blanca,
en circunstancias que la Esmeralda con Williams había zarpado a Ancud en busca
de carbón.
Estando a tiro de artillería comenzó la acción, destacándose
la Covadonga que disparó por encima del istmo de la isla Abtao. A los barcos
peruanos les falló la artillería.
Las naves españolas al no tener éxito se retiraron en la
tarde. Habían entrado a los difíciles canales de Chiloé por el golfo Corcovado
al mando del capitán de navío Alvar González, comandante de la Villa de Madrid
y piloteados por el capitán de fragata Juan Topete, comandante de la Blanca.
Después del combate de Abtao, Williams, nombrado jefe de la
escuadra aliada, se dirigió con las naves al estuario de Huite, cerca de
Calbuco, estableciendo allí la nueva base naval.
Hasta las cercanías de la base donde era difícil llegar,
arriba una nueva división compuesta por las fragatas españolas Numancia y
Blanca al mando de Méndez Núñez. Habían efectuado una navegación similar a la
anterior división. Entraron por el golfo Corcovado y con rumbo al norte por
dificultosos canales pasaron por Quemchi y fondearon en Puerto Obscuro o Tubildad,
donde la Blanca fue objeto de un enérgico tiroteo por soldados del ejército
atrincherados en la costa al mando del mayor Jorge Wood. El nombre «Tubildad»
existió en una subida de Valparaíso, que en la actualidad se llama «Almirante
Montt».
Méndez Núñez en la imposibilidad de atacar la escuadra aliada
se retiró sin disparar los cañones, dirigiéndose con sus buques a Valparaíso,
donde concentró todas sus naves para efectuar un bombardeo al puerto conforme a
órdenes recibidas del gobierno español. A las 9 a. m. del 31 de marzo de 1866,
comenzaron las descargas de artillería de las fragatas Villa de Madrid, Blanca
y Resolución y corbeta Vencedora. La fragata Numancia se mantuvo en observación
y la corbeta Berenguela y transporte Marqués de la Victoria quedaron frente a
Viña del Mar. Para el bombardeo las naves se dividieron en los sectores del
puerto y del Barón. Se dispararon 2.700 tiros entre proyectiles y granadas
durante tres horas, produciendo incendios y enormes pérdidas, principalmente en
los almacenes de la Aduana. La acción fue censurable por haberse efectuado
contra un puerto indefenso. Antes de la acción y al conocerse el bombardeo,
Méndez Núñez fue criticado por comandantes de las naves inglesas y
norteamericanas surtas en la bahía. Contestó el jefe español que nada se
opondría al cumplimiento de las órdenes de S. M. y que prefería «honra sin
barcos, que barcos sin honra».
Méndez Núñez siguió después a bombardear la base naval del
Callao, que tenía magníficas baterías desde los tiempos coloniales. El 2 de
mayo tuvo lugar aquel combate en el que fue rechazada la escuadra hispana,
teniendo en sus naves muertos y heridos entre ellos el propio jefe Méndez
Núñez.
La escuadra española sin tener éxito regresó a Europa, unos
barcos lo hicieron por el Pacífico y otros navegando al Atlántico, vía cabo de
Hornos, entre estos la fragata Numancia.
El comandante Patricio Lynch, repuesto de la enfermedad
contraída en esa guerra, fue nombrado en junio de 1867 capitán de puerto de
Valparaíso y jefe del Batallón cívico naval.
En septiembre de ese año, obtenía el grado efectivo de
capitán de fragata y dos años después ascendía a capitán de navío graduado,
pasando en 1872 a desempeñarse como agregado al Ministerio de Guerra y Marina
en Santiago.
Parte II
El capitán de navío graduado Patricio Lynch llevaba seis años
en Santiago, en un puesto en el Ministerio de Marina alejado de las actividades
de la carrera naval, cuando recrudecieron las fricciones con Argentina y
Bolivia en 1878.
Existían con la república trasandina antiguas controversias
limítrofes por la posesión de la Patagonia y el Estrecho de Magallanes, que se
agravaron en octubre de 1878, cuando la autoridad del territorio, con la
colaboración del comandante de la corbeta Magallanes, dispuso el apresamiento
de la barca norteamericana Devonshire en la desembocadura del río Santa Cruz,
por estar cargando guano en un lugar de la jurisdicción chilena.
El hecho provocó en Buenos Aires grandes demostraciones
contra Chile. Argentina movilizó buques y tropas. El gobierno chileno se alistó
para el conflicto armado disponiendo el zarpe al sur de los blindados Blanco
Encalada y Cochrane, que en esos años estaban nuevos y constituían las mejores
armas de la nación.
Cuando se realizaron los aprestos, la diplomacia consiguió
arreglar las divergencias mediante el Pacto Fierro-Sarratea, que fue firmado en
diciembre de esos años por el cual se dejaba en statu quo el problema
limítrofe, debiendo Chile conservar el Estrecho de Magallanes y Argentina la
jurisdicción de las costas en el Atlántico.
El pacto tuvo gran trascendencia política y estratégica para
el país, al quedar solucionado el problema inmediato con Argentina en un
momento internacional difícil, pues existían graves complicaciones con Bolivia.
Esta nación arbitrariamente había decretado un impuesto de 10 centavos por
quintal métrico que exportase la Compañía Salitrera de Antofagasta, por una ley
firmada en febrero de 1878.
Bolivia con esta disposición desconocía el Tratado de 1866,
que prescribía que los derechos salitreros pertenecían a ambos países,
desautorizando también las cláusulas del Tratado de 1874 por las cuales Bolivia
se comprometió a no aumentar las contribuciones a las industrias chilenas
durante 25 años y a mantener en servicio los puertos de Antofagasta y
Mejillones que habían sido chilenos y que se entregaron a Bolivia por el
generoso Tratado de 1866.
El gobierno de Chile al reclamar el impuesto por la
exportación de salitre propuso a Bolivia el arbitraje; solución jurídica a la
cual se opuso el Perú, país que tenía desarrollada su industria salitrera en
Tarapacá.
Los países del norte, Perú y Bolivia, actuaban de acuerdo en
la política al exterior porque estaban unidos por un «Tratado secreto de
alianza defensiva», firmado en 1873.
Estas naciones trataron de comprometer a Argentina contra
Chile, aprovechando los desacuerdos limítrofes de la Patagonia y del Estrecho
de Magallanes.
A fines de 1878, el gobierno y el congreso bolivianos
rechazaron el arbitraje propuesto por Chile y desearon llevar la situación
internacional hasta sus últimas consecuencias. De acuerdo con esta política, el
Presidente de Bolivia general Hilarión Daza ordenó a las autoridades de
Antofagasta cobrar el impuesto decretado y como el administrador de la Compañía
se negara a cancelarlo, fue encarcelado y más adelante fue ordenado el remate
de las salitreras.
Ante esta situación, el Presidente de la República don Aníbal
Pinto, reunidos con sus ministros y miembros del Congreso, acordaron no
permitir semejante atropello a la dignidad nacional, disponiendo la ocupación
militar de Antofagasta para el 14 de febrero de 1879, fecha en que se
verificaría el remate de las salitreras.
Para el cumplimiento de la orden gubernativa el preciso día
del remate amanecieron en dicho puerto los blindados Blanco Encalada y
Cochrane, y la corbeta O'Higgins, que desembarcaron tropas de ejército al mando
del coronel Emilio Sotomayor, que tomó posesión de Antofagasta. Se ocuparon
después los puertos de Mejillones y Cobija, quedando el litoral boliviano
controlado por fuerzas navales chilenas.
La ocupación de Antofagasta causó gran sensación en el Perú,
gobernado por el general Mariano Ignacio Prado, quien envió a Chile una misión
diplomática encabezada por don José Antonio Lavalle, que traía el propósito de
dilatar la situación a fin de preparar mejor las fuerzas militares y obtener la
alianza de Argentina.
Lavalle no consiguió su objetivo y hubo de embarcarse de
regreso a su país en el vapor Liguria que salió de Valparaíso al Callao a
comienzos de abril. El presidente Pinto comisionó al capitán de navío Patricio
Lynch para que acompañara al señor Lavalle y comitiva desde su salida de
Santiago; comisión que cumplió con su buen sentido diplomático.
Ésta fue la primera actuación oficial del comandante Lynch,
en los preliminares del conflicto.
Se dijo que al dejar a Lavalle en el vapor le expresó:
«Crea usted que me será muy sensible desenvainar mi espada
contra el Perú y que desearía que hubiera algún medio para evitar la guerra.
Ruego a usted que se digne ofrecer mis respetos al señor
general Prado, de quien soy amigo personal».
Desde el fracaso de la misión Lavalle, el Perú apreció que se
acercaba una conflagración, acelerando por esta razón la preparación del
ejército y de la escuadra.
Bolivia había movilizado su ejército desde la ocupación de
Antofagasta, declarando la guerra a Chile el 1.º de marzo de 1879.
El gobierno dispuso someter a la soberanía nacional el
territorio boliviano que limitaba con el Perú, disponiendo para ello el avance
de tropas de Antofagasta hacia el pequeño pueblo de Calama, donde se encontraba
una resistencia armada de Bolivia.
Las fuerzas chilenas al mando superior del coronel Sotomayor
y como jefe directo de la operación el teniente coronel Eleuterio Ramírez,
pusieron en derrota al enemigo el 23 de marzo en el combate de Calama, que fue
la primera acción terrestre de la guerra.
Chile actuaba con rapidez ante el desarrollo de los
acontecimientos, pues el conflicto era inminente contra dos países y para ello
tenía que llevar la ofensiva con su escuadra, que había protegido el desembarco
en Antofagasta.
Además separaba a Chile del Perú y Bolivia un amplio desierto
que obligaba comenzar con las acciones marítimas. Para este objeto el gobierno
dispuso la organización de la escuadra, nombrándose con fecha 28 de febrero,
comandante en jefe al contraalmirante Juan Williams Rebolledo, que se había
distinguido en la guerra contra España.
El comandante Patricio Lynch, que se encontraba en la
capital, deseoso de participar en el conflicto, escribió a su compañero y amigo
Williams con fecha 1.º de marzo, solicitándole un puesto en la escuadra, ya
como segundo jefe o para comandar alguna de las unidades.
El almirante Williams no pudo acceder al pedido de su antiguo
compañero y a vuelta de correo le contestó en los siguientes términos:
«A bordo del Blanco Encalada, marzo 29 de 1879.
Señor Patricio Lynch.- Comandancia General de Marina.-
Estimado Patricio: Me felicito que Ud. al fin abandone la concha del Ministerio
de Marina para entrar a la vida activa.
El cargo de segundo jefe de la escuadra no existe; tampoco
puedo quitar de sus puestos a los que están ya en servicio, por mucha voluntad
que tenga de atender su solicitud.
Andando el tiempo podrá hacerse.
Hoy escribo a don Eulogio haciéndole ver sus deseos e
insinuándole podría organizar la flota de transportes y por el momento ocupara
usted la jefatura.
Espero luego tendrá noticias de la Comandancia General,
agradeciendo sus buenos deseos por mi felicidad y fortuna lo saluda su compañero
y amigo.- Juan Williams Rebolledo».
Conforme a la carta enviada a Lynch, Williams en la misma
fecha enviaba una comunicación al Comandante General de Marino don Eulogio
Altamirano, en la que proponía al comandante Lynch para organizar una flota de
transportes. Se debió por consiguiente al Almirante Williams el nombramiento de
Lynch para un cargo en la guerra, desde el cual pudo demostrar sus grandes
condiciones de jefe que le dieron el prestigio para escalar puestos y
responsabilidades importantes. Reproducimos parte de la carta de Williams al
comandante general que fue publicada por su hijo Héctor Williams en su notable
obra Justicia Póstuma.
«A bordo del Blanco Encalada, marzo 29 de 1879.
Señor Eulogio Altamirano.
Valparaíso.
Estimado amigo: acabo de recibir una carta de Patricio Lynch
solicitando un puesto de actividad en la escuadra.
Me habría gustado acceder a lo que me pide, pero
desgraciadamente todos los cargos están completos.
Se me ha ocurrido pueda organizarse la flota de transportes
en la que bajo una dirección se aúnen todos ellos y hacer más expedito el
servicio nombrando a Lynch su jefe.
¿Cómo estima usted esto? Si estamos de acuerdo propóngalo al
gobierno y manifiéstele al Presidente lo que yo pienso.
Su Affmo. amigo.- Juan Williams Rebolledo».
El gobierno, a solicitud del Comandante General y con la
recomendación del Comandante en Jefe de la Escuadra, resolvió dos meses después
decretar el nombramiento del capitán de navío graduado Patricio Lynch para el
puesto de Comandante General de Transportes.
El almirante Williams que había tomado el mando de la
escuadra el 13 de marzo y que había izado su insignia de mando en el blindado
Blanco Encalada, recibió en Antofagasta al delegado del gobierno don Rafael
Sotomayor, quien la dio a conocer el plan que debía cumplirse al declararse la
guerra al Perú.
La disposición estudiada por el ministerio consistía en un
ataque inmediato y sorpresivo en el Callao, para destruir los blindados Huáscar
e Independencia, que eran los buques más poderosos del Perú. Este plan era el
propuesto por el Ministro del Interior don Belisario Prats, que consideraba
equivocadamente para 1879 una situación similar a la de 1836, cuando en la
guerra contra la Confederación fueron tomadas por los chilenos las naves
peruanas.
La situación en el Perú en cuarenta años había cambiado
totalmente, antes estaba en revolución por los diferendos contra los
partidarios de Santa Cruz; en 1879 existía unidad nacional, además tenía una
armada bien organizada con una buena escuadra y una base naval en el Callao.
Williams, no estando de acuerdo con el plan del gobierno, contestó a Sotomayor
que en ese momento era irrealizable. Expuso razones técnicas, entre ellas que
los buques no estaban preparados para una operación a la distancia del Callao
(Antofagasta a Callao 870 millas). Expuso que algunos barcos requerían
reparaciones urgentes y que no tenía los buques carboneros indispensables para
entregar combustible. Además conocía el potencial de las baterías del Callao.
El almirante apreciando los inconvenientes de la operación
propuesta por Sotomayor, y las limitadas probabilidades de éxito, opinó que
antes de ir al Callao, era preferible bloquear el puerto de Iquique, centro de
exportación de salitre, que daba al Perú grandes entradas que las requería para
proseguir la guerra. Consideraba Williams que desde Iquique controlaría las
comunicaciones marítimas de esa zona del Pacífico y si el adversario quería
disputarlas tendría que salir de su base del Callao y presentar combate.
Finalmente prevaleció el criterio del almirante de bloquear Iquique, por cuanto
el gobierno no le dio la orden de ir al Callao al declararse la guerra, que en
marzo era cuestión de pocos días.
En efecto, el presidente Pinto, con su Ministerio y asesorado
por el Congreso, después de estudiar la situación creada con Bolivia y
comprobar la existencia de un Tratado Secreto entre las naciones del norte,
tomó la gran responsabilidad de declarar la guerra al Perú y Bolivia el 5 de
abril de 1879, aniversario de la histórica batalla de Maipú.
Para el conflicto contra dos naciones, Chile tenía que hacer
esfuerzos sorprendentes, como lo apreciaron la mayor parte de las naciones
americanas. Contaba con un pequeño ejército de 2.400 soldados, mientras que el
Perú tenía uno de 6.000 y Bolivia otro de 4.000.
En fuerzas navales el país estaba mejor. Se tenía los dos
blindados mandados construir a Inglaterra en el visionario gobierno de don
Federico Errázuriz y que eran el fuerte de la escuadra. El Perú tenía también
dos buques blindados, Huáscar e Independencia, poco inferiores a los chilenos,
pero con la ventaja de estar cerca de la base naval del Callao, que era
complemento del poderío naval. Es importante anotar que una flota sin bases es
prácticamente inferior a aquella que las tenga.
Además, el Callao tenía grandes baterías, que habían mostrado
su eficacia, como hemos escrito al rechazar la escuadra española de Méndez
Núñez en 1866. Algunos historiadores han informado que los cañones de dicho
puerto no estaban totalmente listos en el mes de marzo. Sin embargo, las
comunicaciones oficiales de la Legación de Chile en Lima daban a conocer que en
marzo, desde la tirantez de relaciones, las baterías se alistaban en constantes
ejercicios. (Notas del Ministro en el Perú señor Joaquín Godoy del 5 y 15 de
marzo de 1879, que demuestran el error de un ataque al Callao al declararse la
guerra).
A continuación reproducimos el resumen de las fuerzas navales
de Chile y el Perú. Bolivia no tenía escuadra:
Fuerzas navales de Chile:
Blindados Blanco Encalada y Cochrane: 3.560 toneladas.
-6 cañones de 250 libras (pulgadas).
-Alcance práctico 5.000 metros.
-Andar, 10,5 millas.
-Carbón, 280 toneladas en carboneras.
-Radio de acción aproximadamente de 1.800 millas (muy bajo,
como los buques de la época, dato que no citan las historias).
Corbeta Chacabuco y O'Higgins: 1.670 toneladas.
-3 cañones de 150 libras (7 pulgadas) y 2 cañones de 40
libras.
-Andar 6 millas.
Cañonera Magallanes: 1.230 toneladas.
-1 cañón de 115 libras.
-Andar 10.5 millas.
Corbeta Abtao: 1.050 toneladas.
-3 cañones de 115 libras.
-Andar, 10 millas.
Corbeta Esmeralda: 850 toneladas.
-12 cañones de 40 libras Andar, 5 millas.
Cañonera Covadonga: 412 toneladas.
-2 cañones de 70 libras.
-Andar, 7 millas.
Fuerzas Navales del Perú Blindado Huáscar: 1.130 toneladas.
-2 cañones de 300 libras (10 pulgadas).
-Alcance práctico 4.000 metros.
-Andar, 12 millas.
-Carbón: 300 toneladas en carboneras.
-Radio de acción aproximadamente 2.000 millas. Dato que no
citan las historias.
Fragata blindada Independencia: 2.004 toneladas.
-2 cañones de 150 libras (7 pulgadas).
-Andar, 11 millas.
Corbeta Unión: 1.150 toneladas.
-12 cañones de 70 libras.
-Andar, 13 millas.
Corbeta Pilcomayo: 600 toneladas.
-2 cañones de 70 libras.
-Andar, 10,5 millas.
Monitores Manco Capac y Atahualpa: 2.100 toneladas.
-2 cañones de 500 libras.
-Andar, 4 millas.
Base naval del Callao:
Modernizada después del bombardeo de 1866 con cañones rayados
de construcción norteamericana.
En 1879 tenía los siguientes cañones: 2 de 16 pulgadas; 21 de
15 pulgadas; 16 de 10 pulgadas; 1 de 11 pulgadas; 1 de 9 pulgadas; 15 de 8
pulgadas; 7 de 8 pulgadas, tipo Parot; 4 de 6 pulgadas, Parot; 4 de 5 pulgadas,
Parot; 4 de 4 pulgadas, Parot. En total 63 cañones de grueso calibre, que
confirman el poderío de dicha base. Además tenía un dique flotante al cual
entraban a recorrer sus fondos los blindados y demás buques.
Conforme al plan de bloquear Iquique, el almirante Williams
zarpó con la escuadra de Antofagasta el 2 de abril, amaneciendo en ese puerto
salitrero el día 5, justamente con la declaración de la guerra al Perú y
Bolivia. Tenía a sus órdenes los blindados Blanco y Cochrane y las corbetas
Chacabuco y O'Higgins. En Valparaíso estaban las corbetas Esmeralda y Abtao y
la cañonera Covadonga.
En Antofagasta había quedado la corbeta Magallanes al mando
del capitán de fragata Juan José Latorre, que fue despachada a Iquique el 11 de
abril. Al día siguiente este barco, frente a la bahía de Chipana, sostuvo el
primer combate naval de la guerra contra las corbetas peruanas Unión y
Pilcomayo, que tenían mayor andar y mejor artillería que la Magallanes. Los
buenos disparos de la nave chilena dieron en la Unión, produciendo la retirada
del adversario. LaMagallanes, después de sostener un combate de dos horas,
continuó su viaje a Iquique, arribando a dicho puerto en la noche con una
avería sin mayor importancia.
Williams, al fondear en Iquique, notificó el bloqueo a la
Autoridad Civil en los términos que reproducimos:
«Señor acabo de presentarme en estas aguas con la escuadra de
mi mando con el objeto de establecer el bloqueo efectivo del puerto y sus
inmediaciones, que principia desde luego.
I como es posible que la marcha de los acontecimientos que
muy pronto deben desarrollarse, ya sea por la presencia de la escuadra peruana
en estas aguas o ya por otra causa, me obligue a emplear los elementos
militares de las fuerzas de mi mando, me anticipo a prevenirlo a V. S. para su
conocimiento y para que así lo haga saber a la parte indefensa de la población,
a cuyo efecto señalo el plazo de veinticuatro horas, que deberán contarse desde
el momento en que reciba V. S. la presente comunicación, haciendo responsable a
V. S. pasado aquel tiempo del resultado de mis operaciones.
Dios guarde a V. S.- (Firmado) Juan Williams Rebolledo».
El Comandante en jefe de la escuadra envió una comunicación
notificatoria al Decano del Cuerpo Consular de Iquique.
El plan de bloqueo de dicho puerto no fue bien recibido por
la opinión pública, que influenciada por la prensa consideraba que debía
llevarse la operación al Callao. Williams no podía explicar los inconvenientes
de la operación; sin embargo, impulsado por los deseos del gobierno y de la
opinión generalizada en el país, resolvió atacar los buques peruanos en su base
del Callao. Para este objeto preparó un minucioso plan que mantuvo en secreto,
y ordenó el zarpe al norte de su escuadra. El 16 de mayo se hicieron a la mar
el blindado Cochrane, las corbetas O'Higgins y Chacabuco, y la Abtao; el 17
zarparon el Blanco y laMagallanes. Dejó el bloqueo de Iquique a cargo del
capitán de fragata Arturo Prat, con su buque la corbeta Esmeralda, más la
cañonera Covadongamandada por el capitán de corbeta Carlos Condell. Dichas
naves eran las de menor valor militar y por ello el almirante prefirió dejarlas
en el puerto.
Simultáneamente con la salida de una parte de la escuadra y
por notable coincidencia, zarpaba del Callao al sur una división naval peruana
compuesta de los blindados Huáscar e Independencia al mando del capitán de
navío Miguel Grau, escoltando tres transportes con elementos y cañones para
instalar una base naval en Arica.
En este convoy viajaba el presidente del Perú general Prado,
que deseaba personalmente supervigilar la instalación de la base y ponerse en
contacto con el presidente de Bolivia general Daza, que el 30 de abril había
llegado a Tacna con un ejército de 4.000 soldados.
Las escuadras se cruzaron en alta mar el 19 de mayo sin
avistarse, pues Williams navegaba a 40 millas de costa y Grau cerca de tierra.
En Mollendo Prado tiene conocimiento que la escuadra chilena no estaba en
Iquique y que el bloqueo era mantenido por dos débiles barcos. Citó entonces a
un Consejo que decidió el ataque a los bloqueadores.
A este objeto Grau, después de fondear en Arica, se dirige
con su división a Pisagua, donde prepara sus naves para la inminente acción.
A las 4 de la mañana del 21 de mayo, zarpó con el Huáscar e
Independencia en demanda de Iquique, distante 40 millas, avistando las naves
chilenas en el alba de aquel histórico día. Grau reunió a los oficiales y
tripulantes de la nave insignia y los arengó con vehemencia.
La cañonera Covadonga, que hacía guardia en el norte de la
bahía, avistó a las 6.30 de la mañana los humos de dos naves que se acercaban
al puerto, información que inmediatamente transmitió al capitán Prat, quien
zarpó con la Esmeralda hacia la Covadonga; reconociendo en su avance al Huáscar
eIndependencia. En este movimiento Prat apreció el plan para defender sus
unidades y por sobre todo el mantener la honra de la patria.
Ordenó a la Covadonga seguir sus aguas y tomó rumbo al
puerto.
Cuando la cañonera estaba cerca, a viva voz dijo a Condell
que se mantuviera en bajos fondos, y reforzara las cargas. También le preguntó
si había almorzado la gente. El sereno capitán contestó:
-All right.
Cuando la Esmeralda navegaba al puerto con sus oficiales y
tripulación en sus puestos de zafarrancho de combate, el capitán Prat pronunció
su inmortal arenga:
«Muchachos -dijo, y agregó:- La contienda es desigual, nunca
se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo y espero que no sea esta la
ocasión de hacerlo.
Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar, y si
muero mis oficiales sabrán cumplir con su deber».
Un sonoro «¡Viva Chile!» fue la contestación de los
tripulantes a las serenas palabras de su jefe.
Poco después, a las 8:30 una granada de grueso calibre del
monitor caía entre los barcos chilenos, iniciándose el combate que se divide en
dos partes: elHuáscar contra la Esmeralda y la Independencia contra la
Covadonga. La corbeta, tratando de evitar los disparos del monitor, se coloca
entre éste y la población, recibiendo un nutrido fuego de la artillería
terrestre apostada cerca de la plaza; enseguida toma rumbo hacia el interior
Este de la bahía, continuando el combate por cerca de tres horas. Grau
finalmente se dispuso a terminar con su adversario tenaz y tomó rumbo a la
Esmeralda, atacándola con el espolón de su monitor por la aleta de babor, próximo
a la toldilla, donde se encontraba el digno capitán Prat, que en heroica
determinación, dio la orden de «¡Abordaje!», que apagada por el ruido de los
cañones, fue oída por el leal sargento de la guarnición Juan de Dios Aldea.
Prat antes de que se retirara el Huáscar había saltado a su cubierta seguido
del valiente sargento, encontrando la muerte y quedando herido Aldea.
A la muerte del comandante de la corbeta, tomó el mando el
segundo teniente 1.º Luis Uribe, que continuó dirigiendo el combate. En estas
circunstancias, el Huáscar vuelva a embestir a la Esmeralda, esta vez por la
amura de estribor, abandonando el monitor en valerosa acción el teniente
Ignacio Serrano con 12 marineros determinados a amarrar la corbeta al Huáscar,
lo que fue imposible obtener por la ligereza en retirarse la nave enemiga.
La vieja nave había quedado con una enorme brecha que apenas
podía flotar. En estas condiciones Grau volvió sobre la Esmeralda asestándole
el último espolonazo por el centro de estribor, que la hizo inclinarse de proa
para desaparecer de la superficie llevando su bandera flameando al tope, ante
la ansiedad de los espectadores. Antes de irse a pique la gloriosa nave, el
valiente guardiamarina Ernesto Riquelme, que mandaba los cañones de la aleta es
estribor, disparó el último cañonazo. Eran las 12:10 p. m. Mientras se
desarrollaba el ataque a la Esmeralda, la Covadonga notablemente manejada por
el capitán Condell, orilló la isla que cierra la bahía pasando muy cerca de
ella y buscando bajos fondos, siguió al sur soportando un nutrido fuego de
artillería. Tres veces trató de espolonearla la Independencia, hasta que en su
último intento quedó varada en los bajos de Punta Gruesa.
Condell viró entonces su buque disparando sobre la fragata
hasta conseguir que arriara el pabellón y levantara la bandera de parlamento.
Como el hábil capitán observara que le sería imposible mantenerse cerca de la
Independencia porque el Huáscar venía acercándose, tomó rumbo al sur al máximo
de velocidad. Condell con su pericia, había conseguido la pérdida de la fragata
peruana, que fue fatal para la estrategia y planes del Perú, entre ellos
capturar un convoy con tropas que iba a Antofagasta. Chile obtuvo una gran
victoria en Punta Gruesa de trascendencia para la prosecución de la guerra, ya
que el poder naval del adversario quedaba reducido a un buque blindado, el
monitor Huáscar.
Con el heroísmo del capitán Prat y sus subordinados, la
nación ganaba una gloria que, conocida en todos los ámbitos del país fortaleció
el patriotismo y vigorizó la unidad nacional.
Después del viaje de la escuadra al Callao, a donde llegó por
coincidencia el 21 de mayo, quedó demostrado el buen razonamiento del almirante
Williams Rebolledo para presentar los inconvenientes sobre dicho viaje por la
falta de buques carboneros. Pues bien, los blindados recibieron carbón de las
corbetaO'Higgins y Chacabuco, en un puerto peruano, debiendo las corbetas
navegar a la vela al sur, con el peligro de que hubiesen sido interceptadas por
elHuáscar.
Como ya expusimos, el capitán de navío Patricio Lynch había
sido propuesto para ser nombrado Comandante General de Transportes, cargo que
se decretó en la histórica fecha del combate de Iquique, 21 de mayo de 1879.
Días después se recibía de su puesto, teniendo a sus órdenes
los barcos de la Compañía Sud-Americana de Vapores Itata y Rímac, que habían
sido requisados por el gobierno. Estos buques tuvieron un plazo de un mes para
recorrer los fondos, las máquinas y calderas. Era necesario alistarlos además
para transportar tropas de Valparaíso a Antofagasta, puerto donde se encontraba
el ejército.
El comandante Lynch, desde que se hizo cargo de los
transportes, actuó con gran iniciativa, preparándolos para navegar de acuerdo
con las reglas de la escuadra y asegurándolos contra posibles ataques del
Huáscar y la Unión, que efectuaban una audaz ofensiva sobre la escuadra,
transportes y aún en los puertos chilenos.
No estaban lejos las acciones del adversario en el mes de
julio, pues fue apresado el transporte Rímac en las afueras de Antofagasta,
hecho que no fue de la responsabilidad del comandante Lynch, sino que de una
lamentable confusión del Ministro Domingo Santa María, que era representante
del gobierno en aquel puerto.
En efecto, encontrándose el Cochrane en Tocopilla, su
comandante recibió orden del ministro por intermedio de Lynch que estaba en el
Itata, de regresar al sur para proteger la llegada del Rímac. Al blindado y el
Itata pasaron frente a Antofagasta el 22 de julio. En esa fecha el ministro
recibía un telegrama del Intendente de Atacama, informando que el convoy de
transportes con tropas había regresado a Valparaíso. Se trataba de otros
transportes donde no estaba el Rímac, barco que había zarpado el día 20. Por la
confusión, el ministro suspendió la orden de escoltar al Rímac a su llegada a
Antofagasta; produciéndose su apresamiento en el amanecer del 23, por el
Huáscar y la Unión.
El Rímac llevaba al norte un escuadrón del regimiento de
caballería Carabineros de Yungay, al mando de su comandante el teniente coronel
Manuel Bulnes, que ordenó botar al agua el armamento de sus soldados.
En el viaje al sur, el Cochrane tuvo falta de carbón y hubo
de ser remolcado por el Itata en eficiente maniobra dirigida por el comandante
Lynch. Este jefe comienza a destacarse por esta y por otras actuaciones, entre
ellas al navegar de noche con todas las luces del Itata encendidas, a fin de
que las naves peruanas creyeran que se trataba de un vapor de la carrera. Este
hecho fue conocido por el Ministro Santa María y por el delegado señor Sotomayor,
que se formaron un alto concepto del jefe de transportes.
Lynch en su parte oficial dando cuenta de su maniobra con el
Cochrane, informó que al blindado le quedaban sólo 10 toneladas de carbón
cuando lo remolcó a Caldera.
La captura del Rímac produjo en el país profunda indignación.
En Santiago el Ministro de Guerra y Marina, general Basilio Urrutia, fue objeto
de manifestaciones hostiles que le obligaron a renunciar, produciéndose una
crisis ministerial. En la reorganización del ministerio asumió la cartera del
interior don Domingo Santa María y la de guerra don Rafael Sotomayor, que
actuaba como asesor del ejército y la escuadra en Antofagasta.
Además, renunció el Comandante General de Marina e Intendente
de Valparaíso don Eulogio Altamirano, que despachaba los transportes del primer
puerto, siendo reemplazado por el contraalmirante don José Anacleto Goñi. Con
esta medida se consiguió tener en la jefatura de la marina a un profesional, en
lugar de personas ajenas al servicio naval como se había acostumbrado desde que
el puesto estaba unido a la autoridad civil de Valparaíso.
La captura del Rímac trajo también otra organización para
dirigir el conflicto, nombrándose al ministro de Instrucción Pública don José
Antonio Gandarillas para el cargo de Ministro de Guerra, mientras el titular
señor Sotomayor debía actuar en el teatro de operaciones como Ministro en
Campaña.
Gandarillas aceptó todas las proposiciones del almirante Goñi
para reparar los buques de la escuadra y poder hacer frente al Huáscar, que en
sus incursiones a nuestras costas desde el litoral peruano, traía elementos
modernos tales como eficientes torpedos para atacar a los blindados. Grau
desesperadamente buscaba el equilibrio naval con Chile, única forma en que
podría el Perú contar con probabilidades para el éxito del conflicto.
El Huáscar zarpó de su base el 1.º de agosto con el propósito
de llegar hasta Coquimbo. En las proximidades de Caldera avistó al Cochrane que
navegaba con él, emprendiendo su retirada a alta mar. El 22 de ese mes volvió a
las costas chilenas el Itata presentándose en Antofagasta con el objeto de
cortar el cable submarino, realizándose en ese puerto el día 28 un combate
sorpresivo, en el que participa el comandante Lynch.
Ante las incursiones del monitor, era indispensable reparar
los buques de la escuadra. El almirante Goñi ordenó que el Cochrane fuese
carenado en Valparaíso, tumbando la nave para limpiar el casco bajo la línea de
flotación con buzos. No se quiso correr el riesgo de entrarlo al dique. Las
maestranzas de Caleta «Abarca de Lever Murphy» trabajaron día y noche en esa
operación, como también la maestranza de los ferrocarriles en las reparaciones
de máquinas. A continuación se recorrieron las corbetas O'Higgins, Chacabuco y
Magallanes.
Williams de motu proprio, suspendió el bloqueo de Iquique y
entregó el Blanco a reparaciones porque ya no daba más este blindado para
mantener aquella misión. Al mismo tiempo presentaba la renuncia a su puesto de
Comandante en Jefe de la Escuadra, que el gobierno aceptó nombrando en su lugar
al capitán de navío Galvarino Riveros, jefe prestigioso y de alto espíritu
disciplinario. También se nombraba comandante del Cochrane al capitán de
fragata Juan José Latorre, que se había destacado en el mando de la Magallanes.
En el ejército se habían producido cambios en el mes de
julio, aceptándose la renuncia del general Justo Arteaga, de su puesto de
General en Jefe, nombrándose para sucederle al general Erasmo Escala, militar
antiguo que se había distinguido en la instrucción del ejército que se formaba
en Antofagasta.
Desde fines de julio el país entraba en mayor actividad,
preparándose en las ciudades nuevas tropas para incrementar el ejército.
El ministro Sotomayor, por disposición del gobierno, reunió
en la última semana de septiembre, un Consejo de altos jefes del Ejército y de
la Armada en aquel puerto del norte, al que asistieron el general Escala, el
capitán de navío Riveros, el coronel Emilio Sotomayor que era el jefe del
Estado Mayor del Ejército, los comandantes de buques Montt, Thompson, Castillo,
el Secretario General del ejército don José Francisco Vergara y el Secretario
General de la Escuadra don Eusebio Lillo.
El consejo acordó, como puntos importantes, ejecutar una
expedición al territorio peruano aunque no estuviese destruida la flota enemiga
e intentar el hundimiento del Huáscar y la Unión, que eran las principales
naves adversarias.
Hacia el cumplimiento del plan, que fue aceptado por el
Presidente Pinto, se preparó el ejército que ya alcanzaba a 10.000 soldados de
todas las armas y que estaban deseosos de invadir al Perú.
Se estudiaron todos los problemas relacionados con el
embarque y desembarque de las tropas, algunos de ellos se encargaron al
comandante Lynch que ya era considerado como un jefe de relevantes condiciones
como organizador. Lynch cumplió su comisión, efectuando estudios detallados
sobre el transporte de las tropas y el ganado, tomando en cuenta la capacidad
de las naves y elementos existentes, así también considerando la alimentación y
el abastecimiento de agua. Solicitó además la urgencia de llevar lanchas planas
para el mejor éxito de las operaciones.
El gobierno impulsaba el plan para la expedición, disponiendo
el envío al norte de cuanto pedía el comandante del ejército. El 21 de
septiembre se había mandado un convoy a Antofagasta, protegido por una división
de la escuadra, que llevaba 4.000 soldados, incluso tropas de reserva que
habían permanecido en el sur del país.
La escuadra al mando de Riveros se reunió en Mejillones el 30
de septiembre, en espera de la invasión acordada. En cumplimiento del plan se
dirigió a Arica en busca de los buques enemigos que se creía estaban en dicho
puerto. Al llegar a las inmediaciones de aquella base naval peruana, el 5 de
octubre, Riveros fue informado de que el Huáscar y la Unión navegaban en las
costas chilenas. El jefe de la escuadra, apreciando exactamente la situación,
ordenó a sus barcos dispuestos en dos divisiones, regresar rápidamente a
Mejillones, estimando que por las afueras de ese puerto debería pasar Grau con
sus buques, pues al lado oeste de esta bahía está el promontorio o punta
Angamos, que es un punto de referencia para cambiar el rumbo a la navegación.
Al fondear la escuadra en Mejillones, Riveros tuvo
conocimiento de que el Huáscar había sido localizado en Tongoy el día 5,
antecedente que le sirvió para formular el plan para cazar el monitor Huáscar,
el cual, como veremos más adelante, dio un magnífico resultado. Reproducimos a
continuación una parte de dicho plan, que está escrito en la documentación
oficial y que dice lo siguiente:
«Acordé con los comandantes de buques salir de aquel puerto
(Mejillones) a altas horas de la noche con la escuadra en dos divisiones, una
formada por las naves de más lento andar que marcharían a vista de tierra
inspeccionando las caletas y cualquier abrigo de la costa en donde pudiera
hallarse el enemigo, y otra de naves ligeras que irán detrás a 20 o 25 millas
más o menos lejos de tierra»2.
La división lenta la formaban el blindado Blanco Encalada, la
cañonera Covadonga y el carbonero Matías Cousiño. La otra división la componían
el blindado Cochrane, la corbeta O'Higgins y el transporte Loa.
El plan de Riveros, que era una rebusca del enemigo hacia el
sur, fue puesto en conocimiento del ministro Sotomayor por telégrafo desde
Mejillones a Antofagasta. El ministro lo consultó al presidente, y ambos de
acuerdo, modificaron parte del plan disponiéndose que la división ligera debía cruzar
el paralelo de Mejillones a una distancia de 50 millas, que después fue
disminuida a 20 millas por insinuación del comandante Latorre del Cochrane.
Cumpliendo el plan, Riveros zarpó de Mejillones con la
división lenta la noche del 7 de octubre y antes de amanecer los vigías del
Blanco avistaron humos por la proa, que correspondían al Huáscar y la Unión;
buques que por su parte, al reconocer al Blanco, cambiaron rumbo al suroeste
perseguidos por la división chilena. Después, el Huáscar y la Unión, aprovechando
su mejor andar, se distanciaron de Riveros y cambiaron rumbo al norte,
encontrándose, a poco de navegar, con la división ligera. La corbeta O'Higgins
al mando del comandante Montt que estaba más cerca del rumbo del Huáscar,
navegó decididamente a cortarle la proa a fin de que no escapara, entregando la
acción al blindado Cochrane, trabándose un espectacular combate entre
acorazados. Grau rompió fuego a 3.200 metros, no contestando Latorre, que
siguió avanzando para disminuir la distancia. A las 9.40 el blindado Cochrane a
2.200 metros dispara su primera andanada que dio en el monitor hiriendo de
muerte 12 hombres que se encontraban en las proximidades de la torre de
artillería. En los disparos siguientes fueron destruidos los aparatos de
gobierno y después fue alcanzada la torre de mando, muriendo en ella el
contraalmirante Grau, que había ascendido a este grado como premio por su
actuación en el combate naval de Iquique. El Huáscar continuó el combate,
arriando su bandera e izando otra en el palo mayor, que arrió definitivamente a
las 10.45. Finalmente fue abordado por oficiales y tripulación chilena. La
Unión logró escapar al norte. El monitor fue llevado a Valparaíso y, reparado,
formó parte de la escuadra de Riveros.
El triunfo del combate naval de Angamos, de gran
trascendencia para la nación, fue celebrado jubilosamente en todo el país. La
escuadra había obtenido el dominio del mar asegurando con ello el éxito de la
invasión del ejército al territorio enemigo que ya estaba decidida. El gobierno
y asesores aceptaron el desembarco en Pisagua, puerto que tenía la ventaja de
tener en sus cercanías el agua y la estación de Dolores en la pampa del
Tamarugal y que era indispensable para el ejército de 9.400 hombres, más el
ganado que se embarcó en transportes entre los días 26, 27 y 28 de octubre, en
medio del mayor entusiasmo del pueblo de Antofagasta.
El convoy de 14 buques, escoltado por la escuadra, abandonó
el puerto el día 28. El comandante Patricio Lynch, embarcado en el transporte
Itata, había trabajado asiduamente para que nada fallase en el embarque de las
tropas. Tomó además medidas para sacar de la bahía la barca velera Elvira
Álvarez que debía ser remolcada por los transportes Copiapó y Toro.
Al respecto, el parte del comandante Lynch fechado el 7 de
noviembre, dice lo siguiente:
«Comprendí que la operación de sacar la fragata de la bahía
sería demorosa y difícil, no sólo por las condiciones especiales de la rada de
Antofagasta, en un día de mar agitado por recio viento; sino también por los estorbos
que presentaban los buques mercantes surtos allí en horas que ya se extendían
las sombras de la noche.
Teniendo esto presente y sabiendo que algunas naves del
convoy debían recalar en Mejillones, para embarcar allí cuerpos de tropas,
ordené a los transportes remolcadores que en caso de no poder seguir al convoy,
perdiéndolo de vista, se dirigiesen al puerto indicado con la fragata
remolcada».
A continuación, Lynch con el Itata tomó su puesto en el
convoy. El 2 de noviembre, a las 6 de la mañana, los buques de guerra se
separaron del convoy para dar comienzo a la operación sobre Pisagua, atacando
las fortificaciones enemigas, que respondieron al fuego de los cañones
chilenos. Hubo algún atraso en la llegada de los transportes, pero ya a las 9
comenzaron a llegar a las playas, oleadas de embarcaciones manejadas por
oficiales de la escuadra, llevando las tropas asaltantes que combatían
inmediatamente contra las guerrillas bolivianas y peruanas que trataban de
obstaculizar el desembarque que se efectuó con éxito.
A las 11 de la mañana entraban a caleta Junín, al sur de
Pisagua los transportes Itata y Amazonas y la corbeta Magallanes para iniciar
el desembarque de la 1.ª división. La defensa era pequeña y se retiró ante el
cañoneo de la Magallanes.
El comandante Lynch dirigió el desembarque con gran éxito, ya
que pudo colocar rápidamente en tierra 1.500 soldados de infantería y una
batería de cañones de montaña, en playas de malas condiciones y sin muelles. El
3 de noviembre Lynch desembarcó el regimiento Granaderos y zarpó a Pisagua.
También dejó en tierra el resto de la artillería.
Las acciones del Ejército y la Armada en Pisagua y Junín
constituyeron un triunfo, a la vez que permitieron al ejército tener la primera
posición estratégica en territorio peruano.
Una vez ocupado el puerto de Pisagua el general Escala
dispuso tomar la importante oficina de Dolores, que pertenecía a uno de los
cantones salitreros del Perú.
Los directores de la guerra de los países enemigos, ante la
invasión chilena en la provincia de Tarapacá, dispusieron que el ejército
boliviano al mando de su jefe y presidente de esa nación, general Daza,
marchase desde Tacna al sur a reunirse con el ejército peruano que mandaba el
general Juan Buendía en Iquique. Ambos ejércitos debían combatir unidos a los
invasores.
Daza llegó hasta la quebrada de Camarones y regresó a Arica
con la decepción de sus aliados y compatriotas. Buendía, con un ejército
peruano-boliviano de 10.000 hombres, salió desde Iquique hacia la región
pampina, decidiéndose por la batalla al encontrarse con fuerzas chilenas de
6.000.hombres, al mando del coronel Emilio Sotomayor, en las vecindades de
Dolores o San Francisco.
El 19 de noviembre, el ejército de Buendía fue derrotado en
esa importante batalla. A continuación se retira hacia Tacna por la vía
interior, acampando en el trayecto en el pueblo de Tarapacá. Perseguido por una
división chilena, se desarrolla en Tarapacá un cruento combate, sostenido
principalmente por el regimiento 2.º de Línea al mando del teniente coronel
Eleuterio Ramírez. Mueren en esa acción heroica, el comandante Ramírez, parte
de la oficialidad y numerosos soldados.
Los desembarcos de Pisagua y Junín determinaron la entrega
del puerto de Iquique, que estaba bloqueado desde el 15 de noviembre por el
blindadoCochrane y la cañonera Covadonga.
Para la entrega del puerto, el 22 de noviembre, el Decano del
Cuerpo Consular, que era el Cónsul de los Estados Unidos, acompañado de los
Cónsules de Alemania, Inglaterra e Italia, llegaron a bordo del Cochrane y
pusieron en conocimiento del comandante Juan J.
Latorre que las autoridades peruanas habían abandonado la
ciudad y en consecuencia se requería la ocupación de la plaza. Latorre ordenó
entonces el desembarco de fuerzas de marinería al mando del capitán de corbeta
Miguel Gaona, que tomó el mando de Iquique. Latorre envió a la Covadonga a
Pisagua a comunicar al ministro Sotomayor lo efectuado en Iquique. El ministro
resolvió ir a dicho puerto llevando una compañía del regimiento Esmeralda,
recién organizado. A continuación nombró Comandante de Armas de Iquique al
capitán de navío Patricio Lynch, que además de haberse destacado en el mando de
los transportes y en el desembarco de Junín, tenía condiciones para tratar
situaciones difíciles, como eran las que debían producirse en ese puerto con
los peruanos y residentes extranjeros.
La designación del comandante Lynch fue aprobada por el
gobierno que le extendió el nombramiento de Jefe Político y Militar de Iquique,
con fecha 12 de diciembre de 1879.
Una de las primeras medidas de Lynch al asumir el cargo, fue
la convocación de personalidades de la ciudad, para reemplazar a la Junta
Municipal que había terminado sus funciones. En el nuevo Municipio fue nombrado
el destacado caballero español don Eduardo Llanos, que había tenido la
iniciativa de dar digna sepultura a los héroes del combate naval de Iquique,
capitán Prat, teniente Serrano y sargento Aldea.
Lynch con la nueva junta, llevó a la ejecución obras en
beneficio de la ciudad y sus habitantes; también dictó normas de orden y
limpieza que fueron bien recibidas por la población. Tuvo además el buen tino
de no ofender los sentimientos peruanos. Al respecto, el historiador Gonzalo
Bulnes en su obra sobre la guerra del Pacífico reproduce la siguiente frase de
Lynch:
«Creo haber establecido el orden y moralidad sin aumentar el
odio de nuestros enemigos».
En la parte militar, Lynch actuó con presteza; así, ordenó
retirar los elementos de guerra que existían en los cuarteles y casas privadas,
dejados por el ejército de Buendía. Además puso en acción los fuertes del Morro
y El Colorado instalados en puntos estratégicos del puerto y que tenían cañones
de 300 y 150 libras.
Lynch que era un completo hombre de armas, conocía el valor
que tenía el poder económico aplicado a las guerras. Sus conceptos al respecto
lo hicieron estimular la producción y exportación del salitre a fin de obtener
más entradas a la nación, y que le eran absolutamente necesarias para la
prosecución de las operaciones.
Debemos exponer que pocos ciudadanos de aquella época,
conocían como Lynch este aspecto del conflicto. Así, pues, con la tenaz acción
del jefe de Iquique se reanudaron los trabajos en las oficinas salitreras,
siendo ayudado en sus propósitos por el conocimiento de los británicos y del
idioma, teniendo en cuenta que la mayor parte de los administradores y
empleados de las oficinas eran ingleses.
Con los informes del comandante Lynch, el gobierno decretó un
impuesto sobre la exportación de salitre, que permitió al país recibir una
nueva entrada. Para apreciar la labor ejecutada en la industria salitrera es
suficiente consignar el dato oficial que expuso que al 5 de enero de 1880 se
habían puesto a bordo 1.164 quintales de salitre. De consiguiente, antes de un
mes de la administración Lynch, ya el país recibía entradas por la exportación
de salitre.
Además Iquique volvió a la normalidad de puerto de primera
importancia, gracias a la actuación inteligente de su jefe comandante Lynch,
que conquistó por ello gran prestigio, que lo llevó a cargos de mayor
importancia, como veremos más adelante.
Parte III
El capitán de navío Patricio Lynch, durante su estada en
Iquique, observó el éxito de la campaña realizada en la provincia de Tacna, y
el retiro del ejército boliviano del conflicto.
El hábil marino vio con claridad un nuevo aspecto de la
guerra, cuando el ejército del Perú se replegó hacia la capital, apreciando que
Chile debía tomar la ofensiva, ya que en caso contrario caería en un peligroso
statu quo.
Concibió entonces el audaz proyecto de un desembarco en el
norte del Perú con una fuerza expedicionaria que distraería al ejército que se
concentraba en las vecindades de Lima.
Consideraba también que la expedición chilena debía imponer
contribuciones de guerra en los puertos y haciendas vecinas, a fin de obtener
mayores entradas a la nación, pensando en el factor económico del conflicto,
que había probado en Iquique con la exportación del salitre.
Estas opiniones de Lynch las dio a conocer al Presidente
Pinto en carta personal en el mes de junio.
Antes de continuar, veamos los hechos de armas que se habían
realizado, hasta la toma del Morro de Arica.
Efectuado el desembarco del ejército en Pisagua y Junín y
tomada la provincia de Tarapacá, se acordó la nueva campaña sobre el ejército
Perú-boliviano, concentrado en las vecindades de Tacna. Para ello desembarcaron
las fuerzas chilenas en los puertos de Ilo y Pacocha a comienzos de 1880.
Venció la resistencia peruana en la batalla de Los Ángeles el general Manuel
Baquedano, que por esta acción fue nombrado poco después general en jefe del
ejército.
A continuación, Baquedano, con un ejército de 14.000
soldados, avanzó al sur en demanda del enemigo que se había atrincherado en el
Campo de la Alianza. Acompañaba al ejército el Ministro de Guerra en Campaña
don Rafael Sotomayor, que muere en la travesía. Fue un ilustre ciudadano que
prestó prominentes servicios al país desde el comienzo de la guerra en la
organización y coordinación de sus fuerzas armadas.
El ejército aliado se componía de 15.000 soldados al mando
del Presidente de Bolivia general Narciso Campero que había sucedido al general
Daza en un golpe militar después del fracaso de la retirada a Arica. El
ejército peruano lo mandaba el contraalmirante Lizardo Montero, a quien el
Presidente Prado se lo entregó en Tacna, antes de ser reemplazado por el
coronel Nicolás de Piérola, que asumió la presidencia de su país. Montero fue
aliado de Prado en la Revolución de 1865. El ejército chileno al mando del
general Baquedano llegó a las inmediaciones del Campo de la Alianza el 25 de
mayo, y al día siguiente inició la batalla contra el enemigo fuertemente
atrincherado en los cerros que se encuentran al norte del valle de Tacna.
Baquedano dispuso sus fuerzas en 4 divisiones que atacaron
valerosamente hasta obtener la victoria en una de las batallas más cruentas de
la guerra.
Esta acción significó a Chile la posesión del rico valle que
desde antiguo ha dado riqueza a la ciudad de Tacna, donde se establecieron el
cuartel general y los principales regimientos.
El triunfo de Tacna rompió la unidad peruano-boliviana, al
retirarse el ejército de Bolivia a su tierra dejando la responsabilidad del
conflicto al Perú, lo que significó a Chile una importante victoria
estratégica. Encontrándose en las cercanías de Tacna la base naval de Arica,
Baquedano decidió tomarla a fin de obtener la comunicación marítima con la
escuadra. La base era un punto de apoyo para las pocas fuerzas navales que
quedaban al Perú. Estaba defendida por una línea de cañones en la parte baja y
por baterías de grueso calibre en el Morro, altura de 139 metros inaccesible
por el lado del mar. Además, estaba en la bahía el monitor Manco Cápac, con
cañones de 500 libras. Defendían la base 2.000 hombres a las órdenes del
coronel Francisco Bolognesi, encontrándose allí tropas de marina mandadas por
oficiales de la fragata Independencia.
Baquedano designó al prestigioso coronel Pedro Lagos para la
operación sobre Arica, quien envió de parlamentario al mayor José de la C.
Salvo a pedir la rendición de la plaza. El digno coronel Bolognesi contestó que
quemaría hasta el último cartucho en su defensa. Lagos, que ya había ordenado
los reconocimientos de rigor, inició el ataque sobre las baterías bajas,
simulando colocar sobre ellas sus fuerzas principales. Al mismo tiempo
preparaba la infantería, que avanzó en la noche para tomarse los fuertes que
defendían el Morro por la cadena de cerros del interior. Esta acción la
ejecutaron los regimientos 3.º y 4.º de Línea con gran valor en el alba del 7
de junio. Aquellos infantes avanzaron después al Morro y a los 55 minutos caían
sus defensas y se izaba el pabellón nacional.
La caída de la base naval de Arica, hecho de armas en que
mueren Bolognesi, el comandante Moore, de la Independencia, altos jefes y gran
número de combatientes, demostró que las bases navales se deben tomar por el
frente terrestre y no por mar, como generalmente se cree. El monitor Manco
Cápac fue echado a pique por orden de su comandante.
Volviendo a las ideas del comandante Lynch, y como expusimos,
las presentó a la consideración del Presidente Pinto, quien aceptándolas en
general, le contestó lo siguiente con fecha 22 de junio:
«La idea de una expedición ligera sobre la costa del Perú me
parece muy bien.
Organízala tú.
Dime qué buques y tropas necesitas.
Envíanos un plan detallado indicando lo que necesitas llevar.
Hablé con José Francisco Vergara, está fastidiado y se negó.
Si persiste en su negativa podría ir otro jefe militar.
¿Qué te parece?»
(Bulnes, Tomo II)
Por el tenor de la carta del presidente, se comprende la
amistad que tenía con Lynch, y que venía desde las aulas del colegio de los
hermanos Zapata, cuando eran niños de corta edad.
Algunos contemporáneos criticaron a Lynch por dirigirse
directamente al Presidente de la República. En este punto hubo equivocaciones,
pues Lynch ocupaba un cargo independiente en Iquique y podía dirigirse al Jefe
de Estado sin faltar a la disciplina. Esta razón prevaleció en el comandante
Lynch para enviar al Presidente, con fecha 26 de junio, una carta personal con
el plan pedido y una notable «apreciación» demostrando conocimiento completo de
la situación del conflicto y un extraordinario concepto de los problemas que
debía resolver la nación.
La carta de Lynch, que reproducimos, dio luces al gobierno
sobre las futuras operaciones de la guerra. Los hechos posteriores lo
comprueban:
«Iquique, junio 26 de 1880.
Señor Aníbal Pinto.
Querido Aníbal: Mi idea sobre una fuerte expedición a la
costa norte del Perú, es de fácil realización.
En la actual situación de las partes beligerantes, sólo dos
soluciones se divisan sin la paz: o marchamos sobre Lima con el grueso del
ejército, o nos quedamos en statu quo, En el primer caso, nuestro ejército
encontraría concentradas en sus alrededores todas las fuerzas de que dispone el
Perú, haciendo más difícil la expedición.
Si sucediera lo segundo tendríamos: 1.º, que se prolongaría
indefinidamente la guerra; 2.º, que la continuación también indefinida del
bloqueo del Callao, a consecuencia de la prolongación de las hostilidades,
destruiría nuestra escuadra hasta inutilizarla; 3.º, que durante este tiempo no
causaríamos daños de los que hasta aquí ha sufrido el enemigo, alejando por
consiguiente las probabilidades de la paz; desde que no había una nueva causa
que determinara al Perú pedirla; 4.º, que el espíritu público y del ejército no
encontrarían en nuestro país por el tiempo del statu quo, nada que lo
alimentara, libertándonos del fastidio e indisciplina que naturalmente produce
una paralización semejante.
Para allanar estos inconvenientes, sea que se piense en la
ida a Lima o en statu quo, creo que bastaría con la realización de este
proyecto.
Mi proyecto en globo se reduce a marchar con una división
ligera, compuesta de cuatro batallones de infantería, una batería de artillería
de montaña y un escuadrón de caballería, a operar en diversos desembarques en
la costa, al sur y norte del Callao.
Estos desembarques tendrían por objeto:
1.º: Distraer las fuerzas concentradas en Lima, llamando la
atención a distintos puntos;
2.º: Imponer contribuciones de guerra en los pueblos próximos
a la costa y algunos del interior, para atender con ellos en parte el
mantenimiento de nuestro ejército;
3.º: Producir el pánico de la guerra en las poblaciones más
comerciales del Perú;
4.º: Mantener el espíritu público en Chile, y provocar en
Lima, tal vez una revolución con los cargos que la impunidad de nuestras
operaciones harían nacer contra la imprevisión del gobierno de Piérola; y,
5.º: Hacer sentir las consecuencias de la guerra a los acaudalados
del norte del Perú, que hasta ahora muy poco o nada han sufrido.
Se evitaría todo combate con fuerzas superiores para tener
siempre la seguridad del éxito, y procuraría en todo caso no alejarse de la
costa, sino lo necesario para estar cierto de la impunidad.
La parte ofensiva de la expedición se reduciría a imponer
contribuciones de guerra ya a batir las fuerzas que se opusieran a mi proyecto.
De ninguna manera comprendería su objeto causar daños que no nos reportarán
provechos directos; nada de incendios ni de destrucciones vandálicas; con
operaciones de esta naturaleza, lejos de alcanzar el fin racional de la guerra,
se obligaría al enemigo a negarse a toda transacción, porque con ello se hace
nacer la desesperación de una lucha sin término, ni cuartel».
A continuación el comandante Lynch agregaba otras
consideraciones y detalles de los desembarcos, y que reproducimos:
«La primera condición del proyecto sería la reserva absoluta
con que se prepararía y zarparía la expedición, de manera que ni los jefes,
oficiales, ni soldados supieran a donde se les lleva antes de partir.
Para llenar esta condición, los vapores Itata y Copiapó
embarcarían en Antofagasta al batallón 1.º de Aconcagua, en Iquique al
Colchagua, en Arica al Bulnes, un escuadrón de caballería y una batería de
artillería y en Pacocha el 2.º de Atacama.
Los dos transportes serían convoyados por una de nuestras
corbetas.
El primer punto sería Pisco, desembarcando sus espaldas en la
magnífica caleta de Salinillas, que conduce a Ica, capital del departamento de
su nombre y de las más importantes poblaciones del Perú.
Apoderado de su material, se marcharía inmediatamente sobre
Ica, unida al puerto por ferrocarril que está a diez o doce leguas de Pisco y
que atraviesa un valle sano y abundante en recursos de todo género.
En Ica se detendría sólo el tiempo necesario para hacer
efectiva la contribución de guerra que se impusiera; Ica y Pisco soportarían
fácilmente 150.000 soles de contribución.
No habría peligro alguno, porque no hay en estos lugares
fuerzas que pudieran oponer resistencia a las de las divisiones, porque no
podrían ser auxiliadas por tropas salidas de Lima antes de diez días, después
del desembarco.
De Arequipa no puede ir auxilio alguno a Ica, porque dista
166 leguas.
El desembarque en Salinillas o en Pisco se realizaría sin
correr el menor riesgo.
Tan pronto como se cumpliera el plan en Ica, la división se
dirigiría a Pisco a embarcarse a la aproximación de las fuerzas venidas de
Lima.
Estas tropas no podrían ser sino una gruesa división que
andaría a marchas forzadas y que probablemente dejarían una parte de guarnición
en Pisco para evitar un nuevo desembarque; con esto se habrían distraído unos
cuatro o cinco mil hombres del ejército de Lima y se habría producido un
verdadero pánico en la capital, que no sabiendo a qué atribuir el desembarque,
creería que él hacía relación con la anunciada expedición al corazón del Perú.
La expedición se dirigiría enseguida al norte del Callao, a
Chimbote o Santa, para caer sobre Trujillo o Huáraz.
Por distar Huarmey sólo dos leguas de Chancay, término del
ferrocarril de Lima al norte por la costa, y mediar una distancia de 20 leguas
de Huarmey a Huáraz, si se viera algún peligro para la internación de la
división, se dirigiría sin perder tiempo a Chimbote, para desembarcar en ese
magnífico puerto, que sirve hoy al comercio de Lima y Callao, después de
imponerle la correspondiente contribución de guerra, marcharían por la costa
sobre Trujillo, que dista quince leguas de Chimbote, pasando por Virú y Moche,
puertos que cuentan con toda clase de recursos.
Con las operaciones sobre estos puntos sucedería cosa
idéntica que con la de Ica. Saldrían fuerzas de Lima en esas poblaciones, se
interrumpiría el comercio que hoy se hace por Chimbote y se debilitaría aún más
el ejército que defiende la capital. La división marcharía después a Paita para
seguir sobre Piura. A estos lugares podría imponérseles con tranquilidad las
contribuciones convenientes, sin que durante mucho tiempo hubiese peligro para
la división».
Recibido el notable plan propuesto por Lynch, el Presidente
Pinto lo consultó con sus ministros y asesores, que lo aprobaron sin resolver
sobre el jefe que debía ejecutarlo.
El presidente le ofreció el mando de la expedición a don José
Fco. Vergara, que honradamente no lo aceptó, comprendiendo que se trataba de
una difícil operación militar que sólo podría ejecutarla un experimentado
hombre de armas. El presidente consultó a Lynch sobre la persona que podía
ponerse al frente de la expedición, sin obtener una contestación del prudente
jefe, que, al callar demostraba que teniendo la paternidad del plan propuesto,
a él le correspondería realizarlo. El presidente se convenció de que la
expedición propuesta debía mandarla justicieramente el capitán de navío Lynch,
que además de tener los conocimientos navales que se requerían para las
operaciones en los puertos, era un completo jefe militar. En efecto, de acuerdo
con el Ministro de Guerra y Marina, con fecha 12 de agosto nombró a Lynch jefe
de una expedición independiente para expedicionar al norte del Perú.
En esa fecha era ministro don José Fco. Vergara, nombrado
para este cargo en el mes de julio, sucediendo a don Rafael Sotomayor, que
había fallecido pocos días antes de la batalla de Tacna.
El comandante Lynch, muy satisfecho por la designación, se
trasladó a Arica para organizar la expedición, a la cual el gobierno dio toda
clase de facilidades. El ministro envió una nota al jefe de la escuadra,
contraalmirante Riveros, que había ascendido a este grado después de Angamos, a
fin de que se le entregase una corbeta para escoltar el convoy y las
informaciones necesarias sobre la costa que debía recorrer.
Además, el ministro Vergara con fecha 24 de agosto entregaba
al jefe de la división independiente las siguientes instrucciones:
«1.º: La división se compondrá del Buin N.º 1 de Línea,
Colchagua, Talca, un grupo de artillería y dos compañías de caballería;
2.º: Dos buques de guerra cuidarán el convoy;
3.º: Para comunicarse con nuestra escuadra, los transportes
deben quedarse fuera de vistas de tierra;
4.º: El primer desembarco se efectuará en Paita. Se internará
lo estrictamente necesario para atacar o perseguir las fuerzas que defienden el
puerto; tomar los acopios de víveres u otros artículos de utilidad para nuestro
ejército; destruir el material rodante de ferrocarriles del Estado; perseguir
las remesas de armas que se hayan desembarcado; recoger ganados e imponer
contribución de guerra a los habitantes;
5.º: Terminadas las operaciones en Paita, hará rumbo a
Chimbote donde ejecutará las mismas operaciones. Pasará algún tiempo más al
norte para ocupar a Trujillo e invadirá el país hasta Lambayeque.
Seguirá después al sur del Callao a tomar los valles de
Cañete, Ica, etc., hasta Víctor, estacionándose en Quilca; de ahí dará aviso al
general en jefe y esperará órdenes.
El pago de las contribuciones de guerra lo exigirá en
metálico o especies como azúcar, arroz, algodón, alcoholes, etc.
Fijará prudencialmente la cuota y la hará efectiva con todo
rigor apelando si es necesario a la destrucción de la propiedad para compeler a
los particulares y autoridades a cubrir las cantidades exigidas;
6.º: Evitará en cuanto fuere posible todo daño a los bienes
de los neutrales, pero si se hicieren amparadores de los del enemigo, se les
hará sentir los rigores de la guerra».
A fines de agosto la división independiente quedaba
organizada de la siguiente forma:
Comandante en jefe, capitán de navío graduado Patricio Lynch;
Secretario, señor Daniel Carrasco Albano; jefe de Estado Mayor, teniente
coronel Roberto Souper; Ayudantes, sargento mayor Juan Fco.
Larraín, capitanes Patricio Larraín Alcalde, Belisario
Campos, y teniente Domingo Sarratea; Ingenieros, teniente coronel Federico
Stuven, sargento mayor Marcos Latham y José Guillart; Jefe del servicio médico,
doctor Daniel Herrera; Jefe de Ambulancia, doctor Antenor Calderón.
Fuerza efectiva:
Infantería: Regimiento
Buin 1.º de Línea, al mando del teniente coronel Juan León García. 800
Batallón Talca: Al
mando del teniente coronel Silvestre Urízar 550
Batallón Colchagua: Al
mando del teniente coronel Manuel J. Soffia 550
Artillería: 3
piezas de montaña, al mando del capitán Emilio Contreras 30
Caballería: 2 compañías,
al mando del teniente coronel Francisco Muñoz Bezanilla 200
Total: 2.130
El convoy zarpó de Arica el 4 de septiembre de 1880.
El comandante Lynch llevaba su insignia de mando en el vapor
Copiapó; buque que transportaba al regimiento Buin, la artillería y servicios
anexos. En el vapor Itata iban el batallón Talca y el Colchagua, más la
caballería.
El convoy tocó el puerto de Mollendo, donde se le unió la
corbeta Chacabuco al mando del capitán de fragata Óscar Viel, con la misión de
servir de escolta.
El almirante Riveros, que bloqueaba con la escuadra el
litoral y puertos del Perú, dio su aprobación para efectuar el primer desembarco
en el puerto de Chimbote situado a 200 millas al norte del Callao, operación
que realizó el regimiento Buin en la mañana del 10 de septiembre, tomando
posesión de la ciudad.
Lynch desembarca a las 2 de la tarde con el batallón
Colchagua dirigiéndose al interior, a la hacienda «Palo Seco», perteneciente al
rico agricultor señor Derteano, cuyas mayores producciones eran azúcar, lanas y
maderas. Lynch ordenó comunicar al administrador que la hacienda debía pagar
una contribución de guerra de 100.000 soles, lo que no acepta cancelar el
administrador que era hijo del señor Derteano. El día 13 el administrador hace
presente que está imposibilitado de entregar esa cantidad de dinero en vista de
un decreto que le ha enviado el señor Piérola, que reproducimos:
«Visto el presente telegrama que quedará archivado en la
Secretaría de Gobierno y no pudiendo ser considerado el pago de 100.000 soles
sino en auxilio dado al enemigo del Perú, lo que constituiría un delito contra
él, sin que obste la amenaza de destruir el fundo mismo, que no es lícito
evitar por aquel medio; prohíbese absolutamente el envío de dicho despecho
telegráfico y se recuerda que la entrega de toda suma al enemigo por el
hacendado Puente, cualquiera que sea la forma en que se verifique, será perseguido
y penado como delito de traición a la República.
Declárase, además, ipso facto de la pertenencia al Estado de
toda propiedad en la que se suministre al enemigo dinero o especies que no
tomase a viva fuerza o por sí mismo.
Téngase esta resolución como regla general para los casos de
igual naturaleza, dándose copia de ello y del telegrama de su referencia a los
interesados si lo demandasen.
Publíquese y comuníquese.
(Firma de S. E.): Orbegoso».
El comandante Lynch, considerando que ese territorio del Perú
estaba sometido a la ley marcial y en consecuencia tenía sobre él derecho la
autoridad militar chilena, conforme a los usos de la guerra, dispuso se tratase
la propiedad de Derteano con los rigores correspondientes y en cumplimiento a
la disposición superior el comandante del Colchagua hace destruir maquinarias,
edificios y pone en libertad a los chinos esclavos que trabajaban la hacienda,
que desde ese momento le dan a Lynch, que hablaba el cantonés, el tratamiento
de «El Príncipe Rojo».
Entre tanto, había fondeado en Chimbote la corbeta O'Higgins
al mando del capitán de fragata Manuel Orella conforme lo dispuesto por el
almirante. Dicho capitán informó que en el puerto de Supe poco al sur de
Chimbote, existía una importante carga. Al puerto de Supe se dirigió un
transporte con el regimiento Buin que se apodera de 7 mil rifles que se
llevaban al interior a la hacienda de San Nicolás. En este lugar la fuerza
chilena se incauta de 200.000 tiros a bala y destruye además casas y
maquinarias.
Lynch autoriza a los extranjeros retirar sus pertenencias y
ordena embarcar en los transportes azúcar y ganado.
En esos días la guerra adquiría graves caracteres, pues se
había torpedeado en Chancay la cañonera Covadonga, barco que se fue a pique
muriendo su comandante, algunos oficiales y tripulantes.
Desde Supe vuelve Lynch a Chimbote zarpando el 17 de
septiembre con la expedición al puerto de Paita del departamento de Piura, en
el extremo norte del Perú y a 500 millas del Callao. Antes de salir tuvo
conocimiento de que el vapor inglés Islay de la Pacific Steam, llevaba carga
para el gobierno peruano. El vapor fue registrado encontrándose 7.290.000 soles
en papel moneda y 375.000 soles en estampillas; dineros y valores fueron
requisados.
El 18 de septiembre, aniversario patrio, la expedición arribó
a las islas «Lobos de Afuera», donde fueron destruidas las máquinas de carguío
de guano, continuando enseguida a Paita, donde arribó el día 19.
Este puerto fue ocupado militarmente, imponiéndosele una
contribución de 10.000 soles. Allí fue tomado el pequeño vapor Isluga.
Lynch ordenó destruir el material de ferrocarril de Paita al
interior y como en Supe, dispuso no tocar los bienes de los extranjeros, a
quienes reunió a fin de que le indicaran cuáles eran sus propiedades, manteniendo
la política de no aplicar los rigores de la guerra a los neutrales.
Desde Paita, punto más septentrional de la expedición, Lynch
zarpó con sus buques al puerto de Eten, del departamento de Lambayaque, que
tenía gran producción de azúcar y algodón. Desde a bordo se hizo notificar al
prefecto de la ciudad que debía cancelar una contribución de 150.000 soles en
el plazo de 48 horas, y como esta autoridad se negara, ordenó desembarcar
tropas. Ante la presión militar el prefecto y demás autoridades se retiraron de
la ciudad.
Lynch con parte de sus fuerzas se dirigió al interior,
imponiendo contribuciones al ferrocarril de Eten a Chiclayo y a las haciendas
vecinas. En esta región tuvo serios problemas con los propietarios que
traspasaban sus bienes a firmas norteamericanas, inglesas, francesas, etc.,
para protegerse con esos grandes países.
Lynch hacía estudiar cada caso por el secretario señor
Carrasco Albano, y ajustándose a los informes expedidos de acuerdo con el
Derecho Internacional, ordenaba la cancelación de los cupos de guerra, tomando
resoluciones severas para los que no cumplían con sus órdenes y no dejándose
intimidar por los representantes extranjeros que ayudaban a los peruanos,
cualquiera que fuese su nacionalidad.
En el caso del ferrocarril y muelle de Eten, los peruanos
habían vendido títulos y acciones a una firma británica y a un comerciante
italiano. El ministro inglés, por esas circunstancias, envió una protesta al
comandante en jefe por intermedio del capitán Paget de la corbeta de guerra Penguin,
que fondeó para este objeto en Eten. En la comunicación, el diplomático
observaba que existían intereses británicos en el ferrocarril y por
consiguiente solicitaba respetar esas propiedades de extranjeros.
Estudiada la reclamación, Lynch contestó que el ferrocarril
pertenecía a peruanos; a lo que replicó Paget que la transferencia se había
efectuado antes de la ocupación. A ello respondió Lynch al ministro británico
probando que el reclamo era erróneo. Reproducimos a continuación el oficio en
cuestión, que nos mostrará las actitudes enérgicas y documentadas del jefe de
la expedición:
«Comandancia en Jefe de la División de Operaciones en el
norte.
Vapor Itata en la rada de Eten, septiembre 24 de 1880.
Señor Ministro: Por conducto particular he recibido la
estimable carta de V. E. de fecha 14 del corriente, en la cual se sirve
prevenirme que el ferrocarril de Eten pertenece exclusivamente a ciudadanos
extranjeros; por tal circunstancia esa propiedad está bajo la protección de V.
E. y que debo en consecuencia abstenerme de hacerle daño alguno, porque
expondría a mi gobierno a las más serias reclamaciones, que serían apoyadas por
S. M. B.
La forma confidencial en que V. E. se ha servido hacerme tan
grave petición, de la cual daré cuenta inmediata a mi Gobierno para que a su
vez la dé a S. M. B., y la generalidad con que V. E. manifiesta estar dispuesto
a proteger las propiedades de todos los extranjeros avecindados en el Perú, sin
tomar en consideración su nacionalidad, la conducta que hayan observado en la
presente guerra, o la naturaleza de la propiedad a que se refiere su
protección, me hacen suponer que V. E., al escribirme su estimable carta, no ha
deseado hablar a nombre de S. M. B., sino sólo en el de V. E.
Si el gobierno de S. M. B. sancionara el modo de pensar de V.
E., se haría completamente ilusorio el derecho de la guerra y daría lugar a que
existiera el extraño caso de que no pudiera atenderse a la conservación y
mantenimiento de un ejército, que ocupa victoriosamente una considerable parte
del territorio enemigo, cuando para ello se opusiera el interés particular de
un extranjero que ha usufructuado en épocas normales de todos los beneficios
que para su bienestar le ofrece el territorio invadido.
Mi gobierno profesa el principio, señor Ministro, de que en
la guerra debe ser protegida la propiedad privada y protegida de los neutrales,
siempre que ese respeto y tal protección no sean incompatibles con las
exigencias imperiosas de las operaciones militares. Este mismo principio ha
sido y es observado por S. M. B. y por casi la totalidad de las naciones
civilizadas.
Recordando esta regla de derecho moderno de la guerra, es que
me ha sorprendido el modo de pensar de V. E., manifestado en su ya citada
estimada carta.
Como Comandante en Jefe de una División del Ejército de
Chile, estoy dispuesto, señor Ministro, en prueba de deferencia a las cordiales
relaciones que mi gobierno cultiva con el de S. M. B., a proteger en cuanto me
sea posible los intereses que los súbitos de S. M. B. tengan en los lugares que
ocupen las fuerzas de mi mando; pero no puedo prometer a V. E. que ellos serán
protegidos en absoluto.
Concentrándome ahora a la propiedad a que se refiere
especialmente V. E. en su comunicación privada de fecha 14 del que rige, me
permito hacer presente a V. E. de que con respecto a ella ha sido V. E. mal
informado.
El ferrocarril de Eten a Ferreñafe y ramificaciones, muelle y
puerto de Eten, etc., en el Departamento de la Libertad, pertenecen, no a
ciudadanos extranjeros como V. E. lo cree, sino a una sociedad anónima nacional
peruana.
Es posible que en esa sociedad tengan valiosos intereses
ciudadanos extranjeros; pero esa circunstancia no altera en manera alguna la
nacionalidad de la persona jurídica a que pertenece el ferrocarril a Eten.
Para manifestar a V. E. la equivocación que padecen los
informes que le han suministrado, voy a permitirme trazarle a la ligera la
historia de la propiedad protegida por V. E.
Por supremo decreto de julio 3 de 1867, el Gobierno del Perú
concedió privilegio a don José Antonio García y García por 25 años para
establecer y explotar un ferrocarril entre Eten y Chiclayo, que pasara por el
muelle de Monsefú, pudiendo prolongar la línea desde Chiclayo hasta Lambayaque
sin privilegio alguno, y establecer ramificaciones bajo la misma condición.
La anterior concesión fue ampliada hasta llevar la línea a
Ferreñafe, por supremo decreto de agosto 19 del mismo año.
Estando autorizado don José Antonio García y García por el
Artículo 18 de su petición de privilegio, aprobada por superior decreto de
julio 30 de 1867 para organizar una sociedad anónima, que se encargara de
realizar la constitución de la obra mencionada y para transferir su privilegio
a esa sociedad, previo conocimiento y consentimiento del Gobierno del Perú, a
solicitud de interesado, por supremo decreto de octubre 19 del año, se
resolvió:
1.º: Que se da por organizada la sociedad anónima;
2.º: Que se concedía permiso a don José Antonio García y
García para transferir su contrato a la expresada sociedad, la cual, agregaba
el expresado decreto ya citado, como asimismo la empresa que representa, no
podrá cambiar jamás su carácter de permanente sociedad nacional ni recurrir en
ningún caso a reclamaciones diplomáticas.
Y para afianzar más todavía el propósito de dar el carácter
de exclusivo de nacional a la sociedad indicada, concluía dicho supremo decreto
con las siguientes palabras:
Pase al Ministerio de Hacienda a fin de que actuario de la
Tesorería General proceda a otorgar la correspondiente escritura de
transferencia, previa aceptación de este decreto por todos y cada uno de los
miembros de la expresada sociedad, sin cuyo otorgamiento se tendrá por no hecha
la transferencia.
Bajo tales bases, sólo el 7 de octubre de 1869 se organizó la
referida sociedad denominándose la Compañía del Ferrocarril de Eten, la cual
fue reorganizada siempre con iguales bases en junio de 1871.
Con lo que ya he relacionado sobre la propiedad protegida por
V. E., creo que sea suficiente para que V. E. comprenda la equivocación de los
informes que le han sido suministrados por ella y espero que impuesto V. E. del
contenido de esa nota, suspenda su valiosa protección a una permanentemente
peruana.
Para que V. E. se imponga del objeto de las operaciones
militares que se me han encomendado y de las reglas a que ajustaré mi conducta
de Comandante en Jefe, aprovecho la ocasión para remitirle copia de la nota que
con esta fecha he pasado al Prefecto de Chiclayo.
Reciba señor Ministro las consideraciones de alta estimación
con que tengo el honor de suscribirme de V. E. muy atento y seguro servidor.-
Patricio Lynch.
A. S. E., el Ministro de Gran Bretaña en el Perú».
Después del envío del oficio que precede, el comandante Lynch
dirigió una similar comunicación al Ministro de Italia señor G. P.
Viviani, por lo cual probaba que ciudadanos peruanos habían
vendido a última hora títulos y acciones del ferrocarril y muelle de Eten a
otras personas entre las que se encontraba un ciudadano italiano, dando motivo
por esta circunstancia a la reclamación del Ministro señor Viviani.
En ambos oficios el jefe chileno apoyó sus contestaciones en
las leyes de pertenencia de bienes y en las del Derecho Internacional. A
continuación reproducimos el oficio al señor Ministro de Italia:
«Comandancia en Jefe de la División de Operaciones del
norte.- Chiclayo, septiembre 28 de 1880.
Señor Ministro:
He tenido el honor de recibir la comunicación de V. E.
fechada en Lima el 16 del presente mes, en la cual cree de su deber hacerme
presente que el señor Conde de Canevaro, súbdito italiano, es dueño absoluto de
dos terceras partes del muelle y línea férrea conocido todo por el nombre de
Ferrocarril de Eten, y que la propiedad de la otra tercera parte corresponde a
la casa inglesa de Graham Rowe y Cía.
Se sirve prevenirme además V. E. en su mencionada
comunicación que el muelle y el ferrocarril de Eten se encuentran, por las
circunstancias enunciadas, protegidas por la Legación de Italia y de Inglaterra
en el Perú, las cuales harán pesar sobre mi gobierno la responsabilidad de
todos los daños que se acuse a las indicadas propiedades, con ocasión de las
operaciones militares que se me han encomendado.
Me hace presente por último V. E. que en la costa y
poblaciones en que probablemente va a operar la división, con cuyo mando me ha
honrado mi Gobierno, los súbditos italianos tienen valiosos intereses que debo
respetar, porque de otra manera el Gobierno de S. M. el Rey de Italia exigirá
las respectivas indemnizaciones.
Muy grato me es señor Ministro, aprovechar la oportunidad que
me ofrece la nota de V. E. que tengo el honor de contestar para manifestar a V.
E. los benévolos propósitos de que estoy animado para proteger y amparar la
propiedad que posean los ciudadanos neutrales en general en el territorio enemigo
ocupado por las fuerzas de mi mando.
Pero por mucho que sea mi deseo de libertar a los extranjeros
de los daños de la guerra, creo no podré cumplir del todo mis propósitos,
porque algunos de ellos no sólo se empeñan por ocultar las propiedades del
enemigo, sino que se esfuerzan por auxiliarlo en sus actos de hostilidad.
Aun cuando la comunicación de V. E. no hace limitación alguna
a la protección que dispensa a todos los súbditos italianos que residen o
tienen bienes en el territorio hostilizado por las fuerzas de mi mando, supongo
que con ello no ha pretendido V. E. establecer como principio que los súbditos
del Rey de Italia pueden impunemente ocultar las propiedades del enemigo u
hostilizar a mis fuerzas, porque de otra manera se haría completamente ilusorio
el derecho de la guerra.
Si se acepta como prescripción del derecho moderno de la
guerra que debe ser respetada toda transferencia de propiedad hecha a un
neutral por un ciudadano enemigo en los momentos en que debe soportar las
imperiosas exigencias de la guerra para libertarla precisamente de las
exigencias, y que, cubierta ya la propiedad con una real o ficticia
transferencia, puede servir ella para hostilizar al enemigo victorioso, sin que
se le pueda dañar, los actos de la guerra se convertirían, señor Ministro,
cuando mucho en una contienda de abogados.
No necesito empeñarme en dar latitud a estas consideraciones
para que el ilustrado criterio de V. E. me reconozca el perfecto derecho con
que considero conveniente castigar al ciudadano neutral, cualquiera que sea su
nacionalidad, que pretenda burlar con tales manejos las operaciones militares
que me ha confiado mi Gobierno.
Refiriéndome ahora a la propiedad mencionada en la
comunicación de V. E. de fecha 16 del presente mes, me permito hacer presente a
V. E. dos órdenes de observaciones: unas relativas a la nacionalidad de su
dueño con relación a ella, y otras referentes a la conducta hostil observada
por su representante.
Según los informes que tiene esta Comandancia en Jefe, el
ferrocarril y muelle de Eten fueron construidos a virtud de la concesión que
por decreto el Gobierno del Perú de julio 3 de 1867, se hizo a don José Antonio
García y García.
Por ese supremo decreto, dictado a virtud de la ley del Perú
de 8 de noviembre de 1864, concedió privilegio exclusivo por 25 años a dicho
caballero para establecer y explotar la línea férrea que es hoy conocida con el
nombre de ferrocarril de Eten.
La mencionada concesión se extendió hasta permitir al señor
García y García la transferencia de su privilegio con el previo consentimiento
del Gobierno, consentimiento que obtuvo en octubre 19 del mismo año; pero con
expresa condición enunciada en la cláusula 18 de su petición de privilegio de 9
de marzo de 1867 de que la sociedad que se hiciera cargo del ferrocarril, como
asimismo la empresa que lo representara, no pudiera cambiar jamás su carácter
permanente de sociedad nacional peruana, ni recurrir en ningún caso a
reclamaciones diplomáticas, condición que debía ser aceptada primeramente por
los adquirientes de sus derechos, porque de otra manera debería entenderse que
no se ha efectuado transferencia alguna.
Con tales bases generales el ferrocarril de Eten ha sido
transferido en varias ocasiones, perteneciendo últimamente a los señores
Derteano, Candamo y Canevaro, como únicos accionistas.
El señor Luis López, gerente de la empresa y representante de
dichos señores, refiriéndose a la invasión de mis fuerzas, les decía en carta
oficial de fecha 13 del presente mes, de la cual tengo copia auténtica en mi
poder, lo que transcribo a continuación:
'Invasión.- Como Uds. sabrán ya, el viernes de la semana
pasada han desembarcado por Chimbote 2.800 hombres del ejército enemigo, que no
dudo vendrán hasta aquí. Mi intención es retirarme oportunamente con todo el
material rodante hasta Pátapos, y una vez en ese punto, quitarle a cada
locomotora unas piezas para que no puedan hacer uso de ellas. Desgraciadamente
no es posible tomar ninguna otra medida. Como es probable que quieran imponerle
a la empresa alguna contribución de guerra, so pena de incendiar la estación,
carros, etc., sírvanse decirme qué debo hacer llegado este caso'.
A la carta del gerente de la empresa contestaron los señores
empresarios, remitiéndole un certificado a V. E. de fecha 15 del presente mes y
otro del Ministro de S. M. B. en los cuales se declara que las dos terceras
partes del ferrocarril de Eten pertenecen al señor Conde de Canevaro, súbdito
italiano y la otra tercera parte a la casa inglesa de Graham Rowe y Cía.
En el copiador de cartas de la empresa que tengo en mi poder,
aparecen las explicaciones de las transferencias de última hora, hechas por el
señor Conde de Canevaro y a la mencionada casa inglesa, explicaciones que
indudablemente han sido ignoradas por V. E.
Ya que de este negocio estoy imponiendo a V. E., no estaría
además que le haga presente la siguiente reveladora circunstancia:
Aparece del indicado copiador de cartas que el gerente de la
empresa tan pronto como recibió los mencionados certificados, escribió a la
casa Graham Rowe y Cía., reconociéndola como empresaria, y con fecha posterior
el mismo gerente continúa dando cuenta del movimiento diario de la empresa a
los antiguos dueños señores Derteano, Candamo y Canevaro.
Los hechos expuestos son por sí solos demasiado elocuentes
para que sea necesario agregar a V. E. consideración alguna.
Pero con relación a la empresa protegida por V. E. hay algo
más todavía.
Después de tener noticias sugerentes de la transferencia
enunciada, voluntariamente destruyó en el muelle los elementos de desembarque
para evitar ganáramos tierra: empleó el material del ferrocarril en transportar
fuerzas enemigas y por último llevó todo el material a la hacienda de Pátapo,
término de la línea y allí desarmó las locomotoras.
Por los hechos relacionados a V. E. puede comprender que
estoy en el más perfecto derecho para imponer una contribución de guerra a la
empresa protegida por V. E. para castigarla en caso que no acepte mi
requerimiento.
Confío en que las condiciones y hechos expuestos sean
bastantes para que lleven al ánimo de V. E. el convencimiento de que debe
suspender su valiosa protección a la empresa del ferrocarril de Eten.
En cuanto a los demás intereses y propiedades que V. E. me
recomienda en su estimable comunicación de fecha 16 del presente, puede V. E.
estar cierto de que su protección y conservación quedará sometida a los
principios expuestos en esta nota.
Aprovecho la ocasión señor Ministro, para manifestarle la más
alta estimación con que tengo el honor de suscribirme de V. E. atento y seguro
servidor.- Patricio Lynch.
A. S. E., el señor Ministro de Italia en el Perú».
El comandante Lynch con sus tropas, después de recorrer el
departamento de Lambayeque, continuó al de Libertad, entrando a las haciendas
de Ucupe y Gallati y enseguida a los pueblos de Guadalupe, San Pedro y
Pascamayo, que pagaron sus contribuciones de guerra. El 16 de octubre las
fuerzas chilenas llegaron al extenso valle de Chicama donde se encontraban
tropas peruanas estimadas en 800 soldados al mando del coronel Adolfo Salmón,
que simuló oponer resistencia, retirándose después al interior.
A las reclamaciones de los ministros de Gran Bretaña e
Italia, se agregaron otras de representantes de grandes naciones que oponían
resistencia a las actuaciones del jefe de la expedición chilena. Así se recibió
en el cuartel de Lynch la reclamación del Ministro de Estados Unidos señor
Christiancy. Además acompañaba una relación de las propiedades de súbditos de
su país a fin de que quedaran eximidos de contribuciones.
Lynch ordenó investigar minuciosamente cada caso. Un
reclamante del departamento de Lambayeque, el señor Grace, no tuvo razón, pues
se le probó que las pertenencias que aparecían a su nombre eran del ciudadano
peruano señor Vicente Alzamora.
Otra reclamación fue la del Ministro de Francia señor Vorges,
sobre la hacienda de Puente y Palo Seco, que había sido hipotecada al ciudadano
francés señor Dreyfus. Este señor, como veremos más adelante, mantuvo grandes
negocios con el Perú.
Hubo otra reclamación en el valle de Chicama y en el de
Pascamayo por pertenencias de la señora de Dreyfus. Todos los casos fueron
estudiados por el Estado Mayor de Lynch, que daba su fallo con estrictez y
justicia.
También se presentó el Ministro de Alemania, haciendo
presente que la hacienda San Nicolás había sido traspasada al ciudadano alemán
don Óscar Heeren, que residía en Lima; para los efectos del pago de
contribuciones. Por esos días de octubre, Chile y Perú habían aceptado la
mediación de los Estados Unidos de Norteamérica para llegar a un Tratado de
paz.
Para el caso de no llegar a ningún acuerdo, Chile estudió la
posibilidad de efectuar una expedición militar sobre Arequipa a fin de obligar
al ejército Peruano, que tenía por base esa ciudad, a salir a combatir y con
ello desviar la atención del objetivo de la fuerza principal.
Para esta operación se ordenó a Lynch fondear con sus
transportes Angamos,Itata y Copiapó en el puerto de Quilca, a donde se arribó
el 1.º de noviembre. Allí recibió instrucciones del Ministro de guerra en
campaña señor Vergara de desembarcar tropas, las que se establecieron en tierra
con gran dificultad.
Lynch informó al ministro de la imposibilidad de continuar
con ese plan, recibiendo una nueva orden de Vergara de anular el plan y de
dirigirse al puerto de Arica, lo que ejecuta fondeando en esa rada el 11 de
noviembre.
En Arica el comandante Lynch dio término a su difícil
expedición que realizó con gran éxito, demostrando no sólo ser un notable
guerrero, sino que también un hábil político con un sentido práctico de la
parte económica del conflicto. Ayudó dicho jefe al gobierno entregando
importantes sumas de dinero y especies que traía en sus naves, y que eran de
alto valor para que el Estado prosiguiera con mayores medios las campañas que
estaban ya planeadas. Lynch dispuso la entrega oficial de lo obtenido por su
expedición. Para ello nombró una comisión compuesta de los comandantes de
regimientos, comandantes de buques y de su secretario; la que con arreglo a un
minucioso inventario hizo entrega a la Comisaría General de los dineros y
especies que se tenían a bordo.
Extractamos un resumen general de aquellos bienes que pasaron
al Estado:
Contribuciones a los Ferrocarriles de Eten y Pascamayo a
diversas ciudades y haciendas (en libras peruanas) 29.050
Contribuciones a ciudades y haciendas (en soles de plata) 11.428
Billetes extraídos al vapor Islay (en soles) 7.290.000
Estampillas extraídas al vapor Islay (en soles) 375.000
Además de estos valores fueron traídas en los transportes
como contribuciones en las haciendas, grandes cantidades de azúcar y algodón,
principalmente.
Con esta última diligencia el comandante Patricio Lynch puso
término a su expedición al norte del Perú y por orden del Ministro en campaña y
la conformidad del general del ejército, pasó inmediatamente con sus tropas a
incrementar el ejército.
Éste es el punto de partida en una nueva comisión con fuerzas
de tierra para este capitán de navío, que ya destacaba entre los hombres de
armas más prestigiosos de su época.
Parte IV
Lynch, Jefe de la Primera Brigada de la Primera División del
Ejército
Marcha de Pisco a Lurín
El capitán de navío Patricio Lynch, el 12 de noviembre de
1880 pasaba con su fuerza militar a integrar el ejército que al mando del
general Baquedano estaba listo para la campaña a Lima por el fracaso de las
Conferencias de Paz, que se realizaron en Arica los días 22, 25 y 27 de octubre
y que se venían negociando desde julio de 1880.
Es importante tener presente que aquellas importantes
reuniones internacionales se verificaron a bordo de la corbeta de los Estados
Unidos Lackawana, con la mediación de ese país.
Representaron a Chile el Ministro de Guerra don José
Francisco Vergara, don Eusebio Lillo, don Eulogio Altamirano y como secretario
don Domingo Gana. El Perú estuvo representado por don Antonio Arenas, don
Aurelio García y García y de secretario don Mariano Valcárcel. Representaron a
Bolivia don Mariano Baptista y secretario don Avelino Aramayo. Presidió las
conferencias el Ministro de los EE. UU. en Chile don Thomas A. Osborn,
integrando la comisión el Ministro de EE. UU. en el Perú don Isaac Christiancy
y el Ministro de EE. UU. en Bolivia, general Carlos Adams.
La Asamblea comenzó con auspicios de paz, expresados por el
Ministro Osborn al abrir la primera sesión, declarando que los anhelos de su
país eran el establecimiento de una paz duradera y honrosa entre los países
beligerantes.
Los delegados de Chile presentaron una minuta con las
siguientes proposiciones, que es de importancia reproducir por la relación que
tienen con hechos futuros que relataremos más adelante.
1.º: Cesión a Chile de los territorios del Perú y Bolivia que
se extienden al sur de Quebrada de Camarones y al oeste de la línea que en la
cordillera de los Andes separa al Perú de Bolivia hasta la Quebrada de la
Chacarilla y al oeste también de una línea que desde este punto se prolonga hasta
tocar en la frontera argentina, pasando por el centro del lago Ascotan.
2.º: Pago a Chile por el Perú y Bolivia, solidariamente de la
suma de veinte millones de pesos, de los cuales cuatro serán cubiertos al
contado.
3.º: Devolución de las propiedades que han sido despojados
las empresas y ciudadanos chilenos en el Perú y Bolivia.
4.º: Devolución del transporte Rímac.
5.º: Abrogación del Tratado Secreto celebrado entre el Perú y
Bolivia en el año 1873; dejando sin efecto alguno las gestiones practicadas
para procurar formar una Confederación entre ambas repúblicas.
6.º: Retención por parte de Chile de los territorios de
Moquegua, Tacna y Arica, que ocupan las armas chilenas hasta tanto se haya dado
cumplimiento a las obligaciones a que se refieren las condiciones anteriores.
7.º: Obligación por parte del Perú de no artillar el puerto
de Arica cuando le sea entregado, ni en ningún tiempo, y compromiso de que en
lo sucesivo será puerto comercial.
Las instrucciones que tenían los delegados del Perú y Bolivia
eran las siguientes:
1.º: La desocupación inmediata del territorio del Perú y
Bolivia, ocupado por Chile y la reposición de las cosas al estado en que se
hallaban el 14 de febrero del año anterior.
2.º: La entrega de nuestras naves de guerra el Huáscar y la
Pilcomayo.
3.º: Indemnización de los daños causados por Chile y de los
gastos que nos ha ocasionado una guerra temerariamente injusta por su parte.
Chile, en las Conferencias, pidió los territorios hasta la
Quebrada de Camarones, en compensación a los inmensos sacrificios de la guerra.
Perú propuso el «Arbitraje» por los Estados Unidos, posición
que fue rechazada por los delegados chilenos.
Argentina quiso impedir la anexión de Tarapacá y se puso en
contacto con el Brasil, país que no aceptó inmiscuirse en el conflicto,
prefiriendo mantener su amistad con Chile.
En resumen, no se llegó a acuerdos en las Conferencias de
Arica, dejándose de este hecho constancia en el Acta final que firmaron los
delegados, en la que se estampó lo siguiente:
«El Excmo. Señor Osborn declara que él y sus colegas deploran
profundamente que la Conferencia no haya dado resultados pacíficos y
reconciliadores que se tuvieron en vista y juzgan que la misma impresión
causará en el gobierno y pueblo de los Estados Unidos, cuando se tenga noticia
de que la amistosa mediación de los Estados Unidos ha sido infructuosa. Con lo
que se declaró cerrada la Conferencia, en fe de lo cual firmaron: Vergara,
Altamirano, Lillo, Baptista, Carrillo, Arenas García y García, Osborn,
Christiancy y Adams; Gana, Secretario delegación de Chile; Aramayo, Secretario
delegación de Bolivia; Valcárcel, Secretario delegación del Perú».
El fracaso de las Conferencias de Arica reafirmó en el
gobierno el propósito de realizar la campaña sobre Lima.
Para este objeto se ordenó el alistamiento del ejército,
agregándole, como ya hemos escrito, los cuerpos de la Expedición del capitán
Lynch, a quien se le nombraba jefe de la I brigada de la I división por su
sobresaliente actuación en el mando de fuerzas de tierra.
Los aprestos por la nueva campaña fueron activísimos, pues se
sabía que Piérola formaba un poderoso ejército en la inmediaciones de la
capital, atrincherado en las líneas fortificadas de Chorrillos y Miraflores. El
general Baquedano, con alto sentido estratégico, era partidario de operar sobre
Lima. Había dicho después de las batallas de Tacna y Arica, que había que
combatir aquella fuerza antes que fuese imposible destruirla.
Lynch había expresado similar concepto, en carta al
Presidente Pinto:
«O marchamos sobre Lima con el grueso del ejército o nos
quedamos en statu quo»
Para la nueva campaña, Chile movilizó todas sus reservas,
convirtiéndose conforme a la noción de la guerra moderna en una «nación en
armas».
El ministro Vergara y el general Baquedano trabajaron
intensamente en la organización, preparación y apertrechamiento del ejército,
que quedó formado por 3 divisiones, cada una con 2 brigadas, más la artillería
y caballería dependientes del Cuartel General. Completaban la fuerza los servicios
de amunicionamiento, abastecimiento, intendencia, sanidad y religioso.
A comienzos de noviembre, el ejército se componía de 27.042
soldados, de los cuales 23.531 eran de infantería, 1.940 de artillería y 1571
de caballería.
El Perú, desde junio alistaba su ejército bajo las inmediatas
órdenes del general Piérola, quien puso todas sus energías en su preparación.
Para incrementarlo dispuso que todos los peruanos entre 16 y 60 años debían
acudir a los cuarteles en cumplimiento de la Ley de Movilización. Así se pudo
organizar un ejército de 10 divisiones de infantería, aparte de las brigadas de
artillería y caballería. Se destinaron artilleros especiales para las
fortificaciones que cubrían las defensas de Chorrillos y Miraflores. Se
encargaron a Europa cañones y material bélico moderno por intermedio de la
firma Dreyfus, con la cual Piérola subscribió un contrato, como veremos más
adelante.
A comienzos de diciembre, Piérola ordenaba el entrenamiento
intensivo del ejército y de la reserva, que ya tenía un alto grado de
preparación. El entusiasmo de los peruanos para servir y defender su patria, es
digno de mencionarse, pues acudieron rápidamente a las filas jóvenes de todas
las clases sociales.
La directiva militar de esa nación tomaba la estrategia
defensiva, mientras que el alto comando chileno preparaba la ofensiva, debiendo
para ello transportarse el ejército por mar y desembarcarlo en las proximidades
de la capital, donde se encontraba el ejército adversario, que era el objetivo
militar.
A fin de concretar las operaciones del ejército, el 6 de
noviembre se realizó en Tacna un Consejo de Guerra presidido por el general en
jefe, general Baquedano, al que asisten el ministro Vergara, los jefes de
división generales Villagrán y Sotomayor, y el coronel Lagos; el ministro don
Eulogio Altamirano, el secretario general don Máximo Lira, el jefe del Estado
Mayor general Marcos Maturana y el secretario del ministro don Eusebio Lillo.
El Consejo aceptó el plan de Baquedano de enviar sobre Lima
el ejército dividido en dos secciones: una que desembarcaría en el puerto de
Pisco y avanzaría al norte por tierra para esperar la otra parte, que
desembarcaría en alguna caleta próxima al valle de Lurín, que sería el
campamento del ejército.
A continuación se entregaron las siguientes instrucciones al
jefe de la primera división designada para desembarcar en Pisco, y que era el
general José Antonio Villagrán:
«Tacna, noviembre 12 de 1880.
Resuelta de acuerdo con el señor Ministro de Guerra en
campaña la marcha de la división del mando de V. S., hacia un puerto más
próximo al teatro de las futuras operaciones militares y hallándose ya V. S. en
aptitud de partir, paso a dar a V. S. las instrucciones generales a que
ajustará sus procedimientos en la expedición que se le confía.
1.º: Como el punto convenido para acantonar las fuerzas de su
mando es el puerto de Pisco, el desembarque que no siempre es fácil ahí lo
verificará V. S. en la bahía de Paracas, que ofrece mayores comodidades para
esta operación, o en ambos puertos a la vez, si así lo estimare V. S. posible y
conveniente.
2.º: Estando unido Pisco a la ciudad de Ica por un
ferrocarril de que es necesario apoderarse y siendo tal vez más fácil conseguir
ese objeto desprendiendo de la I división una fuerza ligera de caballería y artillería
que amagara Ica por la retaguardia, por lo cual se lograría también que no se
internasen los recursos de la costa, V. S. hará desembarcar, siempre que ello
sea fácil al objeto indicado, la caballería y artillería de montaña en alguna
de las caletas que hay al sur de Paracas y más próximas a la desembocadura del
río Ica, para aprovechar recursos del valle.
3.º: El avance de la división que V. S. manda no tiene por
objeto abrir las operaciones de la campaña activa que en breve emprenderá todo
el ejército, por consiguiente V. S. se limitará a mantenerse a la defensiva,
eligiendo para ello, apenas desembarque, las posiciones más adecuadas a su
objeto, fortificándose y adoptando las providencias necesarias para ponerse a
cubierto de cualquier ataque que pudiera intentar el enemigo con fuerzas
superiores.
Naturalmente, pudiendo V. S. operar con ventaja sobre fuerzas
enemigas en puntos que no disten mucho de sus posiciones, lo hará. Queda esta
resolución sometida exclusivamente a la discreción de V. S., que apreciará la
circunstancia con arreglo a los consejos de su inteligencia y patriotismo, y a
la responsabilidad que trae consigo la suerte de una gran parte del ejército
confiado a su prudencia y celo.
En caso de ser agredido por fuerzas superiores, V. S. cuidará
de anunciarlo con toda presteza a este Cuartel General, por medio del buque de
guerra que quedará en Pisco, para enviar refuerzos oportunamente.
4.º: Para apoderarse de los recursos del enemigo de los
valles próximos a Pisco, V. S. desprenderá de su división fuerzas ligeras de
caballería que los recorran en todas direcciones con las precauciones que V. S.
juzgue necesarias y que creo inútil recomendarle. Respecto a otras operaciones
que se relacionan con el plan general que va a ejecutar el ejército reunido, V.
S. esperará la orden que se le impartirá oportunamente.
No entro en mayores detalles, porque repito a V. S. tengo fe
en su inteligencia y celo y por ello creo inútil hacerlo.
Agregaré solamente que del acierto de la operación confiada a
V. S. depende en mucha parte el éxito de las que se emprenderá más tarde.
Dios guarde a V. S.- Manuel Baquedano».
El cumplimiento a las órdenes del general en jefe, el viernes
12 de noviembre comienza el embarque en los transportes de las tropas de la I
división, con la I brigada, que mandaba el coronel Patricio Lynch, grado del
ejército equivalente al de capitán de navío, y que es por el que se le designa
en las órdenes del general en jefe.
Dicha brigada se componía de los siguientes cuerpos:
Regimiento 2.º de Línea, 940 hombres al mando del teniente
coronel E. del Canto; Regimiento Atacama, 1.139 hombres al mando del teniente
coronel J. Martínez; Regimiento Talca, 1.156 hombres al mando del teniente
coronel Silvestre Urízar; Regimiento Colchagua, 825 hombres al mando del
teniente coronel Manuel G. Soffia.
El 15 de noviembre, a las 2 p. m., ante la expectación del
ministro Vergara, del general Baquedano, altos jefes, tropas y numeroso
público, zarpaba de Arica el convoy de 8 transportes a vapor, 7 buques a vela,
que llevaba la primera división a Pisco.
Escoltaba el convoy la corbetaO'Higgins al mando del capitán
de fragata Jorge Montt. Para el desembarque se llevaban remolcadores, lanchas
planas que eran abarloadas a los transportes.
Cuando se realizaba el embarque de las tropas, los jefes
respectivos leyeron a sus unidades la siguiente proclama del general en jefe:
«Al Ejército:
Las aspiraciones del país y los deseos del ejército comienza
a realizarse.
La I división se pone en marcha para abrir la primera campaña
y herir en la cabeza al aleve conspirador contra la paz y la prosperidad de
Chile.
Las otras divisiones seguirán pronto a la primera para
consumar juntas la gran obra de castigo y de gloria que principió en
Antofagasta y tendrá término en la capital del Perú.
Que alisten sus armas, es la única recomendación que hago a
mis compañeros del ejército.
Los caminos de Lima y la victoria son bien conocidas por los
soldados chilenos. Guiarlos por ella será un deber fácil y una alta honra para
el general en jefe.- Manuel Baquedano».
Conforme al plan estratégico, la I división constituía la
vanguardia que debía proteger el desembarco del grueso del ejército.
Al respecto agregaremos que fue una medida de seguridad que
estuvo conforme a las experiencias en los desembarcos militares.
El ministro Vergara, deseoso de participar en las operaciones
de la I división, se embarcó en la expedición acompañado de su secretario.
El general Villagrán expidió una patriótica proclama que fue
leída a sus soldados al día siguiente de la partida y que reproducimos a
continuación:
«Soldados de la I división:
El ejército encargado por Chile de resguardar el honor y el
derecho, va a comenzar su tercera y última campaña contra el enemigo de la
patria. A vosotros os ha tocado el honor de formar la vanguardia de las fuerzas
chilenas.
En pocas horas más vuestras plantas victoriosas hollarán el
suelo de una de las más hermosas y ricas comarcas del Perú y os encontraréis
instalados firmemente como señores a pocas jornadas de la ciudad de Lima,
centro de la resistencia y recursos del enemigo, que el ejército chileno tiene
encargo de rendir y someter.
Antes de que hayan transcurrido muchos días habrán acudido a
sosteneros en el avance contra la orgullosa y muelle ciudad de los virreyes,
vuestros compañeros de la II y III división. Antes de muchos días el poderoso
ejército que ha hecho surgir del suelo el patriotismo inquebrantable de la
nación chilena, se hallará unido y en aptitud de marchar con paso rápido a
poner a la guerra un término digno de los sacrificios y de las glorias de
Iquique y de Pisagua, de Antofagasta y de San Francisco de Tarapacá, de Tacna y
Arica.
Entre tanto la división vivirá de los abundantes recursos que
le brinda la fértil región enemiga que pronto ocupará; y su general, lo mismo
que el gobierno y el país, esperan de ella que mientras llega la hora de los
combates, sepa dar al ejército ejemplos dignos de disciplina, de moralidad y de
cultura.
Nada de destrucciones insensatas de la propiedad que a nadie
aprovechan y que redundaría en esta ocasión en daño para nosotros mismos.
Nada de violencias criminales contra personas indefensas o
inofensivas.
El ejército de Chile se halla obligado por la grandeza de sus
hechos pasados a manifestarse tan humano en el campamento, como irresistible en
el campo de batalla.
Soldados: en víspera de nuevos refuerzos y nuevos triunfos,
os saluda en nombre de la nación de Chile y del gobierno: Vuestro General».
Con las primeras luces de la mañana del día 19, el convoy
comienza a entrar en la bahía de Paracas siguiendo órdenes del comandante Viel,
de la Chacabuco. Al fondear se envía a tierra una compañía de la Artillería de
Marina al mando del capitán Juan Rojo, quien con sus soldados en despliegue de
combate se dirige a Pisco. A continuación desembarca la artillería con sus
amunicionamientos. El general Villagrán hace llegar al comandante militar
coronel Zamudio, por intermedio del teniente de marina Adolfo Rodríguez, un
oficio requiriendo la entrega de la plaza y evitar con ello derramamientos de
sangre. El coronel, que tenía 6 batallones de infantería y dos de caballería,
contestó:
«Pisco, 19 de noviembre de 1880.
En contestación a su intimación de la rendición de esta
plaza, digo a V. E. que puede proceder a tomarla a viva fuerza y que ningún
solo peruano arriará el pabellón a las huestes invasoras.- Manuel Zamudio».
El jefe de la división ordenó el desembarque de todas las
fuerzas y marchó sobre Pisco, entrando a esta plaza el día 20. Dispuso izar el
pabellón nacional en los edificios públicos y cuarteles.
Por su parte, el ministro Vergara comenzó a efectuar algunos
reconocimientos con tropas de caballería, embarcándose de regreso a Arica el 2
de diciembre.
Cumpliendo órdenes del general en jefe, la I brigada de la II
división que mandaba el coronel José Fco. Gana, fue embarcada en Arica con
rumbo a Pisco a fin de reforzar la I división. Esta fuerza se componía del
regimiento Buin, del Esmeralda y del Chillán, más la artillería y servicios
auxiliares.
Dicha brigada llevaba 1665 jefes y oficiales; 3,337 soldados
y 12 cañones. Desembarcó sin novedad el 1.º de diciembre.
El general Villagrán extendió su ocupación militar a la
ciudad de Ica, que estaba unida por ferrocarril con el puerto de Pisco.
Mientras operaba la I división, el grueso alistaba para
embarcarse en Arica y desembarcar en alguna caleta próxima a Lurín, que era el
punto escogido para la concentración del ejército, antes del ataque al enemigo.
El general en jefe dispuso realizar un Consejo de Guerra el 7
de diciembre a fin de dar a conocer el plan de operaciones, ya estudiado y
puesto en conocimiento del gobierno y que era el siguiente:
«1.º: Trasladar una parte del ejército a Pisco, para ocupar
el departamento de Ica, a una distancia suficiente de Lima, para evitar que el
ejército de Piérola se viniera sobre esta vanguardia estratégica. Ya estaba
allí la I división y la I brigada de la II división.
2.º: Embarcar el grueso del ejército con rumbo a Chilca donde
desembarcaría el 22 de diciembre.
3.º: Hacer marchar por tierra la I división hacia Chilca, a
cuyo punto debía llegar precisamente el 22 para proteger el desembarco del
grueso.
4.º: Dejar en Pisco la I brigada de la II división que sería
reembarcada tan pronto quedaran disponibles los transportes conductores del
grueso.
5.º: Dejar en Pisco hasta la última hora una pequeña
guarnición encargada de enviar víveres frescos y ganado al ejército».
El plan fue aprobado por los altos jefes con el voto en contra
del ministro Vergara, que tenía el plan de desembarcar en Ancón y atacar Lima
por el norte, en caso de que Piérola hiciera avanzar su ejército al sur.
Conforme al plan aprobado por el alto comando, el general
Baquedano envió las siguientes instrucciones al general Villagrán:
«Debiendo ponerse próximamente en movimiento el resto del
ejército de mi mando, para operar contra las plazas de Lima y Callao paso a dar
a V. S. las instrucciones necesarias para los movimientos de su división:
1.º: Siendo el puerto de Chilca el elegido para desembarcar
el grueso del ejército, V. S. se pondrá en marcha por tierra en dirección a ese
puerto a la mayor brevedad que le sea posible, no saliendo en ningún caso de
Pisco después del 14 del corriente.
2.º: Para que la marcha de sus tropas no le sea muy fatigosa,
y teniendo en cuenta las dificultades del camino, V. S. arreglará de manera que
recorra la distancia que media entre Pisco y Chilca en el plazo de ocho días.
3.º: V. S. llevará consigo toda la división de su mando,
exceptuando únicamente la artillería de campaña, que quedará en Pisco para ser
reembarcada.
4.º: Se unirá a la división de V. S. y marchará con ella el
regimiento de Artillería de Marina.
5.º: Dejará V. S. al coronel José Fco. Gana para que haga
embarcar en los buques de vela que haya en esa bahía prefiriendo el que tenga
donkey para la artillería de campaña; previniendo al mismo tiempo que tenga
lista la I brigada de su mando para reembarcarla en el momento oportuno.
Excusado me parece advertir a V. S. que debiendo operar la I
división del mando de V. S. en combinación con las que salgan de Arica, para
desembarcar en Chilca, el buen éxito de la operación depende del cumplimiento
exacto de estas instrucciones.
Dios guarde a V. S.- Manuel Baquedano».
El general Villagrán con fecha 10 de diciembre contestó en
los siguientes términos el oficio del general en jefe:
«Acabo de recibir su nota de fecha 7 del actual, enviada por
el transporte Carlos Roberto, en la que V. S. me da sus instrucciones para la
marcha por tierra de la división de mi mando.
En cumplimiento de esas instrucciones he dispuesto mi marcha
para el 13 del actual, sin embargo de carecer completamente de los elementos
necesarios para hacer una travesía de doce a catorce leguas sin agua.
Algunos cuerpos de la división de mi mando carecen de
caramayolas, pues V. S. sabe que en Tacna no se pudo proveer de ellas por no
existir.
Procuraré salvar estas dificultades como me sea posible,
quedando mi responsabilidad a salvo de los desastres de mi división, por falta
de elementos.
Dios guarde a V. S.- J. A. Villagrán».
El general Baquedano quedó profundamente contrariado por la
inoportuna contestación del general Villagrán y de acuerdo con el ministro en
campaña dispuso lo siguiente:
a) Que la I brigada de la II división se embarque en Pisco,
en el convoy con el resto del ejército.
) Que regrese a Pisco el general Villagrán con la II brigada
de su división.
c) Que siga adelante la I brigada al mando de su jefe el
coronel Lynch en demanda de Chilca, a proteger el desembarco del grueso del
ejército.
En consecuencia, se entregó a Lynch una tarea de guerra
difícil, conociendo sus grandes aptitudes militares, que lo llevaban a cumplir
misiones por complicadas que fueran.
El ministro y el general en jefe sabían que llegarían a su
destino, venciendo las dificultades propias de la campaña.
Fue así como inició Lynch el 17 de diciembre su marcha con su
brigada, para recorrer 300 kilómetros en desiertos y arenales, desprovistos de agua,
que entorpecería con esta falta el trayecto de su fuerza.
Entre las primeras disposiciones ordenó marchas de una hora y
descanso, para no desgastar las tropas. Previó el ataque del enemigo, pues
tenía conocimiento de que Piérola había destacado al coronel Sevilla con el
regimiento Cazadores del Rímac, para resguardar el camino de Pisco a Lurín. Al
fin de no ser sorprendido, dispuso marchase a la vanguardia el regimiento
Granaderos al mando de su comandante el teniente coronel Tomás Yávar.
Las fuerzas chilenas avanzaron por la senda cercana a la
costa, ocupando el comandante Yávar Tambo de Mora, donde Lynch llega después
con el grueso de sus tropas que acampan a la orilla del río San Juan.
Desde Tambo de Mora, la brigada continúa a Jaguay y desde
allí al valle de Cañete atravesando el desierto. Para que el agua no escasease
se llevaban carretones y mulas con barriles.
En esta parte de la marcha, el comandante Yávar informó que
durante la noche había cambiado un tiroteo con el enemigo, Lynch aprecia que son
montoneros y dispone sean atacados por el batallón de Artillería de Marina, que
se le había agregado a su brigada antes de salir de Pisco. Se produce un
pequeño combate con las fuerzas del coronel Sevilla, que después se retiran del
campo.
La brigada continúa adelante, ocupando villa Cañete, que es
la capital de la provincia, a orillas del río de su nombre, que riega esa zona.
Allí las tropas tuvieron descanso, continuando después a la costa a un lugar
llamado «Cerro Azul» que tenía muelles, bodegas y telégrafo. En el trayecto la
brigada pasó por la hacienda de Montalván, que obsequió el Perú al prócer
Bernardo O'Higgins, durante la independencia, como premio a su intervención, al
enviar la Expedición Libertadora. Lynch dispuso se rindiera allí un homenaje al
Padre de la Patria.
De Cerro Azul, la brigada penetra en otro desierto arenoso y
sin agua, donde era casi imposible esquivar el ardiente sol, recorriendo el
trayecto de 50 kilómetros con descansos más periódicos para refrescar las
tropas. Llegó al pequeño pueblo de Asia a las 9:30 a. m. del 22 de diciembre,
donde se encuentra un pozo de agua, que fue utilizado por las fuerza chilena.
La nueva travesía es hacia Mala, que es un pequeño valle en
esa zona. El camino pasa por cerros tupidos de cañaverales, donde se ocultan
tropas del coronel Sevilla y una montonera del coronel Joaquín Retes, que hace
fuego sobre la vanguardia de Yávar, que iba 4 leguas adelante de Lynch. El
enemigo es combatido enérgicamente y obligado a retirarse. La brigada continúa
adelante, pasando por Bujama, desde donde sale al amanecer del día 23. Lynch,
previniendo nuevos ataques de Sevilla, lleva desplegada una compañía de la
Artillería de Marina que sostiene tiroteo con el enemigo oculto. Llega a Mala a
las 9:30 a. m., deteniéndose allí por 20 minutos y continúa a San Antonio. En
el trayecto recibe una comunicación del general en jefe, recomendando se dirija
a Curacayo, caleta que queda cuatro leguas al norte de Chilca.
Para llegar al pequeño pueblo de San Antonio, es necesario
pasar el río Mala y tomar después un camino angosto y lleno de vegetación.
La brigada marcha con protección en la vanguardia y en la
retaguardia por tropas del 2.º de Línea que reciben el fuego del enemigo.
Después de San Antonio, la brigada sigue a Rinconada, donde
existe abastecimiento de agua y víveres para las tropas y forraje para el
ganado. Al amanecer del 24, sale al norte pasando a las 9:30 por caleta Chilca,
que saluda a las tropas con repiques de campana de la pequeña iglesia entrando
al amanecer a caleta Curayaco, donde se efectúa el desembarco del grueso del
ejército y punto donde pudo llegar el 22, si no hubiesen existido las
dificultades con el jefe de la I división, que motivaron la salida de Lynch
para el día 17.
Finalmente la brigada siguió a Lurín llegando a ese
campamento en la tarde del 25 de diciembre, recibiendo el saludo de los
batallones formados, tocando sus bandas de músicos dianas en homenaje a las
tropas que entraban después de haber efectuado la difícil marcha desde Pisco.
La ardua comisión se había efectuado sin contratiempos de
importancia. No hubo bajas por enfermedades, tampoco quedaron rezagados. Hubo
dos muertos en las acciones contra el enemigo.
Lynch salió airoso de esta nueva prueba de su capacidad
militar, elevando aún más su prestigio de hombre de guerra, que fue reconocido
por el ministro Vergara y por el general Baquedano.
Debido a la situación producida con el jefe de la I división
general Villagrán, el Ministro de Guerra en campaña, en virtud de sus
atribuciones y de acuerdo con el general en jefe, nombró al coronel Patricio
Lynch, jefe de la I división del ejército y al coronel Juan Martínez, jefe de
la I brigada de dicha división.
Lynch por sus méritos ascendía a un alto mando en el ejército
que se preparaba para la gran batalla contra el ejército adversario parapetado
en la línea defensiva de Chorrillos.
Aparte de los estragos de los fuertes y buques, las turbas
incendiaron las casas y saquearon los almacenes. Muchos desmanes fueron
impedidos por los extranjeros que se organizaron ayudados por el cuerpo de
bomberos, de modo que la llegada de la I división fue salvadora para el puerto,
donde fue impuesto el orden.
Parte V
En el campamento de Lurín, con fecha 25 de diciembre, el
general Baquedano por la «orden al día», daba a conocer al ejército el
nombramiento del coronel Patricio Lynch como jefe de la I división; y al
coronel Juan Martínez, como comandante de la I brigada de la I división.
El grueso del ejército había partido de Arica embarcado en un
convoy de 14 naves a vapor y 15 a vela, escoltado por la escuadra del
contraalmirante Riveros.
El convoy pasó por bahía Paracas para embarcar la I brigada
de la II división que estaba en Pisco; días después era transportada al norte
la II brigada de la I división por otro convoy que pasó por Paracas.
El primer convoy se pone en movimiento el 20 de diciembre en
medio de un gran entusiasmo de las tropas, que escuchan emocionadas la canción
nacional ejecutada por las bandas de los regimientos, mientras maniobraban los
barcos.
La corta navegación de Pisco a Chilca se hace sin novedad,
fondeando los buques en dicha caleta el día 21. Como el reconocimiento marítimo
de la costa estableciera que era mejor efectuar el desembarco en caleta
Curayaco, allí convergen las naves, desembarcándose la artillería en caleta
Pescadores, al norte de Curayaco y más cercana a Lurín.
La operación comenzó el día 22, quedando rápidamente en
tierra la I brigada de la II división mandada por el coronel Gana, que con
3.500 hombres fue designada para tomar posesión del valle de Lurín, que está a
30 kilómetros al sur de Lima, y que antes había sido reconocido por fuerzas de
caballería al mando del teniente coronel Ambrosio Letelier.
En cuatro días la escuadra colocaba en tierra el grueso del
ejército con todo su ganado, bagaje y servicios auxiliares, en una operación
estudiada en sus menores detalles y realizada sin ningún accidente, todo lo
cual demostró una notable acción naval, dirigida por el almirante Riveros y
jefes que lo secundaron.
Terminado el desembarque, todo el ejército se concentraba en
Lurín, y alrededores donde se establecen campamentos. El valle proporciona
víveres, agua, forraje, etc. Baquedano quedó satisfecho de esta importante
operación sin que opusiera resistencia el enemigo.
El cuartel general se instala en las casas de la hacienda San
Pedro y el Estado Mayor en el edificio fiscal de la plaza del pueblo de Lurín.
El ejército de operaciones quedó organizado en Lurín de
acuerdo con la siguiente distribución:
General en Jefe: General de división Manuel Baquedano; Jefe
del Estado Mayor General, general de brigada Marcos Maturana.
I División: Jefe, coronel Patricio Lynch; Jefe de Estado
Mayor, coronel Gregorio Urrutia; I Brigada: Jefe, coronel Juan Martínez,
regimiento 2.º de Línea, Regimiento Atacama, Regimiento Colchagua, Regimiento
Talca, Batallón Melipilla; II Brigada: Jefe coronel Domingo Amunátegui;
Regimiento de Artillería de Marina, Regimiento 4.º de Línea, Regimiento
Chacabuco, Regimiento Coquimbo, Batallón Quillota.
II División: Jefe, general de brigada Emilio Sotomayor; Jefe
de Estado Mayor, teniente coronel Baldomero Dublé Almeyda. I Brigada: Jefe,
coronel José Fco. Gana; Regimiento Buin, Regimiento Esmeralda, Regimiento
Chillán. II Brigada: Jefe, coronel Orozimbo Barbosa; Regimiento Lautaro,
Regimiento Curicó, Batallón Victoria.
III División: Jefe, coronel Pedro Lagos; Jefe de Estado
Mayor, teniente coronel Eustaquio Gorostiaga. I Brigada: Jefe, coronel
Martiniano Urriola; Batallón Cívico, Regimiento Aconcagua. II Brigada: Jefe,
teniente coronel Francisco Barceló; Regimiento Santiago, Batallón Bulnes,
Batallón Caupolicán, Regimiento Concepción.
Reserva general: Jefe, teniente coronel Arístides Martínez;
Regimiento 3.º de Línea, Regimiento Zapadores, Regimiento Valparaíso.
Artillería: Comandante General, coronel José Velázquez.
Artillería de la I división: Jefe, teniente coronel José de
la C. Salvo. Artillería de la II división: Jefe, teniente coronel José M.
Novoa. Artillería de la III división: Jefe, teniente coronel Carlos Wood.
Caballería de la I división, Regimiento Granaderos: Jefe,
teniente coronel T. Yávar. Caballería de la II división, Regimiento Cazadores:
Jefe, teniente coronel P. Soto Aguilar. caballería de la III división,
regimiento Carabineros de Yungay: Jefe, teniente coronel Manuel Bulnes.
En resumen, el ejército se componía de la siguiente fuerza: 5
generales, 136 jefes, 1.067 oficiales y 25.566 soldados. Completaban el
ejército los Servicios de Sanidad, Intendencia, Contabilidad y Religioso. El
Servicio de Sanidad estaba dirigido por el médico-cirujano Dr. Ramón Allende
Padin, y lo completaban 3 ambulancias una en cada división.
Ejército del Perú
El ejército del Perú, incluyendo las tropas en las
fortificaciones, era aproximadamente el 1.º de enero de 1881 el siguiente:
Generalísimo con el mando supremo de la nación general Nicolás de Piérola.
I Cuerpo de Ejército: Jefe, coronel Miguel Iglesias. I
división, coronel Mariano Noriega (jefe); II división, coronel Manuel Cano
(jefe); III división, coronel Pablo Arguedas (jefe).
II Cuerpo de Ejército: Jefe, coronel Belisario Suárez. I
División, jefe, coronel Buenaventura Aguirre; II división, jefe, coronel
Benigno Cano.
III Cuerpo de Ejército: Jefe, coronel Justo Pastor Dávila. I
División, jefe, coronel César Canevaro; II división jefe, coronel Fabián
Merino.
IV Cuerpo de Ejército: Jefe, coronel Andrés A. Cáceres. I
división, jefe, coronel Domingo Ayarza; II división, jefe, coronel Manuel
Perina; III división, jefe, coronel Lorenzo Iglesias.
División Volante: compuesta de 3 batallones de infantería.
Artillería: 2 brigadas y un regimiento. Caballería: 2 brigadas y un escuadrón
escolta.
Reserva: se componía de 2 cuerpos de ejército de 2 divisiones
cada cuerpo.
Total general:
Infantería
21.100
Artillería
1.000
Caballería
737
22.837
Fortificaciones
3.227
26.064
En el campamento de Lurín, el general Baquedano con los jefes
de divisiones Sotomayor, Lynch y Lagos, trabajan asiduamente en la preparación
del ejército para la inminente batalla.
El general en jefe, dispone, como principal medida, el
reconocimiento de las posiciones del ejército adversario, enviando a los
diferentes frentes fuerzas de caballería, infantería y artillería que deben
informar de sus observaciones al cuartel general.
Hacia el norte se destacan tropas de caballería, al mando del
teniente coronel Ambrosio Letelier y del mayor Manuel Rodríguez, que informa de
la presencia de masas del ejército en el Morro Solar y cerros vecinos próximos
a San Juan.
El coronel Lagos se interna con su división hacia el caserío
de la hacienda Villa. El coronel Barbosa avanza hacia la quebrada del Manzano,
que se encuentra al interior del río Lurín. Para esta operación lleva 3
compañías del regimiento 31 de línea, el batallón Lautaro, el Victoria, una
brigada de artillería y un escuadrón de caballería de Carabineros de Yungay.
Con sus fuerzas, Barbosa cierra el paso al norte del regimiento peruano
Cazadores de Rímac, que viene al mando del coronel Sevilla y que, como hemos
escrito había interferido en varios puntos la marcha de la brigada Lynch.
Las tropas peruanas después de combatir se retiran, dejando
prisionero al coronel Sevilla, 12 oficiales y sobre 100 soldados; así también
gran número de armas y caballada.
Así como se estudiaban las posiciones adversarias desde
tierra, también desde el mar se buscaban mayores informaciones.
Para ello se embarcaron Lynch y Lagos en la corbeta
Magallanes, que navegó prudentemente lo más cerca de la costa. Ambos jefes
reconocieron la existencia de fortificaciones en San Cristóbal al norte de
Miraflores y en el Morro Solar, al sur de la bahía Chorrillos. Divisaron además
los campamentos y las trincheras de dicho Morro. Al oeste de Chorrillos se
constata la existencia de fortificaciones que, por su altura, son para atacar
fuerzas marítimas. En Villa se comprueba que en sus proximidades hay campamentos
de tropas. La Magallanes efectúa su navegación a 3.500 metros de la costa,
apreciando que las fortificaciones de la cadena de cerros al sur de Chorrillos
están al alcance de los cañones de la escuadra.
El almirante Riveros en persona observa las posiciones del
enemigo en el vapor Toro, comprobando los informes de Lynch y Lagos.
El general Baquedano, acompañado del ministro Vergara, del
general Sotomayor y de los coroneles Lynch y Lagos, efectúa el 6 de enero un
importante reconocimiento hacia el norte, pasando por las cercanías de Villa y
por el camino a San Juan, llegando a Lurín por el lado este. Al día siguiente
el jefe de Estado Mayor, general Maturana, con oficiales de su dependencia,
recorre el camino hacia la hacienda Santa Teresa, tomando sus ayudantes croquis
de esa zona, reconociendo las fortificaciones de los cerros por el lado sur.
Baquedano no se cansa de ordenar el máximum de estudios del
terreno, donde debe desarrollarse la acción, aunque sea combatiendo con fuerzas
enemigas. Así dispone el reconocimiento del valle de Ate, que queda al este de
Lima, para lo cual hubo de internar las fuerzas por el valle de Lurín. Esta
operación fue encomendada al coronel Barbosa, de destacadas condiciones
militares.
Llevó a sus órdenes 6 compañías del regimiento 3.º de Línea:
una compañía montada del regimiento Buin, un escuadrón del regimiento de
caballería Granaderos y cuatro piezas de artillería.
Salieron de Lurín el día 9, y tomando contacto con las
avanzadas enemigas y después con mayores fuerzas, se desarrolló un singular
combate. Éste fue un importante reconocimiento ofensivo que dio nuevos informes
sobre las posiciones peruanas.
Los reconocimientos fueron finalizados el 10 de enero,
permitiendo apreciar los siguientes puntos principales:
1.º: Que el enemigo ha abandonado la capital y ocupa una
línea fortificada que apoya su ala derecha en Villa y su izquierda en
Monterrico-Chico.
2.º: Que la parte más fortificada de la línea se halla entre
Villa y San Juan, interceptando el acceso a Chorrillos.
3.º: Que el enemigo tiene un efectivo de 30.000 plazas, más o
menos.
4.º: Que el ejército peruano se parapeta de día en día, con
fosos y trincheras de sacos de arena para resguardar los puntos más accesibles
y que ha sembrado el frente de sus líneas con enorme cantidad de minas
automáticas, que estallan a la más ligera presión.
El día 11, el general en jefe reúne en su Cuartel General a
los altos jefes para darles a conocer su plan de ataque. Asiste a la reunión el
ministro de guerra en campaña señor Vergara. Baquedano expone que se ha
decidido atacar de frente las posiciones enemigas, con el objetivo de romper la
línea por Santa Teresa o San Juan, o por ambos puntos, a fin de tomar el puerto
de Chorrillos.
A continuación expresa que el plan trazado corresponde:
1.º: Al reconocimiento del terreno ya estudiado.
2.º: A la seguridad de una retirada al sur sobre Lurín.
3.º: Al apoyo del flanco izquierdo por la escuadra.
4.º: A la extensa línea enemiga.
5.º: A las aptitudes de la tropa, en su mayoría con poca
instrucción, lo cual dificulta las difíciles maniobras; en cambio puede atacar
de frente con el valor que acostumbra.
Las consideraciones del general Baquedano, como también todas
sus órdenes impartidas antes de la batalla, demuestran su preparación y su alto
sentido militar. Además, prueban una organización eficiente del ejército y de
sus mandos. Los jefes de división, de brigada, de los regimientos, evidenciaron
una gran capacidad profesional, opinión que extendemos, contraria a la de
algunos historiadores que tratan con severa crítica a los altos jefes. Es
suficiente leer la historia militar para formarnos el juicio de que nuestro
ejército estaba a la altura de los más aguerridos y mejor organizados de la
época.
Durante la reunión el ministro Vergara expresó que en su
opinión el éxito era más seguro llevando el ataque con un movimiento envolvente
por el valle de Ate. El coronel Velázquez rebate lo expresado por el ministro,
afirmando que el movimiento por el valle de Ate es sobre terrenos desconocidos
y, por consiguiente, expuesto a sorpresas, perdiéndose al mismo tiempo el
contacto con la escuadra. Explicó, además, que la columna por angostos caminos
facilitaba el ataque del enemigo.
El general Baquedano terminó la reunión expresando que sentía
estar en desacuerdo con el señor ministro, para llegar al objetivo común de
tomar posesión de Lima y Callao, después del punto primordial que era la
destrucción del ejército enemigo.
La mayor parte de los críticos militares han dejado
constancia de la notable apreciación estratégica del general en jefe.
A continuación, Baquedano, durante la reunión, analizó la
acción que correspondía a cada brigada, a cada cuerpo, para obtener el objetivo
táctico, que era romper la línea peruana en Santa Teresa o San Juan.
A continuación explicaremos brevemente las posiciones del
ejército del Perú.
Dicha fuerza ocupaba una larga línea fortificada de 16
kilómetros de extensión que comenzaba en Chorrillos en dirección al sur,
siguiendo las alturas de la cadena de cerros variables entre 150 y 200 metros,
encontrándose entre ellos el Morro Solar de 270 metros. A continuación, la
línea fortificada sigue en dirección este, hacia el caserío de Villa y
avanzando más hacia las alturas de Santa Teresa, que dejan un portezuelo que
permite el paso a Chorrillos. Después la línea prácticamente toma dirección al
norte, a los cerros de Pamplona, comprendiendo en el trazado las alturas de San
Juan, que dejan otro portezuelo hacia Chorrillos.
La mayor defensa de la línea está en el Morro Solar, con
cañones de 14 pulgadas (500 libras), que disparan sobre el mar. Además allí
existían 3 baterías de 70 libras del tipo francés Parot, para disparar sobre
tierra o el mar a 5.000 metros. Los cerros del sur, frente a Villa y los que
colindan con los portezuelos de Santa Teresa y San Juan, tienen las mejores
baterías con alcances de 3.500 a 4.000 metros.
Además de la artillería emplazada, están distribuidos en la
línea fortificada 3 regimientos de artillería con 1.500 soldados, que accionan
cañones de campaña y ametralladoras. Completa las defensas un sistema de minas
automáticas para impedir la llegada del enemigo a las cercanías de los cerros.
Protegido y parapetado, como listo para actuar, se encontraba
el ejército peruano distribuido en la línea defensiva por cuerpos. Así el I
Cuerpo de ejército, al mando del coronel Iglesias, ocupa las posiciones desde
Chorrillos hasta el portezuelo de Santa Teresa; él sigue el IV, al mando del
coronel Cáceres, que comprende San Juan; a continuación el III, del coronel
Dávila, que defiende hasta Pamplona. El II, del coronel Suárez, queda a
retaguardia en la reserva. Aproximadamente cada cuerpo tiene 5.500 soldados de
infantería y artillería:
«Por eso habéis podido recorrer con el arma al brazo todo el
territorio de esta república, que ni siquiera procura embarazar vuestro camino.
I cuando habéis encontrado ejércitos preparados para la resistencia detrás de
pozos y trincheras, albergados en alturas inaccesibles, protegidos de minas
traidoras, habéis marchado firmes y resueltos, con pasos de vencedores. Ahora
el Perú se encuentra reducido a su capital, donde está dando hace meses el
triste espectáculo de la agonía de un pueblo. I como se ha negado a aceptar en
hora oportuna su condición de vencido, venimos a buscarlo en sus últimos
atrincheramientos para darle en la cabeza el golpe de gracia y matar allí,
humillándolo para siempre, el germen de aquella envidia, que ha sido la única
pasión de los eternos vencidos por el valor y la generosidad de Chile.
Pues bien, que se haga lo que se ha querido; si no lo han
aleccionado bastante sus derrotas en mar y en tierra, donde quiera que sus
soldados y marinos se han encontrado con los nuestros, que se resigne a su
suerte y sufra el último y supremo castigo.
Vencedores de Pisagua, San Francisco y de Tarapacá; de
Ángeles, de Tacna y Arica ¡adelante! El enemigo que aguarda es el mismo que los
hijos de Chile aprendieron a vencer en 1839, y que vosotros, los herederos de
sus grandes tradiciones, habéis vencido en tantas gloriosas jornadas.
¡Adelante! a cumplir la sagrada misión que nos ha impuesto la patria. Allí,
detrás de esas trincheras, débil obstáculo para vuestros brazos armados de
bayonetas, os espera el triunfo y el descanso; y allá, en el suelo querido de
Chile, os aguardan vuestros hogares, donde viviréis perpetuamente protegidos
por vuestra gloria y por el amor y respeto de vuestros conciudadanos.
Mañana, al aclarar el alba, caeréis sobre el enemigo y al
plantar sobre sus trincheras el hermoso tricolor chileno, hallaréis a vuestro
lado a vuestro general en jefe, que os acompañará a enviar a la Patria ausente
el saludo de triunfo, diciendo con vosotros: ¡Viva Chile!- Manuel Baquedano».
En la tarde del 12 de enero de 1881, a las 4:30, los cornetas
tocaban llamada, formándose los regimientos y batallones con indescriptible
entusiasmo, demostrando los soldados el amor a la patria lejana, a la que se
disponían a ofrendar sus vidas para obtener el triunfo de sus armas.
A las 5, comenzó el desfile de las tropas que tomaban el
camino hacia el campo de batalla.
El general Baquedano, en su corcel de guerra, situado en la
entrada sur del puente de fierro o de Bella Vista, acompañado de su Estado
Mayor, despedía con su sable en alto a los regimientos que pasaban al son de
las bandas, llevando la vista al venerado jefe.
Correspondió a la I división iniciar el desfile, llevando a
la cabeza, montado a caballo, a su jefe, el coronel Patricio Lynch, que saludó
con su espada al General en Jefe. Lo acompañaban el jefe de su Estado Mayor,
coronel Urrutia, el jefe de la caballería divisionaria, teniente coronel Yávar
y el jefe de la artillería, de la división, mayor Emilio Gana. A continuación
desfila el coronel Juan Martínez con la I brigada, le seguía el coronel
Amunátegui con la II brigada. Eran las 5:30 p. m. cuando la I división avanzaba
hacia el campo de batalla por el camino de San Pedro que va hacia la hacienda
Villa y al Portezuelo de Santa Teresa.
La II y III Divisiones atravesaron el río Lurín por un puente
más al interior, por cuanto estas divisiones atacarían por la derecha de la I.
A las 2 de la mañana del 13 de enero llegan al punto de
observación, cerro Observatorio, el Ministro de Guerra don José Fco. Vergara; el
General en Jefe, general Baquedano; el general Maturana, Jefe del Estado Mayor;
el general Saavedra, que era inspector general del ejército; además los
ayudantes y secretarios y un escuadrón del regimiento Cazadores, que servía de
escolta.
El generalísimo Piérola, en conocimiento de que el ejército
chileno atacaría al amanecer, por la información de un soldado extraviado de la
Ambulancia, puso en estado de alerta al ejército de su mando.
La escuadra del contraalmirante Riveros se había situado
frente al Morro Solar y a una distancia próxima a 5.000 metros, manteniendo los
buques sus cañones listos para disparar sobre el ala derecha peruana.
En la relación que escribimos, nos referiremos especialmente
a la I división mandada por Lynch, que debió recorrer 14 kilómetros desde el
puente a la línea enemiga que era su objetivo, y más exactamente a la zona de
Villa y Santa Teresa.
Marchaba en la siguiente formación:
Brigada Martínez, primer escalón: regimientos 2.º de Línea y
Colchagua; segundo escalón: regimientos Atacama y Talca.
Brigada Amunátegui; tercer escalón: regimientos 4.º de Línea
y Chacabuco; cuarto escalón: regimiento Coquimbo y batallón Melipilla. A
continuación marchaba la artillería del mayor Gana y el regimiento de
Artillería de Marina.
A las doce de la noche, con ligera camanchaca, la división se
encuentra a 5 kilómetros de las posiciones peruanas.
Se ordenó alto y descanso.
A las 12:30, el cuarto escalón al mando del teniente coronel
José María Soto toma el camino de la izquierda para acercarse a la playa y
atacar después por el sur las trincheras del Morro Solar. El resto de la
división continuó hacia el noroeste deteniéndose a las 3:30 para un descanso,
encontrándose a esa hora a 3 kilómetros de la línea enemiga. Se ordenó
alistarse para el ataque final revisándose el armamento y las municiones. En
esta posición los capellanes reconfortaban a los soldados. A las 3:45, se
dispone la división para el ataque en la siguiente forma: a la derecha el 2.º
de Línea en guerrillas llevando a la retaguardia al Colchagua; estas fuerzas
del primer escalón deben atacar las fortificaciones de los cerros que ocultan
el portezuelo de Santa Teresa; al centro, segundo escalón, llevando el Atacama
en guerrillas, y el Talca a la retaguardia; a la izquierda el tercer escalón,
llevando el 4.º de línea en guerrillas, y el Chacabuco en la retaguardia. A las
4 de la mañana la I división está ya a 2 kilómetros del enemigo. Pocos después
la artillería peruana del I cuerpo de Iglesias, en la semi obscuridad, rompe el
fuego sobre los chilenos. La camanchaca comienza a bajar.
Lynch impertérrito, ordena no contestar el fuego y sigue con
su división avanzando hacia los cerros de Santa Teresa, donde va llegando con
exactitud cronométrica. Aproximadamente a las 4:45 ordenó a la artillería del
mayor Gana disparar sobre las baterías que protegían el portezuelo de Santa
Teresa.
Los escalones desplegados para el combate continúan
avanzando, estrechando minuto a minuto la distancia. Los soldados serenamente
en sus puestos sin disparar un tiro, a pesar de que la infantería peruana ya
había abierto el fuego y comenzaban a estallar las minas colocadas antes del
acceso a los cerros. Por fin a las 4:50 de la mañana, conforme anotó el
teniente de marina Alberto Silva Palma, que era ayudante de Lynch, y teniendo
la infantería enemiga a 300 metros de distancia; Lynch ordenó romper el fuego a
los cuerpos de la izquierda del tercer escalón, que eran el 4.º de Línea y el
Chacabuco. Continuaron el fuego el 2.º escalón y después el primer escalón con
los regimientos 2.º de línea y Colchagua, quedando aproximadamente a las 5 de
la mañana toda la I división empeñada en combate con gran ímpetu sobre la
infantería enemiga. La división Lynch inició la batalla.
A estas horas de la mañana, en plena aurora a lo lejos se
dibujaban las siluetas de los blindados Blanco Encalada y Cochrane, que
abrieron sus fuegos con los cañones de grueso calibre sobre las baterías del
Morro Solar; después debieron suspenderlo a pedido de Lynch para evitar que las
granadas cayesen encima de las tropas de la I división.
A las 5:30 de la mañana se estaban terminando las municiones
de la I división; requiriéndose además los refuerzos para continuar el combate.
Esta situación fue comunicada al General en Jefe.
Antes de que llegara el pedido de Lynch, Baquedano que había
observado el despliegue de la I división, ordenó avanzar la Reserva del
teniente Coronel Arístides Martínez, compuesta de los regimientos 3.º de Línea,
Zapadores y Valparaíso, que entraron a apoyar la I división.
En Valparaíso reforzó el centro de la brigada Juan Martínez,
quien con tres regimientos con bayoneta calada asciende a las alturas que tenía
al frente, tomando las trincheras peruanas. Zapadores refuerza la brigada
Amunátegui de la izquierda y toma las fortificaciones de los cerros de Santa
Teresa. El 3.º de Línea refuerza la derecha asaltando con gran tesón las
trincheras de las alturas llamadas «Las Canteras».
Eran las 8 de la mañana cuando la I división al mando de
Lynch, con la Reserva, desalojaban de sus posiciones al enemigo, rompiendo la
línea peruana en Santa Teresa, conforme era el plan de batalla.
Tomadas las trincheras de esa zona donde se encontraba el
cuartel general peruano, el jefe del primer cuerpo, coronel Iglesias, ordenó
como último recurso resistir a la infantería; mas como el empuje chileno era
irresistible, tuvo que retirar sus tropas hacia el Morro Solar.
El cuarto escalón compuesto por el regimiento Coquimbo y el
batallón Melipilla que había tomado el camino de la costa fue apoyado en su
avance cerca de la playa por el fuego de una ametralladora, que disparaba en
medio de la obscuridad al enemigo desde una lancha a vapor del blindado Blanco
Encalada, y que era mandada por el valeroso teniente de marina Avelino
Rodríguez, llevando como ayudante al aspirante Luis Adán Molina. El apoyo que
recibieron desde el mar el escalón de tierra, le permitió marchar decididamente
hacia el objetivo del Morro Solar para atacar las defensas por el lado sur.
(Historia de la Guerra del Pacífico, por Luis Adán Molina).
Casi simultáneamente con la entrada de la reserva del
comandante Arístides Martínez en apoyo de la I división, llegaba a la línea de
batalla la II división desplegando en guerrillas la brigada del coronel José
Fco. Gana con los regimientos Buin, Chillán y Esmeralda. Esta fuerza atacó con
energía a las tropas que defendían los cerros del portezuelo de San Juan
pertenecientes al IV cuerpo de ejército del coronel Cáceres. Aproximadamente a
las 8 de la mañana la II división, con parte de la III, rompía la línea enemiga
en San Juan.
En este ataque tuvo destacada actuación la brigada Barbosa
desplegada a la derecha de la de Gana con el regimiento Lautaro, Curicó y el
batallón Victoria. El despliegue del Buin fue impresionante, pues avanzaron los
soldados como si fueran formados en una parada, para romper el fuego con
notable valor.
Otra parte de la III división atacó enérgicamente las
defensas de los cerros de Pamplona que quedan al norte de San Juan; derrotando
así al cuerpo de ejército del coronel Dávila que se retiró hacia Chorrillos.
El general Baquedano con su Estado Mayor había avanzado a
través del portezuelo de San Juan colocándose en la planicie llamada La
Poblada, desde donde continuó dirigiendo la batalla. Observando que las tropas
enemigas se dirigían hacia Chorrillos, ordenó cargar a la caballería, acción
que ejecutan los regimientos Granaderos y Carabineros de Yungay, en famosa
carga a filo de sable, muriendo en ella el valeroso comandante Yávar al frente
de sus granaderos.
El general en jefe apreció la situación ordenando rehacer
todas las tropas de las divisiones. A continuación entregó a Lynch la difícil
tarea de desalojar con su división al enemigo del Morro Solar. Sin duda era una
prueba más para el inmutable jefe que había actuado notablemente en la primera
parte de la batalla. A las 9 de la mañana la I división se dirige por el lado oriental
hacia el Morro desplegándose el 2º de Línea y el Colchagua por la derecha; el
Atacama y el Talca por el centro y el 4.º de Línea y el Chacabuco por la
izquierda.
Las tropas chilenas con bayoneta calada combaten cuerpo a
cuerpo contra la infantería peruana desplegada en las laderas de los cerros y
que desesperadamente trataba de impedir el avance de la I división. Hubo
momentos difíciles, ya que el enemigo estaba apoyado por el fuego de las
baterías. En esta situación llegaron a reforzar a Lynch, el coronel Barbosa con
su brigada, el coronel lagos de la III división con la brigada Barceló y la
Reserva del comandante Martínez. Estos jefes actuaron con iniciativa,
cumpliendo además órdenes del General en Jefe que observaba detenidamente el
ataque sobre el Morro Solar. Al mismo tiempo que la infantería chilena combatía
con la infantería peruana, la artillería divisionaria del mayor Gana y la
artillería del coronel Velázquez precisaban sus fuegos sobre el Morro Solar. A
las 10:30 de la mañana Lynch con el apoyo de los regimientos nombrados ordenó
el ataque general contra los defensores del Morro.
Mientras se llevaba el ataque por el lado oriental, que hemos
descrito, por el lado sur después de pasar entre dos cerros, el cuarto escalón
del comandante Soto desplegado en guerrillas ascendía hacia el Morro Solar,
llevando las tropas bayoneta calada. Casi simultáneamente al ataque del
oriente, el cuarto escalón combatía la resistencia enemiga, produciéndose
entonces un ataque combinado, cuyo resultado fue la toma de 11 trincheras del
Morro Solar. Cayeron enseguida las trincheras del cerro vecino llamado Salto
del Fraile y también las trincheras que quedaban más al sur.
Lynch cumplía la orden del General en Jefe, triunfando
ampliamente en esta segunda parte de la batalla secundado por los coroneles
Lagos, Barbosa, Barceló y Arístides Martínez.
En la contienda caían 1.500 prisioneros, entre ellos el
coronel Iglesias que mandaba el primer cuerpo del ejército del Perú.
Era el mediodía del 13 de enero.
Refiriéndonos a otra parte de la batalla, próximamente a las
10 de la mañana, cuando la I división y brigadas de las otras divisiones
atacaban el Morro Solar, el general Baquedano ordenó al general Sotomayor
avanzar sobre Chorrillos, lo que ejecuta desplegando en batalla por la
izquierda la brigada Gana y por la derecha la brigada Urriola. También dispuso
que parte de la brigada Barbosa cerrase el camino de Chorrillos a Lima,
llevando como refuerzo al regimiento 3.º de Línea de la Reserva.
Ante el ataque de Sotomayor, las tropas peruanas lo repelen
con gran energía, retirándose después a las casas de la población,
produciéndose allí una cruenta acción. El coronel Cáceres en un último esfuerzo
trata sin resultado de entrar a Chorrillos con un tren blindado. La batalla de
Chorrillos que fue de grandes proporciones, quedó terminada a las 2 de la
tarde, después de doblegar toda resistencia peruana. El ejército chileno tuvo
sobre 1.000 muertos y 2.500 heridos, correspondiendo a la I división el mayor
número de bajas. Su jefe, el coronel Lynch, ganaba gran prestigio por haber
conducido sus fuerzas con inteligencia y extraordinario valor.
Sin duda Chorrillos es la acción militar cumbre de Lynch,
pues llega matemáticamente a la hora y al punto ordenado en el plan de batalla.
Inicia la acción y sostiene con su división todo el peso de la derecha enemiga.
Apoyado por la Reserva, rompe el frente en Santa Teresa. Después, con la
cooperación de otras brigadas, ataca vigorosamente las defensas del Morro Solar
y clava allí la victoriosa bandera nacional. La brillante actuación de Lynch,
apreciada por el general en jefe, fue dada a conocer en la orden del día y en
el parte de la batalla.
A las 3 p. m., las tropas acampan en las inmediaciones de
Chorrillos quedando, a excepción de la guardia, los soldados en descanso
después de casi 24 horas de dura acción. Se les repartió rancho y municiones.
El general Baquedano, junto con experimentar una profunda
satisfacción por el grandioso triunfo, sabía que la operación no estaba
terminada, porque el ejército peruano no había sido destruido, habiéndose sólo
retirado a una segunda línea de defensa, construida con protección de
artillería, en Miraflores, a 5 kilómetros al norte de Chorrillos.
La noticia del desastre de Chorrillos, aunque se trató de
ocultar, produjo en Lima gran angustia y decepción. En Chile, la victoria era
celebrada con entusiastas manifestaciones patrióticas. Se trataba de la batalla
más grande librada en suelo americano, pues actuaron aproximadamente 50.000
combatientes.
Baquedano, al día siguiente de la batalla, recorre los
campamentos, revista las tropas, visita los hospitales y se impone
personalmente de los heridos, dándoles valor para sobrellevar sus enfermedades.
Ordena reponer las bajas en los cuadros de oficiales y tropas a fin de tener un
ejército completo para afrontar nuevas pruebas. Dispone además la inutilización
de las fortificaciones, y la recogida del material de guerra que pueda ser
útil. Finalmente estableció en Chorrillos su cuartel general.
El almirante Riveros ordenó entrar al puerto de Chorrillos la
corbeta Pilcomayo y los buques abastecedores, que desembarcaron víveres y
municiones. Además dispuso que los médicos de la escuadra atendieran heridos;
haciendo entregar a los hospitales los artículos sanitarios que fueran necesarios.
El general en jefe dispuso una nueva ubicación de las tropas,
colocando la III división del coronel Lagos al norte de Chorrillos, quedando al
frente del ala derecha del ejército peruano que se había retirado a la línea de
Miraflores. La I división de Lynch acampa al sur del puerto; y la II división
de Sotomayor a la derecha de la I.
El ministro Vergara, por iniciativa personal, envía a
conferenciar con el generalísimo Piérola a su secretario don Isidoro Errázuriz,
que va acompañado del coronel Iglesias, que había caído prisionero. La idea de
Vergara de llevar a Iglesias fue un error, pues este coronel tenía que informar
a su jefe y amigo de los propósitos de los chilenos, como también de lo que
había observado.
Por otra parte, el Cuerpo Diplomático se reunía en Lima y
acordaba lo siguiente: 1.º: Abrir el camino a la paz, suspendiendo la guerra
por armisticio; 2.º: Evitar la efusión de sangre; 3.º: Salvar a Lima del
combate o bombardeo.
El Cuerpo Diplomático nombra una Comisión que primeramente se
entrevista con Piérola y después se dirige a Chorrillos a conferenciar con el
general Baquedano, quien contesta que la recibirá el día 15 a las 7 de la
mañana.
A la hora convenida el señor de Tezanos Pinto, que era
ministro de El Salvador, expuso al general en jefe que el objeto de la
intervención del Cuerpo que representaba era la protección de las vidas y
propiedades de los neutrales de la capital, para el caso de la derrota del
ejército del Perú. Manifestó también el deseo de conocer las condiciones de paz
que impondría al vencedor.
El ministro Vergara y los señores Altamirano y Godoy, que
estaban presentes en la reunión, se refirieron al memorándum de Chile en las
Conferencias de Arica, donde estaban estipuladas las condiciones de la nación.
El general Baquedano agregó que militarmente era condición previa para entrar
en deliberaciones de paz, la entrega de Lima, y la plaza del Callao con sus
fortificaciones y buques de guerra.
El Cuerpo Diplomático expuso la necesidad de suspender los
fuegos para estudiar las condiciones de paz. El general Baquedano dio su
conformidad a la proposición del Cuerpo aceptando «un armisticio», hasta las 12
de la noche del 15 de enero. El Pacto fue de palabra, cometiéndose el error de
no haberlo hecho por escrito y firmado por la representación diplomática de
Lima, como veremos más adelante.
Terminada la conferencia con el Cuerpo Diplomático, Baquedano
dispone que la I división avance hasta Barranco, lugarejo a 2 kilómetros de
Miraflores y la II a la derecha de la I. La III estaba colocada frente al ala
derecha peruana.
Los ejércitos tenían el compromiso de suspender el fuego,
conservando la libertad de sus movimientos. Ésta fue la razón que tuvo
Baquedano para colocar las divisiones frente a la línea enemiga. La línea
defensiva de Miraflores había sido construida con anticipación. Durante más de
seis meses se trabajó asiduamente para obtener buenos reductos, fosos,
trincheras, bases para emplazamiento de cañones y cuanto se requería para
sostener el ejército en caso de retirarse de Chorrillos. Con este propósito, el
ejército que pudo salvar formó en la nueva línea, ocupando el IV Cuerpo de
Cáceres la vanguardia y la Reserva las defensas. El 15 de enero reunió Piérola
en Miraflores 11.500 soldados y 1.500 de los buques y baterías del Callao.
Esta organización revela que el general Piérola tenía un plan
reservado, más aún si se agrega a esta opinión que nada concreto expresó por
intermedio de sus delegados en la conferencia con Baquedano.
Como hemos dicho, la III división del coronel Lagos se había
situado frente al ala derecha peruana, desde la tarde del día 14. La posición
más exacta era al norte de Barranco y a 2 kilómetros de las trincheras
enemigas, teniendo a la izquierda la brigada del coronel Barceló, y a la
derecha la brigada del coronel Urriola. El coronel Velázquez con la artillería
se coloca en las proximidades de Barranco y la caballería a la retaguardia.
En la mañana del 14 conferencia el general Baquedano con el
almirante Riveros, respecto a la acción de la escuadra en la próxima batalla,
estimándose que los buques deberían tener listos los cañones para un bombardeo
a 4.000 metros sobre los fuertes enemigos.
El general en jefe tenía el plan de atacar con la división
Lynch el centro, con la de Sotomayor la izquierda peruana y con la III de Lagos
la derecha enemiga.
El coronel Lagos, en todo momento desconfiado del armisticio
pactado, observa los movimientos del ejército adversario, que lo hacen pensar
más en el peligro de un ataque. Con un sentido previsor notable, mantuvo su
división lista para entrar en batalla. Velázquez también pensaba como Lagos y
propuso a Baquedano destruir de una vez al enemigo, al que observa cambiar de
posiciones. El general le contesta que hay que respetar el compromiso contraído
con los representantes extranjeros. Lynch que se encuentra con su división en
Barranco también desconfía del armisticio.
Aproximadamente a las 2:20 p. m., encontrándose el general
Baquedano recorriendo el campo acompañado de su Estado Mayor y a una distancia
aproximada de 400 metros de las filas peruanas, fue sorprendido por un intenso
fuego de fusilería, que observado por el coronel Lagos ordenó inmediatamente
repelerlo por la infantería de su división. Al principio Baquedano creyó que se
trataba de una equivocación, más algunos minutos después vuelve a producirse el
fuego, lo que hizo ordenar a Lagos repelerlo con mayor fuerza, y resistir en
sus posiciones. A Lynch le ordenó avanzar inmediatamente al centro y a
Sotomayor a la derecha.
La escuadra al sentir el tiroteo, disparó inmediatamente
sobre los fuertes cercanos al mar, entre ellos al poderoso Alfonso Ugarte. La
acción de la artillería de grueso calibre de los blindados Blanco Encalada y
Cochrane, fue un decisivo apoyo al ejército, para resistir el sorpresivo ataque
del enemigo rompiendo el armisticio y cuya causa la historia la ha ocultado,
recayendo la responsabilidad de este acto del ejército peruano en el
generalísimo Piérola, que lo mandada en jefe y a la vez que era el Presidente
de esa nación.
En la batalla que se inicia en la línea de Miraflores
correspondió a la segunda brigada del coronel Barceló, compuesta de los
regimientos Santiago y Concepción y de los batallones Bulnes y Caupolicán, como
también a la primera brigada del coronel Urriola con el regimiento Aconcagua y
el Batallón Cívico, resistir todo el empuje de ala derecha peruana.
Lynch desde los primeros disparos dio orden de avanzar
rápidamente a su división desde Barranco para ocupar el centro, lo que ejecutan
con presteza la brigada del coronel Juan Martínez con los regimientos Atacama,
2.º de Línea, Talca y Colchagua. La segunda brigada del coronel Amunátegui con
el 4.º de Línea, al Chacabuco y al Coquimbo les corresponde atacar los reductos
donde las tropas del coronel Suárez resistieron y trataron de envolver el
flanco derecho chileno. Allí estaba el general Sotomayor con la II división,
que no se deja envolver y despliega su infantería con bayoneta calada sobre el
enemigo aproximadamente a las 4:30 de la tarde.
La III división de Lagos reforzada por la Reserva resisten al
enemigo que, debilitado, abandona sus posiciones. Lagos ordena atacar a la
bayoneta las trincheras y los reductos de Miraflores. El coronel Cáceres como
última decisión dispone un ataque a la caballería, que fue neutralizado y
destruido por la caballería chilena del regimiento Carabineros de Yungay.
La batalla se mantiene con encarnizado furor, las trincheras
fueron tomadas una a una por la infantería chilena, lográndose una victoria
completa a las 6 de la tarde del 15 de enero de 1881.
Correspondió al coronel Lagos el puesto de honor en la
batalla de Miraflores, por su previsión de tener su división lista y resistir
el ataque iniciado por el cuerpo de ejército del coronel Cáceres.
Muchos chilenos cayeron en la batalla, entre ellos el
destacado coronel Juan Martínez, comandante de la primera brigada de la I
división. El coronel Lynch le rindió un homenaje en los siguientes términos:
«Entre las primeras víctimas de su entusiasmo para alentar a
las tropas de su mando, cayó mortalmente herido en el campo de batalla el
ilustre coronel Juan Martínez, comandante en jefe de la I brigada de la
división, cuya pérdida nunca será bastante sentida por el ejército y el país.
Estoy cierto que el aprecio de sus conciudadanos y de sus
compañeros de glorias y de fatigas le acompañarán siempre en el grato recuerdo
de sus virtudes, sirviendo ellas de estímulo y ejemplo para sus compatriotas».
La batalla de Miraflores terminaba la última resistencia del
ejército del Perú. Baquedano comunicó al Cuerpo Diplomático que, debido a la
violación del armisticio, bombardearía la ciudad de Lima hasta su completa
rendición.
Reproducimos la nota:
«Chorrillos, 15 de enero de 1881 (a las 11 p. m.)
Señor Decano:
V. E. sabe que a consecuencia de la iniciativa oficiosa
tomada por el Honorable Cuerpo Diplomático de Lima en favor de la cesación de
las hostilidades contra aquella ciudad no llevé a efecto en la mañana de hoy,
el ataque preparado contra las fuerzas del ejército peruano que defiende
Miraflores.
Sabe también V. E. y los señores Ministros de Francia e
Inglaterra, que yo en las conferencias que hoy tuvimos, me negaba a ampliar los
plazos que se me pedían para interponer sus buenos oficios cerca del Supremo
Gobierno del Perú, con el mismo objeto pacífico y que al fin cediendo a las
repetidas instancias de V. E. y sus honorables colegas y como una prueba de
especial deferencia en favor de los neutrales, accedí a esperar, sin que mis
tropas tomaran la ofensiva, la respuesta que V. E. debía entregarme a mediodía
de hoy.
Pues bien, el ejército enemigo, cuyos jefes debían tener
conocimiento de las gestiones iniciadas por el honorable Cuerpo Diplomático y
haber recibido las órdenes convenientes, rompió hoy a las 2 horas 20 minutos p.
m. sus fuegos contra el infrascrito, su Jefe de Estado Mayor y ayudantes que
recorrían el campo para inspeccionar la situación de nuestras tropas.
Esta deslealtad del enemigo me obliga a acelerar las
operaciones de guerra.
Mas, como quiero guardar a los honorables representantes
extranjeros todas las consideraciones de deferencia que sea posible, me dirijo
a V. E. rogándole se sirva comunicar a sus honorables colegas mi resolución de
bombardear desde hoy mismo, si lo creo oportuno, la ciudad de Lima, hasta
obtener su rendición incondicional.
Con sentimiento de consideración distinguida, soy de V. E.
atento y seguro servidor.- Manuel Baquedano».
En Lima se desarrollan entretanto luctuosos sucesos
protagonizados por los soldados peruanos irritados por la derrota. Ante esta
situación, el Alcalde de la ciudad, señor Rufino Torrico, acompañado de los
Ministros de Inglaterra Mr. Spencer Saint John y de Francia señor de Vorges, y
de los almirantes Stirling de Inglaterra y Du Petit Rouars de Francia y capitán
de navío Sabrano de Italia, visitan al general Baquedano sosteniendo una seria
entrevista. El general manifiesta invariablemente que su exigencia es la
entrega de Lima y el puerto del Callao en el plazo de 24 horas, quedando
firmada el acta correspondiente, que reproducimos:
«Acta.- En el Cuartel General del Ejército chileno en
Chorrillos, se presentaron en 16 de enero de 1881, a las dos de la tarde, el
señor Rufino Torrico, alcalde municipal de Lima; S. E. el señor Vorges enviado
extraordinario y ministro plenipotenciario de Francia; S. E. el señor Spencer
Saint John, ministro residente de su majestad británica; el señor Stirling,
almirante británico; el señor du Petit Touars, almirante francés; el señor
Sabrano, comandante de las fuerzas navales italianas.
El señor Torrico hizo presente que el vecindario de Lima,
convencido de la inutilidad de la resistencia de la plaza, le había comisionado
para entenderse con el señor General en Jefe del ejército chileno, respecto de
su entrega.
El señor Baquedano manifestó que dicha entrega debía ser
incondicional en el plazo de 24 horas, pedido por el señor Torrico para
desarmar las fuerzas que aún quedaban organizadas. Agregó que la ciudad sería
ocupada por fuerzas escogidas para conservar el orden.
(Firmados): Manuel Baquedano, R. Torrico, E. de Vorges, J. F.
Vergara, B. du Petit Touars, Spencer Saint John, E. Altamirano, J. Sabrano, J.
H. Stirling, M. R. Lira, secretario».
Los desórdenes continuaron en el Callao y en Lima,
adquiriendo en esta ciudad una enorme amplitud debido a que la poblada se unió
a las tropas dispersas. Ante esta situación, el alcalde de Lima, señor Torrico,
envió al General en Jefe el siguiente oficio:
«Municipalidad y Alcaldía de Lima.-
Lima enero 17 de 1881.
Señor General:
A mi llegada ayer a esta capital, encontré que gran parte de
las tropas se habían disuelto, y que había un gran número de dispersos que
conservan sus armas, las que no había sido posible recoger. La Guardia Urbana
no estaba organizada todavía y no se ha organizado, ni armado hasta este
momento; la consecuencia, pues, ha sido que en la noche los soldados
desmoralizados y armados han atacado las propiedades y vidas de gran número de
ciudadanos, causando, pérdidas sensibles con motivo de los incendios y robos
consumados.
En estas condiciones, creo mi deber hacerlo presente a V. S.
para que apreciando la situación, se digne disponer lo que juzgue conveniente.
He tenido el honor de hacer presente al Honorable Cuerpo
Diplomático esto mismo y ha sido opinión que lo comunique a V. S., como lo
verifico.
Con expresión de las más alta consideración, me suscribo de
V. S. su atento y seguro servidor.- Rufino Torrico».
Después de la petición del Alcalde de Lima, el general
Baquedano dispone la ocupación de la ciudad por una división del ejército al
mando del general Cornelio Saavedra, nombrado Gobernador Militar de Lima. La
división estaba compuesta por el regimiento 2.º de Línea Buin, regimiento
Zapadores y los de caballería Cazadores y Carabineros de Yungay; además 3
baterías de artillería.
Esta fuerza hizo su entrada a la capital el 17 de enero a las
5 de la tarde, manteniéndose los soldados serenos y sin hacer ninguna
ostentación de sus victoriosos hechos de armas. Al día siguiente el general
Baquedano entró a la ciudad y se dirigió al Palacio de Gobierno; izándose allí
el pabellón de la patria a los acordes de la canción nacional.
El General en Jefe, en ese día 18 de enero entregó a las
divisiones la siguiente Orden General, que reproducimos a continuación:
«Hoy, al tomar posesión en nombre de la República de Chile de
esta ciudad de Lima, término de la gran jornada que principió en Antofagasta el
14 de febrero de 1879, me apresuro a cumplir con el deber de enviar mis más
entusiastas felicitaciones a mis compañeros de armas por las grandes victorias
de Chorrillos y Miraflores, obtenidas merced a su esfuerzo y que nos abrieron
las puertas de la capital de Perú.
La obra está consumada. Los grandes sacrificios hechos en
esta larga campaña obtienen hoy el mejor de los premios en el inmenso placer
que inunda nuestras almas cuando vemos flotar aquí, embellecida por el triunfo,
la querida bandera de la Patria.
En esta hora de júbilo y expansión, quiero también deciros
que estoy satisfecho de vuestra conducta y que será siempre la satisfacción más
pura y más legítima de mi vida haber tenido la honra de mandaros.
Cuando vuelvo la vista hacia atrás para mirar el camino
recorrido, no sé qué admirar más: si la energía del país que acometió la
colosal empresa de esta guerra o la que vosotros habéis necesitado para
llevarla a cabo. Paso a paso, sin vacilar nunca, sin retroceder jamás, habéis
venido haciendo vuestro camino, dejando señalado con una victoria, el término
de cada jornada. Por eso, si Chile va a ser una nación grande, próspera,
poderosa y respetable, os lo deberá a vosotros.
En las dos últimas sangrientas batallas, vuestro valor
realizó verdaderos prodigios. Esas formidables trincheras que servían de amparo
a los enemigos, tomadas al asalto y marchando a pecho descubierto, serán
perpetuamente el mejor testimonio de vuestro heroísmo.
Os saludo otra vez, valientes amigos y compañeros de armas, y
os declaro que habéis merecido bien de la Patria.
Felicito especialmente a los Jefes de División, general
Sotomayor y coroneles Lynch y Lagos, por la serenidad que han manifestado en
los combates y por la precisión con que han ejecutado mis órdenes; a los jefes
de Brigada y a los jefes de cuerpo, por su arrojo y por el noble ejemplo que
daban a sus soldados; a éstos, en fin, por su bravura sin igual.
Debo también mis felicitaciones y mi gratitud a mi
infatigable cooperador, al general Marcos Maturana, Jefe de Estado Mayor
General; al Comandante General de Artillería, coronel don José Velázquez, que
tanto lustre ha dado al arma de su predilección; al Comandante General de
Caballería y jefes que servían a sus órdenes.
Respecto a los que cayeron en la brecha, como el coronel
Martínez, los comandantes Yávar, Marchant y Silva Renard; los mayores Jiménez y
Zañartu, y ese valiente capitán Flores, de artillería, que reciban en su
gloriosa sepultura las bendiciones que la Patria no alcanzó a prodigarles en
vida.
Cumplido este deber, estrecho cordialmente la mano de todos y
cada uno de mis compañeros de armas, con cuyo concurso he podido realizar la
obra de tan alto honor y de tan inmensa responsabilidad que me confió el
gobierno de mi país.
Palacio de Gobierno, Lima 18 de enero de 1881.
Manuel Baquedano, General en Jefe».
La orden del General en Jefe del Ejército fue leída a todas
las unidades en formación de parada. Era la expresión de patriotismo y de lealtad
del jefe para todos sus subordinados en momentos culminantes de la guerra y así
fue apreciada por todos los soldados que tenían gran respeto por el general que
los había conducido de triunfo en triunfo.
Ese día 18 de enero, Lynch, cumpliendo órdenes de Baquedano
de tomar posesión de la base naval del Callao, a la cabeza de su división pasó
por Lima continuando al puerto por la carretera usual. Con anticipación envió a
su ayudante el teniente de marina Silva Palma a comunicar al almirante Riveros
que conforme a las órdenes que tenía, ocuparía el Callao que hacía un año
bloqueaba por mar la escuadra.
Los peruanos habían prendido fuego a algunas naves y echado a
pique otras fuera de la dársena; habían destruido baterías con peligro de ser
voladas por los depósitos de municiones. La batería La Merced fue inutilizada;
la batería Zepita del sur fue destruida por una explosión de los grandes
cañones de 500 libras, dos fueron totalmente inmovilizados.
Aparte de los estragos de los fuertes y buques, las turbas incendiaron
las casas y saquearon los almacenes. Muchos desmanes fueron impedidos por los
extranjeros que se organizaron ayudados por el cuerpo de bomberos, de modo que
la llegada de la I división fue salvadora para el puerto, donde fue impuesto el
orden.
Lynch ordenó tomar el control del material y fuerzas
peruanas, estimulando al mismo tiempo la tranquilidad de los habitantes, que
gracias a estas medidas pudieron continuar hacia la normalidad.
El almirante Riveros dispuso que la torpedera Fresia entrara
a la dársena a fin de limpiarla de minas; después entraron otros buques de la
escuadra.
Testigos de la magnífica actuación de las tropas chilenas
fueron los numerosos extranjeros que vivían en el Callao, además los marinos de
las fuerzas navales de Inglaterra, Francia e Italia que observaban el
conflicto. Todos los extranjeros comentaron con admiración la conducta austera
y digna que tuvieron los vencedores.
El General en Jefe dispuso en Lima que se rindiera un
homenaje en la Catedral a los muertos de las batallas de Chorrillos y
Miraflores. Al principio fue negada la iglesia por el Cabildo Metropolitano, lo
que disgustó al general, quien reiteró por escrito su deseo, que implicaba ya
una orden para realizar las exequias.
A fin de cumplir con la ceremonia fúnebre se dictó la
siguiente orden general:
«Lima, febrero 2 de 1881.
Para la mayor solemnidad posible de las exequias que se
celebrarán en la Catedral por los muertos del ejército chileno en las batallas
de Chorrillos y Miraflores, se dispone que a las 10 a. m. se encuentren
formados en la inmediación de dicha iglesia las siguientes fuerzas: una batería
de artillería de campaña y una de montaña, una compañía de cada uno de los
regimientos y batallones de infantería con sus respectivas bandas de músicos y
un escuadrón de cada uno de los regimientos de caballería.
Esta fuerza será mandada por el coronel Orozimbo Barbosa,
sirviéndole de ayudantes los de su brigada.
Se invita a que concurran a esta ceremonia a todos los
señores jefes y oficiales francos de la guarnición, que se reunirán en el
Palacio de Gobierno a las 9 a. m.
De orden del Jefe.
(Firmado): Zilleruelo».
Asistieron a la ceremonia el Ministro Vergara, el general
Baquedano, el almirante Riveros, los generales Saavedra, Sotomayor y Maturana,
los capitanes de navío Lynch y Latorre; los coroneles Lagos y Amunátegui y
numerosos comandantes y oficiales del ejército y de la armada.
Fue aquella una misa solemne, en la que el presbítero
Salvador Donoso pronunció una vibrante oración patriótica, de la cual
extractamos partes importantes, que reproducimos:
«No sé señores, por qué aberración de la naturaleza humana se
viste de duelo y se cubre de fúnebre crespón al templo Santo de Dios donde se
paga tributo al heroísmo sublime de amor a la Patria. Eterna gloria de los que
rinden su vida en defensa del suelo querido que los vio nacer. No es el ángel
de la muerte que llora sobre una tumba con sus alas plegadas en testimonio de
un dolor inconsolable. ¡Ah! ¡No! Es, al contrario, el ángel de la resurrección
que sube al cielo con rápido vuelo, llevando en sus sienes una aureola de luz,
que simboliza la dichosa inmortalidad».
«La sangre chilena vertida a torrentes en los reñidos
encuentros de Chorrillos y Miraflores, ha sido, señores, un holocausto digno de
las espléndidas victorias que la Divina Providencia ha decretado concedernos.
El heroico sacrificio de nuestros invencibles guerreros no ha sido infructuoso,
y ya que ellos sellaron la paz, que Chile ofrece gustoso a las repúblicas
aliadas en su contra».
Terminó sus palabras el presbítero, expresando:
«Y entre tanto, depositando una lágrima más sobre esos
gloriosos sepulcros y deshojando la última flor de nuestros corazones, la
siempre viva de la cristiana gratitud, demos a nuestros ilustres muertos el
adiós de la paz eterna: Requiescat in pace».
En Lima por esos días se realizó un gran banquete que altos
jefes organizaron en honor del general Baquedano. La manifestación fue ofrecida
por el general Saavedra, que dijo:
«Señor general: aceptad este modesto banquete que os ofrecen
vuestros compañeros de armas, Tiene el objeto de manifestar sus simpatías al
jefe que con tanto acierto ha dirigido a nuestro glorioso ejército en los
campos de batalla, levantando muy en alto el pabellón nacional.
General: que la suerte os siga siempre favoreciendo, para
vuestra felicidad y la de la patria, son los votos de vuestros compañeros y
amigos».
Baquedano, emocionado, contestó diciendo:
«Gracias, señores, por la demostración que habéis querido
hacerme. Si la bandera chilena flamea hoy en Lima, hermoseada por vuestras
glorias, a vosotros es debido. Por mi parte, nunca podré agradecer vuestra
valiosa cooperación en la campaña. Bebo esta copa por el ejército, que tanto ha
dado a Chile y que sabrá, no lo dudo, ser en la paz el más respetuoso, leal y
firme sostenedor de la ley y de las instituciones, como lo ha sido en la
guerra, del honor nacional».
Durante el banquete, el capitán de navío Patricio Lynch
pronunció patrióticas palabras en homenaje al general en jefe, expresando su
gratitud al ejército por haberlo incorporado a sus filas.
A fines de enero, el Ministro de Guerra señor Vergara recibía
instrucciones del gobierno a fin de que fueran reducidas las fuerzas militares
de ocupación en el Perú.
El general Baquedano contestó que la reducción dispuesta no
era oportuna, que el territorio ocupado debía pagar los gastos de mantención
del ejército y que para efectuar el licenciamiento de las tropas movilizadas,
se debía esperar se despejase el horizonte de la paz.
A pesar de las atinadas observaciones del general en jefe, el
ministro, cumpliendo disposiciones del gobierno, resolvió se alistasen para
partir al sur los cuerpos movilizados, que sumaban un total de 7.569 hombres.
Dichos cuerpos eran el Chacabuco, Colchagua, Navales, Valparaíso, Melipilla,
Coquimbo, Chillán, Artillería de Marina, Atacama y Valdivia.
Las tropas nombradas se embarcaron en transportes que formaron
un convoy escoltado por una división de la escuadra, que se puso en movimiento
a principios de marzo desde el Callao hacia Valparaíso. En uno de los buques de
guerra venía el general Baquedano acompañado de los jefes de división Lynch y
Sotomayor. Había dejado en Lima como jefe del ejército de operaciones al
general Saavedra, de jefe de Estado Mayor al coronel Lagos. El ministro Vergara
quedó en el Perú de Delegado Supremo del gobierno de Chile.
El convoy arribó a Valparaíso el 11 de marzo, en medio de
grandiosas manifestaciones patrióticas. Baquedano y sus tropas pasaron bajo
arcos de triunfo levantados por la mayor parte de las instituciones.
El presidente Aníbal Pinto se trasladó con todo su ministerio
al puerto para dar la bienvenida al ejército y felicitarlo por sus grandiosos
hechos de armas. Entregó una proclama que decía:
«General en jefe, jefes, oficiales y tropas del ejército
expedicionario. ¡Recibid mi cordial bienvenida!
Después de dos años de ausencia y de penosísimas campañas
volvéis a vuestro hogar animados del grato sentimiento de haber cumplido
dignamente la gloriosa misión que se os encomendó.
Gracias al heroísmo que habéis desplegado en los combates, a
la entereza con que habéis soportado las fatigas, el hambre y la sed del
desierto; a la subordinación y disciplina con que os habéis conducido; la
bandera de Chile se ha paseado victoriosa desde Antofagasta hasta Paita.
Nuestro corazón y nuestro pensamiento os han acompañado en
vuestra brillante carrera triunfal; hemos simpatizado con vuestros sufrimientos
y hemos derramado lágrimas por los que han caído en el campo del honor. El
corazón de todos los chilenos ha latido de júbilo al anuncio de vuestras
victorias.
Al pisar el suelo de la Patria, encontraréis un pueblo que
recibe con agradecimiento y con orgullo a los hermanos que tan noblemente lo
han representado en tierras enemigas.
Provocados a una guerra en circunstancias en que confiados en
la permanencia de la paz, habíamos licenciado la Guardia Nacional y reducido el
ejército, a una cifra que apenas pasaba de dos mil hombres, acudisteis
presurosos al llamamiento que, en nombre de la patria amenazada, os hizo
vuestro gobierno.
Empuñasteis el fusil, partisteis a las desiertas playas del
litoral boliviano y a los tres meses de estar sobre las armas, vuestro porte
marcial, vuestra disciplina e instrucción militar, eran las de un soldado
veterano.
En el desembarco de Pisagua probasteis que llevabais grabada
en vuestros pechos la noble divisa de los bravos y que donde quiera que os
colocasen en frente del enemigo, estabais decidido a vencer o morir.
De todas las acciones de esta guerra, en Pisagua, en Dolores,
en Tarapacá, en Los Angeles, En Tacna, en Arica, en Chorrillos y en Miraflores,
os habéis batido en condiciones desventajosas, ya por la superioridad numérica
del enemigo, ya por las posiciones que ocupaba.
Al colgar vuestras armas y volver a las ocupaciones de la
vida civil, podéis decir con legítimo orgullo: hemos merecido el bien de la
Patria y hemos devuelto respetada y cubierta de gloria la bandera que se nos
confió.- Aníbal Pinto».
En Santiago la recepción patriótica fue magnífica. El
entusiasmo público abarcó la ciudad entera. El recibimiento a Baquedano y al ejército
fue comparable al grandioso que se hizo al general Bulnes y a sus tropas
después del triunfo de Yungay.
El general al frente de los regimientos, rodeado de altos
jefes, en uniforme de parada y llevando a la diestra su espada victoriosa,
desfiló desde la Estación Central por la Alameda hacia el Palacio de la Moneda,
donde se encontraba el Presidente Pinto.
En la marcha recibió con el ejército el homenaje de todo un
pueblo, que aclamó a los vencedores. La Iglesia se unió al saludo de la
capital, invitando al general Baquedano, jefes, delegaciones de oficiales y
tropas a un solemne Te Deum en acción de gracias por los triunfos obtenidos.
Durante la ceremonia pronunció una brillante alocución patriótica el presbítero
monseñor Ramón Ángel Jara.
En ese marzo de 1881, la parte más difícil de la guerra
estaba terminada. El ejército con sus grandes triunfos de Chorrillos y
Miraflores había dominado al ejército adversario. La armada se había iniciado
con la gloria del 21 de mayo, que exaltó la unidad nacional; poco después en
Angamos, conquistaba el dominio del mar, que permitió al ejército invadir el
territorio peruano.
El general Baquedano, que había cumplido honrosamente su
misión, en conocimiento de que el gobierno no lo enviaría al Perú, resolvió
presentar su renuncia al mando del ejército, que fue aceptada por el presidente
de la nación.
El general se despidió de sus subordinados en afectuosa
comunicación, de la que copiamos los párrafos siguientes:
«Al separarme de vosotros, leales amigos y queridos compañeros,
cumplo con un deber muy grato para mi corazón, dándoos las gracias por la
eficaz cooperación que me prestasteis siempre en el desempeño de mis difíciles
tareas.
De vuestra disciplina, moralidad y valor da testimonio la
colosal empresa que habéis realizado con tanta fortuna y yo, como vuestro jefe,
declaro que nuestra gloriosa república debe estar orgullosa de haber
improvisado un ejército que ha podido servir de modelo por la práctica de todas
sus virtudes militares».
Parte VI
Desde el regreso a Santiago del general Baquedano, el
gobierno buscaba la persona que debía reemplazarlo en el mando del ejército de
operaciones y a la vez que fuera la autoridad política del Perú.
El Presidente Pinto con sus ministros consideró para dicho
cargo al contraalmirante Patricio Lynch, ascendido a este grado por su
antigüedad y por su distinguida actuación en la guerra. Había demostrado
energía y talento en la expedición militar al norte del Perú, como notables
condiciones de mando al frente de una brigada y de una división del ejército en
difíciles acciones de guerra. Además se había destacado como hábil diplomático
y político durante el desempeño de Jefe Político y Militar de Iquique. Por
decreto Supremo del 4 de mayo de 1881, después de haberse concedido el retiro
del ejército del general Baquedano, se nombraba al contraalmirante Patricio
Lynch, General en Jefe del Ejército de Operaciones. Dos semanas después llegaba
a Lima para hacerse cargo de su puesto que le entregó el general Pedro Lagos, quien
a su vez lo había recibido del general Cornelio Saavedra.
El general Lagos mantuvo un número de tropas en Lima y
Callao. Además existían fuerzas de ocupación de las tres ramas en el
Departamento de Libertad, con base en Trujillo al mando del coronel Arístides
Martínez. También había otra guarnición en la provincia de Chancay con base en
Huacho a las órdenes del teniente coronel Silvestre Urízar.
En abril, el general en jefe había enviado una fuerza militar
compuesta de dos compañías del Buin y dos escuadrones de Carabineros de Yungay
al mando del teniente coronel José Miguel Alzérreca, con la misión de proteger
el valle del Rímac, cuando apareció la resistencia armada del general Piérola
que, no conforme con la ocupación chilena, lanzó enojosas acusaciones al
ejército, que después de las victorias de Chorrillos y Miraflores estaba en
posesión de territorios peruanos.
El general Lagos consideró conveniente combatir a Piérola y
sus fuerzas engrosadas con las que retenía el general Cáceres, al refugiarse en
las Sierras del Perú, su tierra natal. Para este objeto envió la primera
expedición militar a las Sierras al mando del teniente coronel Ambrosio
Letelier, la que sale de Lima en el mes de abril, ocupando en su avance al
interior de los pueblos de Cerro de Pasco, Huánuco y Tarma.
Piérola abandonó Jauja el 30 de abril, quedando Cáceres con
la jefatura militar y política de los departamentos del centro, incrementando
en esa zona el ejército que tenazmente combatió la ocupación chilena. Tal era
la posición de las fuerzas en mayo de 1881.
En el frente interno, el almirante Lynch encontró una
situación muy difícil debido a la instalación de un nuevo gobierno peruano en
reemplazo del que presidía Piérola, con quien no quisieron negociar la paz los
representantes chilenos señores Vergara y Altamirano.
Esta situación la aprovecharon destacados políticos peruanos,
que en número de 144 se reunieron en La Magdalena, pueblo cercano a Lima,
designando en la reunión a don Manuel García Calderón, abogado influyente, como
Presidente Provisorio del Perú (febrero de 1881).
El nuevo gobierno interno del Perú, al principio deseaba
arreglos con Chile, los cuales no los deseaba Piérola. El Presidente Provisorio
tenía adeptos en Callao y Trujillo y era combatido por la guarnición de
Arequipa que estaba completa por no haber participado en las grandes batallas.
También lo combatía Piérola, porque se consideraba el
mandatario legítimo del país. Este caudillo lanzó un decreto que disponía
juzgar por un Consejo de Guerra a los ciudadanos que desconociendo su autoridad
habían elegido a García Calderón.
La lucha política se dividió en dos bandos, uno civilista que
apoyaba a García Calderón y otro a Piérola, quien dispuso la reunión de un
Congreso en Ayacucho para el mes de junio. Por su parte, García Calderón
declaraba vigente la constitución de 1860 y convocaba a un congreso para el 15
de mayo.
El Presidente Provisorio había obtenido del general Lagos la
autorización para tener en La Magdalena una guarnición militar compuesta de 400
soldados armados. Dicha concesión, generosa por parte de la autoridad chilena,
tenía el objeto de atraer otras guarniciones peruanas hacia el nuevo gobierno
provisorio; y se le concedió a García Calderón para que llegase a una paz con
Chile.
El almirante Lynch desde que se recibió de su alto cargo de
General en Jefe del Ejército de Operaciones, se preocupó de cuanto requería
esta fuerza militar que tenía 13.581 soldados. Como hombre de armas sabía que
las tropas debían estar listas ante cualquier contingencia, pues se encontraban
en una difícil misión en territorio extranjero.
Para llevar adelante sus planes reunió a los altos jefes y
los comandantes de cuerpos, entregando instrucciones para la preparación de la
fuerza militar. También se preocupó del mejoramiento de la vida de sus
subordinados, haciéndoles entregar equipos y vestuarios más convenientes.
Además dispuso que las tropas estuviesen en mejores cuarteles y con superiores
sistemas de alimentación.
Por ese tiempo el gobierno había dispuesto que los regimientos
fueran reemplazados por batallones de 800 plazas.
En el aspecto estratégico, Lynch estudió la defensa de la
capital enviando al batallón Buin a vigilar los caminos del oriente, al
batallón Aconcagua a la orilla izquierda del Rímac, al batallón Chacabuco al
valle de Ate, al batallón San Fernando a Miraflores y la Caballería a
Chorrillos. Envió además fuerzas al departamento de Ica con una guarnición en
Pisco.
Considerando los reclamos contra la expedición del comandante
Letelier, ordenó su regreso a Lima.
Al replegarse esta fuerza debía pasar por la localidad de
Canta, al nor-este de Lima, donde se encontraban tropas peruanas. Para proteger
la avanzada de Letelier se envió una compañía del Buin al mando del capitán
José Araneda con 3 subtenientes y 78 soldados que combatieron en el lugar
llamado Sangra contra las tropas enemigas mandadas por el coronel Nolberto
Vento. Se destacaron en la histórica jornada el capitán Araneda y el
subteniente Ismael Guzmán, que resistieron el ataque junto a los demás oficiales
y soldados, batiéndose después en retirada hasta recibir refuerzos (junio 26 de
1881).
Administración Interna del Perú.- Organización de la
Justicia.- Organización de los Servicios Públicos.- Directivas a las Aduanas y
Comercio.- Relaciones con los representantes de países extranjeros.
Exponemos a continuación un resumen de la actuación del
almirante Lynch en los asuntos señalados, reproduciendo parte de sus Memorias.
Para la administración de la ciudad de Lima, el jefe de la
ocupación nombró jefe al coronel Samuel Valdivieso como lo explica en la
Memoria de 1881, que dice:
«Correspondía al nuevo funcionario vigilar todos los ramos de
policía, aseo y seguridad: dictar medidas para el mejoramiento de las vías
públicas, conceder los pasaportes y pases libres, castigar las faltas o delitos
que en su concepto y en el del cuartel general no merecieren gravedad para ser
sometidas al Tribunal Militar; decretar providencias de arraiga o cualquiera
otras de carácter conservativo o de precaución que fueran estas últimas
fundadas, etc.»
Lynch además dejó establecidas las labores del Municipio a
fin de que no tuviesen interferencias con las administrativas. Relevó de su
cargo al Alcalde señor Canevaro por negarse a dar a conocer el estado de las
Cuentas Municipales. En la Memoria dice:
«El mismo día siete decreté cesaren en el ejercicio de sus
funciones el Alcalde Municipal el señor César Canevaro y el Consejo Provincial
y que las atribuciones de ambas autoridades y las del Prefecto de Departamento
correspondieran en lo sucesivo a un mandatario chileno, denominado Jefe
Político de Lima.
Con este título nombré a don Adolfo Guerrero quien, con fecha
nueve, se hizo cargo de su puesto y procedió inmediatamente a hacer el arqueo
de la caja municipal.
Abierta que fue en presencia de varias personas comisionadas
al efecto, no se encontró un solo centavo, prueba evidente de que los fondos de
la ciudad no se depositaban en ese lugar seguro como era un deber hacerlo, o de
que habían sido sacados con anterioridad».
En el aspecto judicial, el almirante Lynch, deseoso de dar
todas las garantías que requería la justicia, invitó a las autoridades
judiciales peruanas a continuar ejerciendo sus funciones, consultando la
situación creada. No encontró la cooperación debida.
Al respecto en su Memoria dice lo siguiente:
«Por respeto a sentimientos humanitarios y conociendo que con
ello no comprometía la seguridad del ejército ni contrariaba el fin legítimo de
la guerra, que es obligar al enemigo a que llegue lo más pronto posible al
ajuste de un Tratado de Paz, el General en Jefe, tan luego como se ocuparon los
territorios de Lima y Callao, invitó a las autoridades judiciales a continuar
ejerciendo como antes sus respectivas funciones al amparo de nuestras armas;
mas no se correspondió a tan generoso ofrecimiento.
Los jueces de primera instancia y los Tribunales peruanos se
negaron a continuar en el desempeño de sus honrosas e importantes tareas y,
aunque ninguna excusa razonable se pudo explicar tan extraño proceder, la
autoridad chilena se vio atada de manos para obligarlos con medidas de
compulsión, pues al hacerlo habría tenido también que acordarles los sueldos e
inmunidades de que gozan los magistrados judiciales.
El Gobierno Provisional quiso extender su autoridad hasta
organizar de nuevo y hacer funcionar los Tribunales de Justicia.
Tampoco era posible, desdeñada nuestra invitación, permitir
en los territorios dominados por el ejército más poderes que los consentidos
por el nuestro, y en esta virtud, quedó completamente acéfala la Administración
de Justicia, hasta que siendo innumerables los males causados por tan anómala
situación, tuve que dirigirme, con fecha diecisiete de septiembre, pidiendo el
remedio, al señor Ministro del ramo.
En mi comunicación al señor Ministro le decía que semejante
estado de cosas no debía subsistir, con grave perjuicio de los grandes
intereses aquí radicados y en provecho de las personas de mala fe que al amparo
de la impunidad no querían atender al cumplimiento de sus obligaciones.
No obstante, comprendiendo que la organización del Poder
Judicial bajo una forma regular y perfecta, no podía llevarse a cabo en
aquellas circunstancias, propuse al señor Ministro de Justicia una medida
fácil, adaptable a poco costo y suficiente para llenar las exigencias del
momento, ya que la situación de acefalía era verdaderamente insostenible.
Indiqué el establecimiento de un juzgado en Lima y otro en
Callao y la constitución de compromisos obligatorios para los asuntos que por
su naturaleza exigieran especial competencia, pidiendo al mismo tiempo al señor
Ministro determinara la autoridad ante quien debiese pactarse el arbitraje, la
forma del procedimiento y demás requisitos necesarios para dar a las partes
seria garantía y confianza en los fallos.
Las resoluciones dictadas por los jueces compromisarios
serían enseguida ejecutadas por la autoridad militar, siempre que ellas
hubiesen llenado de antemano todos los requisitos legales.
En caso de no aprobarse ninguno de los temperamentos
propuestos dejaba a la ilustración y competencia reconocidas del señor Ministro
la solución de tan grave dificultad para mi administración. El señor Vergara,
con un interés digno de mi profundo reconocimiento, se apresuró a tomar en
consideración mis observaciones y, con fecha catorce de octubre contestó mi
nota, adjuntándome las bases para organización del servicio judicial en los
territorios de Lima y Callao.
Las atribuciones de los jueces quedaron circunscritas a
entender en las causas comerciales sobre bienes muebles o créditos cuya cuantía
exceda de cuatrocientos soles de plata, en las acciones meramente posesorias
que versen sobre propiedades raíces y en los asuntos concernientes al estado
civil de las personas, en cuanto su resolución fuere indispensable para el
establecimiento de una demanda o contestación a ella.
Pero esto sólo para la iniciación, tramitación y secuela de
los juicios, pues la base principal de las disposiciones fue dejar los fallos o
sentencias a jueces compromisarios, elegidos por las partes o el magistrado, en
caso de no avenirse aquéllas.
En materia criminal los jueces podían entender, siempre que
los delitos o faltas nacieran de infracciones a los Bandos u Ordenanzas de
Policía, de injurias en que no se hubiesen producido derramamientos de sangre o
grave lesión y en ofensas de palabras, proferidas en lugares de libre acceso al
público.
El veintinueve de noviembre expedí otro decreto organizando
los Juzgados de Paz, para las demandas de menor cuantía.
Dividí el territorio de Lima en los mismos diez distritos
señalados por artículos de la Legislación Peruana y dispuse que en esa clase de
causas se conociera verbal y sumariamente, siempre que versen sobre muebles o
valores pecuniarios».
La organización judicial decretada por Lynch, a la que
asesoró el Fiscal de la Corte de Apelaciones de Santiago don Joaquín Godoy, se
mantuvo hasta el mes de noviembre de 1881, corrigiéndose sus defectos y
creándose un Tribunal de Alzada con facultades para revisar las sentencias
pronunciadas por los Consejos de Guerra de Oficiales Generales.
Se suprimieron los Tribunales Militares, cuya organización
era imperfecta. Se nombraron promotores fiscales en Lima y el Callao, que
debían desempeñarse a la vez como defensores de obras piadosas, de menores, y
de ausentes.
El almirante, en su preocupación por la eficiencia de todos
los servicios públicos, establece reformas importantes en los Correos, a los
que da una administración similar a los de Chile, con el objeto primordial que
no sea saboteada la correspondencia. Modifica los sistemas de franqueos
colocándolos como los de Chile.
Al respecto Lynch en su Memoria dice lo siguiente:
«Al hacerme cargo del mando, los Correos chilenos despachaban
la correspondencia que el público depositaba en sus buzones y distribuía la del
exterior, sin que sus empleados gozaran, por ese trabajo extraordinario, de
mayor sueldo que el asignado a sus ocupaciones en el servicio del Ejército en
campaña.
Los derechos de franqueo se impusieron conforme a nuestra
tarifas, pero se hizo notar la falta de estampillas y para llenarlas hubo
necesidad de recurrir a timbres.
También se presentaban diarias reclamaciones por las
numerosas cartas que multaba la Administración de Valparaíso, porque, a pesar
de un decreto anterior del Cuartel General sobre portes, consideraba el cambio
de correspondencia entre aquel puerto y las ciudades del norte del Perú,
sometidas a nuestra autoridad, como si se efectuasen entre dos países
distintos, ligados por los convenios de la Unión Postal Universal.
Estos inconvenientes y otros de igual género me hicieron
pensar en la seria organización de los Correos, bajo un sólo régimen chileno,
regular y correcto».
Lynch considerando el peligro de la libertad de imprenta, por
tratarse de un país ocupado militarmente, expidió en junio un decreto
prohibiendo las publicaciones de periódicos, folletos, libros y sueltos sin
permiso de la autoridad chilena.
En su Memoria dice lo siguiente:
«Con fecha siete de septiembre dirigí también una nota al
Intendente de Lima, previniéndole que persiguiera tenazmente e impusiese
severas medidas a los que en contravención a lo decretado, dieran a la luz
pública proclamas, libelos, pasquines u otra clase de impresos políticos. Esta
falta se consideraría mucho más grave si se fijaban como carteles en plazas o
calles. Además debía cerrase o secuestrarse la imprenta que hubiese ejecutado
esos trabajos. En nota de cinco de octubre dirigida al mismo funcionario,
ordené suspender la publicación del diario El Orden, órgano del gobierno de
García Calderón».
El cinco de septiembre di permiso para la publicación de La
Bolsa, diario de una hoja puramente comercial y de noticias locales. Le está
prohibido dar cabida en sus columnas a artículos de política ya sea interna o
externa.
Conviniendo la existencia de un diario en el Callao, accedí a
la fundación de El Comercio, y más tarde para ayudar en su loable tarea de
sostener los intereses chilenos, aun a costa de sacrificios pecuniarios,
decreté que el Estado Mayor se suscribiera a doscientos cincuenta ejemplares,
disminuyendo en igual número los abonos a La Situación.
Como se comprueba en las disposiciones, el almirante Lynch
actuó con gran sentido para mantener una libertad de imprenta que no
constituyera peligro al estado de ocupación. Así prohibió la circulación de una
hoja suelta titulada A los pueblos de la República, que hicieron circular
miembros del partido de García Calderón cuando cayó, como veremos más adelante.
Cuando la proclama fue leída por el almirante, sin tener pie
de imprenta, reiteró la orden que prohibía tales publicaciones, disponiendo
aplicar las penas de rigor para este caso. Además ordenó que el jefe de la
Policía impidiese su circulación en Lima, poniendo a sus autores a la
disposición del Tribunal Militar.
Importantísima fue la labor del almirante Lynch para tener
expeditas las líneas ferroviarias, las líneas telegráficas y los cables
submarinos.
Durante el año 1881, el ferrocarril al interior de Lima, de
propiedad del Estado y arrendado a particulares, se encontró interrumpido a
causa del levantamiento de las montoneras del general Cáceres. Como debió
ocuparse a comienzos de 1882 para la expedición militar, la línea quedó
expedita hasta Chicla, y después hasta Matucana. Así esas zonas agrícolas
pudieron sacar sus productos y restablecer el comercio.
Fue preocupación del almirante la expedición de la línea
ferroviaria de Pisco a Ica; como también salvar las dificultades interpuestas
por los arrendatarios del Estado.
Las líneas telegráficas no habían sufrido interrupciones
desde la entrada del ejército a la capital y fueron conservadas. Principalmente
éstas eran la de Lima a Callao, de Lima al oriente pasando por Chicla; al sur
hacia Chorrillos; a Supe por el norte, que pasa también por los puertos de
Chancay y Huacho. Otras comunicaciones existen entre Salaverry, Trujillo,
Pascamayo en el norte y entre Pisco e Ica en el sur.
Con referencia al cable submarino, éste había sido cortado
durante las operaciones marítimas y fue reparado en el mes de abril, en la
administración del general Lagos.
El almirante Lynch extendió su preocupación al buen
funcionamiento de los hospitales que fueron incrementados con los numerosos
heridos de la guerra.
Prestó también gran atención a los establecimientos de
caridad..Al respecto en su Memoria anota lo siguiente:
«Numerosos establecimientos que sirven en Lima de asilo a
indigentes, huérfanos y enfermos, se hallaban a principios del año (1881),
completamente exhaustos de recursos.
Diariamente se me pedían auxilios que me encontraba en la
imposibilidad de proporcionar a causa de no estar autorizado por el Supremo
Gobierno.
Vime en la necesidad de comunicarme por el cable con el señor
Ministro del Interior, manifestándole la urgencia con que debía socorrérseles.
A pesar de que el Plenipotenciario señor don Joaquín Godoy
puso en mi conocimiento que S. E. le había recomendado las casas de caridad que
se encontrasen en situación difícil, me abstuve de hacerles donaciones de
víveres y dinero hasta que no se envió respuesta a mi consulta.
Comencé por ordenar que la Comisaría del Ejército entregara
al representante de la Beneficencia la cantidad de dos mil setecientos ochenta
y seis pesos (2.786) en billetes chilenos, que obtuve de rebaja en una cuenta
de la administración de mi antecesor presentada por el Ferrocarril Transandino.
En junio se obtuvieron con el mismo fin, mediante una función
teatral organizada por el Intendente señor coronel Valdivieso, cuatro mil
setenta y dos soles papel (4.072) que se distribuyeron entre los hospitales
peruanos.
En el mes de agosto la superiora a cuyo cargo está el
Hospital de San Bartolomé, me hizo presente nuevas escaseces. Tenía que
alimentar más de quinientos enfermos de todas las nacionalidades y se hallaba
debiendo setenta mil soles por provisión de carne y otras sumas por carbón,
arroz, pan, azúcar, fideos y remedios. Conmovido ante tanta miseria, decreté
que el Intendente de la provincia le entregara seis mil ochocientos veinte
soles papel (6.820), producto de un beneficio teatral.
Dispuse también que se diera combustible al Hospital de
Guadalupe del Callao y una suma de cuatro mil soles papel (4.000) al Monasterio
del Buen Pastor, que da educación y asilo a niñas pobres.
En septiembre se repartieron entre los establecimientos de Beneficencia
diez mil trescientos soles papel (10.300) por la parte que en el producto de
las casas de enganche de asiáticos les correspondía, según disposición de once
de julio».
El almirante Lynch consideró cuidadosamente la significación
que tenía para la normalidad del Perú su desarrollo comercial. Para este
propósito dispuso que los puertos recobraran su movimiento marítimo. A este
objeto dictó normas para el comercio de exportación, reformando los reglamentos
aduaneros y facilitando así la exportación directa al extranjero de las
mercaderías que se almacenaban en el Callao.
Las buenas medidas del almirante se apreciaron al comprobarse
en octubre de 1881 un efectivo aumento de los ingresos de aduana, lo que
produjo una mayor entrada para la hacienda pública, y todo esto conseguido con
un severo régimen administrativo de todos los caudales del Estado controlados
por las Juntas de Vigilancia.
A la llegada del almirante Lynch, funcionaban sólo las
Aduanas del Callao, Salaverry, Pascamayo y Huacho, pagándose los derechos en
soles de plata. Durante el año 1881, abrió nuevos puertos al comercio,
aumentando considerablemente los ingresos, como puede comprobarse en la
siguiente relación:
Derechos por Importación y Exportación en 1881:
Mayo
142.667
Junio
223.667
Julio
142.667
Agosto
510.289
Septiembre
508.289
Octubre
335.681
Noviembre
323.416
Diciembre
379.436
Las estadísticas aduaneras de 1881, con las medidas
establecidas por el almirante Lynch, informan que hubo una entrada de
3.060.272,87 de soles de plata.
Durante el año 1882, las entradas aduaneras continuaron en
aumento, como se comprueba con las cantidades recibidas durante los primeros
cuatro meses, que fueron las siguientes:
Enero
375.531
Febrero
430.139
Marzo
325.324
Abril
513.319
Existiendo en la aduana una gruesa suma de soles de plata,
que los despachadores requerían para sus negocios de embarque, Lynch pidió
propuestas para enajenar 50.000 soles en partidas de 5.000, al mínimum de 41,5
peniques sobre letras en Londres.
Esta medida produjo un aumento más en las entradas aduaneras
de 1881.
Para efectuar las importaciones y exportaciones, el almirante
Lynch dictó un reglamento con fecha 25 de mayo de 1881 y que dice lo siguiente:
«Patricio Lynch, Contra-Almirante i General en Jefe del
Ejército de Chile.
Por cuanto: Con esta fecha he decretado lo que sigue:
Considerando:
Que es conveniente reglamentar la forma en que deba
efectuarse la internación i exportación de mercaderías.
Decreto:
En la internación.
Art. 1º.- Para los efectos de internación de mercaderías, los
puertos peruanos en donde no se haya establecido Aduanas, se considerarán como
puertos menores dependientes de la Aduana del Callao.
En consecuencia podrán remitirse a esos puertos todas las
mercaderías que hubieren pagado los derechos correspondientes a esa Aduana.
Art. 2º.- Los comerciantes que desearen hacer uso de la
franquicia otorgada por el artículo anterior, tramitarán al efecto una póliza
en tres ejemplares, en que además de expresarle la cantidad, clase i peso de
las mercaderías, se expresará el puerto de su destino i el nombre de la nave
que debe conducirlas.
Uno de los ejemplares quedará en poder de la Aduana, otro se
entregará al interesado i el tercero se enviará bajo partida de registro al
puerto de su destino, a fin de que el jefe de las fuerzas bloqueadoras o jefe
militar de la plaza, permita el desembarque de las mercaderías.
Art. 3º.- Cuando las mercaderías que se quieran enviar a los
puertos peruanos a que se refiere el presente decreto, puedan a juicio del Jefe
de la Aduana, evaluarse desde a bordo sin necesidad de desembarcarlas, se
permitirá efectuarlo, debiendo pagarse al contado los derechos correspondientes
i exigirse una fianza para responder por las diferencias que pudieran resultar
a su desembarque en el puerto a que van destinadas.
Art. 4º.- El Jefe de la Aduana adoptará las medidas que
estime conducentes al mejor resguardo de los intereses fiscales, aun cuando
ellas modifiquen las disposiciones anteriores, dando cuenta oportunamente al
Ministerio de Hacienda.
En la exportación.
Art. 5º.- Los comerciantes que desearen exportar azúcar,
chancaca o concreto, i en general cualquiera artículo sujeto a derechos de
exportación, por alguno de los puertos situados al norte o sur del Callao,
podrán verificarlo cumpliendo las siguientes prescripciones:
1º.: Presentarán una solicitud al Administrador de la Aduana
del Callao, en que se exprese el puerto o puertos por donde vaya a efectuar la
exportación, i el número de quintales o la cantidad que desea exportar.
2º.: Practicada la liquidación de los derechos que
corresponda pagar a las mercaderías cuya exportación se solicita, los
interesados acompañarán un certificado de depósito o un pagaré afianzado a
satisfacción del Jefe de Aduana para responder por el valor de esos derechos.
Este valor se hará efectivo si en el término que señale el
Administrador de la Aduana, i que no excederá de un mes, no se justifica que
por algún caso fortuito o de fuerza mayor, no ha podido verificarse la
exportación.
3º.: No obstante lo dispuesto en el inciso anterior, el Jefe
de la Aduana podrá exigir que se paguen al contado los derechos de exportación,
siempre que a su juicio conviniere adoptar esta medida.
Art. 6º.- Cubierto los derechos o garantido suficientemente
su pago, el Jefe de la Aduana expedirá un decreto en dos ejemplares, en que se
exprese el nombre del buque que debe recibir las mercaderías, la cantidad
exacta de éstas, el del puerto o puertos por donde haya de verificarse la
exportación, i todas las demás circunstancias que contribuyan a prevenir los
abusos que pudieran cometerse.
Ambos ejemplares llevarán el visto bueno i sello de la
autoridad militar del Callao.
El decreto a que se refiere el artículo anterior, se
entregará al interesado i le servirá de suficiente pasavante para el jefe de la
fuerza bloqueadora o para el Jefe Militar del puerto de exportación.
Verificada ésta, el Jefe Militar o en su defecto el de la
fuerza bloqueadora, retendrá uno de los ejemplares del decreto para remitirlo a
la brevedad posible al Jefe de la Aduana del Callao, previa su certificación,
de la cantidad de mercaderías embarcadas.
El otro ejemplar se devolverá al interesado, después de
copiada en él la anotación puesta en el que se deja reservado.
Art. 8º.- El Administrador de la Aduana del Callao, tan
pronto como reciba el ejemplar remitido el Jefe Militar, o el de la fuerza
bloqueadora, procederá al cobro definitivo de los derechos que se adeuden, en
caso de que aún no estuviesen satisfechos.
Art. 9º.- La exportación que se verifique en contravención a
las disposiciones anteriores queda sometida a las penas señaladas por el delito
de contrabando.
Anótese y comuníquese.
Por tanto.
Para que llegue a conocimiento de todos, publíquese en los
diarios y por carteles que se fijarán en los lugares más públicos de esta
ciudad y del Callao.
Dado en la casa del Gobierno de Lima a 25 de mayo de 1881.-
(Firmados): Lynch.- Manuel Díaz B., Secretario General».
Con habilidad de diplomático, el almirante Lynch mantuvo las
mejores relaciones con los representantes de los países extranjeros desde que
se recibió de su alto cargo en Lima.
Los continuos reclamos que hicieron en defensa de sus
connacionales los acreditados ministros, cónsules, vicecónsules, fueron
estudiados por la secretaría del Cuartel General, entregando contestaciones
prudentes que en la mayor parte de las veces desvanecían los cargos.
Al respecto, de la atención dispensada por el almirante en la
Memoria dice lo siguiente:
«Los señores Ministros han encontrado en el Cuartel General,
benévola acogida i, a pesar de múltiples i pesadas tareas, jamás ha dejado de
prestárseles atención, cuidando al mismo tiempo, de dar contestación a sus
comunicaciones, a la brevedad posible».
Con el objeto de exponer la actuación del almirante en los
reclamos que debió resolver, reproducimos a continuación lo que escribe en su
Memoria de 1882:
«El 17 de octubre el Representante de S. M. B. me comunicó
las instrucciones del señor Secretario de Relaciones Exteriores de Inglaterra,
con motivo del incendio de las casas de Hungará, situada en el valle de Cañete
i perteneciente a la testamentaria de don Enrique Swayne. Inmediatamente pedí
los datos del caso al Jefe de las fuerzas de ocupación en aquel lugar, i ofrecí
al señor Graham darle oportuna cuenta del resultado de las investigaciones que
había mandado practicar.
Cinco días después tenía el gusto de transcribirle íntegro el
informe detallado i minucioso del Teniente Coronel Jarpa, del cual resulta
probado con toda evidencia, que las causas de Hungará fueron incendiadas por el
enemigo, al tiempo de emprender la retirada, i que nuestra tropa, lejos de
contribuir a aquella destrucción, procuraron evitarla. Al divisar la humareda,
el señor Jarpa hizo apurar la marcha i aunque a su llegada ardía ya gran parte
del edificio, pudo salvar la capilla i la bodega, que era lo único de algún
valor. Poniéndola a muy alto precio, las pérdidas no alcanzan a subir de mil
quinientos pesos.
El 24 del mismo mes recibí del señor Ministro de Relaciones
Exteriores una nota en que me transcribía otra del Encargado de Negocios de S.
M. B. con motivo de la destrucción de valores de la propiedad neutral en las
casas de la hacienda de Larán, incendiadas por nuestros soldados el 9 de
septiembre; pero anticipándome a este reclamo, que recelaba, ya había pedido
informaciones al comandante del Rengo, señor Alamos, jefe de la tropa de
operaciones.
A fin de no dejar nada en la oscuridad y que los hechos
aparecieran en toda su desnudez, mandé a levantar el sumario, para lo cual
dispuse que se trasladase al lugar de los sucesos el Fiscal General,
previniéndole obrara con la mayor rapidez.
Terminado el sumario y queriendo darle mayor autoridad, lo
pasé en vista al señor Auditor de Guerra, después de lo cual remití al Supremo
Gobierno, con el objeto que destruyera los cargos formulados por el Representante
de S. M. B.
Por poca atención que se ponga en la lectura del expediente,
se ve con claridad que las casas de Larán servían de refugio a los montoneros;
que en ellas se les daba cuanto pedían..., etc.»
El almirante contestó al Ministro de Francia señor De
Tallenay sus reclamaciones sobre hechos que afectaban a súbditos franceses,
expresándole que el juicio de rigor había pasado por los trámites y que si aún
quedaba que hacer algún cargo, solicitaba elevara su reclamación al Supremo
Gobierno.
Lynch también demostró al Ministro de España señor Vallés,
que eran infundados los cargos para las fuerzas expedicionarias chilenas de un
súbdito de su país en el villorrio de Lunahuaná.
Las relaciones con de Vallés fueron en extremo cordiales por
la atención del almirante al asociarse al duelo de los españoles con motivo del
traslado de los restos de españoles que cayeron combatiendo en el bombardeo del
Callao el 2 de mayo de 1866.
Continuando con las relaciones de la autoridad chilena con
los representantes de países extranjeros, Lynch recibió en octubre una nota del
Ministro señor Viviani, dándole cuenta de violencias cometidas por miembros del
ejército contra el Vicecónsul de Italia en Ica. El almirante inmediatamente y
como en casos anteriores, dispuso la instrucción del sumario correspondiente,
que fue elevado posteriormente al Ministerio de Relaciones Exteriores. El
resultado fue que los hechos no tenían la gravedad que les daba el vicecónsul.
Con el Imperio Alemán, el almirante Lynch mantuvo las más
cordiales relaciones, atendiendo a la política amistosa del gran país de Europa
para Chile en la situación de guerra contra el Perú y Bolivia.
El nuevo Ministro de esa nación señor Hermann A. Schumacker
al hacerse cargo de su puesto el 4 de abril de 1882, envió al almirante un
atento oficio, participándole su llegada a Lima a tomar la representación de su
país.
Lynch contestó en los términos más afables, expresándole que
para el desempeño de su misión, encontraría todas las facilidades del Cuartel
General y que le sería grato contribuir a hacer más sólidas las relaciones
entre Chile y el Imperio Alemán.
Agregaba el almirante que le era grato comunicarle que no
había tenido ninguna reclamación de la Legación de Alemania.
Con los casos presentados, nos podemos formar el juicio de la
difícil como pesada y delicada labor que tuvo el almirante Lynch en sus
relaciones con los representantes de naciones extranjeras.
Al respecto, en su memoria dice lo siguiente:
«Los extranjeros han hecho con demasiada frecuencia i en la
mayor parte de los casos, sin justicia, uso de la acción diplomática
encomendada a sus representantes.
En las reclamaciones por perjuicios se exagera a tal extremo
i se procura engañar a la autoridad con tal audacia, que, una vez descubierta
la mala fe, eso sólo daría motivo suficiente para castigar a sus autores».
Importantes hechos en la Ocupación del Perú
Ya hemos expuesto que cuando Lynch tomó el mando del ejército
de ocupación, existían guarniciones en los departamentos de Libertad y Chancay,
con base en Trujillo y Huacho; además de las fuerzas de Lima y Callao.
En Trujillo, importante ciudad próxima al mar, el jefe de la
guarnición, coronel Arístides Martínez, desarrolló una destacada labor,
manteniendo la tranquilidad pública y estimulando el trabajo en las ricas
haciendas de esa zona.
Dicho jefe al retirarse de su cargo fue reemplazado por el
coronel Manuel 2.º Novoa, quien recibió del general en jefe las siguientes
instrucciones:
«Al coronel don Manuel 2.º Novoa; Comandante en jefe de las
fuerzas del norte.- Lima 2 de agosto de 1881.
Teniendo que separarse de Trujillo el coronel don Arístides
Martínez, comandante en jefe de las fuerzas de ocupación de los departamentos
del norte, ha sido designado U. S. para ir a reemplazarlo en el mando de las
tropas y demás funciones anexas que él ha estado desempeñando desde febrero
último.
La experiencia adquirida por el coronel Martínez durante el
tiempo que tan acertadamente ha servido ese puesto a entera satisfacción del
Cuartel general, le servirá para poner a U. S. al corriente de la situación
militar y política de esos departamentos, medidas que convenga adoptar y línea
de conducta que haya que seguir, pues recomiendo a U. S. la continuación del
actual orden de cosas en todos los ramos del servicio, subordinado como es
natural a los cambios que fueron requeridos por las circunstancias que de un
momento a otro pueden cambiar y que U. S. y en el lugar de los sucesos debe
apreciar con mejor criterio.
Como según noticias el contraalmirante Montero se encuentra
en Cajamarca y allí reúne gente y elementos bélicos, procurará U. S. por
cuantos medios estén a su alcance, mantenerse al corriente de cualquier
movimiento que pretendiera o pudiera intentar o de preparativos que hiciere. Si
por esos informes tuviera U. S. sospechas de que se pretende algún ataque a las
fuerzas, deberá U. S. ordenar la concentración de ellas para resistir todo
peligro que por este motivo las amenazare, pues la seguridad de nuestras tropas
debe ser preferente atención que pese sobre el ánimo de U. S. para adoptar
cualquier resolución».
Más adelante dice el oficio:
«Otro punto delicado es el que se refiere a las personas o
intereses de los extranjeros neutrales, que requiere mucho tacto para que
evitemos reclamos, que cualquiera que sea su naturaleza, nos colocan siempre en
situación embarazosa por cuyo motivo es siempre preferible evitar el que
ocurran».
La comunicación al coronel Novoa nos da a conocer la
preocupación que tuvo el general en jefe sobre los movimientos militares del
enemigo. También se observa la forma militar de su comunicación.
Al respecto escribe en su importante obra el coronel
Francisco Machuca:
«El general jefe acostumbra impartir minuciosas instrucciones
a los jefes de destacamentos o unidades destacadas en expediciones
independientes.
Es claro y explícito en sus órdenes, aplaude su fiel
cumplimiento y censura y castiga las omisiones o extralimitaciones».
(Machuca, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, Tomo
III, pág. 139).
Lynch al recibirse de su cargo en mayo de 1881, prestó
especial ayuda al Presidente Provisorio para la constitución del Congreso ya
programado en Chorrillos, el que una vez reunido confirmó al señor García
Calderón como Presidente de la nación. Poco después se constituía en Ayacucho
la Asamblea deliberativa que eligió al general Piérola, también como presidente
del país.
El Congreso de Chorrillos aprobó la moción de abrir
negociaciones de paz con Chile, invitando a Bolivia (mayo de 1881).
García Calderón al iniciar su gestión con apoyo del Congreso,
sutilmente no dio a conocer su posición con respecto a la cesión territorial
pedida por Chile. Había tenido la aceptación de las autoridades chilenas para
su elección, porque se creyó que llegaría a un acuerdo sobre la entrega de
territorios.
García Calderón cambió de política porque supuso encontrar el
respaldo de los Estados Unidos en su secreta idea de no ceder territorios al
sur de la Quebrada de Camarones, como era la exigencia de Chile, expresada en
las Conferencias de Arica y reiterada al Ministro don José María Gálvez por los
delegados chilenos Vergara y Altamirano en marzo de 1881. También el Presidente
provisorio tenía informaciones que el Ministro de los EE. UU. en el Perú, señor
Christiancy no era partidario de entregar territorios, lo que confortaba en su
reservada acción.
En la conferencia con los delegados chilenos Gálvez pidió que
fuese retirado el ejército de ocupación y se entregase al Presidente
Provisional el Palacio de los Presidentes en Lima, porque era indecoroso que
estuviese en una casa común en La Magdalena. Vergara y Altamirano no aceptaron
la proposición peruana y se mantuvieron con firmeza en la posición del
vencedor.
A mediados de mayo el Presidente Aníbal Pinto nombró Ministro
en el Perú al prestigioso ciudadano Joaquín Godoy, que había desempeñado con
brillo ese cargo en los difíciles días que precedieron a la declaración de
guerra.
García Calderón con el objeto de no ceder territorios, había
entrado en negociaciones financieras para pagar a Chile indemnizaciones de
guerra, para cuyo propósito se reunió reservadamente con representantes de la
sociedad francesa Dreyfus y Cía., a fin de obtener los dineros para cancelar
una indemnización a Chile.
El contrato fue firmado en Lima en marzo de 1881, el que
previamente fue firmado en París el 8 de febrero, y que decía:
«Los firmantes convienen lo siguiente:
1.º: Los señores Dreyfus Hnos. y Cía. reconocen en favor de
la Compañía Financiera y Comercial del Pacífico el derecho que el Gobierno del
Perú le ha reconocido de exportar guano para reembolsarse de su crédito. Los
señores Adam, Aubray, Conturier, Dyes, Hoffmann y Rostand aceptan a nombre de
la Compañía.
2.º: En compensación del abandono que Dreyfus Hnos., hacen de
su derecho de exportar guano para cubrirlos del monto del crédito que se les ha
reconocido, la Cía. pagará a Dreyfus Hnos. y Cía. la cuota fija de dos libras
por cada tonelada de guano exportado del Perú por dicha Compañía.
3.º: El Gobierno del Perú creará y entregará a Dreyfus Hnos.
y Cía. libramientos al portador sobre la Compañía por la suma de 3.241.388
libras esterlinas, 11 chelines, 5 peniques esterlinas, monto reconocido por el
Tribunal de Cuentas del Perú a favor de Dreyfus Hnos. y Cía., escriturado ante
el escribano público de Lima don Claudio José Suárez en 1.º de diciembre de
1880. Estos libramientos ganarán un interés de 5% al año, pagaderos por
semestres.
4.º: La Compañía mientras dure la realización del guano
vendido por Dreyfus Hnos. y Cía., dividirá las ventas por mitad entre dicho
guano y el del Gobierno».
La firma Dreyfus hacía tiempo que venía efectuando
negociaciones con el Perú, pues con ellas Piérola financió la adquisición de
cañones para las fortificaciones del Callao, Chorrillos y Miraflores; y para
los cuerpos de artillería, como también las entregas de armamentos menores para
el ejército, que se incrementó al máximo en 1880.
A Dreyfus se le había concedido las salitreras y guaneras
ocupadas por Chile. El Monopolio para esta firma era ampliado por García
Calderón a una Compañía Financiera y Comercial del Pacífico, también llamada
Crédito Industrial.
Además estas compañías estaban asociadas al Banco
Francés-Egipcio y a otras asociaciones manejadas por financistas europeos que
tenían abogados de gran influencia política. Así Dreyfus tenía como abogado al
señor Julio Grevy, que ocupó altos puestos, entre ellos la Presidencia de
Francia. Por otra parte Crédito Industrial para obtener el apoyo de los Estados
Unidos contrató los servicios del destacado abogado norteamericano Mr. Robert
Randall, de gran influencia en las esferas oficiales de su país. La pudiente
firma tenía el propósito de tener la exclusividad en la explotación del salitre
y del guano con la garantía de EE. UU.
Para los objetivos comerciales y políticos Randall había
presentado al ministro de gobierno de su país Mr. Evarts, los principales
puntos de la negociación que se trataba de efectuar, y que eran:
a) Pagar a Chile una indemnización de guerra de 4 millones de
libras esterlinas.
) Servir la deuda externa del Perú con un 3,5% del producto
de las ventas de salitre y guano.
c) Servir los intereses y amortizaciones de los certificados
salitreros emitidos por el Perú.
d) Asegurar al gobierno del Perú 450.000 libras al año.
Los cuantiosos intereses que estaban en juego dieron origen a
una nueva sociedad organizada en Nueva York, Peruvian Company, que pretendía
preferencias en la explotación del salitre con un crédito de 900 millones de
dólares, que fue después disminuido a 300 millones.
García Calderón apreció la ayuda financiera que le presentó
la poderosa asociación Crédito Industrial, que como hemos visto tenía
personeros cerca del gobierno de los Estados Unidos y de Francia. Afirmándose
en las retribuciones que recibiría por las concesiones trató de negociar la paz
con Chile a base de indemnizaciones. Para asegurar la ayuda que esperaba de los
EE. UU., nombró su representante en aquel país al señor Federico Elmore, que
también era del consejo de Crédito Industrial.
En marzo de 1881 fue elegido Presidente de Estados Unidos el
señor James Garfield y fue nombrado Ministro de gobierno el señor James Blaine,
que desde el primer momento apoyó a García Calderón y a su política financiera
con Crédito Industrial.
Para relacionar mejor su ayuda, Blaine consiguió nombrar
Ministro en Lima al general Steffen Hurlbut, a fin de suceder al señor Isaac
Christiancy. En Chile se nombraba Ministro en reemplazo del señor Tomás Osborn
al general Judson Kilpatrick, que era casado con chilena y muy estimado en
Santiago por su actuación correctísima al servir anteriormente el mismo cargo.
Hurlbut llegó al Callao en el mes de julio de 1881 y era
portador del siguiente programa: unificar al Perú alrededor de García Calderón,
y obligar a Chile a subscribir la paz con una indemnización de gastos que sería
calificada por un árbitro.
Desde su llega Hurlbut se hizo estimar por todos los
partidarios del gobierno de La Magdalena, pues conocieron el programa que
favorecía al Perú.
Por los hechos posteriores se presume que recibió
instrucciones del ministro Blaine para actuar con mayor amplitud en su gestión
diplomática. Recordaremos que dicho primer ministro tenía en esa época todo el
poder del gobierno de los EE. UU., debido a que el Presidente Garfield había
sido herido de muerte en un atentado contra su vida en julio de 1881,
falleciendo dos meses después.
En consecuencia Hurlbut tenía gran respaldo de su gobierno.
Presentó sus credenciales el 2 de agosto, expresando en esa
ocasión que las calamidades de la guerra habían excitado las simpatías de los
EE. UU., agregando:
«Estoy dispuesto a contribuir i guardando los respetos
debidos al derecho, al establecimiento de la paz en términos racionales y
justos».
García Calderón agradeció las palabras del diplomático, y el
4 de agosto visitó al ministro de Chile señor Godoy, para comunicarle que el
Congreso lo había autorizado para iniciar conferencias de paz, en las cuales
estaría representada Bolivia. Godoy no aceptó que Bolivia se uniera al Perú en
esas gestiones de paz, porque existían problemas diferentes para ambos países.
En Bolivia se creyó que los EE. UU. impondrían la paz por la
fuerza, y bajo esa convicción el presidente general Campero hizo entrega de su
cargo al vicepresidente don Belisario Salinas y se constituyó en la jefatura
del ejército (septiembre de 1881).
Al tenerse en Chile conocimiento de la resolución de Campero,
el gobierno ordenó reforzar las guarniciones de Tacna y Tarapacá.
Continuando con las actuaciones del ministro Hurlbut, éste
visitó a los ministros plenipotenciarios acreditados en Lima, a excepción del
ministro de Chile señor Godoy, sin embargo hizo una visita protocolar al
general en jefe del ejército de ocupación contraalmirante Lynch.
El almirante oportunamente le devuelve la visita expresándole
en ella con su característica firmeza, que era rumor público la ayuda que
estaba prestando al Perú.
Contestó Hurlbut que a los EE. UU. le agradaría la
celebración de la paz sin ceder territorios a Chile, y afirmó por escrito sus
palabras enviando al almirante un memorándum con fecha 24 de agosto, en el cual
reiteraba su apoyo a la política del presidente García Calderón y
pronunciándose en favor de una indemnización por parte del Perú sin cesión
territorial.
Lynch transmitió al gobierno la nota de Hurlbut, originando
un oficio del ministro de relaciones don José Manuel Balmaceda al ministro
Blaine, por el que le expresaba que Chile ejecutaba sus derechos de vencedor
conforme a la interpretación que los países europeos daban al Derecho
Internacional. La nota fue entregada en Washington por el ministro de Chile don
Marcial Martínez, que sostuvo con Blaine larga entrevista.
En esa época, gobernaba la nación don Domingo Santa María,
prestigioso político que se había distinguido como ministro de Relaciones y del
Interior en el anterior gobierno. Se recibió de la presidencia el 18 de
septiembre en difíciles momentos. El Perú levantaba apreciables fuerzas para
combatir la ocupación, Bolivia estaba lista para apoyar a su antiguo aliado; en
los EE. UU., el primer ministro estaba de parte del Perú y actuaba por
intermedio del ministro en Lima; y Argentina presionaba para ratificar el
Tratado de Límites, que autorizó firmar en Buenos Aires el Presidente Aníbal
Pinto, en el mes de julio, después de extensos debates en las Cancillerías.
A larga distancia del Perú, el presidente daba al almirante
Lynch y al nuevo ministro don Jovino Novoa el respaldo que requerían en sus
actuaciones. Puede estimarse que desde septiembre las acciones contra las
fuerzas chilenas adquirieron mayor intensidad, que observadas por Lynch lo
llevó a disponer especial vigilancia. Dio órdenes más estrictas al ejército
para mantener la seguridad territorial y a la escuadra la del litoral. Así,
destinó al Huáscar a bahía Paracas, nombrando al comandante, capitán de fragata
Emilio Valverde, jefe político y militar de Pico. El gobierno de García Calderón,
en el mes de septiembre, implicó a los EE. UU. en el conflicto contra Chile,
cediéndole para este objeto el puerto de Chimbote, con el pretexto que sirviera
de aprovisionamiento de carbón a los buques de guerra norteamericanos.
A continuación, reproducimos el Protocolo subscrito en los
siguientes términos:
«A 20 días del mes de septiembre de 1881, reuniéronse en la
casa de la Legación Americana los infrascritos Manuel María Gálvez Ministro de
Relaciones Exteriores del Perú y Stephen A. Hurlbut, Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de América, para concluir en
nombre de sus respectivos gobiernos un acuerdo con el objeto de dar debidas
facilidades a la Marina de guerra americana en la costa del Pacífico.
Convinieron lo siguiente:
1.º: El Gobierno del Perú concede al de los EE. UU. de
América la facultad de establecer un depósito de carbón en el puerto de
Chimbote y todas las facilidades que necesita a fin de que sus naves de guerra
y mercantes puedan aprovisionarse de ese artículo y estacionarse en el puerto.
2.º: La concesión anterior no entraña una exclusiva en favor
de los Estados Unidos de América, pues el gobierno del Perú se reserva el
derecho de hacer concesiones análogas a otras potencias amigas que pudieran solicitarlas.
3.º: Los terrenos que el gobierno de los Estados Unidos pueda
adquirir del estado o de particulares para los depósitos de carbón, quedan
sujetos a las leyes generales que sobre la propiedad de bienes inmuebles rija
al Perú.
4.º: La concesión a que se refiere el Artículo 1.º de este
Protocolo es de duración indefinida y el gobierno del Perú no podrá revocarla
sin previa notificación al de Estados Unidos y acordándole cuando menos el
plazo de un año.
En testimonio de lo cual firmaron los infrascritos este
Protocolo por duplicado, poniéndole los sellos respectivos.- M. M. Gálvez.- S.
A. Hurlbut».
Más adelante conoceremos el resultado de la cesión de
Chimbote.
Ya sabemos que Lynch se encontraba vigilante. También el
Estado Mayor estaba alerta. Se apreciaba que la política de García Calderón era
responsable de la ofensiva contra la ocupación. Comprobaron que el Presidente
Provisorio no facilitaba la paz con Chile. Lynch estimó que había llegado el
momento de terminar con la situación creada, por cuanto le era muy difícil
mantener su autoridad, resolviendo quitar el Presidente Provisorio la fuerza
militar que se le había entregado. Además las armas que tenía estaban pasando
al ejército peruano que se estaba rehaciendo. Autorizado Lynch por el
Presidente Santa María, dio instrucciones al coronel del Canto para que se
tomase la guarnición militar de La Magdalena. El coronel con su batallón 2º de
Línea rodeó la fuerza peruana y la desarmó. (La fuerza tenía 1.000 rifles y
municiones).
El ministro Gálvez protestó por este hecho, expresando que el
gobierno provisional estaba reconocido por países extranjeros y la acción
contra la guarnición de La Magdalena mostraba una falta de consideración, ya
que existían negociaciones de paz.
Lynch procedió con gran firmeza a fin de arreglar una difícil
situación. Después el almirante prohibió la instalación de cualquier autoridad
dentro del territorio ocupado por Chile, eliminándose con ello toda pretensión
de mando del señor García Calderón.
Para su propósito el general en jefe dispuso la publicación
del siguiente bando:
«Patricio Lynch, Contraalmirante de la Armada Nacional y
General en Jefe del Ejército de Operaciones del Norte.
Por cuanto en esta fecha he decretado lo que sigue: En lo
sucesivo no se permitirá en la parte del territorio peruano ocupado o que más
adelante ocupasen las fuerzas del ejército de mi mando, el ejercicio de actos
de gobierno por otros funcionarios o autoridades que las establecidas por este
Cuartel General y sólo subsistirán las autoridades municipales que al presente
existan y que continuarán en el cobro de impuestos municipales para atender con
ellos a las necesidades del servicio local.
Anótese, comuníquese y publíquese.
Por tanto, para que llegue a conocimiento de todos, publíquese
por bando i carteles que se fijarán en los lugares más públicos de la ciudad.
Lima, septiembre 28 de 1881.
Patricio Lynch.- Adolfo Guerrero, Secretario General».
La enérgica resolución de la autoridad chilena produjo en el
Perú una gran reacción, principalmente en los miembros del partido de García
Calderón.
Los senadores y diputados se reunieron al día siguiente, el
29 de septiembre, y nombraron vicepresidente de la nación al contraalmirante
Lizardo Montero, de conocida actuación militar y política. Montero no fue
aceptado por el general Cáceres, que ya tenía a sus órdenes un ejército
numeroso en las sierras, mas tuvo que reconocerlo a instancias del ministro
Hurlbut.
Ya expresamos que en el último trimestre de 1881 se agudizó
la lucha contra la ocupación. El Perú experimentaba un gran cambio después del
decaimiento producido por la pérdida de las grandes batallas. Los habitantes
habían recobrado el espíritu bélico impulsados por el renacimiento de una
fuerza militar que se incrementaba en diferentes puntos del país, a fin de
combatir con las armas la ocupación chilena.
Alentaba esta situación un Comité Patriótico, que dirigía el
Obispo Tardoya, y en el cual actuaba con gran valor doña Antonia Moreno, esposa
del general Cáceres.
El Comité efectuaba ocultamente una difícil labor de
propaganda y de informaciones. También repartía armas y municiones a las
fuerzas de resistencia, como también llevaba los dineros que requerían los
jefes del movimiento patriótico.
Las fuerzas organizadas que ya se tenían eran las siguientes:
el ejército de Arequipa mandado por el coronel Pedro del Solar, que estaba
intacto por no haber participado en las batallas de Chorrillos y Miraflores; el
ejército que le quedaba al general Piérola, las tropas que estaba levantando en
Cajamarca el almirante Montero y el ejército del Centro del general Cáceres,
que engrosaba con los habitantes de muchas localidades de las sierras.
Cáceres había organizado el ejército del centro con 4
divisiones colocadas en puntos estratégicos amenazando la capital a base de
columnas que se alistaban para rápidas acciones. Tenía posiciones en el valle
del Rímac y en las quebradas de Canta y Huarochiri.
El almirante Lynch apreciaba la situación bélica que se
levantaba en el Perú y se preparaba para destruirla. Mientras llegaba el
momento de actuar, mantenía una fuerte guarnición en Lima y en el Callao, que
eran los principales objetivos del adversario.
Había que hacer frente a la propaganda política anti-chilena
que con gran habilidad desarrollaba el Comité patriótico y a las actuaciones de
los partidarios de García Calderón, que aunque obedientes a la autoridad
seguían la campaña del Comité. El propio Presidente Provisional en los primeros
días de noviembre, envió una circular al Cuerpo Diplomático por intermedio del
Ministro Gálvez, exponiendo que ejercía actos de gobierno en el Perú.
Lynch quiso terminar también con esta acción de García
Calderón y para mantener solo su autoridad dispuso que el gobernador de Lima
coronel Valdivieso entregase al Presidente Provisorio la siguiente
notificación:
«Lima, noviembre 6 de 1881.
Señor: Habiendo infringido don Francisco García Calderón la
disposición contenida en el decreto de este Cuartel General, publicado por
bando el 28 de septiembre último, por cuanto con posterioridad ha continuado
ejerciendo con el carácter de Presidente Provisorio del Perú actos de gobierno
en esta capital actualmente ocupada por fuerzas del ejército chileno, proceda
V. S. a su inmediata aprehensión i a la de don Manuel M. Gálvez, que ha seguido
actuando como Ministro de Relaciones Exteriores.
Dios guarde a V. S.- Patricio Lynch.- Al coronel Intendente
de la Provincia don Samuel Valdivieso».
Los amigos de García Calderón quisieron ayudarlo en la
situación que fue colocado, a lo que se negó. El Presidente Provisorio visitó
al almirante, quien con diplomacia y energía le hizo saber las causas de su
determinación.
A continuación García Calderón y Gálvez fueron llevados al
Callao y embarcados en el blindado Cochrane, que mandaba el capitán de navío
Juan José Latorre, quien atendió como correspondía a los prisioneros políticos.
El Cochrane los llevó al puerto de Pisco, donde fueron
trasladados al vapor Chile, que los condujo a Valparaíso.
La salida de García Calderón, produjo una fuerte reacción en
el Perú, produciéndose al mismo tiempo discrepancias de opiniones entre sus
conciudadanos; unos desaprobándola y otros aprobándola, entre ellos Piérola,
que siempre había desconocido la autoridad emanada de La Magdalena.
En el ejército se producen movimientos. Así Montero, jefe de
las fuerzas de Cajamarca, toma la resolución de separarse de Piérola, y el jefe
de Arequipa, coronel del Solar, adicto a Piérola, entrega su cargo al coronel
José de La Torre, que queda como jefe político y militar de esa importante
ciudad del sur.
Ante esta situación Piérola renuncia a la presidencia que había
ya sido desautorizada por grandes grupos de ciudadanos y pide permiso a Lynch
para entrar a Lima, el que fue autorizado (noviembre de 1881).
Para reemplazar a García Calderón y a fin de no dejar al Perú
sin gobierno nacional se nombra el siguiente ministerio, en el cual se unen
Cáceres y Montero: Presidente del Consejo y Ministro de Relaciones Exteriores,
el contraalmirante Aurelio García y García; Ministro de Gobierno, Policía y
Obras Públicas, el contraalmirante Lizardo Montero; Ministro de Guerra y Marina,
el general de brigada Andrés Avelino Cáceres; Ministro de Justicia, Culto y
Beneficencia, el doctor Alejandrino del Solar y Ministro de Hacienda y
Comercio, don Manuel Galup.
Los acontecimientos que hemos relatado sucedían a fines de
1881. En esa época comenzó a variar la política de los Estados Unidos hacia
Chile. El fallecimiento del presidente de ese país, señor Garfield, que se
produjo en septiembre, ocasionó el término de la influencia del ministro James
Baline. Le sucedió el vicepresidente señor Chester Arthur, quien nombró
Ministro de Gobierno al señor Frederic Frelinghuysen.
El nuevo gobierno rectificó los errores del señor Blaine,
como puede apreciarse en la modificación de las actuaciones de la Misión
Trescot.
En efecto, en diciembre de 1881, antes del cambio de
ministro, salían en misión diplomática hacia Chile los señores Henry Trecot y
Walter Blaine, hijo del ministro, los que desembarcaron en Valparaíso el 4 de
enero de 1882.
Trescot en carácter de Ministro Extraordinario tenía la
misión de su gobierno de celebrar reuniones con el Presidente de Chile y
Ministro de Relaciones a fin de regularizar el estado de guerra con el Perú y
Bolivia. Traía instrucciones Trescot de cortar relaciones diplomáticas con
Chile si no se reponía en su puesto al señor García Calderón. Además debía
impedir que Chile firmase la paz con un presidente que aceptase condiciones
previas, y por último oponerse a la anexión de Tarapacá.
Puede comprobarse que estas instrucciones fueron preparadas
por Blaine, confirmándose que fueron las últimas comunicaciones de aquel
ministro, que al conocerlas el Presidente Arthur, ya recibido de su puesto las
rectificó inmediatamente, no aceptando la política intervencionista del
anterior gobierno.
Corrobora lo que escribimos el cable del Primer Ministro
Frelinghuysen a Trescot, que lo recibió a su llegada a Valparaíso y que dice:
«Es el deseo del Presidente que sus amistosos oficios se
extiendan imparcialmente a ambas repúblicas; que la influencia que se ejerza
debe ser pacífica y que debe esquivar toda resolución que pueda producir
ofensa; que las cuestiones surgidas de la supresión del gobierno de García
Calderón sean tratadas en Washington y que es preferible que no se detengan en
Buenos Aires a su regreso al país».
El 13 de enero Trescot fue recibido por el Presidente Santa
María, pronunciando en esa ocasión un discurso tranquilo y conciliador, que en
parte decía lo siguiente:
«Si ocurrencias recientes han parecido entorpecer la leal
confianza que han alcanzado hasta hoy las relaciones de los dos gobiernos, el
presidente está persuadido de que ellas se deben a una desgraciada mala
inteligencia que sólo necesita ser explicada con claridad para ser
satisfactoriamente corregida».
El Presidente Santa María contestó:
«Estimo que como prueba especial de las simpatías del
gobierno de los Estados Unidos el natural interés que manifiesta la terminación
de una guerra que no fue provocada por Chile, se ha llevado a feliz término
mediante vigorosos esfuerzos, y me complazco en oíros que cualquier empeño
hecho por el Presidente de los Estados Unidos con tal objeto, no ha de envolver
jamás la intención de sugerir solución alguna que pudiera comprometer o herir
los intereses, el honor y las susceptibilidades de los beligerantes».
Entre tanto se publicaron en los Estados Unidos las
incidencias que se tuvieron con el ministro Blaine, probando con documentos la
intervención que tuvo en favor del Perú en la guerra con Chile y también en los
asuntos comerciales de la Sociedad de Crédito Industrial. Las publicaciones
produjeron el consiguiente descrédito para dicho político en el congreso de su
nación, que fue manifestado aun por sus partidarios del partido Republicano.
En Santiago, Trescot celebró conferencias con el Ministro de
Relaciones Exteriores señor Balmaceda, firmando un Protocolo el 11 de febrero,
que en sus partes importantes decía:
1.º: Cesión a Chile de los territorios del Perú situados al
sur de la Quebrada de Camarones.
2.º: Ocupación de los departamentos de Tacna y Arica por diez
años e indemnizaciones correspondientes.
3.º: Ocupación por Chile de las islas Lobos, mientras hubiere
guano.
Tres días después de firmarse el Protocolo, Trescot solicita
modificar las condiciones de paz en lo concerniente a la cesión de Tarapacá.
Hubo un cambio de notas y finalmente el ministro Balmaceda en nombre del
Presidente Santa María, manifiesta que Chile mantendrá las condiciones del
Protocolo del 11 de febrero por ser necesarias a los gastos causados por la
guerra y seguridad de la nación.
Con esta última declaración se puso término a la Misión
Trescot, que abrió un camino de comprensión hacia Chile conforme la política
del presidente Arthur.
Expediciones militares de 1882 a las sierras del Perú
A fines de 1881 el gobierno estimó que las fuerzas militares
del Perú cada día se incrementaban más y ofrecían mayor peligro al ejército de
ocupación.
La resistencia principal estaba en el ejército del Centro y
en el ejército del sur con base en Arequipa.
Ante esta situación el Presidente Santa María recomendó a
Lynch llevar adelante la guerra contra las fuerzas adversarias. El almirante
fue de opinión de atacar el ejército del Centro que mandaba el general Cáceres
y que era el más cercano a la capital, pero en una época más conveniente del año.
Sin embargo, obedeciendo la orden del gobierno dispuso que el Estado Mayor
confeccionara los planes correspondientes.
Las fuerzas de Cáceres alcanzaban a 3.500 soldados sin contar
las tropas irregulares. Estaba formado el ejército del Centro, como se expresa:
Comandante en jefe, general Andrés Avelino Cáceres; Jefe del
Estado Mayor, coronel Máximo Tafur; primera división, jefe, coronel Remigio
Morales Bermúdez; segunda división, jefe, coronel Miguel La Jara; tercera
división, jefe, teniente coronel Lucidoro Cava; división de vanguardia, jefe,
coronel Juan Gastó; columnas de guerrilleros, jefe, coronel Martín Valdivia.
Esta fuerza era formada por tropas irregulares.
El ejército chileno de ocupación a fines de 1881, se componía
de 15.499 hombres, de los cuales 2.600 estaban en las guarniciones de Trujillo
y Huacho, conforme las estadísticas de la obra del coronel Machuca. Para cubrir
la defensa de Lima y Callao se requería una fuerte guarnición de acuerdo con la
reacción de la población peruana. Por esta razón se estimó enviar a la campaña
contra Cáceres 5.000 soldados veteranos, que pertenecían a los cuerpos de
línea.
Al distribuir las fuerzas se pudo comprobar la exacta
apreciación del general Baquedano de no sacar del Perú los cuerpos de línea,
recomendación que fue oída, enviándose en el mes de marzo al sur una mayoría de
cuerpos movilizados.
A fines de diciembre Lynch tenía listas dos divisiones de las
tres armas para iniciar la campaña. Una la mandaría personalmente y la otra
para entregarla a las órdenes de su jefe de Estado Mayor general José Francisco
Gana.
El plan táctico del general en jefe consistía en internarse
con la primera división por la quebrada de Canta, que se encuentra al nor-este
de Lima y donde estaba el ala derecha de Cáceres. Así podía cortarle la
retirada al interior.
La división Gana tenía el objetivo de amagar las posiciones
del adversario en el valle del Rímac, procurando envolver un flanco. Cáceres
dominaba en el valle del Rímac la línea Chosica a Chicla, con buenas posiciones
en la quebrada Huarochiri, que se extiende hacia el sur. (Chosica a 50
kilómetros de Lima al este y Chicla a 129).
La división Lynch salió de Lima el 1.º de enero de 1882 y se
componía de las siguientes fuerzas:
Buin, 1.º de Línea, 235 soldados; Pisagua, 3.º de Línea, 700;
Esmeralda, 7.º de Línea, 600; Maule movilizado, 600; un escuadrón de Granaderos
a caballo, 100; 2 escuadrones de Carabineros de Yungay, 280; 2 baterías de
artillería de montaña, cada una con 150 soldados. En total jefes, oficiales y
tropa, 2.665 plazas.
La división Gana salió de Lima el 5 de enero con las
siguientes tropas: 2.º de Línea, 614 soldados; 6.º de Línea, 639; Lautaro
movilizado, 650; caballería de Cazadores y Carabineros de Yungay, 270;
artillería, 12 piezas, 116 hombres; Estado Mayor y Servicio, 120. Total jefes,
oficiales y tropas, 2.409 plazas.
Reproducimos a continuación las instrucciones que se
entregaron al general Gana:
«a) Se pondrá en marcha el jueves 5 de enero;
b) Objetivo: estrechar a Cáceres en la quebrada para
facilitar las operaciones del general en jefe;
c) Evitar sorpresas o ataques en condiciones desfavorables;
d) Precavida observación de los lugares por donde debe pasar;
e) No permitir beber a la tropa aguas del Rímac, antes de
purificarlas con los filtradores que lleva la división;
f) Restablecer el ferrocarril y el telégrafo;
g) En caso de retirada de Cáceres perseguirlo con precaución,
porque los caminos son malos y llenos de desfiladeros;
h) Si Cáceres toma dirección a Cienaguillo o margen derecha
del Rímac, perseguirlo por completo;
i) Llegado a Chosica u otro punto del interior, no retirarse
sin orden del general;
j) Tratar a los montoneros como bandoleros que conviene hacer
desaparecer;
k) Mientras permanezca en Lima en su reemplazo, resolverá los
asuntos de importancia de acuerdo con los señores Novoa y Altamirano;
l) Al salir de Lima dejará en su lugar al coronel don
Martiniano Urriola».
Gana destaca al mayor Manuel Jarpa hacia Chosica con una
fuerza de vanguardia de 300 soldados, para lo cual parte desde Lima en
ferrocarril. Primero llega a hacienda Huascote que estaba preparada para
resistir, sin embargo fue ocupada con sus tropas, y enseguida avanza.
El mayor llega después a Chosica y se establece en la casa
que emplea el cuartel de Cáceres.
El general Gana al conocer el avance de Jarpa envía el
batallón 2.º de Línea por ferrocarril, y en marcha por tierra al Lautaro.
Conforme las instrucciones se restablece el telégrafo de Chosica a Lima. El 2.º
de Línea ocupa Matucana. El día 7 de enero el resto de la división llega a
Matucana y el 8 arriban las tropas a Chicla, que es un punto importante del
valle del Rímac.
Jarpa continúa adelante, ocupando el 9 Casapalca, lugar por
donde Cáceres escapa hacia el interior.
Lynch efectúa con su división una difícil marcha por la
quebrada de Canta, con un recorrido de 282 kilómetros hasta llegar a Chicla.
Las tropas suben los primeros contrafuertes cordilleranos y sufren los
inconvenientes de la altura, que se amortiguan con medidas de alimentación y
descansos. Llega a Chicla el 14 de enero.
Puede decirse que el plan de cortar la retirada a Cáceres
fracasó, pues este general perfectamente informado por el Comité Patriótico de
Lima del movimiento de las fuerzas chilenas, con anticipación supo el objetivo
de Lynch y comenzó a retirarse de sus posiciones.
Lynch había conseguido la retirada de Cáceres de la primera
cadena de los Andes hacia el departamento de Junín. Con su Estado Mayor apreció
la situación y decidió regresar a Lima que requería su presencia en el Cuartel
General para resolver los problemas de su alto cargo. Ordenó regresar a la
capital a la artillería protegida por el batallón Buin. El general en jefe
informó al gobierno del resultado de las expediciones con fecha 15 de enero,
expresando «que la mayor parte de las fuerzas de Cáceres se han dispersado y ha
ocupado en forma tranquila el hermoso valle comprendido entre Lima y
Casacalpa».
Agregó que se ha decidido organizar otra expedición provista
de los elementos necesarios.
Dispuso un nuevo plan para la división reforzada que a las
órdenes del general Gana debía continuar la campaña contra el ejército del
centro del general Cáceres.
El general Cáceres con su ejército llegó a los pueblos de
Tarma, Jauja y Huancayo, en su retirada al interior. Se le incorporaron nuevas
tropas, al mismo tiempo que recibe el abastecimiento de víveres que requería.
Durante la estadía en La Oroya se agregan todas las fuerzas del coronel Tafur.
Ordena allí cortar el puente sobre el río Mantaro para dificultar el avance
chileno.
Gana, para su operación, tenía a sus órdenes la división
reforzada en las tres armas. El parque llevaba 100.000 tiros para la
infantería.
Con fecha 18 de enero el General en Jefe envió al general
Gana las siguientes instrucciones, de las cuales reproducimos los principales
acápites:
«a) La operación militar tiene por objeto perseguir las
fuerzas del general Andrés A. Cáceres y ocupar todo el valle de Jauja. De esta
manera se impide la formación de montoneras, que con el pretexto de amagar a
nuestras tropas, se ocupan de imponer requisiciones, como si fueran enemigos.
Deben aprovecharse los recursos del valle para la mantención del ejército y contribuir
a los gastos de la ocupación.
) Es importante regularizar la situación para obtener de ella
todo el provecho posible. El mejor medio consiste en la conducta que nuestra
tropa observe con las poblaciones, para que se palpe el contraste con la observada
por sus conciudadanos.
Los territorios ocupados costearán el legítimo gasto de los
ocupantes que les garantizan la vida y la propiedad; pero impedirá que se
cometan abusos, que la comisión no haga repartición injusta que libre a algunos
del gravamen de la recaudación.
Si fuere posible, se comisionará para ello a vecinos
caracterizados o algún extranjero.
c) (...)
d) (...)
e) Ninguna requisición se impondrá a los extranjeros con los
cuales conviene proceder con armonía para evitar reclamaciones.
f) (...)
g) (...)
h) Si la autoridad judicial desea continuar en funciones le
prestará su apoyo.
i) Dará facilidades para el tráfico y comunicaciones por
correo y garantizará el acarreo de productos.
j) El cultivo de las buenas relaciones con los neutrales y en
especial con los agentes consulares es esencial para evitar toda clase de
reclamaciones.
La división Gana se preparó en Chicla para la nueva
operación. Este pueblo está situado a 129 kilómetros de Lima y queda a una
altura de 3.723 metros. El aire liviano produjo gran efecto entre las tropas,
como también el intenso frío y las nevadas del amanecer.
El 19 de enero la división toma el camino hacia Tarma.
Asciende por peligrosos desfiladeros a la parte más alta de la cordillera, con
4.950 metros de altura. Adelante va el mayor Jarpa que explora el terreno. La
división llega a La Oroya y continúa a Tarma, donde arriba el 26 de enero.
El general Gana recibe el saludo del Alcalde a quien comunica
que los habitantes deben entregar todas las armas y municiones. Para el
cumplimiento de esta disposición se hace publicar un bando en los puntos de
mayor circulación.
Al tener conocimiento el general Cáceres que había tomado con
su ejército la dirección hacia el sur, hacia Ayacucho, dispuso que el batallón
Lautaro se dirigiese a Huancayo y el Chacabuco a La Concepción, a fin de
cortarle la retirada.
Las fuerzas de Gana que habían perseguido a Cáceres por el
departamento de Junín llegaron a Jauja el 1.º de febrero.
Al término de esta parte de la expedición, el general Gana,
autorizado por el general en jefe, entregó el mando al coronel Estanislao del
Canto y regresó a Lima, llegando a esa capital el 5 de febrero. El nuevo jefe
tiene conocimiento de que Cáceres ha tomado el camino a Huancayo, decidiéndose
perseguirlo. Le lleva una ventaja de 20 kilómetros. El coronel Canto, el 5 de
febrero, se encontraba en Pucará a 14 kilómetros de Huancayo con 400 infantes y
75 soldados de caballería. Además 4 cañones de montaña. La avanzada chilena
reconoce en Pucará las fuerzas de Cáceres a orillas del río de este nombre. El
coronel ordena el despliegue desde una orilla del río. Cáceres, con mayores
fuerzas después de combatir al adversario, se retira al sur, a Mancavalle,
dejando en el campo 78 muertos y 38 heridos.
El coronel Calto en su táctica contra las montoneras, deja
guarniciones en Cerro de Pasco, Junín, Tarma, Concepción y Huancayo.
Cáceres toma la contraofensiva disponiendo el ataque con
guerrillas sobre las guarniciones chilenas.
Durante los meses de febrero a junio la expedición chilena
efectúa sus movimientos entre los pueblos de las serranías del departamento de
Junín. El 1.º de julio las fuerzas del coronel Canto sumaban un total de 4.079
hombres. Obedeciendo instrucciones del General en Jefe, el 6 de julio inicia su
marcha de Huancayo al norte para concentrar todas las tropas en Tarma.
Al pasar por el pueblo de la Concepción, el coronel se enteró
de la inmolación de toda la guarnición que se encontraba allí al mando del
capitán Ignacio Carrera Pinto comandante de la 4.ª compañía del batallón
Chacabuco.
En efecto, el 9 de julio, a las 2 de la tarde, el capitán fue
avisado de que tropas enemigas acompañadas de una poblada de 1.500 indígenas
llegaba a los cerros vecinos.
El coronel Juan Gastó, que mandaba 300 soldados, antes de atacar
intimó a rendición al capitán Carrera por escrito, contestando el capitán que
como chileno y descendiente del prócer José Miguel Carrera, no le intimidaban
el número de tropas ni las amenazas de rigor.
Carrera Pinto dividió sus fuerzas en cuatro grupos y se
dispuso a resistir y morir antes de rendirse. Con inusitado valor se defendió
del ataque peruano durante todo el día 9; al siguiente continuó el combate
cayendo uno a uno los defensores que eran en total 4 oficiales, 72 soldados del
batallón Chacabuco y un soldado del Lautaro. Al final de la epopeya fue
incendiado el cuartel, donde se mantuvo izado el pabellón de la patria, que
defendieron valerosamente los 77 militares chilenos.
El conocimiento del combate de La Concepción, levantó el
patriotismo en toda la nación. En Lima el almirante Lynch dispuso la
celebración de solemnes honras fúnebres en el templo de Santo Domingo,
concurriendo a ellas el almirante, el ministro Novoa, jefes y oficiales del
ejército y de la armada.
Formaron tropas de la guarnición chilena. La armada envió una
corona con la siguiente inscripción: «La Marina de Chile a sus nobles
compañeros del ejército».
La persecución del coronel Canto al enemigo no tuvo resultado
favorable. La fuerza chilena pasó por Jauja y llegó a Tarma el 13 de julio.
Allí se le reunió la guarnición de Junín que mandaba el coronel José Antonio
Gutiérrez con su batallón 3º de Línea; después continuó a La Oroya y enseguida
a Chicla, entregando el mando por resolución superior al coronel Martiniano
Urriola.
Por ese tiempo el general en jefe relevaba al jefe de la
guarnición en Chacay teniente coronel Silvestre Urízar, por el coronel
Alejandro Gorostiaga.
Durante el primer semestre de 1882 el Presidente Santa María
había hecho grandes esfuerzos para obtener la paz con el Perú que presentaba
obstáculos por el desacuerdo entre los militares y entre los políticos. Además
obstruían la acción aquéllos que deseaban la implicancia de los EE. UU. que se
quiso hacer efectiva con la ocupación del puerto de Chimbote, ya cedido en
septiembre de 1881. Para hacerse cargo de dicho puerto el ministro de EE. UU.
envió la corbeta de guerra Pensacola.
El almirante Lynch que estaba siempre listo para actuar, al
conocer sigilosamente el viaje de la Pensacola, ordenó al blindado Blanco
Encalada, que estaba al mando del capitán de fragata Jorge Montt, que zarpara a
toda máquina hacia Chimbote.
Montt, jefe de grandes condiciones cumplió su comisión,
llegando dos horas antes que la corbeta norteamericana. De no haber sido
así,.el país pudo haber tenido una muy difícil situación internacional. Cuando
llegó la Pensacola ya estaba flameando en el puerto la bandera nacional, a que
tenía derecho Chile de izarla por estar el Perú ocupado militarmente.
Haremos presente que en esa época los Estados Unidos no
tenían en el Pacífico buques más poderosos que el blindado Blanco Encalada, que
hizo respetar los derechos de la nación debido a las oportunas órdenes del
almirante y general en jefe Patricio Lynch.
En camino hacia la paz
Volviendo a la situación interna del Perú, y como hemos
escrito, el ex-presidente García Calderón se encontraba relegado en Chile y por
consiguiente no representaba la opinión pública de su país. Sus partidarios lo
habían reemplazado por el contraalmirante Lizardo Montero, que mandaba la
fuerza de Cajamarca, sucediéndole allí el general Miguel Iglesias; tomando
Montero la jefatura militar de Arequipa, que tenía una apreciable guarnición
(julio de 1882).
Iglesias con mando político y militar en Cajamarca tomó la
resolución de abrir el camino de la paz con Chile, proclamando que debía
terminarse con las intrigas de la guerra, que valía más para el Perú su
libertad, que los territorios que ya estaban perdidos. Esta declaración se
llamó «el grito de Montán», del 31 de agosto de 1882.
En parte Iglesias decía:
«Se habla de una especie de honor que impide los arreglos
pacíficos cediendo un pedazo de terreno, y por no ceder ese pedazo de terreno
que representa un puñado de oro frente a nuestra sagrada corrupción, permitimos
que el pabellón enemigo se levante sobre nuestras más altas torres desde Tumbes
al Loa».
La posición de Iglesias fue apoyada por los jerarcas de las
Logias Masónicas del Perú y de Chile que reunidos en Lima, activaron el
entendimiento hacia la paz.
El ministro Novoa informó de la posición y de la política de
Iglesias al Presidente de la República don Domingo Santa María, quien contestó
lo siguiente:
«Febrero 3 de 1883.
Creo que estamos en la misma cuerda y por ahora no veo a qué
otra parte pudiéramos llevar nuestros esfuerzos.
No queda más que Iglesias, digan lo que quieran contra él los
de aquí y los de allá. Es el único hombre que tiene coraje para decir lo que
siente y que lo tendrá para hacer lo que crea conveniente. Nosotros debemos
fortificarlo y ver modo que su poder sea absoluto y verdadero en todo el norte.
Si logramos darle cuerpo, debemos apresurarnos a tratar con
él, que si mañana cae porque sus mismos paisanos lo tumban, no por eso dejará
de ser cierto, verdadero y eficaz el tratado que habríamos firmado con él».
Días después, el 9, el Presidente Santa María escribió al
almirante Lynch manifestándole su resolución en apoyo a Iglesias.
La importante carta dice lo siguiente:
«Febrero 9 de 1883.
Persuadido como estoy de que no habrá paz ni con Piérola ni
con Calderón, ni con ninguno de estos hombres que no tienen valor para afrontar
una situación y dominarla, te debes empeñar en reforzar a Iglesias, único
hombre honrado que aparece, a fin de ponernos en condiciones de ajustar con él
la paz. Todos nuestros esfuerzos deben en estos momentos dirigirse en ese
sentido».
Fijada la política por el Presidente Santa María, Novoa y
Lynch la llevaron adelante, aunque el ambiente de la mayor parte de los chilenos
no era favorable a Iglesias.
Novoa continuó observando con optimismo la gestión de
Iglesias, y el apoyo que recibía de los ciudadanos en Cajamarca. Con los
antecedentes favorables perseveró el ministro de Chile en su proyecto de
discutir privadamente las bases para un Tratado de Paz. De la posición de
Novoa, salieron las bases para las Conferencias de Paz, que se inician en
Chorrillos el 27 de marzo de 1883.
Representa a Chile el Ministro Plenipotenciario don Jovino
Novoa, y al Perú don José Antonio Lavalle y don Mariano Castro Zaldívar. En la
primera conferencia del 27 de marzo, Tarapacá quedó descartado de las
conversaciones. Respecto a Tacna y Arica, Lavalle propuso un plebiscito a los
10 años de ocupación, no aceptando la idea chilena de la anexión. Respecto a la
deuda del Perú, Lavalle pidió eliminar a su país como deudor.
La segunda conferencia tuvo lugar el 9 de abril. En ella
Novoa acepta el plebiscito para Tacna y Arica. Respecto a los acreedores,
Lavalle propone pagar con el 50% del producto del guano. Además, el delegado
propone que Chile pague al Perú 10 millones de pesos después del plebiscito,
que se reconozca a Iglesias y se desocupe Lima y Callao y que Novoa suscribiría
las bases del Tratado con los representantes o con el mismo Iglesias.
La tercera conferencia se realiza el 22 de abril. Se acepta
el pago de 10 millones después del plebiscito, pero con reciprocidad. Respecto
a la deuda, el gobierno seguirá pagando el 50% líquido del guano.
En la cuarta conferencia se redacta el Protocolo, que fue
enviado a Cajamarca para la firma del general Iglesias, y que reproducimos por
su importancia:
«Protocolo Preliminar (mayo 1883).-
Yo me comprometo formal y solemnemente a celebrar con la
República de Chile un Tratado de Paz, tan pronto como el Ministro
Plenipotenciario de ese país me reconozca a nombre de su Gobierno como
Presidente del Perú bajo las condiciones siguientes:
1.º: Cesión en favor de Chile, perpetua e incondicional, del
departamento de Tarapacá, esto es, por el norte hasta la quebrada de Camarones,
pasando ese territorio. En consecuencia, bajo la soberanía absoluta de Chile.
2.º: Los territorios de Tacna y Arica, en posesión de Chile,
serán sometidos a la legislación y autoridades de Chile, durante diez años, a
partir del día que se verifique el Tratado de Paz. Expirado este plazo, se
convocará un plebiscito que decidirá a voto popular si esos territorios
permanecerán bajo la soberanía de Chile o si volverán a la del Perú. Aquel de
los dos países a favor del cual quedarán anexados definitivamente, pagará al
otro diez millones de pesos moneda chilena de plata o soles peruanos de la ley
igual a aquéllos.
Un Protocolo especial establecerá la forma bajo la cual
deberá tener lugar el plebiscito y la época en que deberán pagarse los diez
millones por el país que permanecerá dueño de Tacna y Arica.
3.º: El gobierno de Chile se obliga a cumplir lealmente el
contrato celebrado sobre el guano y los decretos sobre el guano del 9 de
febrero de 1882 y sobre los salitres del 20 de marzo del mismo año, haciendo
las siguientes declaraciones: el citado decreto del 9 de febrero de 1882,
ordena la venta de un millón de toneladas de guano y el Artículo 13 establece
que el precio neto del guano, deducidos los gastos de estación, ensayos,
pesada, carguío, sueldo de empleados que deben vigilar las diversas operaciones
y todos los gastos ocasionados hasta que la materia esté ensacada y puesta a
bordo del buque cargador, se distribuirá por iguales partes entre el Gobierno
de Chile y los acreedores del Gobierno del Perú; dichos títulos quedan
garantizados por esta substancia.
El gobierno de Chile declara, además, que terminada la venta
del millón de toneladas, entregará a los acreedores del Perú, el 50% de su
producto neto, según lo establece el artículo 13, hasta que la deuda quede
extinguida o que se agoten los yacimientos de guano.
Es entendido que sólo se trata de los yacimientos que
actualmente están en explotación, pues aquéllos que pudieran descubrirse o
explotarse más tarde en los territorios anexados, pertenecerán exclusivamente a
Chile, conservando éste para sí todos los productos y disponiendo de ellos como
le convenga.
Es igualmente entendido que los acreedores del Perú a quienes
se le concede el beneficio se someterán a las reglas fijadas en el decreto de 9
de febrero. Fuera de las declaraciones consignadas en este artículo, Chile no
reconoce ni por motivo de guerra, ni por algún otro motivo, ninguna deuda del
Perú, cualquiera que sea su naturaleza.
4.º: Las islas de Lobos del Norte, continuarán siendo administradas
por Chile, hasta la conclusión del contrato de venta de un millón de toneladas
de guano, cuando serán restituidas al Perú.
Chile, a quien corresponde el 50% del producto neto del guano
de las islas Lobos, en conformidad con el decreto de 9 de febrero, ya citado,
lo cede al Perú y comenzará a satisfacerlo a éste desde el momento en que sea
ratificado el presente Tratado.
5.º: La cuestión referente a las nuevas relaciones
comerciales y las indemnizaciones debidas a los chilenos, serán discutidas y resueltas
posteriormente.- Miguel Iglesias».
Los delegados del Perú enviaron copia del Protocolo al
representante chileno señor Novoa, pidiéndole contestase sobre si estaba
conforme con el documento.
El Ministro Plenipotenciario contestó:
«El resultado de nuestras amigables conferencias, ha sido la
aceptación, de que hablan Uds. en su carta.
Si el señor general Iglesias constituye un Gobierno que sea
reconocido por Chile y acepta las condiciones mencionadas en el presente
documento, comprometiéndose a concluir el tratado bajo esas bases, yo no tendré
dificultad alguna como Ministro de Chile y a nombre de mi gobierno, para firmar
el tratado que contenga esas condiciones».
Hasta aquí lo efectuado en la prosecución del Tratado de Paz.
Continuaremos con las operaciones militares que se
desarrollan contra el ejército peruano del Centro.
Nuevas expediciones militares
Mientras el Ministro Novoa actuaba en la diplomacia, el
almirante Lynch está preocupado del problema militar, pues poco antes de las
conferencias de Chorrillos, el general Cáceres llegó sorpresivamente a Chancay.
La guarnición chilena se embarcó en un buque mercante nacional, que en
previsión tenía en el puerto el general en jefe. Al conocer los hechos, Lynch
envió a ese puerto una división de 1.400 hombres al mando del coronel Marco
Antonio Arriagada; la que salió del Callao el 20 de marzo de 1883.
Cuando Arriagada desembarcó en Chancay, ya Cáceres se había
retirado al interior, de acuerdo con su táctica de no presentar combate, y
solamente hacerlo con todas las probabilidades de triunfo.
El general en jefe, ante la retirada del audaz jefe peruano,
dispuso fuera perseguido con una nueva expedición a las sierras que la entregó
al mando del destacado coronel Juan León García, que era el comandante del
batallón Buin.
Esta fuerza se componía de los batallones Buin 1.º de Línea,
el 4.º de Línea; el Aconcagua; 6 piezas de artillería de montaña, 100
Granaderos a caballo, 50 Carabineros de Yungay; más los servicios auxiliares.
En total 1.800 soldados.
El 6 de abril de 1883, parte de Lima la expedición cuyo jefe
ha recibido instrucciones del general en jefe, entre ellas que evitara los
pasos peligrosos de la cordillera, que maniobrara en las alturas y que tratara
con rigor a las fuerzas irregulares.
La expedición, que era la tercera a las Sierras, llegó a
Canta, cuando Cáceres se había retirado al sur, hacia Chicla, en conocimiento
del avance chileno por la inteligente ayuda del Comité Patriótico.
Lynch, apreciando con su Estado Mayor todos los movimientos
de Cáceres, y suponiendo que podía estar en las cercanías de Chicla, envía una
división especial al mando del coronel del Canto, compuesta de dos batallones
de infantería, más la artillería y caballería, que sale de Lima el 24 de abril.
Quedaba iniciada en este mes la enérgica ofensiva contra Cáceres dirigida por
Lynch desde su Cuartel General de Lima.
El general Cáceres, con sus ágiles tropas y con conocimiento
completo de esa zona cordillerana, al verse perseguido, se dirige rápidamente a
Tarma, a donde llega poco antes de la expedición García (20 de mayo). En esta
ocasión Cáceres estuvo a punto de ser alcanzado con su ejército, pues la
división León García, el 21, entraba a Tarma.
El coronel Canto con sus tropas llega también a Tarma el 26
de mayo, aniversario de la batalla de Tacna, hecho de armas que es celebrado
por este jefe y sus fuerzas.
En este pueblo, por disposición de Lynch, Canto toma el mando
de todas las tropas y en conocimiento que Cáceres se ha retirado al norte,
sigue en su persecución, pasando por Cerro de Pasco, y Huánuco, llegando a
Aguamiro.
El general Cáceres operaba con un ejército de 3.500 soldados,
dividido en 4 divisiones; la 1.ª al mando del coronel Manuel Cáceres, la 2.ª al
mando del coronel Juan Gastó, la 3.ª con el coronel Juan Cancio y la 4.ª con el
capitán de navío Germán Astete.
Lynch ante los nuevos movimientos de Cáceres, ordena al
coronel Arriagada, que estaba en Chancay, puerto situado en latitud poco al sur
de Cerro de Pasco, se dirija con su división al interior hacia Aguamiro, a
donde llega el 20 de junio. Siendo este coronel más antiguo que del Canto, tomó
el mando general de todas las fuerzas por disposición del general en jefe.
También se entregó al coronel Arriagada las fuerzas del coronel Gorostiaga, de
guarnición en el departamento de Libertad con base en Trujillo.
Lynch que estaba bien informado de las últimas posiciones de
Cáceres, dispuso que Gorostiaga se dirigiese a Huamachuco, pueblo cordillerano
que era un punto obligado de los caminos al norte. En esa zona actuaba el
coronel Recabarren, con 1.400 hombres, que apenas alcanzó a escapar de Gorostiaga,
uniéndose a Cáceres para resistir juntos el empuje chileno.
Lynch tenía otra razón más: llevar al norte las fuerzas de
Arriagada y Gorostiaga y era la de interceptar a Cáceres en una posible marcha
hacia Cajamarca, para apoderarse de las tropas de Iglesias, a quien combatía
porque era partidario de subscribir un tratado de paz con Chile.
En Huamachuco, Gorostiaga recibe orden de dirigirse al sur a
fin de encerrar a Cáceres o a Recabarren e impedirles toda retirada hacia el
norte. El coronel llegó con su división a Huáraz, pueblecito del camino
cordillerano entre Aguamiro y Yungay.
Por otra parte, Lynch había dispuesto que el teniente coronel
Herminio González, que había entregado Trujillo a los representantes de
Iglesias según un acuerdo, estuviese listo para reforzar a Gorostiaga. Este
comandante salió de Trujillo con 600 soldados el 29 de junio y cumpliendo
órdenes del coronel Gorostiaga se dirigió a Huamachuco.
Veamos lo acontecido al coronel Arriagada. Este jefe, con su
división en Aguamiro, marchó al norte y, recorriendo un difícil trayecto de 60
leguas, llegó hasta Yungay. Allí falsos movimientos de tropas peruanas lo
convencen de que Cáceres ha continuado al sur, lo que lo hace retroceder otra
vez hacia Aguamiro.
Lynch estaba en lo cierto, apreciando que Cáceres se
dirigiría al norte, hacia Cajamarca. La siguiente comunicación del Cuartel
General comprueba la apreciación. Dice el coronel Gorostiaga:
«A pesar de que el señor coronel Arriagada me asegura que
Cáceres marcha para el sur, yo no lo creo así y sospecho que es ello un error
y, en consecuencia, V. S. deberá marchar muy vigilante y con muchas
precauciones y cuando V. S. tenga noticias de que ese caudillo va al norte, V.
S. deberá contramarchar sobre Huamachuco y salirle al encuentro en Cajabamba»
(Machuca, Tomo IV).
Con su apreciación, que le afirmó la nota del general en
jefe, Gorostiaga, desde Huáraz, se dirige al norte en difícil marcha por
desfiladeros donde podría encontrarse con Cáceres y Recabarren. El 1.º de julio
llega a Agasmarca, donde da descanso a sus tropas y toma víveres; enseguida
comprendiendo que debe llegar a Huamachuco, marcha sobre ese pueblo al que
arriba el 5 de julio. Cáceres y Recabarren habían quedado un poco atrás y no
alcanzaron a la división de Gorostiaga como fueron sus intenciones.
Para mayor éxito de las fuerzas chilenas, el 7 de julio
llegaba a Huamachuco el teniente coronel González con sus tropas, que sumaban
581 soldados de los cuales 450 eran de infantería y los demás de caballería y
artillería.
La llegada de González y sus hombres fue recibida con
aclamaciones. Puede decirse que una buena estrella acompañó a los chilenos para
obtener una concentración en Huamachuco y así poder combatir a Cáceres y
Recabarren que, según informes, se acercaban a este lugar.
Como Arriagada creyese que Cáceres marchaba al sur, pidió al
general en jefe más tropas para detenerlo. Lynch, oyendo el pedido, envió una
fuerza al mando del coronel Urriola hacia Cerro de Pasco para no dejarlo pasar
a Junín. Ya hemos visto que la situación era otra, pues Cáceres desde Yungay,
hasta donde fue perseguido por Arriagada, continuó al norte con el objetivo de
atacar a Gorostiaga, que por sus informes mandaba una pequeña división de 1.000
hombres. Llega finalmente a Huamachuco el 8 de julio. Chilenos y peruanos
estaban a la vista en las vísperas de una batalla que fue la última guerra y
que, por su importancia, nos detendremos en ella.
Las fuerzas que mandaba el coronel Alejandro Gorostiaga eran
las siguientes:
Fuerzas chilenas, total aproximado, 1.600 hombres; Batallón
de Línea Zapadores, al mando del capitán Ricardo Canales; Batallón Concepción,
mandado por el teniente coronel Herminio González; Batallón Talva, al mando del
teniente coronel Alejandro Cruz; Batallón Victoria, al mando del teniente Abel
García; Artillería, mayor Gumercindo Fontecilla con tres piezas Krupp;
Caballería, Regimiento Cazadores, al mando del teniente coronel Alberto Novoa;
segundo jefe, mayor Sofanor Parra.
Fuerzas peruanas, total aproximado, 3.800 hombres. Las
componían el ejército del norte al mando del coronel Isaac Recabarren con dos
divisiones y el ejército del centro de Cáceres con cuatro divisiones. Eran 6
divisiones de máxima movilidad. Además 18 piezas de artillería al mando del coronel
Federico Ríos, y un escuadrón de caballería Cazadores del Perú con el mayor
Santiago Zavala, y otro escuadrón Tarma al mando del mayor Agustín Zapatel.
El coronel Gorostiaga al tener conocimiento de la
aproximación y llegada del ejército enemigo, formó la línea de batalla en el
cerro Sazón, situado al nor-este del pueblo de Huamachuco; mientras que el
general Cáceres se sitúa con su ejército al sureste del pueblo, en los faldeos
y alturas del cerro Cuyurga, quedando a la vista de los chilenos (8 de julio).
Al día siguiente, 9 de julio, justamente a un año del combate
de La Concepción, los ejércitos continúan reforzando las posiciones de los
cerros, dejando entre ellos una planicie denominada Purrubamba.
El 10 de julio, a las 6 de la mañana, Gorostiaga tomó la
ofensiva, ordenando atacar a la derecha enemiga con el batallón de línea
Zapadores. Cáceres contestó el ataque con el avance de su ejército a la llanura
de Purrubamba, con el objeto de envolver a la infantería chilena, que se
defiende con un nutrido fuego de fusilería y con la artillería. A mediodía,
como la acción permanecía indecisa, Gorostiaga dispuso alistar toda su fuerza
para una ofensiva general. Para ello ordenó cargar a la caballería, que lo hizo
con tal ímpetu, que llegó a hacer saltar los sirvientes de los cañones
enemigos. A continuación avanzó la infantería en formidable ataque al grito de
«¡Viva Chile!», produciendo la derrota y retirada de las fuerzas de Cáceres y
Recabarren, dejando en el campo gran número de muertos, entre ellos el coronel
Gastó, responsable de los actos cometidos en La Concepción. Además, se
capturaron numerosos cañones, rifles y municiones.
El general Cáceres, que estuvo a punto de caer prisionero,
pudo escapar hacia el sur, con el coronel Recabarren y las deshechas tropas,
aprovechando el conocimiento de la región cordillerana.
El triunfo de Huamachuco se debió en primer término a la
habilidad militar del coronel Gorostiaga, que aplicó oportunamente los
principios de ofensiva y sorpresa en el ataque, aprovechando la bajada del
ejército enemigo con la artillería a la planicie. Así pudo derrotarlos con la
mitad de los efectivos peruanos.
En el plano estratégico, los hechos demuestran la correcta
apreciación del general en jefe, almirante Lynch; y su inteligente acción para
dirigir las expediciones en perseguir, interceptar y combatir al más temible de
los caudillos peruanos, el general Cáceres.
En el plano político, la victoria de Huamachuco apuró las
negociaciones de paz que concertaban Novoa con Iglesias.
Mientras se desarrollaban las operaciones militares contra
Cáceres, que culminaron el 10 de julio, en Huamachuco; los delegados del
general Iglesias entregaban al ministro de Chile, señor Novoa, una nota sobre
las bases del Tratado de Paz, contenidas en el Protocolo del mes de mayo.
Para avanzar hacia la paz, se estipuló la entrega al Perú de
algunos departamentos del norte. Por esta razón, el teniente coronel Herminio
González entregó el departamento de Libertad a un delegado de Iglesias el 28 de
junio y pudo cumplir la orden de reforzar al coronel Gorostiaga, que operaba en
el interior.
Iglesias tuvo que vencer enormes dificultades para hacerse
cargo de las Aduanas y demás servicios públicos de la zona que se le entregaba.
En esa situación, Lynch le prestó ayuda, proporcionándole no sólo dinero, sino
que armas para los servicios policiales y de defensa; ya que podía ser atacado
por sus enemigos políticos, que eran contrarios a la paz con Chile, entre ellos
los pertenecientes al partido civilista.
No olvidemos que también existían en esa época fuerzas
militares bien organizadas, que estaban en pie de guerra, contrarias a
Iglesias, tales como las de Arequipa, que desde julio obedecían al
contraalmirante Montero. Este jefe, como los partidarios de Piérola, que estaba
en Europa, y los que seguían a García Calderón, que se encontraba en Chile,
rechazaban la gestión de paz de Iglesias, y lo difamaban en todas partes.
El ministro Novoa, por instrucciones del Presidente Santa
María, continuaba adelante sus diligencias por la paz, cooperando a esta acción
el almirante Lynch, con la decisión que le era característica.
Última expedición a las sierras
Continuando con las operaciones militares, tenemos que
Cáceres llegó en su retirada desde Huamachuco a su ciudad natal, Ayacucho,
donde tenía siempre lista la cooperación de sus conterráneos.
Lynch aprecia que debe ser perseguido hasta su total
eliminación, y para este objeto ordena rebuscarlo con una división que entrega
al mando del coronel Martiniano Urriola, que se encontraba en las sierras. El
coronel se alista y pasa revista a sus tropas en Huancayo, en agosto de 1883,
reuniendo 1.500 soldados de las tres armas, de los batallones 3.º de Línea y
Miraflores; 6 piezas de artillería; 290 soldados de Granaderos a Caballo y 100
de Carabineros de Yungay.
Esta fuerza toma su disposición ya experimentada, llevando en
la exploración tropa de caballería; después una compañía de infantería, a
continuación la artillería para bombardear las alturas, y por último, el grueso
de la división.
La marcha es dificilísima por las quebradas cordilleranas,
que Urriola desarrolla con prudencia, haciendo frente a las montoneras que
tratan de obstaculizar el camino. Las compañías de infantería rechazan al
enemigo.
La división llega al pequeño pueblo de Huando y las bandas de
músicos saludan con dianas el aniversario patrio, el 18 de septiembre. A
continuación sigue Urriola al sur, y llega a la ciudad de Huancavélica, que es
un centro bien poblado del interior, que permite a los oficiales y tropas hacer
compras en los almacenes comerciales. Después continúa la fuerza chilena por
malos caminos, con frío, soportando el soroche y teniendo que defenderse de la
indiada. Finalmente, el 30 de septiembre, la división llega a la ciudad de
Ayacucho, desfilando por la plaza principal como un homenaje de recordación a
la histórica batalla ganada en sus vecindades en 1824, que selló la libertad del
Perú y del Alto-Perú.
El general Cáceres al tener conocimiento de la aproximación
del coronel Urriola, abandona la ciudad hacia el departamento de Apurimac con
sus columnas de obedientes voluntarios. Continúa después al norte pasando por
Huancayo, Jauja y Tarma, donde se informa de la caída del ejército peruano de
Arequipa.
Urriola, por su parte, en los primeros días de noviembre se
impuso de la rendición de Arequipa. Como no tuviese comunicación con el general
en jefe, regresó con su división al norte, dejando de guarnición en Jauja al
batallón 3.º de Línea al mando del coronel Gutiérrez, con la orden de controlar
los movimientos de las fuerzas de Cáceres.
Campaña de Arequipa
Examinemos a continuación la campaña contra el ejército de
Arequipa que estaba al mando del contraalmirante Montero.
Esta fuerza se mantenía en la ciudad, como la principal de la
región sur y como la más importante que le quedaba al Perú.
Deshecho el ejército del centro, había que terminar con la
resistencia que presentaba el ejército del sur.
El gobierno de acuerdo con Lynch, resolvió entregar la
operación al coronel José Velázquez, prestigioso militar que se había
distinguido en la dirección general de la artillería.
Este jefe estaba desde marzo con el mando de la guarnición reforzada
de Tacna, que se mantenía en esa zona desde 1881 en previsión de cualquiera
acción bélica de parte de Bolivia.
Velázquez organizó su división con los batallones Santiago
5.º de Línea, Ángeles, Carampangue, Rengo; 5 piezas de artillería de montaña y
dos escuadrones de caballería.
Lynch atento a toda situación militar dispuso entregar a
Velázquez una mayor fuerza, ordenando se le agregase una división auxiliar al
mando del coronel Estanislao del Canto, compuesta de los batallones 2.º de
Línea, 4.º de Línea, Lautaro, Curicó y Aconcagua; más 6 piezas de artillería de
montaña y 2 escuadrones de caballería. Dicha fuerza llegó por mar al puerto de
Pacocha, desembarcando en los primeros días de octubre para reunirse en
Moquegua con la división del coronel Velázquez.
Al concentrarse todas las fuerzas en Moquegua, Velázquez las
organiza en dos divisiones de infantería; una al mando del coronel Vicente Ruiz
y la otra al mando del coronel Estanislao del Canto.
La caballería y la artillería quedan dependientes del Cuartel
General. El 17 de octubre las divisiones avanzan sobre Arequipa, mientras
Montero prepara su ejército para la defensa, que ya presentaba signos de
debilidad, pues habían entrado a Arequipa fuerzas de Moquegua en retirada.
Montero reunió su Estado Mayor determinando presentar batalla
a las fuerzas chilenas en las alturas de Puquina, a 30 kilómetros de Arequipa.
Para ello consideraba su buena infantería con rifles muy nuevos, recién traídos
de Europa. También estaban muy bien dotados los regimientos de artillería que
habían recibido cañones modernos desde La Paz.
Para llegar a Puquina, las tropas chilenas tenían que
atravesar la cuesta de Huasacachi de 3 mil a 4 mil metros de altura y que era,
por consiguiente, una natural fortaleza donde se colocaron tropas veteranas y
parapetadas en las alturas.
La división chilena de avanzada reconoció las posiciones de
Huasacachi sin comprometer la acción en espera de las órdenes de Velázquez que
el día 23 de octubre dispuso el ataque y la toma de las alturas de Huasacachi,
acción que valientemente cumplieron sus resueltos soldados.
Velázquez a continuación llegó a Puquina, mientras en
Arequipa se producía la insubordinación de algunos batallones, que casi cuesta
la vida al propio Montero y a sus altos jefes.
En la ciudad de Arequipa el populacho se entregó a desmanes y
trató de sacrificar a las autoridades militares.
Montero consiguió escapar a Bolivia con sus oficiales de alta
graduación aprovechando la noche.
Ante estos hechos censurables, el Cuerpo Consular se apersonó
al coronel Velázquez a pedirle garantías. El jefe chileno mantiene sus
divisiones en el pueblecito de Paucarpata, en los suburbios de Arequipa, que
recuerda el tratado firmado por Blanco Encalada en 1837, durante la guerra
contra la Confederación.
En este lugar, fue de opinión Velázquez de recibir la entrega
de la ciudad de Arequipa, dejándose constancia en un Acta de la cual
reproduciremos algunos párrafos:
«En Paucarpata, a 29 de octubre de 1883, estando presente el
señor coronel don José Velázquez, Comandante en Jefe del Ejército chileno que
expediciona a Arequipa; Adolfo Silva Vergara, coronel de Estado Mayor y
Bernardo Salinas Letelier, auditor de guerra, nombrado secretario para este
acto; y los señores Enrique W. Gibson, Decano del Cuerpo Consular y Cónsul de
la República Argentina; Alejandro Hartley, Vicecónsul de S. M. B. y Cónsul de
los EE. UU.; Federico Emmel, Encargado del Consulado de los Países Bajos;
Arnaldo de la Fuente, Alcalde y representante de la I. Municipalidad de
Arequipa; doctor José Santos Delgado, Rosendo Albino Zavallos y Francisco de
Rivero, miembros municipales y como notable el señor don José Antonio Vivanco.
El señor Alcalde, en representación del pueblo de Arequipa, los
demás miembros de la Municipalidad y notables, expusieron; que las jornadas del
ejército chileno en los días 22 y 23 del presente, le dio las posiciones
peruanas de la cima de Huasacachi y el campamento de Puquina, produciendo el
desaliento en el ejército que tenía el señor Vicepresidente Montero; que a
causa de la retirada del ejército y del abandono del Gobierno, el pueblo de
Arequipa se vio en la necesidad de reorganizar sus autoridades
provisionalmente, adhiriéndose a la causa de la paz, por creer imposible toda
resistencia.
El señor Alcalde se ha visto en la precisión de tomar el
Gobierno de la ciudad de Arequipa y junto con sus colegas de la Municipalidad y
notables, pone la ciudad de Arequipa a disposición del señor Comandante en Jefe
del Ejército chileno, esperando que en sus procedimientos se ciña a las
prescripciones del Derecho de Gentes, ofreciendo todo género de garantías del
honor e intereses de los ciudadanos.
El señor Comandante en Jefe del Ejército chileno declaró que
el ejército bajo sus órdenes observaría en Arequipa, en vista de su noble
actitud, de completo orden y elevado espíritu, la misma conducta observada en
otras ciudades ocupadas por fuerzas chilenas, ajustándose siempre en sus actos
a la prescripciones del Derecho de Gentes.
En virtud la ciudad de Arequipa le fue entregada y para
constancia firmaron los señores que forman la cabeza de esta Acta.
(Firmados): J. Velázquez.- Adolfo Silva.- A. de la Fuente.-
Enrique Gibson.- Decano del Cuerpo Consular (siguen las firmas)».
El 30 de octubre el coronel Velázquez entra a Arequipa a la
cabeza de sus tropas y ordena que el pabellón de Chile sea izado en la Casa de
Gobierno. Con la caída de esta ciudad se terminaba la resistencia militar en el
sur del Perú.
Tratado de Ancón
Durante el mes de octubre sucedieron importantes
acontecimientos que precedieron al término de la Guerra del Pacífico.
En efecto, el día 16 fondea en Ancón, pequeño puerto al norte
del Callao, procedente de Salaverry, el vapor Colombia que traía al general
Iglesias con el objeto de firmar el Tratado de Paz con Chile. Se reúnen en Lima
el Ministro Plenipotenciario don Jovino Novoa y los Delegados peruanos señores
Lavalle y Castro Zaldívar a fin de finiquitar la redacción del Tratado.
Chile, con fecha 18, reconoce el Gobierno del general
Iglesias que era una formalidad previa a la firma del tratado, lo que se hizo
por oficio suscrito por el Ministro Novoa y que en su parte principal dice lo
siguiente:
«Mi gobierno ha seguido con especial interés el curso de los
acontecimientos que han venido desarrollándose desde que el Excmo. señor
General Iglesias declaró el 31 de agosto del año anterior que buscaba franca i
lealmente la paz entre Chile i Perú, i penetrado de que las adhesiones de la
mayor parte de los pueblos de esta República manifestadas por medio de actas
populares, pueden estimarse como un movimiento de opinión que representa la de
la mayoría del país, juzga que ha llegado la oportunidad de hacer la
declaración que V. E. solicita en su recordada nota de 17 de septiembre.
En consecuencia, haciendo uso de las instrucciones que tengo
de mi gobierno, declaro a su nombre que reconozco al del Excmo. señor General
don Miguel Iglesias como gobierno nacional de la República del Perú».
Dos días después, el 20 de octubre de 1883, a las 9:45, se
firmaba el trascendental Tratado de Paz con el Perú, que ponía fin a la larga
guerra y en el cual correspondió importantísima acción al Ministro Novoa que
recibía instrucciones del Presidente Santa María.
Correspondió también al almirante Lynch cooperar en las
gestiones de paz, aunque su acción principal estuvo en la dirección superior de
las operaciones militares desde que se hizo cargo del Comando en Jefe del
Ejército, y que hicieron posible llegar al Tratado de Ancón.
Una vez firmado el documento, se comunicó la noticia al
Presidente Santa María que la recibió con gran beneplácito.
El día 23 el General en Jefe del Ejército, almirante Lynch,
al frente de las fuerzas de la guarnición de Lima, salió de la ciudad y se
instalaron las tropas en los vecinos pueblos de Miraflores, Barranco y
Chorrillos. Ese mismo día hizo su entrada a Lima el Presidente del Perú general
Iglesias, instalándose en el Palacio de Gobierno.
Fue izada la bandera del Perú con los honores
correspondientes, que rinden las últimas tropas chilenas al mando del coronel
Enrique Baeza.
En el Callao se efectúa un acto similar, arriándose la
bandera nacional e izándose la peruana, que fue saludada con 21 cañonazos por
el blindadoAlmirante Cochrane.
Lynch había dispuesto en digno ceremonial la entrega del
mando de la nación. Al mismo tiempo enviaba al Ministro de la Guerra la bandera
nacional que estuvo flameando en el Palacio de Gobierno en Lima.
A continuación reproducimos partes principales del Tratado de
Paz que firmaron los representantes de Chile y el Perú:
Tratado de Paz y Amistad entre las Repúblicas de Chile y el
Perú:
«La República de Chile, de una parte, y de la otra la
República del Perú, deseando establecer las relaciones de amistad entre ambos
países, han determinado celebrar un Tratado de Paz y Amistad, y al efecto han
nombrado y constituido por sus plenipotenciarios, a saber:
S. E. el Presidente de la República de Chile, a don Jovino
Novoa, y S. E. el Presidente de la República del Perú, a don José Antonio de
Lavalle, Ministro de Relaciones Exteriores y a don Mariano Castro Zaldívar:
Quienes, después de haberse comunicado sus plenos poderes y
de haberlos hallado en buena y debida forma, han convenido en los artículos
siguientes:
Art. 1.º: Restablécense las relaciones de paz y amistad entre
las Repúblicas de Chile y el Perú.
Art. 2.º: La República del Perú cede a la República de Chile
perpetua e incondicionalmente, el territorio de la provincia litoral de
Tarapacá, cuyos límites son: por el norte, la quebrada y río de Camarones; por
el sur, la quebrada y río del Loa; por el oriente, la República de Bolivia, y
por el poniente el mar Pacífico.
Art. 3.º: El territorio de las provincias de Tacna y Arica,
que limita por el norte con el río Sama desde su nacimiento en las cordilleras
limítrofes con Bolivia hasta su desembocadura en el mar, por el sur con la
quebrada de Camarones, por el oriente con la República de Bolivia y por el
poniente con el mar Pacífico, continuará poseído por Chile y sujeto a la
legislación y autoridades chilenas durante el término de diez años, contados
desde que se ratifique el presente Tratado de Paz. Expirado este plazo, un
plebiscito decidirá, en votación popular, si el territorio de las provincias
referidas queda definitivamente del dominio y soberanía de Chile, o si continúa
parte del territorio peruano. Aquel de los dos países, a cuyo favor queden
anexadas las provincias de Tacna y Arica, pagará al otro diez millones de
pesos, moneda chilena de plata o soles peruanos de igual peso que aquélla.
Un protocolo especial, que se considerará como parte
integrante del presente tratado, establecerá la forma en que el plebiscito debe
tener lugar y los términos y plazos en que hayan de pagarse los diez millones
por el país que quede dueño de las provincias de Tacna y Arica.
Art. (...)
Art. (...)
Art. 13.º: El presente tratado será ratificado y las
ratificaciones canjeadas en la ciudad de Lima, cuanto antes sea posible, dentro
de un término máximo de ciento sesenta días contados desde esta fecha.
En fe de lo cual los respectivos Plenipotenciarios lo han
firmado por duplicado y sellado con sus sellos particulares.
Hecho en Lima, a 20 de octubre del año de Nuestro Señor, mil
ochocientos ochenta y tres.
(Firmado): Jovino Novoa.- J. A. de Lavalle.- Mariano Castro
Z.».
Durante las gestiones de paz con el Perú, el general en jefe
dispuso el retiro de algunas guarniciones militares entregando las ciudades,
departamentos, etc., a los representantes del general Iglesias. Así el 28 de
junio, como ya hemos escrito se había entregado la ciudad de Trujillo.
Al mes siguiente, el 26 de julio se entregó el departamento
de Lambayeque; el 31 de agosto el departamento de Ica; el 28 de septiembre la
ciudad de Chincha; el 14 de octubre el puerto de Pisco, y el 9 de noviembre la
provincia de Chacay.
Las tropas de ocupación que quedaban en el Perú después de
firmado el Tratado, no fueron evacuadas inmediatamente a fin de afianzar por
las armas el gobierno de Iglesias, pies Cáceres estaba activo en las sierras.
Hacia la paz con Bolivia
Aun firmado el Tratado de Ancón, Bolivia ponía obstáculos
para llegar a la paz con Chile. Por esta razón el gobierno fue de opinión de
reforzar la frontera con ese país, enviando para este objeto una fuerza militar
al mando del coronel Diego Dublé Almeyda con la misión de tomar la plaza de
Puno en las inmediaciones del lago Titicaca, lo que se efectuó con los
batallones Lautaro y Coquimbo, dos piezas de artillería y 25 soldados de
caballería (noviembre de 1883).
En febrero de 1884 Bolivia continuaba demorando las gestiones
de paz que negociaban el delegado de Chile señor Aniceto Vergara Albano y los
delegados de Bolivia señores Belisario Salinas y Belisario Boeto.
La posición dilatoria del país del altiplano fue observada
por los enemigos del presidente Iglesias, los que esparcieron la noticia de que
el Congreso del Perú no aprobaría el Tratado de Ancón.
Ante esta situación el Presidente Santa María comunicó al
almirante Lynch que si esta medida se llevaba a efecto, ocupara inmediatamente
Lima y el Callao. En la región de Arequipa el coronel Velázquez estaba listo
para actuar sobre Bolivia.
La enérgica disposición del Presidente Santa María, hizo
posible se firmara el Tratado de Tregua entre Chile y Bolivia el 4 de abril de
1884, del cual reproducimos algunas de sus partes más importantes:
Pacto de Tregua entre Chile y Bolivia:
«Mientras llega la oportunidad de celebrar un Tratado
definitivo de Paz entre las Repúblicas de Chile y Bolivia, ambos países,
debidamente representados, el primero por el señor Ministro de Relaciones
Exteriores, don Aniceto Vergara Albano, y el segundo por los señores Belisario
Salinas y Belisario Boeto, han convenido en ajustar un Pacto de Tregua, en
conformidad a las bases siguientes:
I. Las Repúblicas de Chile y de Bolivia celebran una tregua
indefinida; y en consecuencia, declaran terminado el estado de guerra, al cual
no podrá volverse sin que una de las partes contratantes notifique a la otra,
con anticipación de un año a lo menos su voluntad de renovar las hostilidades.
La notificación en este caso se hará directamente o por conducto del
representante diplomático de una nación amiga.
II. La República de Chile, durante la vigencia de esta
tregua, continuará gobernando con sujeción al régimen político y administrativo
que establece la ley chilena, los territorios comprendidos desde el paralelo 23
hasta la desembocadura del río Loa en el Pacífico, teniendo dichos territorios
por límite oriental una línea recta que parta de Sapalegui, desde la
intersección con el deslinda que lo separa de la República Argentina hasta el
volcán Licancabur. Desde este punto seguirá una recta a la cumbre del volcán
apagado Caban; de aquí continuará otra recta hasta el ojo de agua que se halla
más al sur en el lago Ascotán; y de aquí otra recta que, cortando a lo largo
dicho lago, termine en el volcán Ollagüe. De este punto otra recta al volcán
Túa, continuando después la divisoria existente entre el departamento de
Tarapacá y Bolivia.
En caso de suscitarse dificultades, ambas partes nombrarán
una comisión de ingenieros que fije el límite que queda trazado con sujeción a
los puntos aquí determinados.
(...)
VI: En el puerto de Arica se cobrarán conforme al arancel
chileno, los derechos de internación por las mercaderías extranjeras que se
destinen al consumo de Bolivia, sin que ellas puedan ser en el interior
gravadas con otros derechos. El rendimiento de esa Aduana se dividirá en esta
forma: un veinticinco por ciento se aplicará al servicio aduanero y la otra
parte que corresponde a Chile por el despacho de las mercaderías para el
consumo de los territorios de Tacna y Arica; y un setenta y cinco por ciento
para Bolivia. Este setenta y cinco por ciento se dividirá por ahora de la
manera siguiente: cuarenta avas partes se retendrán por la administración
chilena para el pago de las cantidades que resulten adeudarse por Bolivia en
las liquidaciones que se practiquen según la cláusula 3.ª de este pacto, y para
satisfacer la parte insoluta del empréstito boliviano levantado en Chile en
1877; y el resto se entregará al Gobierno boliviano en moneda corriente o en
letras a su orden.
El empréstito será considerado en su liquidación y pago en
iguales condiciones que los damnificados en la guerra.
El Gobierno boliviano, cuando lo crea conveniente, podrá
tomar conocimiento de la contabilidad de la Aduana de Arica por sus agentes
aduaneros.
Una vez pagadas las indemnizaciones a que se refiere el Art.
3.º, y habiendo cesado por este motivo la retención de las cuarenta avas partes
antedichas, Bolivia podrá establecer sus aduanas interiores en la parte de su
territorio que lo crea conveniente.
En este caso, la mercadería extranjera tendrá libre tránsito
por Arica.
(...)
VII: Como el propósito de las partes contratantes al celebrar
este Pacto de Tregua, es preparar y facilitar el ajuste de una paz sólida y
estable entre las dos repúblicas, se comprometen recíprocamente a proseguir las
gestiones a este fin.
Este Pacto será ratificado por el Gobierno de Bolivia en el
término de cuarenta días y las ratificaciones canjeadas en Santiago en todo el
mes de junio próximo.
En testimonio de lo cual, el señor Ministro de Relaciones
Exteriores de Chile y los señores Plenipotenciarios de Bolivia que exhibieron
sus respectivos poderes, firman por duplicado el presente Tratado de Tregua, en
Valparaíso a 4 días del mes de abril de 1884.
(Firmado): A. Vergara Albano.- Belisario Salinas.- Belisario
Boeto».
Este Tratado fue firmado por el Presidente de la República
general Campero en el mes de mayo y ratificado por el Congreso en noviembre de
ese año.
Al firmarse el convenio en abril, el gobierno comunicó a
Lynch que podía retirar las tropas acantonadas en Puno.
Debemos hacer presente que el Tratado de Tregua suspendía la
guerra sin restaurar la paz definitiva entre Chile y Bolivia; la que vino a
establecerse veinte años después el firmar el Tratado de Paz, Amistad y
Comercio, firmado en octubre de 1904.
Término de la guerra
Decidida la guerra contra el Perú y Bolivia, Chile respondió
con la ofensiva de sus Fuerzas Armadas apoyadas patrióticamente por la unidad
nacional.
En el desarrollo del conflicto se producen heroicos hechos de
armas que elevan la moral ciudadana y el prestigio de la nación.
En las batallas de tierra y mar se probó el valor y
disciplina de nuestros hombres de armas, que combatieron a adversarios
resueltos a defender también con valor sus posiciones.
Se comprobó además la buena dirección y conducción de las fuerzas
por parte de los generales y almirantes, jefes y oficiales. Ellos respondieron
al país con grandes éxitos militares que permitieron al gobierno formalizar y
firmar los Tratados de Paz con los países del norte.
El Tratado de Ancón con el Perú fue promulgado el 8 de marzo
de 1884, después de aprobarlo en enero la Cámara de Diputados con un voto en
contra y el Senado por unanimidad. Con el Tratado con Bolivia, de abril de ese
año, quedaba terminada la guerra con ambas naciones.
Lynch en Lima, recibió el 19 de junio de 1884, una
comunicación del general Cáceres reconociendo el Tratado de Ancón. Con ello se
puso fin a la última resistencia armada del Perú, que mantenía el más
irreductible caudillo de ese país.
Lynch dispuso entonces el retiro de las últimas tropas que
quedaban en las sierras y que era el batallón 3º de Línea con guarnición en
Tarma.
En ese año 1884, el Presidente Pinto con acuerdo del
Congreso, promulgaba una ley especial que daba al vicealmirante Lynch honores
de general en jefe en campaña y sueldo correspondiente al empleo en servicio
activo. Había sido ascendido por su actuación notable en el Perú al grado de
vicealmirante, el 8 de agosto del año anterior.
Lynch informa al gobierno de sus experiencias militares
Antes de terminar con las actuaciones militares del
vicealmirante Lynch, dejaremos constancia que desde su alto cargo de General en
Jefe del Ejército de Operaciones, se preocupó, como dicen las relaciones
oficiales, de la eficiencia de la fuerza a sus órdenes.
Por notas separadas al Ministerio de Guerra se refirió a la
creación de un Estado Mayor General del Ejército.
Además previno la necesidad del perfeccionamiento de los
oficiales en los servicios del Estado Mayor y cuyo resultado se vio más
adelante con la creación de la Academia de Guerra, en 1886, durante el gobierno
del Presidente Santa María.
La organización del Estado Mayor era una de las experiencias
de la guerra y está escrita en las Memorias del almirante, de 1882.
Respecto a la instrucción superior de los oficiales, en el
Ministerio quedaron los oficios y los juicios del almirante Lynch, como puede
observarse en la lectura de una carta que se encuentra en el archivo de la
Academia de Guerra, dirigida por el Inspector General del Ejército general
Jorge Boonen Rivera al director de este instituto coronel Luis Brieba, de fecha
25 de julio de 1914, que dice lo siguiente:
«La creación de la Academia de Guerra en realidad nació en
diciembre de 1885 y enero de 1886, de la conversación diaria que sosteníamos
con el Oficial Mayor del Ministerio don Nicolás Peña Vicuña después de mi
regreso de mi comisión a Europa con que me había honrado mi gobierno en 1884.
Un día discutíamos con Nicolás Peña los medios prácticos de
aprovechar la experiencia dejada por muchos jefes y jóvenes oficiales por la
guerra del Pacífico, de mejorar la instrucción técnica sobre todo en los ramos
de Servicio de Estado Mayor, Alta Ayudantía y el empleo de las armas técnicas,
cuyos vacíos y deficiencias habían quedado de manifiesto en la pasada campaña y
que habían sido señalados por el general en jefe vicealmirante Patricio Lynch».
Por los antecedentes expresados se puede apreciar que el
vicealmirante Patricio Lynch tiene el mérito de haber propiciado la creación de
la Academia de Guerra de nuestro ejército.
Lynch regresa triunfante a la Patria
Firmado el Tratado de Ancón y el Pacto de Tregua con Bolivia,
Chile ganaba la paz con sus adversarios, cumpliéndose un importante objetivo de
la guerra.
El almirante Lynch que ya había ordenado el regreso al país
del ejército de ocupación, se embarcó en agosto de 1884 en la corbeta Abtao, que
llega a Valparaíso el 30 de ese mes, recibiendo en el primer puerto un
grandioso homenaje público. Fuerzas del ejército y de la armada le rindieron
honores al desembarque y en el trayecto por la ciudad engalanada con banderas y
arcos triunfales.
Los diarios hicieron elogiosas publicaciones. En El Mercurio,
don Miguel Luis Amunátegui en parte de su artículo decía:
«El pueblo entero saluda y aclama con voz unísona al veterano
aguerrido que torna victorioso al hogar, después de haber desafiado intrépido
las asperezas del suelo, los rigores del clima y las balas del enemigo. Don
Patricio Lynch ocupa actualmente una de las posiciones más elevadas y
expectables de la República. El alto pedestal sobre el que se levanta, está
formado de servicios positivos y de gloria indiscutible».
En Santiago el recibimiento fue también magnífico. Ya una
parte de la ciudadanía le había manifestado su gratitud y admiración por sus
hechos de armas, obsequiándole una valiosa espada, que se conserva en el Museo
Naval.
Llegó a la Estación Central del ferrocarril. Allí lo
esperaban los ministros de Estado, que lo acompañaron en carrozas del gobierno
por el centro de la Alameda, recibiendo durante todo el trayecto grandes
ovaciones de los habitantes, que quisieron rendir un homenaje al valeroso jefe
chileno.
Finalmente fue recibido por el Presidente de la República don
Domingo Santa María, quien le expresó en nombre de la nación que merecía el
bien de la Patria por sus brillantes servicios prestados en la Guerra del
Pacífico.
Parte VII
Lynch, Ministro Plenipotenciario de Chile en España,
fallecimiento y funerales
Después de restablecerse las relaciones con España por el
Tratado de Paz del 12 de junio de 1883, el Presidente Santa María consideró el
nombramiento de un Ministro Plenipotenciario en aquel país, resolviendo al año
siguiente designar al vicealmirante Patricio Lynch para servir tan importante
cargo, atendiendo a sus relevantes condiciones de diplomático y a sus buenas
relaciones con los súbditos españoles, demostradas desde cuando se recibió en
Iquique del cargo de jefe político y militar, y después como general en jefe en
Lima.
Además, el Presidente consideró que era justo premiar los
servicios del almirante y estimó que un viaje al extranjero le sería de
conveniencia para que consultase en Europa médicos de prestigio para la
atención de su salud.
El 24 de septiembre de 1884, el vicealmirante Patricio Lynch
era nombrado Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de Chile en
España; y el 30 de ese mes se embarcaba en el vapor Britania con destino a
Europa.
Antes de partir, algunos políticos de alta influencia le
propusieron que aceptase ser candidato a la Presidencia de la República,
contestando Lynch que su propósito era mantenerse ajeno a las luchas políticas
que dividían a los chilenos.
El noviembre el Britania fondeaba en Burdeos y, enseguida, el
almirante se dirigió a París a consultar a los médicos eminentes de las
clínicas ya famosas de esa gran ciudad, sobre su delicada enfermedad de
carácter circulatorio, que por primera vez se la había manifestado en la
víspera de la batalla de Chorrillos. A pesar de que los médicos comprobaron la
dolencia, el almirante se dirigió a España, llegando a Madrid el 24 de
diciembre.
En la capital española, fue recibido con grandes muestras de
amistad, presentando días después sus credenciales al Rey Alfonso XII. A continuación
efectuó las visitas protocolares a los miembros del Cuerpo Diplomático, entre
los que estaba el Nuncio de S. Santidad, Illmo. Arzobispo Monseñor Rampolla.
Como esta entrevista era en extremo delicada por la tensa situación entre Chile
y la Santa Sede por la proposición de monseñor Taforó para jefe de la iglesia,
Lynch se hizo informar con anterioridad si el Nuncio lo recibiría. Como tuvo
respuesta favorable, efectuó la visita, que le fue devuelta por el Nuncio en
forma amistosa.
En su gestión diplomática, el almirante mantuvo las más
cordiales relaciones con el gobierno español, y en especial con el Ministro de
Relaciones Exteriores don José de Elduayen, con quien pudo solucionar muchos
problemas que provocaron súbditos de esa nación y europeos en general durante
la ocupación chilena del Perú.
En efecto, a fines de 1884, extranjeros residentes en Lima
interpusieron reclamos, ante sus respectivos gobiernos, dando lugar a la
formación de Tribunales en Chile. Los europeos reclamaron de la actitud del
gobierno chileno, reclamación que, llegada a España, fue rechazada por el
Ministro Elduayen, quien hizo presente al Ministro Lynch que su gobierno no
aceptaba la injerencia de las potencias europeas y en cuanto a los súbditos de
su país, los desautorizaba las gestiones que estaban efectuando. Agregó el
Ministro de Relaciones que España confiaba en la buena fe y honradez de Chile
en la solución justiciera del problema internacional que habían presentado los
súbditos europeos.
La contestación de Elduayen fue aprobada por el gabinete
español; sin embargo, las Cortes lo interpelaron. El ministro respondió que a
su juicio España no podía entrar en combinaciones de países europeos contra
Chile y que el gobierno no podía aceptar tales procedimientos.
Lynch se había ganado la confianza del Rey Alfonso XII que,
para demostrarle su aprecio, le condecora con la Gran Cruz del Mérito Naval,
que era una alta distinción para el representante de Chile. Además el gobierno
español tenía para el almirante un recuerdo especial por su noble actitud de
disponer los honores militares a los españoles caídos en el Callao en 1866,
cuando era general en jefe en el Perú. Después de aquellas honras el Ministro
de España visitó al almirante para agradecer en nombre de su gobierno la atención
amistosa para su país, agradecimientos extensivos a la Armada de Chile.
Como Ministro en España, Lynch organizó el Servicio Consular
en esa nación, dando mayor importancia al Consulado de Madrid, solicitando
fuese elevado a mayor categoría.
En junio de 1885, por sentirse con su salud quebrantada el
Ministro Lynch, solicitó al Presidente Santa María lo relevase de sus
funciones, lo que fue aceptado a fines de ese año. Visitó entonces al Ministro
de Relaciones para comunicar la decisión de su gobierno y pedir la audiencia
correspondiente a S. M. la Reina María Cristina, que había sucedido a su esposo
el Rey Alfonso XII, fallecido el 4 de diciembre de 1885.
Poco después, Lynch se dirige a Francia y Alemania con el
propósito de ver médicos. El gobierno aprovechó la estada en Europa del
almirante para encomendarle comisiones militares, que cumplió con alto sentido
profesional.
Fallecimiento del vicealmirante Patricio Lynch
Apreciando el almirante que su mal iba en aumento, se dispuso
a regresar al país, tomando en Burdeos el vapor de la Pacific Steam, Cotopaxi,
que zarpó de dicho puerto el 11 de mayo.
En plena navegación en el Atlántico, el 14 de mayo de 1886,
el almirante Patricio Lynch fue encontrado muerto en su camarote.
El capitán del buque, en conocimiento de que había fallecido
en su nave un ilustre almirante de Chile, a la vez un antiguo oficial de la
Real Armada Británica, puso la proa del Cotopaxi en la ruta a las islas
Canarias, al puerto de Santa Cruz de Tenerife, para entregar los restos del extinto
a las autoridades, pues Lynch recientemente había sido Ministro de Chile en
España.
El gobierno de S. M. la Reina, ante la lamentable noticia
dispuso que se rindieran honores especiales y solemnes honras en la Catedral de
Santa Cruz de Tenerife, a la que concurrieron las autoridades civiles,
militares y de la iglesia. Las tropas formadas rindieron homenaje al almirante
de Chile, mientras que los fuertes disparaban salvas de artillería. Además el
gobierno de S. M. ofreció repatriar los restos del ex Ministro en un buque de
guerra.
El gobierno, por intermedio del Ministro de Relaciones
Exteriores, expresó sus profundos agradecimientos en conceptuosa comunicación,
manifestando que, encontrándose en Europa el blindado Blanco Encalada, se había
comisionado a este buque que trajese los restos al país.
Por otra parte, la actitud del capitán del Cotopaxi de tomar
rumbo e Tenerife y entregar los restos del almirante Lynch, fue agradecida por
el Comandante General de Marina, en su nombre y en el de la institución naval.
La Armada exteriorizó su pesar por el deceso del ilustre
marino que había actuado en tres conflictos con extraordinario valor,
conquistando en el reciente del Pacífico la reputación de ser uno de los
guerreros más notables de la nación. La hoja de servicios del almirante expresa
sus actuaciones desde que se inició como cadete de la Academia Militar, hasta
la culminación de su carrera con el grado de vicealmirante.
Reproducimos a continuación las fechas de sus ascensos, de su
retiro y reincorporación:
2 de marzo de 1837, nombrado cadete de la Academia Militar;
21 de febrero de 1838, guardiamarina de la Armada; 21 de octubre de 1841,
teniente de la Armada británica; 20 de octubre de 1847, teniente 1.º de la
Armada; 5 de septiembre de 1851, capitán de corbeta; 10 de febrero de 1852,
capitán de fragata (graduado); 17 de enero de 1854, obtiene su retiro absoluto;
6 de diciembre de 1865, reincorporado al servicio activo; 10 de septiembre de
1867, nombrado capitán de fragata (efectivo); 22 de octubre de 1869, nombrado
capitán de navío (graduado); 17 de julio de 1880, capitán de navío (efectivo);
5 de abril de 1881, contraalmirante; 8 de agosto de 1883, vicealmirante.
La prensa de todo el país, desde uno a otro extremo del
territorio, en sentidos artículos, elogió la vida del almirante Lynch al
servicio de la nación.
El Mercurio de Valparaíso (con fecha 8 de mayo) publicó un
magnífico editorial, que en sus partes principales decía lo siguiente:
«Un cablegrama nos dio ayer la fatal noticia del
fallecimiento del vicealmirante don Patricio Lynch, a bordo del vapor en que se
había embarcado a principios de mayo y debía llegar en breve a Valparaíso. No
hay necesidad de decir que tan infausta noticia ha causado honda y dolorosa
impresión en todos los rangos de nuestra sociedad, pues sabido es que la
reputación de que disfrutaba el ilustre marino, como militar y ciudadano
particular, no podía ser más unánime ni más espléndida.
La batalla de Chorrillos puso el sello a sus talentos
militares. Habíasele visto en la difícil correría que con tan asombrosa fortuna
llevó a cabo por los pueblos del norte del Perú, desplegando todas las dotes de
su carácter y de su genio.
Hombre de espada, la actividad y la intrepidez que en él eran
geniales, tomaron en esa extraordinaria campaña proporciones dignas de la
epopeya. Los paladines antiguos no fueron más audaces, más corteses y
caballerescos en sus empresas, ni supieron tampoco conseguir lo que él obtuvo
poniendo al servicio de la Patria las grandiosas cualidades con que lo dotara
la naturaleza.
El general Baquedano en su parte sobre la batalla de
Chorrillos y Miraflores se hace honor en declarar que el vicealmirante Lynch
fue el héroe de la primera de aquellas jornadas. Y para apreciar en todo su
valor lo que esas palabras significan, es preciso pensar que Chorrillos era la
puerta de Lima, la cual en caso de contraste habría quedado herméticamente
cerrada para nuestro ejército. De consiguiente, al forzarla como lo ejecutó el
valiente marino, consumó una prueba que lo coloca muy alto entre los que antes
y después de esa heroica batalla han levantado su fama hasta el cielo de la
gloria.
Pero no es sólo en el carácter militar de tierra y de mar donde
debemos contemplarle con la admiración que sus servicios inspiran. También es
fuerza estudiarlo en su administración en el Perú, la que considerada desde
cualquier punto que se le mira, será una página gloriosísima para él y para
Chile.
Activo, sagaz, justiciero, mirando siempre las cosas con una
elevación de miras que habrían podido envidiar viejos y consumados estadistas,
su gobierno fue todo lo útil y grande que en tales circunstancias pudiera
desearse».
Al final el editorial dice:
«Retirado del Perú e investido del cargo de Ministro
Plenipotenciario de Chile en España, su comportamiento es el mismo; para él, el
honor y el patriotismo le guiaban por el buen camino.
Ahora bien: ¿Cómo no deplorar que la Marina, que tenía en el
vicealmirante Lynch su más glorioso representante, haya perdido en él al más
ilustre de sus jefes? ¿Cómo no sentir que en el escalafón de nuestros héroes
falte ese nombre que por sí solo simbolizaba las páginas más hermosas de
nuestra historia? Mientras que vivimos llorando miserias, tenemos hoy que
apuntar una fecha tristísima y que nos recordará siempre la desaparición de uno
de los más venerables y queridos héroes de nuestra Armada.
El almirante Lynch no sólo era marino preclaro, era soldado
de tierra, estadista atinado, negociador feliz. Al dar nuestro pésame a su
honorable familia, lo damos a la Patria, que con él ha perdido uno de sus
mejores hijos».
Un año después del fallecimiento del almirante Lynch,
llegaban sus restos a su tierra, efectuándose solemnes funerales en Valparaíso
y Santiago, que describimos a continuación.
El féretro fue traído, conforme disposición del gobierno por
el blindado Blanco Encalada, que recaló a Tenerife en su viaje de regreso al
país.
Funerales del vicealmirante Patricio Lynch. Mayo 13 y 14 de
1887
En Valparaíso, conforme lo dispuesto por la Comandancia
General de Marina, los buques que se encontraban en la bahía, los blindados
Cochrane yBlanco Encalada y la corbeta O'Higgins, debían rendir los honores
correspondientes a los restos del vicealmirante Lynch. Al mismo tiempo se
ordenaban las formaciones de los batallones navales.
El viernes 13 de mayo, a las 10:15 horas de la mañana, el
Blanco Encalada disparó dos cañonazos a fin de que todos los buques arriaran
sus banderas a media asta en señal de duelo y de la iniciación de la ceremonia
en el mar.
A continuación atracaban al Blanco Encaladala falúa con el
Comandante General de la Marina contraalmirante Juan José Latorre y las
embarcaciones con los jefes y oficiales de las naves de guerra.
El ataúd fue embarcado en una lancha enlutada, siguiéndole
las embarcaciones hacia el muelle Prat, mientras el blindado disparaba una
salva de 17 cañonazos correspondiente a su rango de general en jefe en campaña.
Desde el muelle, el féretro fue conducido en un carro
especial hasta las proximidades del monumento a los héroes de Iquique,
pronunciándose allí los discursos oficiales.
Hicieron uso de la palabra en nombre de la Armada el
Comandante General, almirante Latorre; en nombre del gobierno el Intendente interino
don Alejo Barrios; en representación de la ciudad el Alcalde don Enrique
Willshaw y el Cónsul de España don Antonio Alcalá y Galiano en nombre de la
Colonia Española de Valparaíso.
Terminados los discursos, el cortejo se puso en marcha por
las calles Prat, San Juan de Dios (Esmeralda y Condell actuales), Victoria
(actual Pedro Montt en una parte), Avenida de las Delicias (actual Avenida
Argentina) hasta la Estación Barón.
Durante el trayecto hicieron los honores militares en
formación de parada el batallón 3.º de Línea, y el batallón Cívico de
Artillería. Marchaban en el cortejo la Escuela Naval y un batallón de Marina.
Seguían tras el carro con el féretro, el cortejo con el
siguiente orden:
Deudos, Intendente y Comandante General de Marina, Alcalde y
miembros del Municipio, Intendente General del Ejército y la Armada.
Superintendente de Aduanas, jueces, oficiales de Marina y del Ejército, Clero y
comunidades religiosas, comisiones de Bomberos, colegios, asociaciones.
Los habitantes de la ciudad en un número aproximado de 30.000
personas presenciaron recogidamente los funerales del almirante Lynch.
A la 1:30 p. m. llegaba el cortejo a la Estación Barón,
embarcándose el ataúd en un carro funerario de un tren especial que llevaba la
bandera nacional a media asta. En las estaciones del recorrido a Santiago,
numeroso público tributaba homenajes al distinguido marino fallecido. En
Quillota el tren se detuvo más tiempo, depositándose una corona en nombre de la
ciudad.
A las 6:30 el tren llegó a la capital, quedando los restos
del almirante en el carro mortuorio transformado en capilla ardiente, con una
guardia de honor del Batallón Buin 1.º de Línea.
Reproducimos a continuación los discursos pronunciados en
Valparaíso frente al monumento a los Héroes de Iquique.
El Comandante General de Marina, contraalmirante Juan José
Latorre, dijo:
«Señor Intendente; señores:
Asumo en este momento la honrosa representación de mis
compañeros de armas, para despedir al pie de este noble monumento,
entregándolos a las autoridades de Valparaíso, los restos del ilustre marino y
distinguido ciudadano señor don Patricio Lynch.
No me detendré a bosquejar siquiera la vida del vicealmirante
Lynch. Ella es una de las más hermosas páginas de la historia de Chile y al
condolernos hoy por la pérdida que la nación ha sufrido, en uno de sus más
esclarecidos servidores, que sea para nosotros los marinos justo título de
orgullo, considerar que del seno de la escuadra han surgido no solamente héroes
cuyas acciones forman las tradiciones más gloriosas de la Patria, sino, además,
cuando así lo han requerido las necesidades del servicio público,
personalidades poderosas y brillantes capaces de satisfacer los más elevados y
difíciles deberes del guerrero, del estadista y del diplomático.
Así lo prueba o atestigua el ilustre muerto que hoy honramos.
El ejemplo dejado por el vicealmirante Lynch, no bajará con él a la tumba. Será
recordado constantemente como poderoso estímulo en los anales de nuestra
escuadra, como vivo testimonio de que siempre encontrará en el país a los
marinos de Chile, abnegados servidores de su causa y fieles guardianes de su
bandera».
El Intendente interino don Alejo Barrios expresó:
«Señores:
El 29 de agosto de 1884, las autoridades y el pueblo de
Valparaíso, se reunían llenas de entusiasmo para recibir dignamente al ilustre
vicealmirante Patricio Lynch, quien regresaba al seno de la Patria después de
haber prestado esclarecidos servicios a la república.
Hoy, señores, nos reunimos nuevamente, pero en esta ocasión,
no como entonces para vitorear al vencedor de Chorrillos y Miraflores, sino
para cumplir el sagrado deber de tributar nuestro homenaje de dolor y respeto a
los restos mortales de tan benemérito jefe arrebatado inesperadamente al cariño
de los suyos y de sus compatriotas en el momento que tornaba gozoso al seno
natal y cuando dejaba felizmente terminada la importante misión diplomática que
ante la Corte de España, el Supremo Gobierno había confiado a su talento y
patriotismo.
La nación, con justicia, al tener conocimiento de tan
lamentable suceso, se vistió de luto y experimentó el legítimo pesar que causa
la pérdida de un abnegado servidor del país, de un hombre de inteligencia
superior, de un jefe valiente y hábil militar, cuyas proezas a la vez que
permanecerán imperecederas en la memoria de sus conciudadanos, reflejarán
siempre de un modo brillante en las mejores páginas de nuestra historia
nacional.
Para apreciar, pues, la inmensa desgracia que el país ha
experimentado con la desaparición del señor vicealmirante don Patricio Lynch,
basta dar una mirada a sus relevantes servicios prestados a la república,
principalmente durante la campaña contra el Perú y Bolivia, cuyos hechos
gloriosos se vinculan tan íntimamente con su notable y hermosa carrera pública.
Al tributarle hoy los honores que corresponden a sus méritos
y elevado rango, cúmplenos manifestar en este acto solemne, no sólo nuestros
sentimientos y el profundo dolor y gratitud, sino también señalar sus eminentes
servicios como digno estímulo y noble ejemplo en que debe inspirarse siempre el
pueblo chileno, seguro de mantener así muy alto el honor de la bandera de la
Patria».
El Alcalde la de Illma. Municipalidad don Enrique Willshaw,
en nombre de la ciudad, al final de su discurso dijo:
«Su nombre como sus victorias vivirán siempre, recordando a
las generaciones que se levantan sólo el deber heroico diviniza a los hombres,
para que así la historia les dé el lugar que les pertenece en sus páginas brillantes».
Funerales en Santiago del vicealmirante Patricio Lynch, el 14
de mayo
Conforme a las órdenes del jefe de la plaza, el sábado 14 de
mayo, a las 9 de la mañana, se encontraban formados al mando del general de
brigada José Francisco Gana, las tropas del ejército y de la armada. La urna
con los restos del almirante fueron colocados en una carroza en forma de
pirámide con cortinajes negros y adornos de plata con las insignias del
ejército y la armada. Llevaba además una panoplia compuesta de hachas de
abordaje, sables y armas de fuego.
La carroza era tirada por tres parejas de caballos blancos
cubiertos de capas de terciopelo negro con franjas de plata. En una de las
caras de la pirámide iban soldados y marineros. En otra, las innumerables
coronas de sus deudos e instituciones del país.
A las 9:10 se inició el cortejo, desde la Estación Central,
comenzando la marcha siete batidores del Regimiento de Caballería Granaderos;
seguía la carroza y a continuación una guardia de honor con cadetes de la
Escuela Naval; después la escolta del Buin; después los carruajes con los
deudos, cerrando el cortejo el Regimiento Granaderos.
A la altura de la calle del Ejército se unieron a las fuerzas
la Escuela Militar, una compañía del batallón de Marina; el Regimiento de
Artillería N.º: 1; el batallón Buin N.º: 1; el batallón 2.º de Línea; el
batallón Cívico N.º: 2.
El cortejo recorrió la Alameda, entrando por la calle del
Estado hacia la Plaza de Armas, a fin de llevar la urna a la Catedral. En la
puerta del Templo Metropolitano recibió el ataúd el Jefe del Cabildo de la
Iglesia Monseñor Francisco de Paula Taforó, revestido con los paramentos
sagrados, como también los canónigos de la Catedral. El féretro fue colocado en
un alto catafalco en la nave central, adornado con alegorías y ornamentaciones.
Llevaron los cordones los Ministros de Guerra y Marina y de Relaciones
Exteriores; el Presidente del Senado, el Presidente de la Cámara de Diputados;
el Comandante General de Marina; el Inspector General del Ejército y los
deudos, que después tomaron los asientos de la nave central, donde se
encontraban los Ministros de Estado, miembros del Congreso Nacional, miembros
del Cuerpo Diplomático, altos jefes del Ejército y la Armada; miembros de los
Tribunales de Justicia, miembros de las Facultades Universitarias, delegados de
las Municipalidades del país, miembros del Cuerpo de Bomberos de Santiago y
Valparaíso y de instituciones públicas.
A las 11 de la mañana Monseñor Taforó ofició una solemne
misa, La música sagrada fue ejecutada por una orquesta y un coro escogido cantó
la misa y los responsos.
Terminado el homenaje de la Iglesia, el ataúd fue conducido
en hombros por la marinería para ser colocado en la carroza funeraria. El
cortejo se puso nuevamente en marcha con igual organización y tomó la calle 21
de Mayo, puente del Mapocho, Avenida Recoleta, Avenida del Rosario, Avenida del
Cementerio, llegando al Cementerio General.
Un numeroso público llenaba las calles de la capital y las
inmediaciones del Cementerio para rendir el homenaje de los habitantes al
egregio ciudadano y hombre de armas.
Al lado del mausoleo, hicieron uso de la palabra: El Ministro
de Guerra y Marina, don Nicolás Peña Vicuña; el Presidente del Senado, don
Pedro Lucio Cuadra; el Ministro de España, don Enrique Vallés; el Comandante
General de Marina, contraalmirante don Juan José Latorre; el coronel Manuel
Bulnes, en representación del Ejército; el diputado por Concepción, don
Francisco A. Pinto; el diputado don Diego Amstrong, ex-secretario del
almirante; el coronel don Belisario Villagrán, en representación del Círculo
Militar; el capitán de fragata don Luis Pomar, en representación del Círculo
Naval; el señor Daniel Riquelme, en representación de la Soc. de Inst.
Primaria; el señor Esmeraldo Campaña, el señor Clemente Barahona Vega, el señor
Belisario del Fierro, y el señor Rubans País León.
Al final de los discursos, la artillería efectuó salvas de
ordenanza y la infantería, batallones 1.º y 2.º de Línea, descargas de
fusilería.
A continuación reproducimos los principales discursos: del
Ministro de Guerra y Marina don Nicolás Peña Vicuña:
«Señores:
Pocas veces la misión siempre difícil de hablar al borde de
una tumba, ha sido menos ardua que en esta ocasión. Y es porque los hechos que
de ordinario tiene que narrar el orador, los sentimientos que debe despertar en
su auditorio, están hoy vivos y persistentes en la memoria y en el corazón de
todos.
En efecto, el hombre ilustre, el gran servidor a que hoy
Chile agradecido tributa noble y levantando homenaje, es una de aquellas
figuras que, destacándose entre los generalizados, hace que su nombre encuentre
ecos de admiración y simpatía en los alejados confines del país, en las esferas
más humildes de su organismo social.
¿Qué chileno ignora hoy quién fue y lo que hizo el
vicealmirante de la Armada Patricio Lynch Zaldívar?
Los primeros años del que ya es una de las glorias
nacionales, se entrevé a lo lejos, en los apartados mares del Asia, donde el
adolescente chileno tan ardoroso teniente, como fue después sereno capitán,
hacía tremolar la bandera de un pueblo amigo, sobre trincheras casi inexpugnables.
Era el águila audaz que ya en la China ensayaba el vuelo, que
más tarde había de elevarse hasta las crestas del Morro Solar en la mañana
sangrienta y gloriosa de Chorrillos.
Entre estos dos hechos igualmente heroicos, que son el
principio y el fin de la vida militar de Lynch, vemos deslizarse lentamente los
años del período larguísimo de paz, en que el marino avezado en los peligros
desempeña con celo inteligente los servicios de su noble carrera y se aparta
del todo de las armas que ociosas no tienen atractivo para él.
Pero suena un día un grito de guerra; Chile se conmueve por
corrientes de sublime patriotismo y Lynch no es de los últimos en empuñar la
espada que pronto debía ser hoz de laureles para la corona de glorias de la
Patria.
Lleva la guerra en audaz expedición a los últimos confines
del país enemigo, organiza territorios recién conquistados y, por último,
honrado con el puesto de mayor peligro, se muestra tan bravo y sereno en la
pelea, como noble y humano en la victoria.
El humo de los combates se ha disipado apenas y ya vemos
transformado al guerrero en el funcionario que va a tener a su cargo la más
difícil de las misiones, el gobierno del país que nuestras armas acaban de
vencer.
Fue entonces, en ese episodio, tal vez el más notable de la accidentada
vida de Lynch, cuando se manifestaban más en relieve las múltiples y tan
variadas dotes de su privilegiado espíritu. Gobernante severo y magnánimo a la
vez, administrador prolijo e inteligente, general tan amante y cuidadoso del
soldado, como de los fueros de la disciplina militar; diplomático político y
audaz; Lynch cumplió su ardua y dificilísima misión conquistándose el respeto
de propios y extraños; la estimación casi simpática de los que temían en él un
enemigo. Prueba la más irrefutable de la elevación excepcional de su carácter.
Lynch desapareció en época temprana para cuanto el país
aguardaba de él, tuvo bastante tiempo para llenar su vida noblemente y dejar en
pos de sí, una estela luminosa como dejara la quilla de su nave cuando llevaba
con él la gloria y el poder de nuestras armas. Esa nueva vida comienza ya para
el almirante Lynch y al cerrarse para siempre las puertas de hierro de su tumba
que guardará lo que en él hubo de mortal, se abren para su nombre las páginas
de nuestra historia, para siempre también.
En ella verán los que vengan después de nosotros, que Lynch
fue el continuador de esa tradición de gloria y de heroísmo que se inicia en
Cochrane y con Blanco y que engendra los héroes como Prat.
Podemos sentirnos orgullosos cuando hoy, para pagar esta
deuda de gratitud nacional, todos, pueblo y gobierno, autoridades y ciudadanos
se agrupan en torno del ilustre extinto, y le tributan un respetuoso homenaje
de patriótico afecto. Los pueblos nunca se muestran más nobles y grandes que
cuando honran la memoria de sus hijos esclarecidos.
Los antiguos recompensaban a sus héroes, nosotros hacemos más
que eso: declaramos que los que como el almirante Lynch supieron cumplir con su
deber, han merecido bien de sus conciudadanos».
Del Presidente del Senado, senador don Pedro Lucio Cuadra:
«En esta imponente ceremonia, reflejo vivo de las
palpitaciones de un pueblo entero que se levanta a expresar su dolor a la vez
que su gratitud, en pos de la pérdida de uno de sus héroes de ayer, hay algo
más que la apoteosis que dio honra, fama y gloria a Chile para ir a morir
después en lejanos climas, soñando en el hogar y en el mayor engrandecimiento
de la patria, a la que retornaba anhelante y presuroso.
El mar fue su primer teatro, la cuna de sus hazañas, la
ambición de su vida y sobre sus olas se extinguió también la llama de su
existencia. A ella hemos arrebatado esos restos queridos para honrarlos y
ofrecerles ahora el triste y luctuoso homenaje que atestiguan ese cúmulo de
coronas cívicas de las principales asociaciones y ciudades de Chile.
Estos emblemas del amor de todo un pueblo serían bastantes
para entretejer un túmulo tan fastuoso y soberbio como el que la poesía y el
arte hubiesen podido idear para enaltecer los méritos del más grande,
afortunado y popular de sus ingenios.
Es verdad, señores, que el cariño y el amor de los pueblos no
es menos ingenuo y sincero en sus manifestaciones, que el afecto del hijo o de
la madre. ¿Pero es sólo una manifestación de aprecio popular lo que significa
esta grandiosa y augusta ceremonia? No, señores, hay aquí el orgullo patrio que
se honra y engrandece asimismo, enalteciendo a aquella figura noble y arrogante
que con la firmeza y la serenidad del héroe, conducía nuestras huestes en
Chorrillos y Miraflores y con la prudencia y tino de un veterano las llevaba
con seguridad y rapidez a la victoria.
Esto lo ha comprendido perfectamente el pueblo que, ignorando
de ordinario las combinaciones estratégicas de los Estados Mayores, tiene
corazón para apreciar debidamente las palmas valientes que se sacrifican por la
patria.
En efecto, pocos días de marcha y de campamento bastaron al
almirante Lynch para ganarse la confianza ciega y completa del soldado y para
cautivar la alta estimación de los pechos levantados y generosos. Pero si fue
rápido para conquistarse el corazón de sus tropas, no lo fue menos para escalar
las gradas del poder político.
Nunca estadista alguno llegó como Lynch, sin escuela, sin
aprendizaje especial, a manifestar en más breve tiempo los dos grandes dones
que dan a un hombre supremacía sobre los demás: el talento del guerrero y el
talento de estadista.
Por eso no cabe duda del juicio de la historia sobre este
hombre admirable, que desde el más completo retiro llegó de súbito a la cumbre
de estas dos glorias reunidas: gran militar y gran político.
En Chimbote se le vio lucir por primera vez esta noble
capacidad de táctico y diplomático. De una en otra jornada, de Lurín al Morro
Solar y de allí al Palacio de Los virreyes, se instala para asombrar a suyos y
extraños, a amigos y enemigos, con la habilidad de sus grandes combinaciones
políticas y militares.
Breve fue, señores, esta página del ilustre vicealmirante,
pero irradió lo bastante para encaminar al país a la solución de uno de sus
conflictos más arduos y escabrosos de su historia.
Al depositar en su tumba sus veneradas reliquias, digámosle
el triste adiós, la última plegaria de una nación agradecida que puede dirigir
a uno de sus más brillantes estadistas.
Audaz en el mar, valeroso y prudente en la guerra, hábil y
discreto conquistador, modesto, probo y firme en el gobierno; he aquí el juicio
que no vacilamos en pronunciar sobre su vida y estamos seguros que será también
el fallo de nuestros compatriotas desde ésta a la otra ribera de la eternidad».
Del Ministro de España, don Enrique Vallés:
«Señores:
Chile ha perdido a un eminente ciudadano, un esforzado
marino, un valiente soldado, un hábil hombre de estado. Fue de España, un amigo
leal y entusiasta.
Falleció en el mar, como todo marino desea morir, mecido en
su agonía por las olas, confundidos sus últimos suspiros con los suaves gemidos
de las brisas. Pero el buque que lo llevaba, aunque en alta mar, no estaba
lejos de la tierra española, de las islas Canarias, etapa entre la Península y
el Mar de las Antillas.
Las autoridades recibieron el cadáver con amor, lo guardaron
como sagrado depósito y cuando la bandera chilena abarloada en el Blanco
Encalada, apareció en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, saludando los
cañones del buque la plaza, se hicieron al gran marino grandes honores fúnebres.
En la nave del centro de aquella magnífica Catedral elevose
suntuoso catafalco, su dignatario eclesiástico pronunció sentida oración
fúnebre, formaron las tropas de gran parada, pasando el féretro acompañado de
todas las autoridades, por entre filas de soldados que presentaban sus armas,
mientras que parte de la infantería hacía sus descargas, la artillería de mar y
de tierra sus disparos y resonaba en el aire el lúgubre clamor de las campanas
y las voces de simpatía de los habitantes de la población que en masa se había
asociado, cerrando sus almacenes y sus casas, a tan grandioso homenaje.
España hizo al almirante chileno los honores que corresponden
a un almirante español en campaña; es que le debíamos especial gratitud, es que
Lynch supo conquistar nuestro cariño y nuestra amistad, Por doquiera que haya
españoles, allí se renuevan las manifestaciones. Ved si no cómo la Colonia
Española de Valparaíso acude presurosa a ofrecer una corona cuyo significado
explica con elocuente palabra el Cónsul de España en aquel puerto, mientras que
la Colonia de Santiago, la que hoy hemos contemplado al pie del féretro
representando las insignias de la Gran Cruz del Mérito Naval, orden con que le
agraciara al vicealmirante el Soberano de España, el Rey Alfonso XII, de
inmortal memoria.
Ante estas demostraciones de respeto y cariño que conmueven
mi corazón, porque ellas son como el recuerdo de hechos gratos para España y
para Chile, a que el vicealmirante y el que os dirige la palabra, dedicamos
grandes esfuerzos, sólo siento que aquel espíritu elevado lleno de entusiasmo
bajo una apariencia fría y tranquila, no haya alcanzado a depositar con su
presencia y con su palabra en el corazón de todos los chilenos las impresiones
y los recuerdos que traía de su residencia oficial en la madre patria.
Él os hubiera dicho los sentimientos que en España dominan
respecto a América. Él os hubiera hablado de esa unánime manifestación popular
de que él era decidido partidario, que se ha extendido de una manera prodigiosa
en todos los ámbitos de la Península y ha echado profundas raíces en una gran
parte de la América desde Méjico al Brasil. Protegida por el Emperador de aquel
Estado y por los Presidentes y los gobiernos de las Repúblicas, «Unión
Iberoamericana», destinada a enaltecer y fortalecer, estrechando sus vínculos,
las naciones de nuestra raza a la cual pertenecen más de 60 millones de seres
humanos, razón que a veces ha dominado sin rival y que siempre ha sido la
primera por los destellos de su genio, por sus gigantescas empresas, por sus
portentosos hechos.
Al despedirnos del gran marino en este sitio destinado a
guardar sus cenizas y también a conservar en el mausoleo que aquí se levanta se
levanta su nombre glorioso, inspirémosnos en los mismos sentimientos que los
animaban, haciendo votos ante su tumba por el porvenir grandioso de la América
Española, por la Unión Ibero Americana, por la amistad siempre viva y la
cordial inteligencia de España con Chile y las repúblicas hermanas».
Del contralmirante Juan José Latorre a nombre de la Armada:
«Señores:
La Marina de Chile que recibió los restos del ilustre
guerrero, envía en este momento al supremo adiós en la despedida al que fuera
ayer un egregio caudillo y un distinguido y esclarecido ciudadano.
Voces más autorizadas que la mía han descrito ya sus méritos,
enumerándolos uno a uno.
A mí sólo corresponde expresar que en la corona que la Marina
viene a depositar en este glorioso féretro, se encuentran confundidos dos
imperecederos y brillantes laureles, el del guerrero y el de estadista.
Bajo este doble título, el nombre del vicealmirante Lynch no
necesita inscripción alguna que lo recuerde a la memoria de Chile, y sus actos,
lejos de caer en el olvido, ese abismo tan cercano a la falsa grandeza, se
alzarán al contrario como un brillante foco que señale a los futuros marinos el
rumbo donde, sirviendo a la patria noblemente, se alcanza la gloria y se llega
a la inmortalidad.
Señores: la Marina de Chile agradece al pueblo el homenaje
prestado a uno de los suyos, y conservando ese recuerdo grabado en su corazón y
escrito en sus brillantes anales, promete al despedirse del ilustre almirante
seguir la gloriosa huella que le dejara trazada.
Ilustre compañero: descansa en la paz de la inmortalidad».
Del Coronel Manuel Bulnes, Jefe del Regimiento de Granaderos
a nombre del Ejército:
«Señores:
Hace un año contado día a día, a que se desplomó en medio de
su gloria el vicealmirante don Patricio Lynch.
No fue en medio del fuego, no sobre un mar embravecido por
las tempestades humanas donde pagó su tributo a la naturaleza, sino en su
lecho, en el camarote del vapor que lo conducía a su patria. Cayó en el umbral
de la vejez al penetrar en esa etapa del camino que para los grandes servidores
es la hora del descanso, cuando el respeto de sus contemporáneos es como el
reflejo anticipado del testimonio de la posteridad.
Murió cuando su obra de militar y de marino brillaba con luz
resplandeciente desde los mares de Chile a las costas del Perú.
Comisionado yo para hablar en nombre del Ejército, ¿qué puedo
decir en armonía con la importancia de sus servicios ni con el tamaño de
nuestra gratitud? No es un elogio el que se me ha encomendado, porque sería
inútil, vengo a depositar una corona en nombre de aquellos que fueron ayer
testigos de sus hazañas y los imitadores de su gloria.
El vicealmirante Lynch es una de las representaciones más
brillantes del ejército que conquistó a la voz del ilustre general Baquedano
todas las plazas de guerra del Perú. Do quiera que la suerte lo colocó, se le
encuentra siempre grande, o a bordo de un transporte, o atravesando el desierto
con una brigada, o sosteniendo con su división el peso del ejército enemigo en
las alturas de Villa.
El sentimiento del deber que lo hizo desafiar impávidamente
las balas de Chorrillos, sostuvo su energía para mantener en Lima el crédito
del ejército al nivel de sus victorias. Lynch fue un general y un administrador
de primer orden. Al estudiar su vida, no se sabe si admirarlo más cuando
recorre las fortalezas enemigas al galope de su caballo o cuando dirige la
administración del Perú desde su mesa de trabajo.
Colocado en situación inconciliable, siendo a la vez general
enemigo y jefe supremo del Perú, suavizó con su carácter las asperezas de la
guerra y, sin debilitar la acción militar, fue levantado y justo con el país
vencido. No hizo derramar más lágrimas que las que son el tributo de la guerra,
y estoy seguro de que su recuerdo arrancará palabras de noble simpatía de
aquellos que estuvieron durante los años bajo el peso de la Ley Marcial.
Para nosotros especialmente el general Lynch es una
personificación brillante de aquella época en que el ejército se colocó a la
altura de los sacrificios del país. Lo miramos como representante de dos
generaciones de guerreros que son igualmente dignas de la gratitud de la
patria.
Rivalizando en esto con el general Baquedano, su ilustre
jefe, aprendió como él a los quince años de edad el camino de Lima.
Las raíces de su carrera penetraron en ese terreno fecundo de
heroísmo y la sabia generosa de 1838 alimentó el árbol robusto que cubre con su
sombra la fortaleza del Perú y las glorias de Chorrillos.
El ilustre soldado se desplomó al peso de tanta gloria.
Cayó en tierra española, en la tierra de las tradiciones
caballerescas y las hidalguías generosas.
España tuvo derecho de mirar como algo propio los honores que
tributó a sus despojos.
Al disparar en la isla de Tenerife los cañones que resonaron
en Zaragoza y Gerona, saludó a la raza que se llama con orgullo su hija y que
hace esfuerzos por mantener en el suelo americano las inmensas tradiciones de
la sangre castellana.
Quiero, señores, alejar de mi espíritu la posibilidad de una
guerra. Ojalá que la espada vencedora de la república no tenga que lucir de
nuevo al son de las batallas.
Y, si por desgracia lo requiere, que luzca con el brillo con
que resplandeció en manos de Lynch, que sea de nuevo un arma exterminadora en
el combate y égida de gloria en la victoria».
Partes del discurso del teniente coronel Belisario Villagrán
a nombre del Círculo Militar:
«La vida del vicealmirante Lynch se inicia con una acción
brillante que la historia conserva como una de sus mejores páginas.
La fortuna no lo abandona y los mares y las costas de la
China fueron para él el teatro de nuevas hazañas que causan admiración y
entusiasmo en los aguerridos y esforzados marinos de Gran Bretaña.
El carro de sus victorias y de sus grandes servicios no se
detiene.
Rompe Chile las hostilidades contra la alianza
Perú-Boliviana.
El capitán Lynch es designado para el mando de una división y
llega más tarde a ser el general en jefe de nuestro ejército de operaciones.
Veo todavía la figura altiva del primer jefe político de
Tarapacá y creo escuchar las voces de mando que diera en Arica a los soldados
que hicieron la campaña tan feliz como atrevida a la región norte del Perú.
Los días pasan y los acontecimientos se suceden.
Se organiza el ejército que debe librar batallas en la puerta
de la ciudad de Lima, asiento del gobierno peruano y núcleo de la resistencia.
El capitán Lynch es el primero en romper el fuego con sus
batallones a la luz del nuevo día viene a iluminar su frente con los rayos de
una victoria que ha conquistado el ejército de Chile. Y en Miraflores, a paso
de carga, hace retroceder las columnas enemigas y estrecha su mano en el mismo
campo de batalla con los heroicos y denotados jefes que en porfiada pelea
aseguraron sus derechos de nuestra causa.
Llega al Palacio de los Virreyes, de árbitro de los destinos
del Perú, tercia en graves y complicados problemas diplomáticos; pero las raras
cualidades de administrador que despliega, revelando una inteligencia superior,
hace que sea admirado de propios y extraños.
Trabaja enseguida sin descanso hasta que despedazados en
Huamachuco los últimos tercios de uno de los caudillos de la resistencia
armada, para ir poco después a saludar a Arequipa al vencedor de Huasacachi que
acaba de terminar una de las campañas más difíciles que hiciera nuestro
ejército.
(...)
El vicealmirante Lynch ha muerto, pero siempre es recordado
con cariño respetuoso por sus conciudadanos y por el ejército, y es por eso que
el Círculo Militar, de cuya naciente institución formaba parte, me ha dado el
honrosísimo encargo de traer su palabra al borde de esta tumba; colocar una
corona que la mereció por sus dilatados y eminentes servicios».
Partes del discurso del capitán de fragata Luis Pomar, en
nombre del Círculo Naval:
«Señor Ministro de Marina, señores:
A nombre del Círculo Naval de Chile vengo a rendir un
homenaje de gratitud al hombre que acaba de desaparecer del escalafón de su
marina para vivir en el alto pedestal de la historia.
La Marina nacional, como la Patria, se hallan de duelo ante
ese féretro que encierra los restos mortales del vicealmirante don Patricio
Lynch.
(...)
El almirante Lynch merece los honores de la apoteosis, porque
formó parte y se distinguió entre esa pléyade de guerreros que en la pasada
lucha tuvo por héroes a gigantes de la talla de los Prat, y los Ramírez, que
morían envueltos en los pliegues de la tricolor bandera y eran los precursores
de la victoria.
El almirante Lynch vio su primera luz en nuestro suelo; pero
en los tiempos de su honrosa vida de marino, sirviendo bajo el pabellón inglés
demostró su temerario arrojo y su impasible serenidad en los combates navales
que se registran con orgullo en los anales de la marina británica.
(...)
El almirante Lynch fue la encarnación de la divisa de nuestra
marina nacional, leal y nunca vencida; siguiendo así la luminosa huella de los
inmortales Blanco y Cochrane cuyos gloriosos nombres mantendrán siempre
indelebles las olas de nuestro océano.
Más, donde el almirante Lynch manifestó el poder de su genio
y su inquebrantable firmeza de carácter, fue durante la ocupación del Perú, que
allá brillaron las dotes de guerrero unidas a la inteligencia y tacto de hábil
político.
Que la patria guarde cariñosamente los venerados restos del
político y del guerrero, que el ejército y la marina se inspiren en las nobles
tradiciones de bravura y heroísmo, que el pueblo recuerde su nombre en sus
cantares, que las olas del océano guarden respetuosas su memoria y que la
posteridad le alce un monumento que sea digno de su nombre y de su gloria,
porque de él dijo el poeta: 'Poco vivió para la patria amada, mucho vivió para
gloria suya'».
En 1889, tres años después del fallecimiento del
vicealmirante Patricio Lynch, el gobierno, a solicitud de la Comandancia
General de Marina Dispuso honrar su memoria dando el nombre de Almirante Lynch
a uno de los cazatorpederos que se construían en Inglaterra. Continuando
aquella política, en 1913 fue bautizado otro cazatorpedero con el nombre de
Lynch, que hace años fue desguazado.
En la actualidad el destacamento de Iquique de la Infantería
de Marina lleva el nombre de Almirante Lynch.
Terminamos esta obra histórica y militar, expresando que el
vicealmirante Patricio Lynch, que actuó en todos los conflictos exteriores de
la nación, brilló en la Guerra del Pacífico como gran jefe de mar y tierra,
además de notable estadista y diplomático.
Por los eminentes servicios prestados al país, se destaca
entre los más ilustres hijos que ha tenido la República.